BRASIL EL PELOURINHO DE SALVADOR DE BAHíA
El Pelourinho, el barrio antiguo de la capital bahiana, se transformó en un bastión de la cultura negra que bulle en un constante sonar de tambores, capoeira y personajes dignos de la imaginación literaria de un escritor como Jorge Amado. Samba, danza y galerías de arte lo convierten en el centro de la vida popular de Salvador.
› Por Julian Varsavsky
Para Jorge Amado, Salvador era la “célula madre de la cultura brasileña”, la ciudad negra por excelencia de Brasil, la que engendró “un pueblo bueno, amigo de los colores chillones, bullanguero, manso y amable”. El sello africano se muestra hoy no sólo en el color de la piel de los habitantes, sino también en los cultos religiosos, mudados de continente y mezclados con el catolicismo, en esa fusión de danza y artes marciales que se conoce como “capoeira”, en la música de Olodum y en la historia que reflejan las paredes de su barrio antiguo, el Pelourinho. “Aquí están –escribió Amado– las grandes iglesias católicas, las basílicas, y aquí están los grandes terreiros de candomblé, el corazón de las sectas fetichistas de los brasileños. Si el arzobispo es el primado de Brasil, el padre Martiniano de Bonfim era una especie de Papa de las sectas negras en todo el país y la Mae Menininha es la papisa de todos los candomblés del mundo.”
EL ALMA DE BAHIA El Pelourinho es un antiguo barrio convertido, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en la faceta más esencial de la vida popular bahiana. En sus orígenes fue el centro comercial de la colonia, el lugar donde vivía la nobleza local. Por ironía de la historia se fue transformando, siglo tras siglo, en el barrio más miserable de la ciudad, donde la majestuosa decadencia de los monumentos seduce por la mera sugestión de lo que habrán sido.
Las cosas empezaron a cambiar en 1991, cuando el gobierno de Bahía dio impulso al ingente proceso de restauración del barrio, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985. Al borde de perderse para siempre, de pronto el reloj del Pelourinho empezó a mover las agujas hacia atrás: una tras otra, de la mano de un ejército de obreros y arquitectos, las casas empezaron a rejuvenecer. Donde antes todo era tugurio y oscuridad, las luces callejeras pusieron nueva vida. El “milagro” se fue extendiendo; subió por la ladera del Carmo y bajó a lo largo de la Rua do Passo, doblando por Terreiro de Jesús. Los viejos palacetes devenidos en conventillos recobraron su cálido rubor; las tejas rojas ahora brillan totalmente barnizadas, y los marcos de madera de las ventanas lucen renovados, como los santos en los pedestales de las iglesias.
El Pelourinho, ignorando los excesos que acarrea el turismo, se convirtió en una fortaleza viva de la cultura negra, con un constante latido de tambores que salen de los bares, los centros culturales y directamente de las calles, el escenario público por excelencia. Samba, música popular brasileña, teatro, danza y un sinfín de galerías y talleres de arte convierten al Pelourinho en el centro de la vida popular bahiana, la misma que nutre las novelas de Jorge Amado.
La restauración del barrio logró mantener su esencia. Hasta en los viejos adoquines, recolocados con la misma irregularidad de siempre, un detalle que dificulta la marcha y acaso determina la forma cansina del andar bahiano. Pero aunque el Pelourinho está reluciente, conserva todavía espacios libres de toda restauración, que revelan entre las ruinas algo de su perdido esplendor.
RITMOS DE OLODUM Sobre todo los martes a la noche, el Pelourinho late al son de un extraño pero ya familiar ritmo de tambores. Bahianos, brasileños de cualquier parte del país y turistas de todo el mundo se acercan hasta la plaza Teresa Batista para asistir a la presentación de Olodum en un microestadio, cautivados por los tambores pintados a mano con los colores de Africa: rojo, dorado, verde y negro. Lo que se escucha es el samba-reggae, una combinación de la “samba do reconcavo” de Bahía con el reggae de Jamaica. El otro día de fiesta es el domingo, cuando Olodum ofrece recitales gratuitos de verano frente a la iglesia Nuestra Señora del Rosario de los Negros, en el Largo do Pelourinho.
El grupo nació en 1979, fundado por un grupo de habitantes del Pelourinho como un “bloco” de Carnaval para permitir la participación real en la fiesta de los sectores más marginados de la ciudad. Hoy son más de 3000 los miembros del bloco de Olodum que desfilan en el Carnaval. Una buena voz, que se hace escuchar, para cumplir uno de los objetivos de la agrupación: denunciar la discriminación racial que sufren los negros en el mundo. Su banda de percusión es famosa por haber grabado un disco con Paul Simon y por haber participado en un videoclip con Michael Jackson, dirigido por Spike Lee. Además tiene una escuela de música para niños y adolescentes de familias pobres interesados en la esencia percusiva de la música negra.
En el Pelourihno hay dos lugares principales para visitar vinculados a Olodum: la Casa do Olodum, donde se realiza un show semanal durante casi todo el año, y muy cerca el Bar do Olodum, decorado con afiches de Malcolm X y tambores multicolores.
LA CAPOEIRA Lo busque o no, todo viajero que llegue a Bahía tomará contacto con la capoeira, el segundo deporte más popular de Brasil después del fútbol. Aunque en realidad no es un simple deporte: es una mezcla de danza con arte marcial, no exenta de cierta raíz religiosa que le viene de su origen ritual africano.
Los capoeiristas suelen verse en la plaza pública, en las playas, en los sitios turísticos y en las escuelas de capoeira. Y por supuesto en el Pelourinho, donde funcionan precisamente varias de esas escuelas. Allí se reúnen en círculos de 10 a 15 personas dirigidas por un maestro, mientras sucesivas parejas pasan por el centro del círculo para “combatir”. Como los cuerpos jamás se tocan, la capoeira es más una danza y un juego que una forma auténtica de lucha.
El ritmo del baile lo marcan el berimbau, un primitivo instrumento de cuerda con una función casi percusiva; el atabaque, un tambor apoyado en el suelo, y un pandeiro, una especie de tambor más pequeño. Los “combatientes” se valen de patadas que lanzan con las manos apoyadas en el suelo: pero son, en verdad, golpes muy anunciados para que el adversario los pueda esquivar, ya sea agachándose o saltando. Entre amague y amague se suceden toda clase de saltos acrobáticos, reveladores de la increíble flexibilidad de los fibrosos cuerpos de raíz africana.
El origen de la capoeira está sujeto a toda clase de especulaciones, pero su raíz africana es indiscutible. Según los historiadores, el núcleo de su desarrollo en Brasil fue un quilombo legendario llamado Palmares, donde a comienzos del siglo XVII se refugió un grupo de esclavos que habían acuchillado a sus amos. Conquistada así su libertad, estos esclavos establecieron una comunidad abierta también a indios y mestizos. La experiencia promovió la rebelión y las fugas hacia el quilombo de Palmares, cuyo crecimiento –llegó a tener 20.000 habitantes– se convirtió en una amenaza para los terratenientes azucareros. Se cree que allí la capoeira se desarrolló exclusivamente como una técnica de combate. Cuando en 1630 los holandeses derrotaron a los portugueses en Brasil, buscaron aniquilar los quilombos organizando incursiones en la montaña: pero poco podían hacer los soldados contra los negros ocultos en la selva, que se valían de los flexibles y rápidos movimientos de la capoeira para tenderles emboscadas cuerpo a cuerpo. Los que eran atrapados eran llevados a las plantaciones, donde se dedicaban a enseñar capoeira a sus nuevos compañeros. Sin embargo, para disimular que practicaban una mortal forma de combate, vestían sus prácticas de un manto de baile y juego que ocultaba sus verdaderas intenciones. Finalmente, después de once rebeliones negras, la esclavitud fue abolida en Brasil en 1888, aunque la prohibición de la capoeira duró muchos años más.
PERSONAJES AMADOS Quien recorra el Pelourinho notará sin duda que allí hay algo en el aire, en la comida y en el andar de los mulatos que invita a reconocer a los personajes de Jorge Amado. Cuentan que por la calle suele verse a Vadinho en persona, tambaleante y en compañía de su inseparable Mirandao, con los bolsillos vacíos pero felices como nadie. En una casa de suave color violeta espera ansiosa Doña Flor, dueña de grandes frustraciones y grandes alegrías. Y en algunas laderas se aparece también Quincas Berro Dágua, escapado otra vez de su propio velorio a expensas de sus compadres, que no pueden emborracharse sin “o paizinho da gente”. Son ellos en persona, de carne y hueso, verosímiles hasta no saber si se escaparon de los libros o si fueron capturados allí mismo por la pluma del escritor. Basta con apurar el paso para alcanzar a alguno y conversarle un rato... Quien les caiga bien, seguramente será invitado con una boa caçhazinhaz
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