Dom 11.04.2010
turismo

MEDITERRANEO EL CAMINO DE LA PúRPURA REAL

Profundo carmesí

Las bucólicas orillas del Mediterráneo atesoran mucho más que belleza. De los fenicios a los romanos, el teñido con moluscos extraídos de sus costas fue uno de los tantos símbolos de poder que varias civilizaciones e imperios asentados junto al Mare Nostrum se adjudicaron a lo largo de la historia.

› Por Pablo Donadio

La isla de Malta, otro de los escenarios donde la púrpura surgió comercialmente.

El Mediterráneo suele asociarse con el placer, el asombro y la inspiración. Sus playas son tan diversas como paradisíacas, un lugar donde el descanso, los paseos y los deportes náuticos son moneda corriente y parte del disfrute cotidiano. Pero esas aguas guardan muchos secretos. Hay quienes buscan en ellas una exquisita variedad de especies para pescar, pero hay también quienes lo hacen... para pintar. Djerba, que no es “La isla púrpura” de Mijail Bulgakov, sino una porción flotante de 500 kilómetros cuadrados perteneciente a Túnez, es un buen ejemplo. Sus acantilados encierran mucho más que paisajes exóticos, dunas desérticas, dromedarios y palmeras: allí la brisa del Mediterráneo trae parte de la historia del mítico tinte púrpura. Escenario reciente en uno de los capítulos de la saga de Star Wars (la del desierto de contrabandistas del planeta Taooine), y conocida como la isla “de las cien mezquitas” por sus viejos y sencillos santuarios del Islam, fue con la llegada de los romanos cuando la producción de púrpura pasó a ser el principal producto local. Este codiciado colorante natural se extraía del murex, un molusco abundante en sus orillas, lo que hizo de esta y otras islas una suerte de paraíso con tesoros escondidos bajo el agua. Convertida en punto estratégico en la ruta de las caravanas que partían de Africa y Oriente camino a Europa, Djerba y otros centros productores del púrpura prosperaron durante siglos en el Mediterráneo, de la mano de los fenicios como grandes extractores de especies de la familia de los murícidos en las regiones de Citeria, Ancona, Tarento y Malta. De este modo, la púrpura fascinó con su brillo a reyes, emperadores y a los grandes señores de la antigüedad.

SIMBOLO DE PODER Entre las leyendas que rondan el descubrimiento de la púrpura, una cuenta que el dios fenicio Melkart caminaba a orillas del océano junto a la ninfa Tyrus, su prometida, cuando su mascota mordió el caparazón de un gran caracol arrojado por las olas. Al partirse en varios trozos, comenzó a desplegarse un tinte extraño, que en contacto con la luz del sol se tornó maravilloso. El fenómeno asombró a Tyrus, tan fascinada que de inmediato pidió a su amado un traje de aquella tonalidad. Para complacerla, el fenicio tuvo que recoger en largas jornadas montones y montones de moluscos, hasta contar con los suficientes como para dar color al vestido de Tyrus: así comenzó, según la leyenda, la tradición del teñido púrpura.

Más allá del mito de Malkart y Tyrus, se sabe que antiguamente el color púrpura simbolizaba poder, y por lo tanto sólo podían acceder a él los representantes célebres de cada ciudad o región. La cuestión era muy simple: se necesitaban cerca de 10 mil glándulas del “caracol púrpura” para obtener algunos gramos del pigmento. Además de la cantidad, una tradición asegura que la glándula debía ser extirpada del molusco vivo para lograr mejor calidad, impidiendo así la extracción masiva con redes. Por eso quien portara un atuendo con aquella coloración era digno de respeto y grandeza.

Sin embargo, la pasión por este color en los imperios Romano y Bizantino era ya desmedida: algunos relatos describen togas y túnicas ceremoniales sobre las cuales brillaba una banda teñida de púrpura, que no disminuía sino que aumentaba su intensidad con el paso del tiempo. Esa banda significaba ciudadanía: la de los triunfadores era completamente púrpura y bordada en oro, mientras la de los oficiales de los ejércitos era un manto tipo “paludamentum” con gran presencia del púrpura. La fascinación fue creciendo hasta que los emperadores romanos se reservaron su uso, y el púrpura se declaró color oficial y el símbolo del poder político hasta final del Imperio Bizantino. En una investigación sobre historia y arqueología de las civilizaciones, José María Blázquez Martínez asegura que la púrpura en el Imperio Romano era considerada un monopolio estatal. “Diocleciano honró a Doroteo con su amistad y lo nombró superintendente de la industria de la púrpura. El interés del Estado romano en controlar la producción de la púrpura queda bien patente en una constitución de Graciano, de Valentiniano y de Teodosio, recogida en el Código de Justiniano fechada en 383, que convierte la explotación de la púrpura en monopolio del Estado.” Algunos escritos aseguran incluso que Calígula mandó asesinar al rey de Mauritania por llevar un manto mejor que el suyo, y que el propio Nerón era capaz de condenar a muerte a todo el que se atreviera a usar el púrpura. Para ese entonces, esta tonalidad ya se conocía como púrpura real o imperial.

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TESORO BAJO EL AGUA Hablar de su descubrimiento, leyendas aparte, sin duda es controvertido. Sin embargo, al parecer no fueron los fenicios los primeros en obtener este material en Creta, a principios de la era cristiana, sino que el hallazgo pertenece a una civilización de Ugarit –un antiguo puerto al norte de Siria– tan lejos como en el siglo XII a.C.

Pero sí fueron los fenicios, gracias a su habilidad en el comercio marítimo, quienes lo trabajaron para la creciente “industria” textil; este tesoro que se encontraba bajo el agua y las montañas de conchas apiladas en antiguas ruinas de sus talleres de teñido confirman la teoría. Su desarrollo los coloca como expertos en la extracción de las secreciones de diferentes especies, y durante mucho tiempo fue este pueblo el que conservó los beneficios de su fabricación y comercialización, así como los secretos del teñido, que con lo años fue aprendido por bizantinos, griegos y romanos por igual. Se dice asimismo que las ciudades de Tiro y Sidón fueron las que mejor producían telas de lana y seda teñida con púrpura, logrando una tonalidad consistente y sobre todo... indeleble.

La pesca se realizaba con cestos, en cuyo interior había pescado y otros moluscos que hacían de carnada. Una vez conseguidos los caracoles, de cada glándula se extraía muy poca cantidad de líquido amarillento, que se oscurecía al contacto con el aire. Por lo general se empleaban dos especies de murex, el brandaris y el trunculus. Dado que el tinte del primero es más oscuro, se solía mezclar con el de la segunda especie, en incluso con el de otros moluscos no murícidos, para obtener el color deseado. El tinte se hervía a fuego lento varios días en cacerolas de estaño o plomo, ya que las de hierro no favorecían al color final: de allí surgía el preciado púrpura.

Si bien es cierto que los actuales tintes a base de anilinas han dejado desde hace mucho tiempo abandonado este proceso, este caracol es aún muy abundante en el mar, y no es necesario llegar demasiado hondo. Algunos buzos aseguran que a muy poca profundidad, sobre recodos rocosos y en zonas coralinas, cualquier submarinista puede llevarse uno. Pero el paso del tiempo hizo de su extracción manual y su posterior trabajo de teñido algo tedioso para los ritmos de la modernidad, relegando su supervivencia a los poquísimos compradores que podían pagarlo. Poco a poco fue perdiéndose la actividad, hoy convertida en una rareza relacionada con los amantes del arte y las viejas usanzas, y con los pobladores de algunas aldeas de pescadores, mucho más nostálgicos que comerciantes. Claro que si la visita lleva a aquellas islas mencionadas, o a las bellas costas continentales del Mediterráneo, encontrar un caracol púrpura puede ser una nueva motivación para el paseo

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