Domingo, 11 de abril de 2010 | Hoy
GUATEMALA CENTROAMéRICA MAYA
En el corazón de América Central, Guatemala despliega como las alas del quetzal, el ave nacional, su asombrosa biodiversidad. El territorio es pequeño, pero la geografía es grande: volcanes, lagos, playas y un pasado fascinante, donde la historia colonial y el mundo maya se muestran en todo su esplendor.
Por Graciela Cutuli
Quien pudiera gozar de la mirada de un pájaro, no podría sino detenerla con admiración sobre la superficie de un país de América Central, tan pequeño como fascinante. Guatemala podría entrar casi tres veces en la provincia de Buenos Aires: y en esa superficie, unos 108.000 kilómetros cuadrados, hay volcanes que superan los 4000 metros, selvas de altura, lagos nacidos en la profundidad de los cráteres y playas de arena dorada. Una montaña rusa de la naturaleza, y un marco exuberante para una cultura no menos extraordinaria, que floreció antes de la conquista española y siglos después sigue fascinando con sus monumentos y sus tradiciones. Ante el viajero llegado de otros rincones del mundo, en Guatemala la civilización maya sale de los libros y se revela en toda su vital complejidad.
GUATEMALA CITY “Guate” o “La capital”: son las formas más amigables de llamar a la ciudad que oficialmente porta el nombre de La Nueva Guatemala de la Asunción. Situada a 1592 metros, es la capital más alta –y también más fría– de América central: sus inviernos, parecidos a los que soporta cualquier porteño, están a años luz de los de Managua, donde la temperatura siempre calurosa supera fácilmente los 30 grados.
Basta echar un vistazo alrededor para comprender que esta tierra accidentada es reino de volcanes, como los gigantes de Agua, de Fuego y Acatenango que rodean la ciudad. Si además se recuerda que el país entero está situado sobre una zona de importante actividad geológica, no extrañará que la ciudad haya sido modelada también por los desastres: erupciones y terremotos fueron una constante a lo largo de su historia. Hoy Guatemala es una capital desigual; sus 25 zonas, organizadas sobre una estructura cuadrada y surcadas por avenidas de nombres grandilocuentes –Los Próceres, Las Américas, La Reforma– van desde el deteriorado centro histórico (en las zonas 1, 2 y 3) hasta la concentración de edificios públicos del Centro Cívico (en las zonas 1 y 4) y los hoteles y centros comerciales de la Zona Viva (como se conoce a la zona 10). Probablemente en estos sectores se concentrará la mayor parte de una visita: en el casco antiguo se encuentra la Plaza Mayor, junto al Palacio Nacional de la Cultura, la Biblioteca Nacional, la Catedral, el Portal del Comercio y el Archivo General de Centroamérica. En la parte posterior de la Catedral, el Mercado central invita a comprar toda clase de artesanías; entretanto las numerosas iglesias –La Merced, Santo Domingo, Santa Rosa, Capuchinas– conservan obras de arte de los siglos XVI al XIX. También el curioso Mapa en Relieve de Guatemala, realizado a principios del siglo XX, que sobre unos 1800 m2 reproduce con todo detalle la geografía del país a una escala 1:10.000 para la extensión horizontal y 1:2000 para la vertical. Para darse una idea, el cono que representa al volcán Acatenango, de 3880 metros snm, supera los dos metros de altura. La capital guatemalteca tiene también dentro de sus límites el sitio arqueológico de Kaminal Juyu, en la zona 7, y a unos 60 kilómetros el sitio Mixco Viejo, o Jilotepeque Viejo, todavía habitado cuando llegaron los españoles.
ANTIGUA GUATEMALA En una primera mirada, no hay que confundir la capital guatemalteca con Antigua Guatemala, situada a menos 50 kilómetros: esta ciudad fue la tercera capital fundada aquí por los españoles, en 1543, después de una destructiva inundación. Pero no tuvo mejor destino; asolada por pestes y terremotos, en 1773 un sismo acabó de destrozarla. Sin embargo, lo que quedó de su arquitectura colonial es una joya que la convierte en un gran atractivo turístico a un paso de la capital moderna. La Plaza Mayor, con centro en la legendaria Fuente de las Sirenas, está rodeada por el Palacio de los Capitanes Generales, el Ayuntamiento, la Iglesia de San José, el Palacio Arzobispal y el Portal del Comercio. Para las fotografías son una tentación la fachada barroca de la Catedral, los abigarrados productos del Mercado de Artesanías, el muro de piedra tallada del Palacio del Ayuntamiento, el frente de la Iglesia de la Merced, las columnas de la Iglesia de San Francisco y las arcadas del patio circular del Convento de las Capuchinas. Todo en ella respira tiempos antiguos, haciendo honor a su nombre, como un libro abierto en las páginas de un pasado eterno.
Partiendo de Antigua Guatemala se puede visitar el Pacaya, uno de los volcanes más activos del territorio guatemalteco, que muestra una vida constante desde la violenta erupción registrada a mediados de los años ‘60. Convertido en el centro de un Parque Nacional, forma parte del llamado “arco volcánico centroamericano” y se llega en menos de dos horas de viaje desde la antigua capital: sin embargo, es mejor reservar el ascenso –siempre con guías autorizados– sólo a quienes tengan cierto entrenamiento en la montaña. No por la altura del cráter, en torno de los 2500 metros, sino por las dificultades del terreno, con desniveles y grietas de donde brota el intenso calor del magma. Un espectáculo único, como caminar sobre fuego, que revela la vida intensa y oculta sobre el perfecto cono del volcán y sus luminosos ríos de lava.
SITIOS MAYAS Guatemala, que fue maya, lo sigue siendo. Millones de habitantes son de la estirpe indígena que creó un magistral calendario; que tejió en sus telares los secretos del universo; que levantó monumentales pirámides de piedra. Millones de habitantes siguen hablando las decenas de lenguas heredadas por una civilización de auténticos “hombres de maíz” del Popol Vuh y Miguel Angel Asturias. Hoy los pueblos mayas están lejos del esplendor de su pasado, pero se sacuden los siglos de opresión en los vivos colores de sus tejidos, reveladores de su profunda dimensión mítica. Basta mirarlos para revivir, de un solo vistazo, la vasta impresión que causa la contemplación de sus antiguas ciudades.
De todas ellas, la más famosa e imponente es Tikal, en la región de Petén y perteneciente al periodo clásico de la civilización indígena, que ya había concluido a la llegada de los españoles. Los principales monumentos de Tikal fueron construidos en ese período, entre los años 200 y 850 de nuestra era, hasta que el sitio fue abandonado por sus pobladores a fines del siglo X. Paradójicamente, este sitio central para el mundo maya no se conoce con su nombre auténtico –que se pudo descifrar como “Mutul” o “Yax Mutul”, basándose en las inscripciones de la piedra– sino con la denominación que le dio el arqueólogo norteamericano Sylvanus Morley, estudioso de la región: “Tikal”, o “lugar de las voces”. Extendida sobre unos 60 kilómetros cuadrados, sólo una pequeña parte fue despejada y liberada de la selva: el resto sigue ocultando secretos del pasado, como los que pueden descubrirse en las seis grandes pirámides y el palacio real que hoy forman, junto con otras pirámides más pequeñas y varias residencias, el conjunto central de Tikal. Hasta 55 metros de altura se eleva el Templo del Gran Jaguar, construido en torno del año 700 como tumba del gobernante Hasaw Chan K’awil. Su esposa está sepultada en el Templo de las Máscaras o Pirámide de la Luna, de 50 metros de altura, y cerca de ella se levanta el Templo de la Serpiente Bicéfala, de 64 metros, construido por el hijo de Hasaw, Yaxkin Chan Chac. El Templo del Gran Sacerdote, el Templo V y el Templo de las Inscripciones completan el corazón de estas bellísimas ruinas, que sólo fueron redescubiertas a mediados del siglo XIX y aún están siendo minuciosamente investigadas por los arqueólogos.
Otro sitio maya para descubrir es el de Quiriguá, en el departamento de Izábal, famoso por las estelas de piedra y altares grabados con detallados jeroglíficos. Situado en los alrededores del río Motagua, donde fueron hallados varios objetos valiosos, el sitio de la ciudad –rival de la vecina Copán– fue redescubierto durante las exploraciones del siglo XIX. Y aquí, como en otras ciudades mayas de México y Guatemala, también se encuentran restos de palacios, esculturas zoomórficas, una plaza central y una cancha de juego de pelota rodeada de escalinatas. Todo lo que inspiró las famosas palabras de Aldous Huxley, durante su visita a Quiriguá en los años ’30: “El triunfo del hombre sobre el tiempo y la materia; y el triunfo del tiempo y la materia sobre el hombre”.
NATURALEZA EN VERAPAZ Además de la riqueza de su pasado maya, Guatemala es un destino de aventura. Escalar volcanes, navegar rápidos, explorar la selva: aquí todo es posible, sobre todo en las exuberantes regiones de Alta y Baja Verapaz, conocidas como “las Verapaces” (antiguamente, “Tierra de Guerra” o “Tezulutlán”). El terreno accidentado y cruzado de ríos le da una increíble diversidad, como si la naturaleza lo hubiera puesto todo junto al servicio del aventurero: rápidos para hacer rafting, cursos tranquilos para nadar o practicar canotaje, cascadas y grutas de majestuosa profundidad para iniciarse en la espeleología. Acompañados por guías conocedores de esta naturaleza muchas veces imprevisible, donde en cualquier momento puede caer un aguacero, es posible descubrir en los cielos de las Verapaces nada menos que el quetzal, el ave nacional guatemalteca, y en sus bosques la “monja blanca”, la flor nacional, entre numerosas orquídeas. Allí están, muy cerca y para descubrir, las Cuevas de la Candelaria, una de las más grandes de América, las piscinas y lagunas naturales de Semuc Champey, la laguna de Lachuá y muchos otros paisajes de ensueño.
Cuando dan los tiempos, vale la pena dedicarle a la región varios días, porque más allá de la naturaleza son los pobladores la gran riqueza local: sus costumbres son heredadas de los pueblos ancestrales de la región y la mezcla con los españoles y otros inmigrantes europeos produjo un mestizaje duradero que parece replicar, en su diversidad cultural, toda la complejidad geográfica de las Verapacesz
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