Domingo, 31 de enero de 2010 | Hoy
NEUQUEN > OPAHUE Y AGUAS CALIENTES
En el norte de la provincia de Neuquén se encuentran los dos centros termales más singulares del país. Por un lado, Copahue, que goza de renombre internacional por sus virtudes curativas, y por otro, Aguas Calientes, un manantial agreste y muy poco conocido al pie del Domuyo, donde también brotan con furia los vapores de un géiser.
Por Graciela Cutuli
Llegar a Copahue es como llegar a la luna; como aterrizar en uno de los paisajes más extraños de la Cordillera. Es un mundo mineral, sin árboles y rodeado de cerros, un valle donde las fumarolas brotan entre las rocas y un centro termal donde se sienten tanto la energía de la tierra como el aire de Aventuras. El subsuelo al pie del volcán Copahue se siente vivo, haciéndose notar con olores a azufre y amoníaco, a veces entre humos tan densos que a llegan a opacar la silueta del sol en el cielo.
Un poco más al norte, al pie del Domuyo –el cerro más alto de la Patagonia– hay otras fuentes termales, las de Aguas Calientes. Son termas en bruto, en un total estado natural, pero además de ser atractivas por sí mismas permiten conocer el único géiser en actividad de la Argentina.
Estas dos propuestas de termalismo a la neuquina, en plena montaña y con mucha aventura como opción adicional, son muy distintas a las termas en su forma más tradicional, como las del Litoral entrerriano o las de Santiago del Estero. Vale la pena conocerlas, salirse de los caminos ya demasiado recorridos y empezar por Copahue, que a pesar de la distancia y de su ubicación en plena Cordillera se ganó fama mundial por sus virtudes.
FUMAROLAS EN EL CAMINO Vistas de lejos, Caviahue –abajo– y Copahue –arriba–, parecen una sola. Pero los 20 kilómetros que las separan también revelan identidades muy diferentes: Caviahue es el centro poblacional permanente, un pueblo en pleno crecimiento donde se concentran los hoteles y donde los esquiadores y turistas se cruzan con los gauchos en los kioscos y autoservicios. Unos en busca de galletitas y gaseosas, los otros en busca de clavos para las herraduras de sus caballos... Caviahue, entonces, conserva su atmósfera de pioneros a la vez que se está transformando en un centro turístico moderno. Montaña arriba, Copahue es radicalmente distinto, un lugar que parece inspirado en las tierras lejanas y extrañas de las obras de ciencia ficción.
El camino de ripio entre una localidad y otra va preparando gradualmente para este cambio. A medida que se pasa de los 1620 metros de altura de Caviahue a los 2010 de Copahue, los bosques de araucarias van desapareciendo, la vegetación se va escondiendo entre las rocas y el cielo se pone de un azul más intenso, casi vibrante. Como antesala de Copahue, vale la pena parar en Las Máquinas, un nombre raro para un centro termal en desuso. Allí se instaló el que fue el primer centro termal de la región: y aunque es de acceso más fácil en invierno, ahora está sólo bajo vigilancia de fuerzas militares en espera de una nueva concesión. Si se puede ingresar, el espectáculo es fascinante, con auténticas ollas de barro hirviente y aroma a azufre. Cerca de allí está Las Maquinitas, otro pequeño complejo termal abierto al público, pero con muy poca infraestructura. Es un anticipo resumido de lo que se ve en Copahue, minutos más arriba, pero más agreste (y esta condición, que hace sentir al visitante más en contacto con la naturaleza, también implica cierto riesgo en el baño termal sin control). Las Maquinitas es una suerte de hoyada donde hay ollas con aguas termales, respiraderos y fumarolas, además de piletones a los que se accede gracias a una pasarela. El lugar es particularmente atractivo por la tarde, cuando este pliegue de las montañas se refugia poco a poco entre las sombras y las fumarolas siguen destacándose sobre el cielo azul. El lugar muestra de esta forma su costado dantesco, atractivo e inquietante a la vez.
LAS TERMAS DE LA LUNA En pocos minutos se llega finalmente al final de la Ruta 26, que termina entre un puñado de casas y el complejo termal, en el centro mismo de Copahue. Hay que imaginar una pequeña llanura rodeada de cumbres, salpicadas de grandes manchas de nieve incluso en pleno verano; casas de techos de chapas verdes y rojas; un pasto ralo que pone un matiz verde sobre el suelo de rocas; una gran laguna de color gris claro que reluce bajo el sol como una placa de metal; humo por encima de la laguna; fumarolas que brotan de entre las rocas; un olor a azufre omnipresente que se impregna en la ropa y hasta en el cuero de los zapatos; un silencio mineral en el cual la actividad humana es apenas un murmullo.
Copahue es un mundo sensorial distinto, como para experimentar algo totalmente nuevo, un pedazo de luna caído en la tierra. La naturaleza estaba inspirada cuando creó este valle perdido en una lejana porción de los Andes: hay aguas calientes y otras que directamente hierven, aguas bebibles y otras totalmente venenosas, lagunas de agua y lagunas de barro, aguas azules y otras verdes. Todo mezclado, y a poca distancia. Por ejemplo, en un borde de la laguna principal, de aguas grises y altamente tóxicas, brota una fuente de agua potable a 90ºC, ideal para el mate. Tan increíble que parece haber sido puesta a propósito...
La rareza del lugar no tiene que hacer olvidar la calidad y las virtudes de sus aguas termales, conocidas desde las épocas prehispánicas, aunque Copahue sólo empezó a desarrollarse en el siglo XX con los primeros “curistas” que impulsaron el crecimiento del centro. Aquellos comienzos están lejos: hoy es un amplio complejo termal y de balneoterapia, equipado también con un spa y preparado para 2500 sesiones diarias. En verano un equipo de profesionales atiende y trata a los visitantes que vienen para conocer el lugar o para curar afecciones. En Copahue se aprovechan las aguas, pero también el fango que se forma por la alteración de las rocas en las lagunas de aguas sulfurosas, las algas que prosperan en las aguas termales y hasta los vapores. Las aguas, en particular, brotan desde 20ºC hasta 90ºC, y son según su composición química sulfuradas, sulfatadas, ferruginosas, bicarbonatadas, carbogaseosas o radioactivas, destinadas a tratar afecciones osteoarticulares, respiratorias y dermatológicas. El spa, una novedad de hace pocas temporadas, ofrece un complemento de bienestar y tratamientos estéticos.
Copahue abre sólo en verano, ya que en invierno toda la villa está sepultada (en el sentido más literal de la palabra) por una espesa capa de nieve, donde las lagunas termales forman como un oasis de calor en medio de un desierto helado. Es entonces cuando se organizan visitas desde Caviahue para esquiar sobre los techos de las casas, que apenas afloran sobre el manto blanco, y para bañarse en medio de la nieve. Entretanto en Caviahue hay un centro termal, con aguas, fangos y algas extraídos de Copahue, abierto todo el año e ideal para combinar con las propuestas del centro de esquí.
UN HIDROMASAJE NATURAL Las otras aguas termales administradas por el Ente Provincial de Termas de Neuquén están más al norte de la provincia, al pie del volcán Domuyo, en una región que no tiene nada que envidiarle a Copahue en materia de curiosidades naturales. Un reto que ya de por sí pone las expectativas muy altas. Andacollo es la capital de la región y el punto de acceso a un recorrido que pasa por el pueblito de Varvarco antes de internarse en la inmensidad del norte neuquino. La ruta de ripio que hay que emprender en esta aventura está marcada, para fotógrafos y ojos sensibles, por los hitos que dejó la naturaleza. Los Bolillos son los primeros. Es un valle de formaciones rocosas cónicas, muy singulares, que forman como sombreros de duendes minerales y desproporcionados, uno pegado al otro. Son rocas de color ocre que contrastan con los tonos más amarillentos del suelo, rocas blandas talladas a gusto por el viento y el agua creando formas que no pueden dejar de ser un alto en el trayecto a las termas más recónditas del país.
El camino toma su tiempo y recorre toda la extensa comarca al pie del Domuyo. Pasa por el Cajón de Atreuco, otro alto fotográfico en el lugar de un puente sobre el arroyo Atreuco, para llegar a Los Tachos, a 2250 metros de altura y al pie mismo del volcán. Allí se deja el vehículo y se camina por el flanco de la montaña siguiendo una huella entre las rocas para llegar a un verdadero géiser, un chorro de vapor y de aguas casi a punto de ebullición lanzado con furia hacia lo alto desde un macizo de rocas. Otro géiser de menor altura (unos dos metros frente a los cuatro del principal) surge del lecho mismo de un arroyo de aguas heladas que baja del Domuyo. Calor y frío conviven en el mismo lugar y sólo algas de colores vivos, como pintadas en tonos flúo, advierten sobre la temperatura del agua del géiser. Estas algas, que se forman y prosperan sólo en aguas muy calientes, le ponen al paisaje un toque de cuadro surrealista.
Las mismas algas se encuentran en las termas de Aguas Calientes. Más que un centro termal, se trata de un complejo natural con una cascada y un piletón de aguas que bajan naturalmente cálidas desde la montaña. El lugar fue acomodado de manera rudimentaria para los acampantes, lo cual no quita nada a sus propiedades clorosulfatadas, cálcidas, sódicas, alcalinas y bicarbonatadas. Aguas Calientes es un destino de aventureros que recorren la región y aprovechan sus baños reparadores, y al mismo tiempo de curistas que vienen a aliviar problemas de reuma e insuficiencia hepática. Hay que seguir las indicaciones de las algas para no equivocarse entre los dos caudales de agua que bajan de la montaña. Uno está realmente muy caliente, a más de 70ºC, mientras que el otro baja a 30ºC y forma una suerte de hidromasaje natural.
Finalmente, en Aguas Calientes hay otro atractivo para conocer, porque aquí se recibe la visita de los piñeros trashumantes de la comarca, que hacen pastar sus rebaños de cabras y ovejas en todo el macizo del Domuyo. A ellos precisamente se les puede comprar el asado de la noche, luego de un día de aventuras por las montañas, o de una tarde de relax en el spa más natural de la Argentina
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