Dom 11.04.2010
turismo

BUENOS AIRES FERIA DE MATADEROS

El campo en la ciudad

La animada Feria de Mataderos es el punto de encuentro del campo y la ciudad. Aquí se unen las raíces culturales argentinas a través de artesanías, comidas, bailes y destrezas gauchescas que fascinan a locales y extranjeros por igual. Una zambullida en la vida rural, a un paso del cemento.

› Por Mariana Lafont

La gente va llegando al barrio de Mataderos a partir de las once de la mañana. Desde el mediodía, las parejas dan los primeros pasos de baile al son de una zamba o una chacarera. Algunas mujeres bailan con jeans y otras con polleras paisanas, mientras los caballeros zapatean con sombrero, botas y bombachas de campo. La música sigue sonando y una mezcla de aromas invade el barrio mientras se hacen asados, chorizos, empanadas, locros y tamales. Algunos turistas europeos saborean su reciente descubrimiento gastronómico: el choripán, la gran delicia de las pampas. De pronto cesa la música. Es la una de la tarde: una voz por altoparlante anuncia el izamiento de la bandera que marca la inauguración oficial de la Feria de las Artesanías y Tradiciones Populares Argentinas, más conocida como Feria de Mataderos. Mientras se escuchan los primeros acordes de “Aurora”, varios de los presentes se remontan a la escuela primaria en un emotivo momento.

Cada domingo, de abril a diciembre, entre las once de la mañana y las ocho de la noche miles de porteños y turistas llegan a este barrio porteño para conocer la Feria, en la intersección de las avenidas Lisandro de la Torre y De los Corrales, que ya es un clásico de Buenos Aires. Sus orígenes se remontan al año 1986, cuando surgió como un espacio para difundir las raíces culturales argentinas, y con el tiempo se convirtió en una tradicional excursión de fin de semana. Año tras año se fueron sumando más puestos y hoy ya son más de trescientos. Cada uno de ellos representa a una provincia argentina, con productos típicos como mantas, ponchos, artesanías en cuero, platería y muchas cosas más. La feria consta de tres áreas básicas presentes todo el año: artesanías tradicionales, festival artístico y destrezas gauchescas, alrededor de las cuales hay talleres, charlas, exposiciones y proyección de videos. Si bien es un lugar de difusión de nuestras raíces, los países vecinos también tienen su espacio y se celebran fiestas como la de la Pachamama, el Día Internacional del Folklore, el Carnaval de NOA y Bolivia (Oruro) y la Independencia del Brasil.

LA RECOVA Y EL RESERO Una vez izada la bandera, la Feria de Mataderos ya está formalmente inaugurada. Mientras algunos almuerzan, otros deambulan por los puestos y más gente sigue llegando para el mate con pastelitos de la tarde. Entre tanto, la pista de baile se sigue animando y agrandando con gente de todas las edades y por el escenario desfila un sinfín de cantantes y grupos folklóricos. Por estas mismas tablas han pasado artistas como Víctor Heredia, Eduardo Falú, Ramona Galarza y el Chango Spasiuk.

Dos iconos arquitectónicos enmarcan la concurrida cita. Por un lado la vieja Recova del ex Mercado Nacional de Hacienda, inaugurado en 1890, una de las pocas y más antiguas que aún quedan en la ciudad. Junto con el resto del conjunto edilicio es Monumento Histórico Nacional desde 1979. Además, en la planta baja funciona desde 1964 el Museo Criollo de los Corrales, un sitio costumbrista que exhibe la vida y las tradiciones del hombre de campo, albergando carretas, un aljibe, platería, una pulpería y muchos cuadros y almanaques de Molina Campos.

El otro icono es el Resero, el primer monumento emplazado en el barrio recordando a los antiguos reseros que arreaban las vacas del campo al matadero. En épocas pasadas eran los responsables de asegurar la buena condición en que llegaba el ganado pero con el correr del tiempo fueron reemplazados por otros medios de transporte. La estatua estuvo ubicada originalmente en la plaza Alvear, frente al Palais de Glace, y en 1934 se trasladó a la entrada del Mercado de Hacienda. La escultura fue encargada en 1929 por el municipio porteño a Emilio Sarguinet, artista especialista en figuras de animales, que la terminó en 1932. Cuando se trasladó a Mataderos, la base de la estatua tenía unos pocos centímetros de alto y, de lejos, la figura parecía estar sobre el césped: sin embargo, como los niños se subían al caballo primero se decidió elevar la base y finalmente años después fue enrejada.

Desde el mediodía, las parejas dan los pasos de baile al son de una zamba o una chacarera.

Además de gastronomía y artesanías, la feria ofrece la posibilidad de zambullirse en la vida rural, aunque sea sobre el asfalto, y ver destrezas gauchescas. A partir de las tres de la tarde, a sólo doscientos metros de los puestos de comida se pueden presenciar carreras de sortija. Claro que el juego no es fácil: el jinete debe embocar un palillo de plata que lleva en la mano dentro de una pequeña argolla que cuelga de un arco de dos a tres metros de altura. El gaucho empieza la carrera cien metros antes, se para sobre los estribos y debe tener el brazo en alto con el palillo. También hay corridas para niños, sin duda los favoritos del público, que van en sus petisos y con vestimentas típicas. Además el espectáculo es comentado por un relator, que se instala con su megáfono y cuenta, casi sin respirar, todo lo que va aconteciendo. Así, la Feria de Mataderos no sólo provoca el encuentro del campo y la ciudad, sino también del pasado y el presente del barrio.

MATADEROS DE ANTAÑO Hace poco más de un siglo, urbe y campiña se confundían en este emblemático barrio de Buenos Aires. Los mataderos ya no están, pero aún perdura su esencia cada domingo en la feria mientras el viejo camino de los Corrales (hoy Avenida de los Corrales) se transforma en una puerta al pasado. En el extendido y poblado Mataderos, próximo a Liniers, Villa Luro, Parque Avellaneda y Villa Lugano, la tradición campestre se mantiene viva como en ningún otro barrio porteño, al punto que en los años ’60 y parte de los ’70 aún era lugar de encuentro de payadores.

Antiguamente Mataderos era una zona de quintas escasamente poblada, más próxima al campo que a la ciudad. A partir del siglo XIX se la conoció como “Nueva Chicago”, ya que en la ciudad norteamericana el mercado de ganado estaba rodeado de plantas procesadoras de carne y algo similar se quería hacer en esta parte de Buenos Aires. Hasta 1901 los mataderos porteños habían funcionado en los llamados Nuevos Corrales del Sur, creados en 1872 y ubicados en el actual Parque de los Patricios. Pero luego de grandes inundaciones se decidió mudarlos a una parte más alejada: así, el 14 de abril de 1889 se colocó una simbólica piedra fundamental para “inaugurar” el nuevo barrio, poblado mayormente por hombres dedicados a la industria cárnica. El término Nueva Chicago fue reemplazado por Mataderos (hoy sólo el equipo de fútbol del barrio conserva ese nombre) y, desde entonces, cada 14 de abril se celebra el Día de Mataderos.

De visita por aquí se puede cerrar los ojos y tratar de imaginar cómo eran los mataderos de antaño, aquellos que tenían varios corrales y pertenecían a diferentes carniceros. Las vacas llegaban a pie desde el campo, traídas por los reseros, y entraban por la actual Avenida de los Corrales, por entonces sólo una huella. Para matarlas se las enlazaba y tiraba a la tierra para allí cortarles el cuello. Luego se las desollaba y se cortaba la carne sobre el mismo cuero, única protección de la tierra y el barro. Los restos del animal que no se usaban recibían el nombre de “mucanga” y de ahí surgieron los “mucangueros”, jóvenes que se dedicaban a retirar la mucanga de las canaletas (lo cual estaba prohibido) y luego la vendían por unas monedas a fabricantes de jabón. Aunque muchos de ellos bordeaban la delincuencia y el robo de animales, no todos eran maleantes: basta recordar a Justo Suárez, más conocido como “el Torito de Mataderos”, el famoso boxeador de peso liviano del barrio y uno de los primeros grandes ídolos del deporte argentino.

Finalmente, otro de los testigos de aquellos tiempos lejanos es el Bar Oviedo. Este Bar Notable de la ciudad de Buenos Aires abrió sus puertas en el 1900 y aún está presente en pleno corazón de la feria. En sus comienzos era un antiguo almacén de campo, mezcla de bar y bazar donde se reunían los paisanos de la zona, los que trabajaban dentro del Mercado Nacional de Hacienda y los que llegaban desde la provincia de Buenos Aires arreando ganado. También se lo conoce como el “Café de los Payadores” porque aquí se daban cita Nicanor Reyes, José Bettinotti y Gabino Ezeiza, entre otros. En síntesis, la Feria de Mataderos es algo más que un lindo paseo de domingo y, como bien dijo un paisano, “es un oasis folklórico en plena jungla de cemento”

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