Dom 25.10.2009
turismo

SUECIA > ESTOCOLMO EN OTOñO

La ciudad azul y oro

Una visita a la capital sueca durante el otoño, cuando los días más cortos y el frío que pronto se transformará en nieve invitan a disfrutar de su buena mesa, descubriendo el diseño nórdico y los lugares más tradicionales de una ciudad donde la mitad es historia y la mitad, vanguardia. De Gamla Stan a Djurgården, el circuito Millenium y el Palacio Real.

› Por Graciela Cutuli

Vällkommen till Stockholm! Hasta los más desprevenidos lingüísticamente pueden interpretar sin dificultad las clásicas palabras de bienvenida a Estocolmo, una de esas ciudades que a pesar de las distancias –está lejos también para la gran mayoría de los europeos, por no hablar de los turistas de ultramar– tienen el don de hacer sentir al recién llegado como en su casa. Tal vez porque, aunque es capital y sede de reyes, tienen escala humana y no alcanza el millón de habitantes. Tal vez porque a quien llega del Río de la Plata no pueden sino resultarle familiares los colores nacionales de Suecia, azul y amarillo claro, que inspiraron los tonos más fuertes de la bandera boquense. Tal vez porque la tradición de tolerancia borra con facilidad las fronteras y las diferencias idiomáticas: así, en estas tardes otoñales que preceden a los cortos y fríos días del invierno, Estocolmo se muestra acogedora, sobre todo bajo la cálida iluminación de los faroles de Gamla Stan, la Ciudad Vieja.

GAMLA STAN, BARRIO DE CUENTO Durante el verano, el calor –que en estas latitudes es un bien escaso– invita a concentrar todos los eventos: festivales, teatro al aire libre, salidas a los lagos, maratones. Julio y agosto son los meses de “cartón lleno”, con un calendario que sólo puede compararse con el ocupadísimo mes de diciembre, cuando todos los ojos están puestos en las fiestas de Santa Lucía y la Navidad. Por comparación, una tarde de otoño en Gamla Stan se pasa sin prisa: en este auténtico corazón de la ciudad, levantado a partir del siglo XIII en la isla central del archipiélago que forma Estocolmo, hay tiempo para mirar, pasear, sacar fotos, recordar la historia y admirar la belleza de las callecitas empedradas a las que se asoman las casas medievales y renacentistas cuidadosamente restauradas. En torno a Stortorget, la Plaza Mayor, se concentran los negocios... y junto con ellos los turistas, siempre en busca de remeras con leyendas sobre Estocolmo, minúsculos alces de peluche o réplicas del famoso caballito de Dalarna, tal vez el más tradicional de los recuerdos de Suecia.

Gamla Stan es para disfrutar con tiempo, sentándose a tomar un café en algún bar iluminado con un centro de mesa hecho con velas, recorriendo las calles Västerlånggatan y Österlånggatan hasta llegar a la curiosa Köpmangatan, la más antigua de Estocolmo, y la pequeñísima –mide apenas 90 centímetros de ancho en su parte más angosta– Märten Trotzigsgränd. Aprender a pronunciar de corrido el nombre de este callejón es sacar licencia de turista avezado en los misterios nórdicos... También en Gamla Stan se encuentran el edificio de la Bolsa de Estocolmo y la sede de la Academia Sueca, la misma que cada año es noticia cuando se entregan los Premios Nobel a las distintas ramas de las ciencias y las artes. Al lado de la Academia, el Museo del Nobel abrió en 2001 para conmemorar el primer siglo de los famosos premios.

En Estocolmo, como en cualquier parte del mundo, el tema siempre despierta apuestas, polémicas y hasta alguna conversación improvisada en las calles o en las librerías. Tal vez lejos del Nobel, pero cerca del público masivo, las vidrieras de esas mismas librerías en la capital sueca muestran por doquier las obras de dos de sus autores más vendidos mundialmente en los últimos tiempos: Henning Mankell, creador del comisario Kurt Wallander, y Stieg Larsson, cuya trilogía Millenium atrae a cientos de turistas que recorren las calles de Estocolmo para conocer los escenarios de las aventuras de Lisbeth Salander y Mikael Blomqvist. Ya es un rito sacarse una foto frente a Bellmansgatan 1, el domicilio del protagonista, que dejó de ser una calle típica cualquiera para convertirse en un lugar de culto. Los más fanáticos se llevan algún ejemplar de la novela en sueco, aunque sólo puedan descifrar del total el nombre del autor.

En Gamla Stan hay dos iglesias para visitar: la catedral, Storkyrkan, y Riddarholmskyrkan, donde están enterrados los reyes suecos. No muy lejos, el Palacio Real es un edificio imponente aunque armónico, uno de los más grandes del mundo (tiene más de 600 habitaciones), que sigue cumpliendo las funciones para las cuales fue creado: discreta, la monarquía sueca también es duradera. Como en Londres, en el Palacio Real de Estocolmo hay un cambio de guardia, al que vale la pena dedicarle un rato aunque no sea vistoso, anacrónico y rígido como el británico.

UN ALTO GASTRONOMICO Gamla Stan también es uno de los mejores lugares de la ciudad para hacer un alto y probar lo mejor de la cocina sueca. Si se puede, conviene evitar los restaurantes meramente turísticos para elegir algunos que se cuentan entre los mejores de Estocolmo: eso se puede decir de Franska Matsalen, en el Grand Hotel, un edificio bellísimo de aires imperiales, con vista al canal Strömmen y el Palacio Real; el Operakallaren, de estilo barroco y situado junto a la Opera; el Pontus, que ofrece cocina sueca con influencia asiática y europea, y el Leijontornet, en el Hotel Victoria, cuyo histórico subsuelo medieval sirve una innovadora cocina nórdica de raíces tradicionales.

Donde sea, lo importante es probar la más famosa de las especialidades suecas, el “smörgårdsbord”, un buffet de variados platos fríos y calientes que incluye naturalmente el clásico salmón, arenques, pollo y carnes rojas, tanto ahumados como fermentados, salados, marinados y escalfados. Las raíces de la cocina local, orientada al almacenamiento de los alimentos para pasar el largo invierno, todavía se hacen sentir en las creaciones más innovadoras de los chefs modernos, cuyos ingredientes sagrados siguen siendo las papas, los frutos de mar, los yogures (filmjölk y långfil), los panes de cereales, los frutos rojos y los quesos. Los dulces también son variados, con mucha manteca, crema, pasas de uva y sobre todo canela, el ingrediente rey –junto con el jengibre y el clavo de olor– de las famosas “pepperkåkor”, unas galletitas especiadas típicas del período navideño.

DE PASEO EN DJURGÅRDEN Caminar por el centro de Estocolmo permite también darse una idea rápida pero precisa del diseño sueco, que junto con sus hermanos nórdicos se impuso en los últimos años con asombrosa rapidez. Basados en un concepto de líneas simples, productos básicos y accesibles, y cero complicaciones, Ikea reina entre las casas de muebles y decoración y H&M entre las cadenas de indumentaria: pero más allá de las cadenas hay incontables pequeños diseñadores que ofrecen productos innovadores, accesorios y objetos de decoración en vidrio y materiales naturales, exclusivos porque todavía sólo cuentan con negocios en Suecia. Vale la pena entonces prestarles atención y descubrir las nuevas tendencias que llegan del norte.

Finalmente, hay que tomarse un ferry en el centro para realizar el paseo clásico de cualquier turista y local que se precie en Estocolmo: Djurgården, una isla en el este de la ciudad donde se concentran los museos, el zoológico y un parque de diversiones. Aquí está el famoso museo al aire libre (curiosamente una tradición bien nórdica, a pesar del frío) de Skansen, el no menos célebre Museo Vasa, dedicado al barco del siglo XVII que fue rescatado intacto de las aguas del archipiélago, el Nordiska Museet y el parque Junibacken, sobre las creaciones de la escritora Astrid Lindgren, de quien se conocen en castellano sobre todo las aventuras de una niña traviesa de tiesas trenzas pelirrojas, Pippi Mediaslargas. Como para cerrar el círculo, el personaje sirvió de inspiración a Stieg Larsson para crear a una tal Lisbeth Salander... lo que lleva nuevamente de Djurgården al circuito Millenium en el centro de Estocolmo.

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