turismo

Domingo, 26 de enero de 2003

CHILE
DE IQUIQUE AL DESIERTO DE ATACAMA

Brújulas al norte

Al pie de la cordillera, sobre la costa más seca del mundo, Iquique es un puerto que vive recordando sus épocas doradas. Mientras tanto, un poco más al sur, un hotel en medio de la Cordillera simboliza el futuro. Dos caras del mismo norte chileno, marcado por la aridez y paisajes de gran belleza.

Por Graciela Cutuli

El Trópico del Capricornio, que atraviesa la provincia de Jujuy en la Argentina, atraviesa del otro lado de la frontera el Salar de Atacama, en los altiplanos chilenos. Sin embargo, el paisaje del norte chileno no tiene ningún aspecto tropical. Nada de palmares, de selvas exuberantes, de variados matices de verdes sobre los flancos de la Cordillera. Al contrario, el norte de Chile es una de las tierras más áridas del planeta. Algunas de las estaciones meteorológicas del Atacama nunca registraron precipitación alguna. Son desiertos por excelencia, donde la aridez les ganó a la naturaleza y a los hombres. La escasa vegetación se mantiene nada más que con las garúas que se forman en las laderas cordilleranas, y también la presencia humana está muy reducida. Sobre la costa, Antofagasta, Iquique y Arica son los tres puertos principales. En las quebradas, algunos oasis aislados permitieron el desarrollo de algunos pueblitos, sobre el emplazamiento prehispánicos. En este mundo mineral los paisajes son duros y hermosos a la vez, los cielos siempre azules y las montañas cambian de tonalidades con la luz solar. La verdadera riqueza de estos desiertos está en realidad en su subsuelo. Por ella, Chile libró guerras de expansión contra Bolivia y Perú. Sin embargo, la explotación de yacimientos minerales no trajo sustanciales ingresos a los gobiernos chilenos: enriqueció sobre todo a un puñado de especuladores ingleses durante el siglo XIX, que se comportaron como verdaderos señores feudales. En el siglo XX, el ciclo de los nitratos fue reemplazado por el del cobre, que es actualmente la principal fuente de ingresos de Chile. Gracias a sus minas en esta región, Chile es el principal productor mundial. Cerca de Calama, en la región de Atacama, está incluso la mayor mina del mundo, la de Chuquicamata.

Iquique, la arrinconada Como los demás puertos de la región, Iquique ve pasar estas riquezas, que poco la enriquecen. Es una ciudad arrinconada entre el Pacífico y la Cordillera, sobre una costa de acantilado. A pesar de su situación geográfica, no tiene nada de los clichés tropicales. Su historia se resume a pocos períodos: en tiempos prehispánicos, era el asentamiento de pescadores que proveían de pescado y frutos de mar a los pueblos de los altiplanos. Durante las épocas coloniales, creció gracias a la comercialización del guano primero y luego de la explotación de las vecinas minas de plata de Huantajaya. En torno de los años 1880, el puerto fue uno de los botines de las guerras que se libraron entre Chile, Perú y Bolivia. La victoria de Chile lo hizo chileno. Su único período de esplendor le llegó después de esas guerras, cuando en sus muelles se embarcaba buena parte de los nitratos que se sacaban de la Cordillera. A fines del siglo XIX era un puerto pujante, que contaba con una cosmopolita élite de hombres de negocios. Por entonces ya no tenía nada que ver con aquel “mísero caserío en un lugar lúgubre” que había visitado Darwin en 1835. Las aristocracias locales habían levantado elegantes palacios, mansiones y plazas que parecían de otra ciudad, de otro mundo, pero no de este áspero desierto. El colmo del refinamiento se encontraba en las plazas públicas, cuyo césped era importado desde el sur de Chile. Hoy, estas manías de millonarios son apenas recuerdos dolorosos para un puerto que declinó a la par de la explotación del nitrato. La mansión Astoreca, convertida en centro cultural, se puede visitar y revela el modo de vida de los magnates extranjeros que habían hecho crecer y florecer esta ciudad en medio de un paisaje inhóspito. También se visitan el Centro Español, el Teatro Municipal, la Torre Reloj, el Museo Naval y el Regional. Pero lo que más interesa a los turistas chilenos de paso por Iquique es la zona franca, un inmenso shopping donde se compran desde electródomesticos yproductos electrónicos hasta automoviles sin impuestos. El paseo de compras (los precios son muy interesantes aun para pesos argentinos devaluados) puede completarse con un día en las arenas costeras: vale recordar que las playas de Iquique pueden promocionarse, sin temor a la equivocación, afirmando que garantizan un sol sin nubes ni lluvias.

desierto 5 estrellas Atacama es la otra gran atracción turística de la región. Este desierto se encuentra en medio de la Cordillera, a unos 300 kilómetros de Iquique. En el camino hay numerosas paradas interesantes: en las afueras de Iquique vale la pena visitar Humberstone, pueblo fantasma que fue antiguamente un próspero centro minero. En sus alrededores está el Gigante de Atacama, un geoglifo: se trata de una gigantesca representación humana hecha con pedazos de roca de colores en el flanco de la montaña. Es la mayor representación humana hecha por una civilización primitiva. Mide unos 86 metros y es visible desde kilómetros a la redonda. Antofagasta, sobre la costa, es la mayor ciudad del norte chileno. Su historia es semejante a la de Iquique y en su centro histórico conserva mansiones inglesas de madera. Ya en la cordillera, Calama es la ciudad más alta de Chile, a 2700 metros de altura. Esta ciudad nació para recibir a los obreros de las gigantescas explotaciones, que fueron una fuente de conflictos recurrentes entre sus propietarios norteamericanos y el estado chileno, hasta su nacionalización en 1971. El destino de este viaje por la Cordillera árida y muy calurosa es San Pedro de Atacama, que se levanta en una oasis al norte del inmenso salar que lleva su nombre. Se trata de un pueblito de casas de adobe, de unos mil habitantes, a 2440 metros de altura. Con el tiempo y con la apertura del lujoso Hotel Explora se convirtió en uno de los centros principales de turismo de aventura en Chile, y un destino entre los más populares de América Latina. En el pueblito hay numerosas hosterías, pero ninguna puede ofrecer experiencias como este lujoso y a la vez ecológico hotel, un singular emprendimiento turístico que se encuentra en los dos extremos de Chile (existe otro hotel en Torres del Paine, en la Patagonia chilena).
El principio de Explora es residir en el lugar mismo que se va a visitar, en un hotel que brinda el máximo confort pero que se adecuó a las realidades del lugar donde se encuentra. Es un valor agregado para toda estadía en Atacama, de por sí rica en descubrimientos. El primero es generalmente la visita que se hace al Pukará de Quitor, a unos tres kilómetros del pueblito. Se trata de las ruinas de una fortaleza del siglo XII, que formaba un núcleo de poblamiento con Catarpe, antiguo centro administrativo y comercial incaico. Ambos sitios se visitan y recuerdan que sus ocupantes resistieron a Pedro de Valdivia en su paso por la zona en 1540. El salar cuyo extremo norte llega hasta San Pedro es un lago de aguas saladas evaporadas. Es como un mar blanco, que se puede avistar solamente después de tomar estrictas medidas para protegerse cuerpo y ojos. Menos impresionante para quienes hayan ya visitado las provincias cordilleranas argentinas, el Valle de la Luna es una zona de formaciones rocosas atormentadas, con cerros multicolores. Mucho más impactantes son los géiseres de El Tatio, los más altos del mundo, a 4300 metros de altura. No ofrecen el mismo espectáculo que los géiseres de Yellowstone en Estados Unidos o de Islandia, con sus impresionantes chorros de agua caliente lanzados hacia el cielo, pero sí una constante nube de humo que forman un paisaje único en medio de laCordillera. Esta visita se completa generalmente con la de las Termas de Puritama, una serie de cascadas y piletones naturales de aguas termales volcánicas. En medio de este desierto tan extremo, estas termas parecen como un regalo surgido de la nada. El placer de sumergirse en sus aguas es así doble, bajo el cielo siempre azul del norte chileno.

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Los géiseres de El Tatio, los más altos del mundo a 4300 metros de altura.
 
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