ITALIA. EL VOLCáN VESUBIO Y LA REGIóN DE NáPOLES
El cono del Vesubio modela el paisaje de Nápoles y sus alrededores desde tiempos inmemoriales. Pompeya y Herculano supieron de su furia destructiva, pero el volcán también marcó el tranquilo ritmo vital de Sorrento y un rosario de pueblos cercanos a la bellísima bahía partenopea.
› Por Monica Hobert
El Vesubio es la figura dominante del paisaje napolitano, el que talló su geografía, determinó sus vínculos políticos y económicos y encapsuló sus ciudades en el tiempo. El mar, el puerto, las islas y la bahía poseen la permanente imagen del gigante recostado en el horizonte. La zona aprendió a convivir con la amenaza palpitante del volcán más famoso del mundo: Nápoles es grande, bulliciosa y áspera, en contraste significativo con las diferentes ciudades que conforman la costa amalfitana. Pocos kilómetros la separan de Sorrento, que la mira despreocupadamente desde el otro lado de la bahía, colgada de los acantilados, ocupada en atender a los turistas de todo el mundo que buscan disfrutar del sol y las aguas turquesas que la hicieron famosa.
CIUDAD POSTAL Enclavada entre profundas quebradas cruzadas por sorprendentes puentes donde las torres sarracenas se encaraman en fuertes espolones de piedra, Sorrento ofrece al turista todo su esplendor, inserta en un relieve esculpido por la erosión de las sierras de origen calcáreo. Afanosamente, sus habitantes cultivan el terreno en terrazas: así, esta fantástica combinación de blancas rocas calizas, verdes huertos cultivados, mar de azules profundos, flores multicolores, magníficas villas con cuidados jardines, negocios de fina artesanía local, un afable trato personal y mucho sol la convierten en un destino elegido por el turismo internacional y lugar apreciado por artistas e intelectuales. Pero no es la única localidad que seduce con estos encantos. Transitar la carretera que va desde Sorrento a Salerno por la costa amalfitana es toda una experiencia. Mientras el Vesubio se pierde de vista, los peñascos, el mar, las colinas con sus plantaciones de cítricos y olivos, las flores, los túneles y las calles sin veredas por donde circulan imponentes buses de excursiones se suceden sin cesar.
Finas cerámicas de coloridos motivos, exquisitos diseños textiles y delicadas telas se muestran en los escaparates y veredas. Surgen al paso del visitante Positano, Vettica Maggiore, Vallone di Furore, Amalfi, Atrani, Ravello, Vietri Sul Mare. Pequeños poblados con un rico acervo histórico, habitados por agricultores y pescadores, se han transformado en ciudades turísticas que compiten entre sí con diferentes ofertas culturales y hoteleras. Poblados que a lo largo de los siglos albergaron a importantes artistas de todas las disciplinas, e intelectuales que no han podido escapar a sus encantos. Todo esto forma parte de Nápoles, como los balcones con la ropa secándose al sol, las huertas urbanas, las congestiones de tránsito, las discusiones callejeras, los intrincados recorridos para acceder a la autopista, las pizzerías y heladerías, los apellidos que nos provocan una cercanía familiar e íntima con esa región de Italia que reconocemos y nos reconoce.
DIAS DE POMPEYA Volviendo a Nápoles desde Sorrento, se encuentra un desvío dentro de la periferia que lleva a la mítica ciudad de Pompeya. Esta ciudad que los oscos fundaron en el siglo VIII a.C. fue sometida en el siglo VI a.C. por la ciudad griega de Cumas y después de la colonización de los samnitas en el siglo V vivió un período de tranquilidad hasta que, en el año 80 a.C., cayó en poder de los romanos. Desistió entonces de las murallas que la resguardaban y se transformó en una localidad de descanso para las familias ricas del Imperio, donde se desarrollaban pequeñas industrias, se trabajaba en distintos talleres y se comerciaba todo tipo de mercaderías gracias a su activo puerto marítimo.
Esta ciudad, así como las vecinas Herculano y Stabia, fueron sorprendidas por la rápida erupción del Vesubio en agosto del año ‘79 de nuestra era, mientras se encontraban en proceso de restauración debido al terremoto sufrido un par de décadas antes. La violenta y sorpresiva explosión del Vesubio, que dejó inermes a sus habitantes, hace hoy posible que los visitantes realicen un viaje iniciático como observadores privilegiados a la cotidianidad romana de principios de la era cristiana. Cantinas para las horas del almuerzo, calles adoquinadas con piedras más altas en las esquinas para no tener que bajar o subir veredas, plaza y foros coronados con imponentes estatuas, anfiteatros de comedia y de mimos, instituciones públicas, agrupaciones de artesanos y de oficios, mataderos, casas de placer, baños públicos y privados, casas de retiro, hoteles con termas y masajes, plazas públicas, fábricas de hilados y confección de textiles, talleres y comercios de todo tipo, huertas, casas de gente de distintos niveles sociales y diferentes oficios, bellísimas pinturas, importantes esculturas de imitación de arte griego, delicadísimos trabajos realizados en los pisos de piedra y mármol de los domicilios de los señores romanos, inteligentes soluciones para el aprovechamiento del agua y la luz solar. Todo delineado en perfecta simetría. Urbanizado racionalmente por griegos primero y posteriormente por romanos. Caminar por las calles, penetrar en los antiguos domicilios, irrumpir en cada uno de los espacios públicos o privados transforma definitivamente la percepción que desde los textos de historia se tiene de los aspectos domésticos de los habitantes del Imperio Romano.
Mientras tanto, la figura del volcán que se recorta contra las ruinas de estas ciudades recuerda a los transeúntes la fuerza de lo inexorable, acercando a los visitantes a la comprensión nostálgica de un pasado todavía presente. Por eso vale la pena animarse a realizar una excursión al volcán: el ascenso por sus laderas hasta la cumbre se hace a través de una carretera cómoda, que se aleja de la bulliciosa ciudad de Nápoles y sus alrededores. Cerca de la cima se abre un inmenso playón donde se estacionan los vehículos y por donde se puede acceder al camino que lleva a la boca del volcán. Distintos miradores permiten regular el paso hacia la cumbre, pero desde todos ellos la vista del mar y las islas, así como de la ciudad y sus alrededores, es subyugante.
La figura omnipresente del Vesubio como testigo y protagonista de la historia permite entender cómo el habitante de esta región comprende la vida y cómo esa forma de entenderla se ha enraizado en la construcción de su identidad social, transmitida también a los inmigrantes dispersos por todo el mundo, pero siempre unidos virtualmente bajo el enorme cono de sombra que proyecta el volcán.z
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