Domingo, 6 de enero de 2002 | Hoy
ESPAñA PUERTO GADITANO
Fue fundada hace treinta siglos por los fenicios. Murió por el fuego más de una vez, y siempre renació. La última vez que hizo de fénix, fue reconstruida al mismo tiempo en que se construía La Habana. Un recorrido por el hogar de un carnaval de los más viejos, puerto de exploradores, hogar de museos y antigüedades de varias civilizaciones.
Era 1596 y el océano
Atlántico era escenario de la guerra de los piratas, que bajo todos los
pabellones interceptaban barcos españoles que navegaban hacia Cádiz,
después de hacerse la América. España e Inglaterra ya no
estaban en guerra abierta, una la calma de casi medio siglo, pero el combate
se seguía por otras vías. Un día le llegó la noche
a la península gaditana, cuando un pirata holandés subvencionado
por los ingleses encaró la ciudad para conquistarla. Cuando los piratas
desembarcaron, se encontraron con que las enormes murallas estaban casi tapadas
de arena, eran la rampa perfecta para pasar caminando. No hubo resistencia.
El pirata Essexs se presentó al gobernador y exigió que deponga
las armas. El hombre no tuvo más remedio que aceptar. Hubo una rendición
ceremoniosa, hasta caballeresca, y luego Essexs dio vía libre a sus muchachos
para robar, saquear, prender fuego a la ciudad y violar a las mujeres. Y después
se fue.
Por la Plaza Manuel de Falla, donde se encuentra el Teatro de Carnaval más
viejo de Occidente, no aparecen vestigios de la masacre, en la ciudad con aspecto
colonial tardío. Cádiz parece más bien en su apogeo. Un
esplendor que brota en plazas atiborradas de gente, en el fresco de sus habitantes
que prefieren la noche y disfrutan la playa del día. Resuena en las callecitas
del casco antiguo donde no entran los autos.
La ciudad de uno de los puntos más australes de la Iberia fue reconstruida
después de la hecatombe y parece una versión actualizada y pulcra
de La Habana que sale del otro lado del Atlántico. El parecido no es
casual, ya que ambas ciudades se construyeron juntas. Por su arquitectura, ubicación
geográfica e historia se consideran hermanas. Por eso es posible encontrar
banderas cubanas bajo los arcos del 1600 como paseando por el Malecón
habanero. Su comunicación fue cercana durante dos siglos. Sus puertos
estaban unidos por el comercio y por los gaditanos que emigraron en busca de
ron y otros negocios.
De algún modo Cádiz, en España, es el pueblo más
caribeño de Europa. Aquí la vida sucede siempre de puertas afuera,
más bien tarde, con la fiesta del botellón (una costumbre de salir
a tomar cerveza, vino y bebidas fuertes a una plaza, principalmente aquella
que se llama Mina), que sólo se detiene cuando sale el sol. No hay rastros
de historia trágica. O como lo explica Angela, una gaditana dedicada
al turismo, “es que Cádiz es tan antigua que no tiene ni ruinas”.
Paradojas
El ataque le dio a Cádiz su cara actual. Pero la probable cicatriz es
sólo una anécdota en una historia de tres milenios. La ciudad
fue fenicia, romana, pagana, goda, árabe y andaluza. Los mitos se confunden
con la historia y Angela asegura que Cádiz ya era un asentamiento fenicio
cuando Hércules llegó a las columnas a cada lado del estrecho
de Gibraltar, nombrada por Gádez, el hijo de los dioses.
La ciudad entera está llena de paradojas macabras. Angela cuenta otra,
sentada en el banco de la plaza central, donde tradicionalmente se dice que
fue fundada la ciudad. En 1878, en las afueras, apareció la que hoy es
pieza número uno del museo de la ciudad. En una expedición azarosa,
un grupo de investigadores se topó con el sarcófago fenicio de
un hombre, que tenía tallada en piedra la forma de un corazón
y la rama de un árbol. El rostro, como en Egipto, es el retrato del difunto,
que cree en la reencarnación y pretende mantener la forma de su cara
en otras vidas.
Durante tres décadas, uno de los fundadores del museo buscó, sin
suerte, otra tumba, con la absoluta certeza que debían existir otros
sarcófagos de ese tipo en Cádiz. El hombre revolvió por
todos lados, hizo valiosos hallazgos, encontró anillos, jarrones y ajuares,
pero nunca pudo dar con otra tumba. El hombre vivía en una casona antigua.
En 1980, el municipio decidió tirar abajo la casa para reconstruirla.
Como suele hacerse en Cádiz, primero fueron los arqueólogos que
revisaronel patio y solar, y lo dieron por estéril. Entonces llegaron
las topadoras, dieron sus zarpazos a la tierra y a la segunda sintieron un cimbronazo.
Se habían encontrado con la tumba de una mujer, fenicia y 70 años
más antigua que la encontrada en 1878. Había dormido en el patio
de casa del museólogo. Dentro del sarcófago, tenía un pobre
ajuar y unos hilos de oro. El director nunca llegó a saber el tesoro
que escondía.
Hacia
el barrio viejo
Las calles del barrio viejo sólo permiten ver un tramo pequeño
de horizonte, para donde se mire, como en línea de puntos recortados
por los edificios. Mujeres de andar desparejo ofrecen, desde sus posadas, porciones
de tortilla de papa, por unas pocas pesetas. Otro señor, de cejas subrayadas,
pregunta de dónde es uno y muestra su cartel que ofrece cayos. Angela
cuenta que aquí murió un prócer argentino, que no sabe
cuál, pero sí dónde queda el lugar. La placa aclara que
es Bernardino Rivadavia, el 2 de setiembre de 1845.
En los alrededores de la Plaza Central se alzan las casas de cinco torres construidas
para los comerciantes de Cádiz que hicieron su América. Son construcciones
ampulosas y orgullosas, que llegaron a tanto que obligaron a los alcaldes a
firmar leyes contra “la construcción exacerbada de ostentaciones”,
como se refiere a la Casa Flagela, propiedad de un comerciante sirio. “Luchaban
por ver quién tenía más torres”, asegura Angela.
En el centro de la plaza se encuentra un pequeño obelisco que da cuenta
de la fundación de la ciudad. “Aquí se juntaban los políticos.
A este lugar la gente le llamaba el Mentidero y luego el nombre se cambió
a La Plaza de la Verdad.” En el museo, cuenta Angela, son notables las
estatuas sin cabeza. Aquí fue donde la paradoja se transformó
en ironía. “Para qué iban a molestarte en hacer la estatua
entera, si los envenenaban cada tanto. Mejor esperar, y ponerles, cada vez,
una cabeza nueva.”
Ultimo paso
La ciudad vieja está ahora ocupada por un grupo de marroquíes
que pudieron saltar de Ceuta a Gibraltar. Angela muestra otro rincón
que tiene que ver con la Argentina. Frente a la iglesia, a unos metros de la
Casa del Obispo (donde hace poco se encontró un anillo de oro fenicio),
está la Plazuela de San Martín.
Con su playa por cuatro costados, con su historia vieja, Cádiz es una
capa vertical de asentamientos, dominios, imperios. Como dice la vieja copla
de carnaval del grupo Los enterradores del siglo XIX, sobre los últimos
gobernadores del Cádiz, de nombre Carranza: “Debajo de la tumba
de los Carranza, se encuentran cuatro romanos con cuatro lanzas. Debajo de los
romanos con cuatro lanzas, se encuentran cuatro tarteros con cuatro tartas.
Debajo de los tarteros con cuatro tartas, se encuentran cuatro fenicios diciendo,
¿qué pasa?, ¡Qué de gente hay encima de mi casa!”.
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