Dom 11.04.2010
turismo

HOTELES ARGENTINOS CINCO SITIOS CON VISTA

Ventanas al paisaje

Desde adentro, la naturaleza se puede ver exactamente como estando afuera: es la propuesta de cinco imponentes hoteles argentinos que, de Norte a Sur, permiten sentirse alojados en el corazón del paisaje. Nieve, cerros coloridos, aguas grandes y mucha inmensidad para una experiencia diferente.

› Por Julian Varsavsky

Purmamarca. Al pie de la montaña parecen brotar de la tierra las cabañas de adobe de Los Colorados.

El tiempo pasa; los modos de viajar cambian; los viajeros evolucionan y con ellos evolucionan también los hoteles. Mucha agua corrió bajo el puente desde que, hace cuatro mil años, los babilonios legislaron en el Código de Hammurabi sobre las obligaciones de un hotelero. Otro tanto desde que nacieron las primitivas posadas de los tiempos bíblicos y del Imperio Romano, hasta que en la “moderna” Francia del siglo XVIII comenzó a utilizarse la palabra “hôtel”, hoy un vocablo internacional que identifica por igual a pequeños establecimientos “boutique” y a grandes cadenas con sucursales en todo el mundo.

En la Argentina los hoteles tuvieron su propia historia: todo comenzó con las primeras postas gauchas, ligadas a las pulperías, pensadas como lugar de paso y reaprovisionamiento para seguir viaje. Pero con el surgimiento de la industria del turismo, el concepto de las posadas cambió por otro relacionado con la idea de conocer y descansar en la naturaleza: así, las ventanas empezaron a agrandarse para mostrar mejor los paisajes. Y poco a poco, de una punta a la otra del país algunos hoteles se convirtieron en el objetivo mismo del viaje.

EN EL SILENCIO DE LA ESTEPA Eolo, antiguo dios griego del viento, le prestó el nombre a un lodge de campo en la Patagonia, a 25 kilómetros de El Calafate. Aquí, en el extremo sur del continente americano, seguramente los aborígenes también adoraron a esa deidad que se oye y se siente casi todo el tiempo, aunque nunca se ve. Eolo, en todo caso, es un nombre atinado para un lugar aislado de todo, donde sólo reina el soplido del viento: cuando ese dios descansa, se disfruta del silencio más absoluto que se pueda imaginar, con un horizonte visual que se adentra en la estepa hasta el azul del Lago Argentino, mientras en el extremo opuesto se ven los picos de las Torres del Paine.

Eolo Patagonia’s Spirit se levanta en una gran planicie alargada, cuyos límites laterales son dos cadenas de montaña que corren en paralelo. En tamaña inmensidad se pierde la noción del espacio, cuyas proporciones no parecen a escala humana sino a la medida divina, provocando esa sensación de amplitud liberadora que despiertan los vastos horizontes vacíos. El lodge tiene las líneas autóctonas de una estancia patagónica, con fachada de chapa y tirantes de madera. Las suites no tienen televisión para evitar romper el silencioso sortilegio, y porque en cada cuarto hay varias “pantallas planas” transparentes que ocupan más de media pared y permiten ver siempre un programa único: el paisaje infinito de la Patagonia, como al alcance de la mano. Difícilmente alguien quiera cambiar de canal...

DORMIR EN LA SELVA Saliendo de Puerto Iguazú por la RN 12, la selva se levanta a los costados del asfalto como un reino fortificado tras una muralla de árboles alineados, tronco a tronco, hasta el infinito. En el kilómetro 3,5 un desvío se interna en esa maraña verde, caracoleando entre árboles gigantes hasta el nuevo Loi Suites Iguazú, un hotel cinco estrellas camuflado en pleno mundo vegetal.

Una vez en la habitación, los grandes ventanales dan la sensación de que la selva está a punto de invadir el hotel. De hecho, la vegetación está tan cerca que casi no se adivina el cielo por la ventana, sino una espesura que sólo permite ver hasta unos pocos metros más lejos. Además de los tres edificios principales con habitaciones, hay otro cuerpo con ocho cabañas al borde de una barranca junto al río Iguazú, equipadas con un jacuzzi privado al aire libre.

Si se elige dormir con las ventanas abiertas, ingresa en el cuarto un aroma a entrañas salvajes y reina un silencio absoluto, hasta que el chistido de una lechuza rasga la noche. Bajo la luz de la luna se puede salir a caminar por los modernos puentes colgantes que unen los diferentes cuerpos del hotel, o rodear las amplísimas piscinas rodeadas de árboles. Paso a paso en la noche, por los senderos de Iguazú invade la sensación de atravesar ese gran cuerpo viviente que es la selva, con su fauna rampante al acecho y donde millones de ojos miran sin dejarse ver.

Los ventanales del lodge Eolo se abren a la inmensidad patagónica de los alrededores de El Calafate.

ENTRE CERROS DE COLORES De los poblados de la muy jujeña Quebrada de Humahuaca, Purmamarca es el que mejor mantiene su impronta colonial, casi intacta desde el momento de su fundación en 1594. Al pie del famoso Cerro Siete Colores, todas sus calles son de tierra y las casas de adobe. Cruzando el pueblo y la iglesia blanca, que data de 1648, un camino conduce hasta Los Colorados, un paraje desolado y tranquilo donde los colores de los cerros se concentran en un rojo intenso. Al pie de la montaña parecen brotar de la tierra las siete cabañas del complejo Los Colorados, levantadas con ladrillos de adobe. El conjunto está como encerrado en un vallecito, y su diseño refleja un sutil modernismo casi sin ángulos rectos, con patios internos conectados por pasadizos abovedados que lo emparientan con la famosa Casapueblo de Punta del Este.

FRENTE AL GLACIAR Resulta difícil imaginar un lujo mayor que el de estar recostados en la cama o sumergidos en los burbujeos de un jacuzzi, y al mismo tiempo mirar por la ventana el brillo del Glaciar Perito Moreno, con su cuerpo combado que se pierde como una lengua de hielo en el fondo de un gran valle. Esto es lo que ofrece la Hostería Los Notros, dentro del Parque Nacional Los Glaciares.

Allí seducen al viajero la comodidad de sus 32 habitaciones y manjares como el cordero patagónico, truchas muy frescas y carne de ciervo, liebre y pato. Pero nada de eso es necesario: basta con poder contemplar a toda hora el influjo radiante de la pared blanca del glaciar, con sus millares de picos de hielo como cúpulas amontonadas chisporroteando con el sol. Luego de unos días en Los Notros, ya no habrá manera de dejar atrás la caótica geometría del hielo, esa imagen fría y abstracta como la de espejos vacíos que crean un infinito laberinto de formas cambiantes.

VISTA AL FIN DEL MUNDO Cuando se observa el Canal Beagle desde el ventanal de un cuarto de hotel en Ushuaia, se puede ver pasar un barquito pesquero que parece un cascarón de nuez flotando junto a un lujoso transatlántico. Algo en ese paisaje subraya que aquella es la Patagonia más austral, solitaria y remota, después de la cual ya no parece haber nada más, salvo el frío, el viento y el hielo. Esta es la vista desde Los Cauquenes Resort & Spa en las afueras de la ciudad, un cinco estrellas con arquitectura fueguina revestida con madera de lenga y piedra de la zona. Las habitaciones dan al Canal Beagle de un lado y a las últimas estribaciones de la Cordillera de los Andes del otro. El hotel ofrece un lujoso spa y un premiado restaurante llamado Reinamora, que son casi secundarios frente a la imponencia que se divisa tras los ventanales. Y sin necesidad de desplegar un mapa o escuchar una explicación, al mirar por la ventana se tiene la sensación física de estar observando el paisaje del fin del mundo en su máxima expresión

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