EE.UU. > DE ARIZONA A SAN FRANCISCO
Crónica de un viaje a bordo de una casa rodante de Phoenix a San Francisco. Tres mil seiscientos kilómetros en un mes recorriendo los estados de Arizona, Nuevo México, Colorado, Utah, Nevada y California.
› Por Mariana Lafont
La travesía, a bordo del motorhome (o casa rodante), partió del calor abrasante de Phoenix, Arizona, para recorrer el fascinante Oeste americano. Estábamos dispuestos a vivir un viaje excitante visitando desiertos, playas, montañas y llanuras. No bien se puso en movimiento el vehículo, todo lo que minutos antes habíamos ordenado prolijamente cayó y echó a rodar. Así aprendimos la primera lección cuando se viaja con la casa sobre cuatro ruedas: no dejar nada fuera de los armarios.
Una vez en la ruta descubrimos que no éramos los únicos en un RV (Recreation Vehicle, como se les llama en Estados Unidos): muchos eligen recorrer el país de esta manera, porque permite conocer una gran cantidad de lugares, parando donde se quiera, el tiempo que sea y con todas las comodidades de un “pequeño hogar”. Sin embargo, no es del todo económico y suelen ser familias o matrimonios mayores los que eligen este medio de transporte.
Dejamos atrás los cactus y el desierto típico de Arizona para adentrarnos en una zona un poco más fértil en el nordeste del estado. Después de seis horas cruzamos la frontera a Nuevo México y arribamos a Gallup, el municipio indio más grande del sudeste estadounidense, donde pasamos nuestra primera noche en un camping. Estos sitios se encuentran a lo largo de todo el país y cuentan con todo lo necesario para las casas rodantes: agua corriente, electricidad, entre otras cosas.
TIERRA INDIA El siguiente destino fue la capital de Nuevo México: Santa Fe. Esta ciudad, fundada en 1610, es la capital más antigua de Estados Unidos (y la segunda ciudad más vieja después de San Agustín, Florida). En vez de tomar la interestatal 40 (antes la histórica Ruta 66) decidimos ir por la 53, para zambullirnos a fondo en territorio indígena. Si bien los caminos secundarios son lentos y malos, la mayoría de ellos llevan a sitios interesantes, menos turísticos y no tan visitados.
Sin planearlo llegamos a un lugar llamado Zuñi Pueblo, un universo separado donde los únicos “piel blanca” éramos nosotros y donde vislumbramos un Estados Unidos completamente diferente del popularizado por las películas. En toda la región es recurrente el término “pueblo”, que denomina tanto al grupo aborigen como a su modelo de vivienda, un complejo de roca y adobe organizado en varios niveles. Uno de los pueblos más conocidos es el de los Hopi que, al igual que los Zuñi, habitan en reservas con gobierno propio y viven de la agricultura, la cerámica y las hermosas joyas que confeccionan con plata y piedra turquesa.
Finalmente llegamos a Santa Fe bajo un refrescante y curioso aguacero en tan desértico lugar. La lluvia duró un suspiro y, mientras aspirábamos el rico aroma a tierra mojada, salimos a recorrer esta ciudad con claro sello hispano. Sus edificaciones son bajas y uniformes y están inspiradas en los antiguos pueblos. Además, casi todas las casas, bares y negocios estaban decorados con gran cantidad de chiles (ajíes picantes) que colgaban de puertas y ventanas y que son un elemento infaltable en la sabrosa gastronomía de Nuevo México. El legado español pervive no sólo en la plaza principal, sino también en las viejas misiones de las cuales se destaca la de San Miguel, por ser la más antigua de Estados Unidos (de 1610). Esta tierra fue dominada primero por España, luego por México y finalmente, en 1848, pasó a Estados Unidos.
Santa Fe también fue la tierra adoptiva de Georgia O’Keeffe, famosa pintora que inmortalizó los paisajes y flores del desierto. Como O’Keeffe nunca salió del país (recién lo hizo cuando fue anciana) es considerada la primera artista puramente estadounidense.
DE COLORADO A UTAH Dejamos Santa Fe y recorrimos 400 kilómetros hasta alcanzar el estado de Colorado. Hicimos una breve visita a su capital, Denver, y dormimos en Colorado Springs. Los efectos de la altura no nos impidieron subir al pico más visitado de Estados Unidos, el legendario Pike’s Peak, en el ferrocarril de cremallera más alto del mundo. Desde 1891 este tren sube hasta la cima, a 4300 metros sobre el nivel del mar, en un recorrido de 14 kilómetros.
Finalmente rumbeamos hacia el noroeste y pasamos por Vail, exclusivo centro de esquí tan famoso como Aspen, para luego hacer base en Glenwood Springs, una de las tantas fuentes termales que abundan en Colorado. Unos días de relax vinieron muy bien para luego seguir hacia la frontera con Utah y hacer una más que calurosa visita al Monumento Nacional Dinosaurio. Esta reserva se fundó en 1915 para proteger riquísimos yacimientos de fósiles de dinosaurios así como también los cañones de los ríos Verde y Yampa con formaciones geológicas de intenso colorido.
A pesar de ser árido, rocoso y poco conocido fuera de Estados Unidos, el estado de Utah no sólo es la cuna de los mormones sino que alberga grandes maravillas naturales y la mayor cantidad de parques nacionales del país. Recorrer esta rojiza región es transitar por un territorio cincelado por millones de años de erosión que han engendrado sorprendentes formaciones rocosas de todo tipo y color. Decidimos quedarnos en Moab por su proximidad al Arches National Park, donde se preservan miles de arcos naturales de arenisca y una increíble variedad de formaciones geológicas. Sin embargo el plato fuerte del parque es, sin dudas, el inconfundible Arco Delicado. Este arco de doce metros formado por la erosión del viento y el agua es la imagen más famosa de Utah en el mundo y, de hecho, está presente en todas las patentes de los autos. Mientras recorrimos esa desolada y fascinante escenografía, la sensación de estar en Marte nos acompañó todo el tiempo.
CAÑONES Y DESFILADEROS Al día siguiente, camino a Glen Canyon, pasamos por el Monumento Nacional Natural Bridges. Aquí, donde el silencio y la inmensidad se sienten como en pocos lugares de la Tierra, la acción del agua esculpió tres puentes naturales gigantescos bautizados con nombres Hopi: Sipapu, Machina y Owachomo. Poco a poco nos fuimos acercando nuevamente a Arizona, y el último desfiladero antes de arribar al Gran Cañón del Colorado fue el de Bryce Canyon. Para llegar debimos sortear un ondulante y agotador camino de montaña, pero la recompensa fue enorme ya que nos encontramos con un amplio anfiteatro natural (en vez de un cañón propiamente dicho) en el que sobresalían los Hoodoos: unas estructuras geológicas de 60 metros y de intenso color anaranjado talladas por el viento, el agua y el hielo. Como en este parque el clima es frío y húmedo, abundan gran variedad de árboles que generan un llamativo y hermoso contraste con los Hoodoos.
Nos despedimos de Utah y volvimos a Arizona por la gran meseta que el río Colorado va excavando, desde hace millones de años, para formar el Gran Cañón. Si bien es un destino trillado simplemente hay que verlo en persona para entender por qué es una de las grandes maravillas naturales del mundo. El cañón tiene casi 500 kilómetros de largo y, en algunos tramos, alcanza 1600 metros de profundidad. Antiguamente fue el fondo de un océano hasta que un choque de placas lo elevó a los 2100 y 2750 metros sobre el nivel del mar en que se encuentra hoy. Quedamos extasiados ante el espectáculo y, como si fuera poco, el show se completó con una feroz tormenta eléctrica en el horizonte.
LAS VEGAS Y SOLEADA CALIFORNIA Nuestro próximo destino era un oasis de luces, juego y diversión enclavado en pleno desierto de Nevada. Una burbuja, aislada del resto, donde todos parecen animarse a hacer lo que no harían en sus hogares. En verano el calor es sequísimo y agobiante, los días no tienen fin y la gente deambula hasta bien entrada la madrugada yendo de hotel en hotel mirando con asombro las increíbles réplicas de grandes ciudades o templos del mundo que ofrece esta Meca del juego y el azar.
Ahora llegamos al Océano Pacífico, a la ciudad de Long Beach, a pocos kilómetros de Los Angeles. Hicimos una breve parada obligada en Hollywood y continuamos hacia Solvang. Al llegar sentimos que, de repente, habíamos aterrizado en Dinamarca, gracias a la arquitectura estilo danés y a la prolijísima decoración de los negocios, bares y restaurantes. Incluso hay una réplica de “La Sirenita” (el personaje del cuento de Hans Christian Andersen), la estatua más famosa y una de las principales atracciones turísticas de Dinamarca. Solvang se encuentra en el Valle de Santa Inés, en medio de amplios viñedos inmortalizados en el film Entre copas. Fue fundada en 1911 por inmigrantes daneses que se asentaron en torno de la Misión de Santa Inés.
De allí seguimos hacia las playas de Santa Bárbara y San Luis Obispo, donde la gente se reúne al atardecer alrededor de cálidas fogatas para tocar la guitarra y tomar una buena cerveza. Continuamos viajando paralelos al mar por la Highway 1. Esta carretera es famosa por transcurrir a lo largo de la costa Oeste de Estados Unidos con verdes montañas cayendo al Pacífico. Así llegamos a Big Sur, un paraíso natural y bohemio con escasa población estable ubicado en plena California Central y a unos 200 kilómetros al sur de San Francisco. Por su aislada ubicación y su increíble entorno, Big Sur fue, a mediados de los ‘50, el refugio elegido por artistas y escritores como Jack Kerouac y Henry Miller. La zona también atrajo la atención de Hollywood y en 1944 Orson Welles y Rita Hayworth (su mujer en ese momento) compraron una hermosa cabaña de madera en pleno acantilado sobre el mar que, sin embargo, nunca habitaron. La casa es hoy sede del famoso restaurante Nepenthe, donde paramos a comer algo mientras veíamos la caída del sol en el mar. Luego seguimos viaje a la ciudad de Monterey (con una sola “r”), fundada en 1770 y primera capital de California desde 1777 hasta 1849. Es una tranquila ciudad de unos 30 mil habitantes ubicada a orillas de la bahía y conocida por el Monterey Bay Acquarium, emplazado a metros de Cannery Row, la calle inmortalizada por el Nobel de Literatura John Steinbeck. Vale la pena hacer una visita al acuario que, como mínimo, lleva unas dos horas. Al día siguiente partimos hacia San Francisco. Sabíamos que el viaje estaba llegando a su fin y, si bien estábamos cansados, sentíamos una mezcla de nostalgia y plenitud, satisfechos de todo lo que habíamos conocido y vivido. Pero no bien vimos el Golden Gate celebramos el haber llegado a la ciudad neta y nos dedicamos a disfrutar de sus calles ondulantes, sus tranvías, su gente y la posibilidad de saltar de Italia a China con sólo cruzar una calle. Sin dudas esta ciudad fue el mejor destino final para un viaje aún mejor.
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