Domingo, 8 de noviembre de 2009 | Hoy
CHINA > UN BUDA COLOSAL
Con más de 70 metros de altura, el Buda del pueblo de Leshan está tallado en la pared de piedra de un acantilado y es la imagen sagrada más grande del mundo antiguo. Unos monjes budistas comenzaron a esculpir la obra en el año 713 para que el poder divino pacificara los turbulentos ríos que confluían en el lugar.
Por Pablo Donadio
La embarcación se va abriendo camino por las aguas de Leshan, envuelta en un halo de niebla y misterio. Silencio y contemplación acompañan el momento crucial cuando el acantilado de piedra de la montaña Emei, en la provincia de Sichuan, al oeste de China, deja ver el implacable Buda sentado, la imagen esculpida en piedra más grande del mundo antiguo. Su figura, de unos 70 metros de alto levantada sobre la cara central del peñasco, es una obra maestra de la arquitectura y la religiosidad. Una muestra clara del sentir budista: cuanto más grande, más bello. Hasta allí llegan cada año miles de turistas y creyentes conmovidos por la presencia de este Buda que simboliza una suerte de puente entre nuestro mundo físico y aquel otro espiritual. Una maravilla llena de significado, generadora de respeto y grandeza, que en 1996 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
CONTRA LAS CORRIENTES El tallado sobre la roca comenzó en el año 713 durante el reinado del emperador Tang Xuanzong, perteneciente a la dinastía Tang. Cuentan que como Leshan era un pueblito pesquero rodeado de los peligrosos ríos Minjiang, Dadu y Qingyi donde solían naufragar muchos barcos, sus pobladores creían que esas aguas estaban controladas por un espíritu maligno. Y fue entonces que el monje Haitong y sus discípulos decidieron crear un Buda colosal en la confluencia de esos ríos para calmar sus turbulencias. Cuando Haitong murió, la estatua quedó a medio construir, y fueron dos de sus discípulos, Zang Chou y Wei Gao, quienes continuaron la compleja obra, que pudo terminarse unos 90 años después. Lo cierto es que los fragmentos de roca que fueron cayendo sobre las márgenes del río al tallar la estatua lograron alterar las corrientes y pacificar sus bríos..., aunque para los místicos creyentes fue gracias al poder del Buda.
La montaña de Emei está ubicada a unos 4000 metros de altura sobre el nivel del mar y es una de las cuatro fuentes sagradas del budismo en China. Cuando el Buda se esculpió, estaba “envuelto” por un enorme templo de madera, y sólo su cara quedaba al descubierto. Un grupo de monjes, que habitaban en pequeñas cuevas a los costados del acantilado, pasaban casi todo el día en el templo, dedicados a la oración. Algunos arqueólogos que participaron en tareas de mantenimiento en 1962 descubrieron una cueva en el pecho del Buda donde encontraron hierro y ladrillos de la antigua obra. Hay que imaginar el clima de ese espacio enorme y pacífico: la música, los cantos y alabanzas ante la descomunal imagen que se alzaba de la tierra hasta las alturas. Cuentan algunos relatos que los monjes se sentaban sobre sus dedos a orar como si se tratase de un ser viviente, un ser cuya inmensidad no tenía límites. Durante la revolución cultural china, el espacio de rezo ubicado detrás de la cabeza del Buda fue cerrado y los monjes se alejaron de allí. Hoy ya no viven en la montaña, aunque siguen rindiendo culto en los 30 templos de la región, y a menudo visitan la gran imagen de Emei.
Buda del futuro Buda vivió hace unos 2500 años, y para sus creyentes fue quien iluminó el camino para escapar a los deseos mundanos y alcanzar el nirvana. Ese sabio y gran maestro fue adorado como un dios, pero hace unos 1900 años se lo empezó a representar no a través de una forma abstracta sino como un ser humano. Si bien Buda se manifiesta de muchas formas diferentes, el Buda de Leshan tiene un significado particular: es el Buda Maitreya, el próximo Buda histórico, el Buda del futuro. Según dicen, será el sucesor de Siddhartha Gautama, el Buda actual, quien anunció al propio Maitreya tiempo atrás. Su llegada es una incertidumbre. La leyenda dice que vendrá a la tierra cuando se lo necesite, cuando la antigua fe budista esté desgastada y el mundo se acerque a su fin. Allí Maitreya aportará la completa iluminación y enseñará el camino de las grandes verdades. Curiosamente, este es el único Buda de la iconografía religiosa que aparece sentado en una silla con las manos apoyadas sobre las rodillas, aunque eso no basta para que su descanso terrenal sea completo: pese al complejo sistema de alcantarillado en el interior del cuerpo que hace drenar el agua de la lluvia y frena el desgaste, la erosión lo va limando. El agua de los tres ríos que convergen allí han ido socavando las bases de la estatua por debajo de sus gigantes pies. Y más allá de su última restauración en 2001, algunas manchas oscuras y el permanente viento y lluvia van deteriorando indefectiblemente su imagen.
FRENTE A FRENTE La ciudad de Leshan no tiene mucho interés turístico en sí. El desafío allí es conocer el gran Buda. “La montaña es Buda y Buda es la montaña”, reza una frase de bienvenida sobre el acantilado. Sólo se llega por vía marítima, ya sea en el barco de pasajeros locales, o bien alquilando una lancha particular con un conductor guía, por unos 5 o 7 euros. Al desembarcar en la montaña Emei, reconocida por sus hermosos paisajes naturales y su exuberante flora y fauna (muchos la llaman “belleza bajo el cielo”, “museo de la naturaleza” o “reino budista”), los visitantes ascienden por una escarpada escalera de nueve vueltas excavada en la roca en forma de zigzag. Los cientos de escalones rodean la imagen hasta un mirador que está a la altura de la cabeza. Ahí, frente a frente, está el rostro de Maitreya, con algunos detalles que van más allá de la comprensión de ojos occidentales. Las orejas de siete metros de largo cada una afirman la idea oriental de la belleza, un rasgo adjudicable sólo a un ser humano desarrollado. La mirada pacífica y trascendental que parece fluir de sus ojos semicerrados expresa que Buda está lleno de dicha, compasión y comprensión. El solemne rostro, de unos 15 metros, y sus cabellos en forma de conos revelan un cerebro poderoso en camino al nirvana. Los propios budistas explican que el culto Maitreya hace hincapié en el rezo y la búsqueda de una vida mejor. Ese espíritu les enseña cómo ordenar sus vidas y ser generosos con el prójimo, buscando un futuro lleno de esperanza para la humanidad: “Maitreya nos enseña que siempre hay que hacerle frente a la vida con una sonrisa”.
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