MEXICO. LA RUTA DE LA PLATA
Siguiendo las huellas abiertas por las mulas cargadas de plata en la época virreinal se recorre hoy en México un camino que va desde el Distrito Federal hasta Zacatecas, pasando por ciudades y pueblos coloniales y mineros. Taxco, Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, San Miguel Allende, otros tantos hitos de un itinerario con encanto e historia.
› Por Graciela Cutuli
México es uno de los primeros productores mundiales de plata y el país donde se encuentra la mina de plata más grande del mundo. Son legendarias las historias de aquellas rutas abiertas a lomo de mula para trasladar el precioso metal desde las minas de Zacatecas hasta la Ciudad de México, durante el virreinato, y no menos legendaria la habilidad de sus artesanos para transformar el material primigenio en joyas de rara hermosura.
Entre muchas otras, cuenta una de las tradiciones populares que en el siglo XVI un fugitivo de la cárcel de Zacatecas llegó hasta las primeras estribaciones del Nevado de Toluca, mientras buscaba un sitio seguro donde esconderse: allí, protegido por la suavidad del clima y la riqueza de la vegetación, se refugió de los ojos curiosos que lo perseguían. Hasta que un tiempo después descubrió por azar una veta de plata, que sería el origen de su libertad –concedida por el virrey a cambio de conocer la ubicación de la veta– y de su fortuna. Historias así jalonan la Ruta de la Plata, un itinerario turístico que hoy atraviesa a grandes rasgos el centro del país desde la capital hasta Zacatecas, deteniéndose y desviándose hacia ciudades y pueblos de belleza colonial, cordialidad a la mexicana y arraigadas tradiciones.
TAXCO, QUERETARO Y SAN MIGUEL La más famosa ciudad de la plata en México se encuentra a un tercio del camino que separa la capital de Acapulco. No puede imaginarse una postal más bonita que la de esta ciudad de casas blancas y techos rojos, cuyas florecidas santa ritas arrojan un poco de sombra sobre las callejuelas que desembocan sobre el zócalo y su principal monumento, la espléndida iglesia de Santa Prisca. La belleza barroca del templo, coronado por dos torres de 40 metros de altura, fue financiada por uno de los hombres más ricos de México, José de la Borda, que había hecho fortuna en las minas de plata. Para ser fieles a la ruta, hay que visitar el Museo de la Plata y luego algunas de los cientos de joyerías donde los artesanos despliegan lo mejor de su arte en las más variadas técnicas de repujado, tallado y filigrana.
Conviene regresar a Ciudad de México para seguir el antiguo Camino Real hacia Querétaro, una bella ciudad colonial conocida entre los aficionados por su plaza de toros. Para la historia mexicana tiene un significado especial: aquí se firmó en 1848 el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que puso fin a la guerra con Estados Unidos (y le significó a México la pérdida de buena parte de su territorio). También aquí, en el Teatro de la República, se selló en 1867 el destino del emperador Maximiliano y en 1917 se firmó la Constitución mexicana. Pero naturalmente, como en gran parte del México colonial, los principales monumentos son iglesias y conventos que atesoran verdaderas maravillas del arte barroco.
A 65 kilómetros de Querétaro, el siguiente alto en la Ruta de la Plata es la preciosa localidad de San Miguel de Allende. Hay aquí sin duda cierto “microclima”, debido en parte a la concentración de artistas, pintores y escritores –norteamericanos muchos de ellos– que eligieron vivir en la ciudad desde antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando el pintor Stirling Dickinson fundó una escuela de arte que tuvo numerosos seguidores y sucesores. Todo en San Miguel es encantador, desde la arquitectura y los colores de las calles hasta la alegría contagiosa de los pobladores en sus numerosas fiestas populares. Hay que visitar el Instituto Allende, la Plaza Mayor, el Museo Histórico de San Miguel, la Casa de los Condes de Canal y el monasterio de La Concepción, pero sobre todo hay que disfrutar del paso plácido de la vida frente a un buen plato de tortillas, ya que en San Miguel nunca hay apuro, y de sus numerosos negocios de artesanías. Además, quien disponga de tiempo y entusiasmo puede intentar la experiencia diferente de sumarse a un taller de joyería en plata con algunos de los principales orfebres de la ciudad.
GUANAJUATO No sólo por la Ruta de la Plata Guanajuato es una de las ciudades turísticas más conocidas de México. Famosa por las minas de plata y oro que hicieron su esplendor desde la época colonial, también es la primera ciudad cervantina de América, seguida luego por Azul en la provincia de Buenos Aires. La actividad de extracción de plata fue fluctuando con el tiempo, pero nunca dejó de poner un sello distintivo en la vida local, una vida signada también por el particular trazado de sus calles, que suben y bajan caprichosamente, a veces al borde del barranco sobre el río, a veces entre túneles bajo los edificios antiguos, a veces entre escaleras que desembocan en algún pasaje solitario.
Para empezar a conocerla se puede examinar el plano en algún café de la plaza Jardín de la Unión, junto a la iglesia de San Diego y el Teatro Juárez, inaugurado hace más de un siglo por Porfirio Díaz. Desde lo alto del monte que domina la ciudad la vista es encantadora: en el centro, la silueta ocre de Nuestra Señora de Guanajuato, flanqueada por el templo barroco de la Compañía de Jesús y un sinfín de casas y edificios antiguos que se extienden hasta donde el horizonte se interrumpe en una línea de montañas. No hay que perderse, además, el Museo Casa Diego de Rivera, el muralista que nació aquí mismo en 1886. Pero la mejor vista de Guanajuato es la que ofrece La Valenciana, la mina de plata que hicieron célebre a la ciudad. Junto a la mina, la iglesia de San Cayetano es otro ejemplo del churrigueresco que volverá a asombrar incluso a los visitantes ya acostumbrados a los tesoros barrocos de esta parte de México. La Valenciana, que a fines del siglo XVII producía dos tercios de toda la plata exportada hacia España y Asia, funciona todavía en la actualidad y se puede visitar la boca y una primera parte de las galerías. Es una buena ocasión para recordar que la fortuna de unos pocos fue también la desgracia de muchos, ya que se cuentan por miles los indígenas muertos durante el período de auge de la explotación minera en la región.
SAN LUIS POTOSI, ZACATECAS, GUADALAJARA A la Ruta de la Plata aún le quedan varios hitos por recorrer, ciudades que forjaron su riqueza sobre las minas, el trabajo de los metales y el comercio de la plata. San Luis Potosí, a unos 180 kilómetros de Guanajuato, evoca en el nombre la riqueza de las minas de plata bolivianas y fue siglos atrás uno de los principales centros culturales, minerales y mineros del virreinato extendido sobre tierras mexicanas. San Luis está considerada como una de las ciudades más seguras de México; en todo caso, invita a pasear con tranquilidad entre las plazas, iglesias y mansiones del centro, admirando monumentos, fachadas churriguerescas como la del templo del Carmen, el Teatro de la Paz o el Museo Nacional de la Máscara. En parte moderna, en parte colonial, el centro histórico adquiere un aire particularmente encantador con las iluminaciones nocturnas, que le devuelven parte del brillo que supieron darle los metales de sus entrañas.
Más hacia el norte, Zacatecas ofrece la transición entre el altiplano del centro mexicano y la aridez del norte. A 2500 metros de altura, la ciudad conoció la prosperidad gracias a la explotación intensiva de la plata: esa riqueza se ve todavía en las mansiones, los balcones de hierro forjado, las calles elegantes y los edificios donde discurre la vida cultural zacatecana. Es mucho lo que hay para ver y recorrer, desde la Plaza de Armas al Palacio de la Mala Noche, el Mercado González Ortega, la iglesia de Santo Domingo o el convento de Guadalupe, ya en las afueras. Pero uno de los ejes de la visita es el descenso a la mina El Edén, que fue una de las más ricas de México entre el siglo XVI y el siglo XX. Siempre en grupos acompañados por guías, se desciende a los túneles y galerías, se recorre en tren el socavón La Esperanza y se camina por el socavón El Grillo, mientras se van escuchando historias y leyendas que reviven, de la mano de la luz que ilumina las entrañas de la tierra, la dura vida cotidiana y el trabajo de los mineros.
La Ruta de la Plata puede terminar aquí o regresar, como proponen algunos circuitos, para tomar una derivación hacia el oeste, concluyendo en Guadalajara. La ciudad, capital del estado de Jalisco, es una de las más importantes de México, centro tecnológico y cultural conocido por su importante Feria del Libro. Atractiva y alegre todo el año, Guadalajara desarrolla a fondo las tradiciones mexicanas –desde los mariachis hasta el rito del tequila– pero es particularmente atractiva en primavera, la época en que florece el jacarandá, y en otoño, cuando las noches se iluminan con el resplandor de los fuegos artificiales y los mariachis le ponen música a las calles hasta que las velas no arden durante las Fiestas de Octubrez
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