Domingo, 27 de septiembre de 2009 | Hoy
DIARIO DE VIAJE > HIRAM BINGHAM EN CUZCO
Por Hiram Bingham *
“En la época de nuestra visita, el ferrocarril de Cuzco acababa de ser terminado. La línea corre a lo largo de la empinada pared de un valle que tiene la enojosa costumbre de provocar inesperados derrumbes de tierra, de modo que el viaje era algo lento e incierto.
A los nativos les gusta exagerar sus irregularidades, y dijeron que tomaría varios días, pero pese a sus tristes presentimientos llegamos a Cuzco a tiempo. El paisaje era muy bello. El valle del Vilcanota se angosta rápidamente a medida que desciende, y el río se transforma en un torrente rugiente. El clima, delicioso, hace pensar en el de Italia. El suelo es extremadamente fértil y produce una notable variedad de cultivos.
La ruta sigue la orilla oeste del Vilcanota hasta que se encuentra con el río Huatanay. Aquí gira abruptamente hacia la izquierda e ingresa en la encantadora región que fue alguna vez el corazón del Imperio Inca. El valle del Huatanay todavía está densamente poblado, como lo estuvo siempre. En rápida sucesión, el tren pasó las grandes ciudades indígenas de Oropeza, San Jerónimo y San Sebastián. De pronto, paramos en los campos y recogimos a un grupo de risueños peruanos que habían agitado un trozo de franela roja para evitarse la molestia de ir hasta la estación de tren más cercana. Una de las alegrías de este ferrocarril es que cualquiera sacude su bandera ante el tren cuando lo desea: la costumbre interfiere un poco con los horarios de llegada, pero nadie se preocupa (excepto la gente del ferrocarril), y le da a la persona un gran sentido de su propia importancia hacer parar al tren para que suba.
Pocos minutos después llegamos a la estación temporaria de Cuzco, un grupo de pequeños edificios de chapa ondulada levantados sobre una llanura aproximadamente un cuarto de milla al sur de la ciudad. El acceso más agradable es por la Alameda, una avenida descuidada con una doble hilera de alisos, sobre la orilla oeste del río Huatanay. Desde allí teníamos una hermosa vista del Convento de Santo Domingo, el antiguo Templo del Sol, a través del barranco hacia el este (...). Tan pronto como llegamos al centro de la ciudad, largas paredes de piedra bellamente cortada, unidas sin cemento y ensambladas gracias a la paciencia de expertos picapedreros, nos aseguraron que éste era realmente el Cuzco de Pizarro, Garcilaso de la Vega y los cronistas españoles. El hecho distintivo que separa a Cuzco de todas las otras ciudades en América es el predominio de estas largas, oscuras, sombrías paredes. Cuando se mira un edificio a la distancia, parece ser una casa española común de dos pisos, con techo de tejas rojas, balcones de madera y paredes de adobe encaladas. Pero a medida que uno se acerca, impacta descubrir que el blanqueado fue levantado en la parte inferior de las paredes, y al acercarse más aún se ve que esta parte consiste en piedras sin pintar trabajadas por los incas, todavía frescas y atractivas.
La pared más notable de Cuzco es la de un palacio que se dice perteneció al Inca Roca, compuesta por peñascos irregulares de gran tamaño. Los hay de todas las formas y medidas, algunos de hasta doce ángulos, pero todos encajan perfectamente. Las paredes de la mayoría de los antiguos palacios y templos son generalmente rectangulares y las paredes de las esquinas de los edificios suelen estar redondeadas, pero casi no hay paredes circulares en Cuzco. La principal excepción es el Monasterio Dominicano, antiguamente el Templo del Sol, donde el final de uno de los edificios está redondeado como el coro de una iglesia.
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PALACIOS, PLAZAS Y CONVENTOS Es una pena que los incas no hayan usado cemento. En ese caso, hubiera sido mucho más difícil para los españoles destruir los antiguos palacios, y habrían quedado en mayor cantidad para deleite de los estudiantes y viajeros de hoy. En tales circunstancias, era sencillo para los fieles discípulos de la Iglesia levantar templos y torres de gran belleza mediante el simple procedimiento de derribar los palacios incas y usar el material según las ideas de la arquitectura eclesiástica que habían traído consigo desde España.
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Los ponchos y chales hechos a mano, sujetos con un broche en lugar de dos como en Potosí, están tejidos con lana natural y algodón. Aunque el material puede ser tan raro y poco común como la verdadera alpaca, vicuña o lana de llama, los brillantes colores son inconfundiblemente anilina. En efecto, en los mercado de casi todas las ciudades de los Andes es seguro encontrar algún buhonero especializado en la venta de colorantes alemanes.
Lo más impactante del traje quichua en Cuzco es el “sombrero panqueque”. Es reversible, ya que se trata de un disco de paja con un agujero cubierto de tela en el centro. De un lado, para cuando llueve, el disco está forrado con gruesa franela roja o alguna otra tela, mientras el lado para el tiempo seco está cuidadosamente cubierto de oropeles sobre terciopelo negro. Asimismo, la tela ancha y suelta que cubre la abertura del centro está ribeteada de terciopelo del lado del buen tiempo, y con franela gruesa del lado de la lluvia. Los sombreros de los hombres son un poco más grandes que los de las mujeres, pero fuera de eso la moda parece igual para ambos sexos.
Frente a nuestro hotel estaba la iglesia y convento de La Merced. Sus claustros son conocidos por sus bellas y antiguas pinturas, sus elaboradas columnas de madera tallada y sus arcos. Sus jardines están llenos de flores y arbustos raros. En la cripta bajo el altar se cree que están enterrados el compañero de Pizarro, Almagro, y su hijo. Pero el servicial hermano que nos mostró el monasterio nunca había escuchado semejante tradición. “¿Quién sabe?”, fue toda su respuesta, acompañada de un encogimiento de hombros.
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La Gran Plaza de Cuzco, alguna vez mucho más grande de lo que es ahora y escenario de numerosos carnavales incas, sigue siendo muy atractiva. En el lado Este se levantan la maciza catedral y sus capillas, que se dice fueron construidas enteramente con piedras tomadas de los palacios incas cercanos. En el Sur se encuentran las torres de piedra bellamente talladas de lo que fue antiguamente la Iglesia de los Jesuitas. Junto a ellas hay pintorescos edificios de dos pisos con techos de tejas rojas y balcones de madera, soportados por una hilera de arcos y columnas. En el Oeste y el Norte de la plaza hay más casas de dos pisos, con arcadas llenas de puestitos interesantes. Aquí, y sobre las piedras de la plaza, hay mercaderes de ropa que reunieron sus mercancías procedentes de Inglaterra y el continente, Norte y Sudamérica; vendedores de cerámica y juguetes quichuas hechos en las cercanías; granjeros con maíz y patatas, y vendedores de todo tipo de artículos imaginables, algunos protegidos de la lluvia por refugios de tela que parecen haber sido tomados de la parte superior de un carromato pionero en los ‘días del 49’; otros en cuclillas sobre el áspero pavimento, con sus mercaderías esparcidas sobre pieles de llama y cordero, expuestas a las inclemencias del tiempo.” z
* Hiram Bingham. Across South America. An Account of a Journey from Buenos Aires to Lima by the Way of Potosí, with Notes on Brazil, Argentina, Bolivia, Chile and Peru. Boston and New York, Houghton Mifflin Company, The Riverside Press Cambridge, 1911.
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