AUSTRALIA > MUNDO ABORIGEN
La rica cultura de los aborígenes australianos perdura en el “centro rojo” del continente, un mundo que se declina en colores ocres y rojizos, donde las leyendas ponen significado al paisaje y la naturaleza. Largamente relegados, los aborígenes hoy recuperan y muestran su historia con orgullo.
› Por Graciela Cutuli
Se cuenta que, en los tiempos ancestrales que los aborígenes conocen como el “Dreamtime”, la sugestiva y difusa “era de los sueños” donde se arraigan todas las leyendas, dos tribus de los antiguos espíritus que poblaban el gigantesco interior del continente australiano fueron invitadas a una gran fiesta. Sin embargo, no consiguieron llegar para la celebración porque fueron distraídas, en el camino, por las “mujeres lagarto”, figuras relacionadas con los orígenes del mundo que aparecen en muchos relatos aborígenes sobre los tiempos primordiales. Esta falta de atención hacia los anfitriones derivó en una gran batalla, que causó numerosas muertes: así, tiempo después de aquellas luchas, surgió en el corazón del desierto rojo la gigantesca roca de Uluru, como señal de la tristeza de la tierra ensangrentada.
Esta enorme formación de arenisca, situada en el centro geográfico de Australia, unos 400 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Alice Springs, es sagrada para los aborígenes, que atribuyen al paisaje un vasto significado simbólico. Sobresalen sobre el liso horizonte del desierto unos 348 metros, con unos nueve kilómetros de contorno: sin embargo, es como un auténtico iceberg que sólo muestra la punta, porque el gigantesco y solitario monolito continúa más de dos kilómetros bajo tierra. Su silueta maciza, intensamente roja cuando caen sobre la roca los rayos del sol del atardecer, es uno de los iconos de Australia: pero sobre todo, para los aborígenes que habitaron desde siempre el suelo australiano, es el ombligo del mundo.
VISITA A ULURU-KATA TJUTA Uluru es una “isla montaña”, la única y solitaria superviviente de un cordón montañoso que se fue erosionando lentamente con el paso de millones de años. Sorprendentemente compacta, vista desde el aire parece repetir con fidelidad la silueta del mapa de Australia, como un guiño de la naturaleza a su profundo valor simbólico. Para los visitantes, divisar por primera vez su perfil redondeado contra el horizonte, después de un largo viaje desde Alice Springs, es un momento emotivo: y aunque es uno de los lugares más turísticos de Australia, en los últimos años dejó de lado su perfil de aventura para acentuar el respeto al significado que le atribuye el pueblo aborigen. Se cree que los primeros asentamientos humanos en la región datan de unos diez mil años atrás: sin embargo, los europeos lo descubrieron sólo en 1872, cuando durante la construcción de la línea telegráfica australiana llegó un grupo de expedicionarios para realizar los primeros mapas de esta región tan remota como inhóspita.
Sin nadie a kilómetros a la redonda, bajo un sol abrasador que en verano levanta la temperatura fácilmente hasta los 40, la principal precaución es viajar ligero, con abundante agua y buena protección solar. La segunda, disponerse a comprender el misterioso universo aborigen, sobreviviente a décadas de colonización forzada durante las cuales su cultura fue ignorada, menospreciada y obligada a integrarse con la mayoría anglosajona que hizo de Australia su nueva tierra prometida. Sólo en los últimos años la situación empezó a cambiar, hasta que la progresiva revalorización de la cultura de los pueblos nativos del desierto y de las selvas subtropicales llevó a un pedido de disculpas oficial. Por delante queda, todavía, un largo camino: y la mejor forma de recorrerlo es adentrándose en los símbolos, el arte y los paisajes del “outback” australiano, el último confín del mundo.
BIENVENIDOS A ULURU “Ananguku ngura nyangatja ka puku lpa pitjama”: “Esta es tierra aborigen, y les damos la bienvenida”. Son las primeras palabras que se leen y se oyen al llegar al Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta, que comprende en su territorio el monolito de Uluru (Ayers Rock) y la cadena montañosa de Kata Tjuta, o “Las Olgas”, en el extremo sur del Territorio del Norte. Es la tierra del pueblo pitjantjatjara, que en su propia lengua –-la lengua que aún hablan y enseñan a sus hijos– se llaman a sí mismos “anangu”. Son ellos quienes, hoy a cargo del cuidado de su tierra, recuerdan que en torno de la base de Uluru hay muchas áreas sensibles para la ley masculina y femenina del pueblo aborigen, áreas donde consideran que aún viven sus ancestros y por lo tanto están prohibidas para los visitantes, que pueden transitar sólo por los senderos indicados: se trata, esencialmente, de los paseos Base, Mala, Liru, Lungkata y Kunika, trazados alrededor de la roca, que requieren entre una hora y cuatro horas de caminata. Si la intención es apreciar los espectaculares colores de la puesta de sol, antes de salir los guías informan cuáles son los mejores lugares para estar en el lugar indicado en el mejor momento: y la experiencia, en ello coinciden todos los visitantes, supera lo simplemente visual para convertirse en una suerte de conmovedora iniciación a la interpretación del mensaje de la naturaleza.
PUNTOS Y BUMERANES Muy cerca, hay que visitar el Centro Cultural levantado como introducción al Parque Nacional. Aunque sea en un ambiente artificial, es una manera valiosa de acercarse a la cultura local y tomar contacto con los artesanos aborígenes que muestran en el Centro sus trabajos tradicionales. No sólo aquí, sino en toda Australia, es posible encontrarse con las bellísimas manifestaciones del arte nativo: pero es en este lugar donde parece conectarse más profundamente con la tierra de donde vienen los pigmentos que utilizan, así como la madera y ese ocre declinado en todas las gamas del marrón, el rojo y el amarillo con que se decoran la corteza de los árboles, las lanzas y los bumeranes. El arte aborigen expresa sus creencias religiosas, sus conocimientos sobre la naturaleza y la dimensión profunda de sus leyendas sobre la creación del mundo y del hombre. Técnicas de “rayos X”, que revelan el interior de los objetos, y una suerte de “puntillismo” autóctono se combinan con el grácil trazado de las siluetas humanas, siempre representadas con espontaneidad en escenas dinámicas: algunas cotidianas, como los momentos de caza y pesca, y otras de carácter tan inexplicable como sagrado.
Es frecuente ver así pintados los bumeranes, la más tradicional de las armas arrojadizas australianas (y el más buscado de los recuerdos para el viajero, aunque dominar la técnica para que regresen una vez lanzados es más bien cuestión para expertos). Bastará recorrer el Centro Cultural al pie de Uluru para descubrir que el mundo del búmeran es mucho más complejo de lo que parece: estas armas con forma de bastón curvado o incluso de hélice, entre muchas otras variantes, no son exclusivas de la cultura aborigen australiana, aunque están profundamente asociadas con ella. Tampoco vuelven siempre: algunos porque no fueron diseñados para eso, y la mayoría porque el lanzador no tiene la práctica ni la habilidad necesaria para lograrlo. Pero quien lo consiga, aconsejado por un experto, sentirá que conquistó un paso más en el largo camino hacia el corazón de la cultura aborigen. Como cuando se escucha el sonido grave del “didgeridoo”, el instrumento de viento tradicional de los aborígenes. Para el ojo no acostumbrado no es fácil percibir sus variedades, aunque las hay: y curiosamente su nombre no es aborigen –en las lenguas nativas se conoce como “eboro”, “yidaki”, “maluk” y otras denominaciones– sino que le fue dado por los primeros europeos que lo oyeron tocar.
Pero todos los “didgeridoo” comparten un largo tubo de madera, originalmente realizado a partir de troncos de eucaliptos muertos y consumidos por las termitas. Cuando se sopla por el extremo, la madera vibra con asombrosa intensidad a medida que el aire pasa por el tronco, a veces de más de dos metros de extensión: cuanto más largo, más grave será el sonido que exhala el “didgeridoo”. Y en su voz parecen volver a aparecer, como en los puntos ocres del arte aborigen, y en la silueta soñadora de Uluru, todos los misterios del pueblo que pobló desde siempre las infinitas extensiones australianas.
Cómo llegar: La mejor manera es en auto u ómnibus desde Alice Springs. Se puede volar también desde las principales ciudades australianas hasta el aeropuerto Connellan, en las afueras del Parque Nacional: allí hay alquiler de autos.
Cuándo ir: Se visita todo el año. En invierno las temperaturas pueden ser bastante bajas, pero es más difícil en verano, cuando alcanzan y superan los 40°C.
Más información: www.tourismnt.com.au y www.environment.gov.au/parks/uluru
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