VISITA NOCTURNA AL VALLE DE LA LUNA
A la luz de la luna llena, una sugerente visita al Parque Ischigualasto, para apreciar sus raras formaciones recortadas en la oscuridad y recorrer sin ayuda de luz artificial los mismos senderos del pasado que pisaron los dinosaurios.
› Por Julián Varsavsky
Para visitar Ischigualasto a la luz de la luna llena, ese astro que está en el origen mismo de su nombre (“sitio donde se posa la luna”, o Valle de la Luna), hay que llegar al Parque al atardecer y asistir primero a la preciosa puesta de sol. El lugar ideal para esperar el ocaso es frente a la enorme formación conocida como el Hongo, que se enciende durante unos minutos en naranja radiante: la hora para la foto perfecta.
Buscando la foto a contraluz, elegimos la parte de atrás del Hongo y observamos la transición lenta entre el crepúsculo y la noche, que en la vastedad del Valle de la Luna se percibe como una progresión que avanza segundo a segundo. Al fondo vemos el sol que se acerca milímetro a milímetro a la línea del horizonte hasta hundirse en ella, chisporroteando como un globo incandescente que cae al mar. Entonces el cielo pasó del naranja fuego concentrado sobre el horizonte a un malva suave extendido por todo el firmamento. En apenas diez minutos ya se había vuelto gris, y finalmente negro.
Rápidamente partimos hacia el sector del Submarino para asistir entonces al proceso inverso. Al fondo del paisaje todavía se podía ver la gran muralla de los Colorados, teñida del rojo furioso del atardecer. Y detrás comenzó a asomarse el disco perfecto de la luna, cuyo movimiento continuo podíamos captar con la vista mientras se elevaba justo entre las dos torres periscópicas del Submarino.
En verdad, nunca llegamos a estar en la oscuridad absoluta, porque cuanto más se elevaba el satélite blanco, mejor nos iluminaba. Abrimos bien los diafragmas de las cámaras y nuestros ojos hicieron lo mismo dilatando el iris de manera automática. De este modo la luminosidad era total; no hacía falta linterna alguna ni había peligro de tropezar con nada, gracias a un cielo límpido y sin viento que nos concedía un silencio absoluto.
UN CONCIERTO EN LA LUNA La siguiente estación de la visita fue en el Campo de Bochas, el sector del Parque que mejor reproduce el ambiente lunar, especialmente en la visita nocturna, donde todo visitante se siente como pisando las huellas de Neil Armstrong.
En la caminata hacia el Campo de Bochas se pasa por la Esfinge, cuyo perfil oscuro en la noche recuerda la perfección de aquellos felinos de cabeza humana que tallaban los egipcios. Luego aparecen junto al sendero singulares formaciones de arena de forma helicoidal, un cerro de frente triangular y también montones de “honguitos”, como se conoce coloquialmente a esas formaciones tan características del Valle de la Luna que tienen una fina columna de arena sosteniendo en la punta una piedra chata. En este caso son “hongos” miniatura, que más adelante aparecerán en versión gigante.
Al llegar a la Cancha de Bochas cuesta creer que esa gran cantidad de rocas casi perfectamente esféricas hayan sido moldeadas por la naturaleza y acumuladas todas en un mismo lugar. La ciencia las llama “concreciones” e intenta con varias teorías explicar su formación. La más aceptada afirma que comenzaron siendo un núcleo rocoso al que se fueron adhiriendo otros sedimentos que lo cubrieron como las capas de una cebolla. Se sabe que se formaron hace 228 millones de años, y que su forma circular las hizo rodar hasta donde están hoy, al final de una larga y suave pendiente. A algunas se las ve completas, de cuerpo entero, en tanto otras están semienterradas en la arena. Y si en época de lluvia aparecen a pleno por la erosión, en tiempos de sequía el viento y la arena las vuelven a tapar.
En el Campo de Bochas ocurre el momento más intenso de la visita, con un concierto en “la luna”. La excursión tradicional que se contrata en el Parque es una visita guiada común, pero si se quiere asistir a una experiencia diferente, desde la ciudad de San Juan se puede optar por otra visita de día completo: es la que incluye la participación de un saxofonista que interpreta clásicos como la muy oportuna “Serenata a la luz de la luna”, de Glenn Miller.
SOMBRAS EN LA OSCURIDAD Durante la visita nocturna se accede a lugares alternativos a los que no se llega durante el día, como la zona de las Bandejas, llamada así por unas geoformas rocosas similares a grandes bandejas. También se visitan las iglesias abandonadas, donde se realiza un trekking entre rocas de formas extrañas que se dirían templos en ruinas.
Por la noche todo es sugestión en este Parque por donde caminaron, en el período Triásico, los primeros dinosaurios de la Tierra. Las extrañas geoformas se perciben a la perfección, tanto como en el día, pero con la superficie “alisada” por una oscuridad que tiende a quitarles profundidad.
Las formaciones se ven totalmente negras, con el contorno recortado contra el cielo lleno de estrellas, e incluso proyectan una extraña sombra. A estas horas, la sensación de viaje en el tiempo hacia remotas eras geológicas es aun más pronunciada que en el día, dando la sensación de que en cualquier momento un dinosaurio amistoso se va a acercar a ver quién anda merodeando su reino. Tampoco nos sorprenderíamos demasiado si detrás de la barranca apareciera volando una pareja de pterodáctilos buscando alguna presa para la cena.
Mientras tanto, los guías explican algunas cuestiones básicas sobre el origen del Parque Provincial Ischigualasto: por ejemplo, que el suelo que pisamos fue la superficie de la Tierra hace 200 millones de años, cuando todo este paisaje árido era un vergel con lagos, bosques y una nutrida fauna donde sobresalían los dinosaurios. Pero al brotar la Cordillera de los Andes, los vientos húmedos del Pacífico dejaron de llegar, frenados por esa barrera natural, y poco a poco la zona se convirtió en un desierto. Al mismo tiempo, la superficie de la Tierra comenzó a ser tapada por capas de sedimento arrastradas por el viento. Además los movimientos tectónicos de la placa de Nazca que elevaron la Cordillera trajeron consigo fragmentos del antiguo suelo del Triásico, y con ellos las extrañas formaciones rojizas del Valle de la Luna y los dinosaurios petrificados.
Las explicaciones, como es natural, no difieren demasiado de las escuchadas durante el día. Por eso durante la noche los guías ponen más énfasis en lo vivencial que en lo científico, en el silencio de este desolado paraje donde se teje y desteje una infinita trama de castillos de arena esculpidos por el viento. Un frágil mundo de borrosas esculturas que se desarrolla en aparente inmovilidad. De algún modo, se logra a la perfección el objetivo inicial del viaje: recorrer el Valle de la Luna imaginando cómo era la época de los dinosaurios, reconstruyéndola en la imaginación con más nitidez que en las pantallas de realidad virtual, y divisando en este paisaje solitario la vida de aquella lejana pero siempre presente megafauna del Triásicoz
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