turismo

Domingo, 25 de abril de 2010

BELGICA EL BARRIO NATAL DE CORTáZAR

Cronopio en Bruselas

Sobriedad, elegancia y arte son las claves de Ixelles, una de las 19 comunas de la muy europea Bruselas. Allí nació y pasó sus primeros días de vida Julio Cortázar: quien visite esas calles que sirvieron de cuna al autor de Rayuela descubrirá las marcas urbanas que celebran aquel acontecimiento fortuito.

 Por Astor Ballada

Fotos de Natalia Romay

Los edificios de Ixelles, primer hogar del “enormísimo cronopio”.

Bruselas está considerada la “capital de Europa”, un apodo avalado por su doble condición de capital belga y centro administrativo de la Unión Europea. De algún modo esta vocación político-administrativa se relaciona con el nacimiento de Julio Cortázar, ya que el futuro escritor abrió sus ojos al mundo en esta ciudad porque allí su padre trabajaba en la delegación comercial de la embajada argentina.

Dicen los documentos, entonces, que el argentinísimo Cortázar nació el 26 de agosto de 1914 en una Bélgica que estaba en pleno inicio de la Primera Guerra Mundial, y bajo ocupación alemana. Pronto los acontecimientos impulsaron a la familia a cambiar de horizontes; primero Suiza y luego España. Todo en pocos años: cumplidos apenas los cuatro, el pequeño Julio y su familia llegaban de regreso a la Argentina, con lo que podría decirse que el recuerdo de sus primeros días en Bruselas nunca existió. Volvería para establecerse en Europa a los 37 años, pero su elección sería por la más cosmopolita París, ciudad en la comenzó cimentar definitivamente su obra. Pero ésa es otra historia.

El mismo Cortázar se alejó de toda ingrata nostalgia con respecto a su primer origen: “Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia”, solía declarar en entrevistas. Sin embargo, sus escritos invitan a creer que no existen las casualidades. Y parece que así lo sintieron también las autoridades de la comuna de Ixelles, en el sur de Bruselas, que a la hora de evocar la cuna circunstancial y efímera del escritor argentino le rindieron un sobrio homenaje. O mejor dicho, dos.

Una placa en la puerta del edificio del número 116 de la Avenida Louis Lepoutre, en cuyo segundo piso nació el escritor, reza: “Ici est né Julio Cortázar, écrivain argentin 1914-1984, enormísimo cronopio”. Aquí nació Julio Cortázar, escritor argentino. Y como un pequeño mensaje en código para el lector, saltan luego desde la sencillez de la placa aquellos inquietos seres y/o estados de ánimo de invención cortazariana, que formaron parte de diversos cuentos y le sirvieron al propio autor para más de una dedicatoria.

Enfrente de este sitio, en la plaza Brugmann, desde mayo de 2005 y a instancias de la embajada argentina en Bélgica se erige apoyado en una plataforma de piedra verde un busto de bronce con el semblante del escritor. Es una obra de Edmund Valladares, un expresionista de la Nueva Figuración Argentina, que recordó su intención de “reflejar la fuerza y la nostalgia de un autor que supo entender la cultura popular de la Argentina y de América latina”. Alguna vez la escultura formó parte del monumento “Torito en el rincón de Cortázar”, emplazado durante un tiempo junto al Museo Nacional de Bellas Artes.

Todo este compendio de homenaje formal aparece en menos de doscientos metros. Si se quiere saber algo más sobre la relación Cortázar-Ixelles, de poco sirve preguntar a los vecinos: las respuestas son vagas, o sobre todo producto del desconcierto. Sin embargo, también hay de las otras, las de algunos que leyeron traducciones al francés: son estas voces las encargadas de confirmar que Cortázar también está presente en las librerías y en las bibliotecas de esta comuna tan elegante como residencial, habitada hoy por casi cien mil almas.

ARQUITECTURA ESTILIZADA Estamos, Cortázar mediante, en la plaza Brugmann. Pronto comprendemos que caminamos por uno de los puntos neurálgicos de Ixelles (o Elsene, según el idioma oficial que lo mencione, francés o neerlandés). Una vez más, el sesgo residencial es inconfundible y se manifiesta sobre todo en la noble distinción de casas de dos o tres pisos que, con naturalidad, suelen transformarse en embajadas u oficinas internacionales. Muchas de las construcciones recuerdan el modernismo de fines del siglo XIX y principios del XX, que tuvo en su estilización la impronta de conocidos arquitectos belgas, como Víctor Horta y Henri van de Velde.

El recorrido continúa. De a ratos comienza a hacerse sentir la vitalidad de negocios: boutiques y casas de joyas no faltan, lo mismo que librerías, bares y panaderías a la francesa repletas de viennoseries y exquisiteces gourmet. Nos acompaña ir y venir de transeúntes, autos, tranvías y autobuses. Pero de pronto, doblando la esquina, la tranquilidad contenida de la urbe hace su retorno.

Una ochava del barrio, en el sur de Bruselas, ciudad con vocación de capital.

Ya con rumbo hacia el este, los carteles nos llevan hacia la Universidad Libre de Bruselas, institución que cobijó 2004 el busto de Cortázar en ocasión de la muestra “Presencias”, cuando se conmemoraron los 90 años del nacimiento y 20 de la muerte del escritor. Otro hito de la zona son los Estanques de Ixelles, un verdadero oasis de lagos formados por el río Maelbeek. Si el tiempo acompaña, vale descansar sobre el césped rodeados de un agua que refleja la identidad de los tradicionales edificios circundantes, que pasan del modernismo al incipiente industrialismo y el art déco. Por cierto, la pureza de las aguas del estanque atrajo a varias fábricas de cerveza, una bebida de tradición centenaria que solo en Bélgica abarca más de 500 variedades, con distintos colores, sabores y tipos de fermentación.

Muy cerca, y formando prácticamente parte del mismo pulmón urbano, se encuentra la plaza Flagey, la segunda en importancia de la ciudad detrás de la icónica Grand Place en el centro de Bruselas. Aquí, frente al antiguo Instituto Nacional de Radiodifusión, los enormes bancos de madera son un imán para lectores. La plaza concentra además gran parte de la actividad cultural de Ixelles, con conciertos y exposiciones de arte y cine. En la planta baja, el Café Belga propone ahondar en el encanto de Bruselas. Y cuando cae la noche, quienes buscan diversión se dirigen hacia los abundantes bares con música electrónica.

ARTE, IGLESIAS Y JARDINES Caminando en dirección sur, pronto se tendrán noticias de la monumental avenida Louise, que divide en dos al municipio. Bordeada de castaños, esta arteria comunica con otro pulmón natural de Ixelles, el bosque de la Abadía de la Cambre, cuyo origen se remonta al siglo XII. Sorprenden sus jardines escalonados formando cinco terrazas de inusual belleza vegetal, pese a la visible influencia humana. El conjunto incluye una iglesia del siglo XIV (una rareza en el distrito, por su estilo entre barroco y gótico), que sobrevivió a no pocas batallas históricas antes de convertirse en el germen de la aldea a partir de la cual se forjó la comuna.

En Ixelles también se destaca el barrio Matongue, donde suele vivir la segunda y tercera generación de estudiantes que llegaron en los años ‘50 del antiguo Congo Belga. Otro sitio a no pasar por alto es el Museo de Bellas Artes local, y más si se lo recorre con la sensibilidad propia del lector de Cortázar, siempre ávido de redefinir sentidos y formas. Precisamente el acervo del museo se sustenta en las innovaciones del vanguardismo, con lo mejor del arte belga de los siglos XIX y XX, y especial énfasis en las diversas corrientes del modernismo, como el cubismo y el arte abstracto, incluyendo la colección de afiches del francés Henri de Toulouse-Lautrec. Sin duda los belgas saben reconocer, de distintas maneras, la importancia de perseguir los mecanismos de la expresividad humana.

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