Según una carta de Plinio el Joven enviada a Tácito, la destructiva erupción del Vesubio se produjo el 24 de agosto del año 79 d.C., o “nueve días antes de las calendas de septiembre”, como indicaba el sistema de fechado latino. En un solo instante, la vida se vio paralizada: muchos de los habitantes que no pudieron encontrar una vía de salida perecieron sobre las mismas calles sepultados bajo una lluvia de lava y ceniza. Pompeya, junto con Herculano y Stabia, desaparecieron de la vista, aplastadas por una capa de diez metros de materiales eruptivos. Fueron unas 25 horas de auténtico infierno, que dejó para la posteridad el curioso escenario de una ciudad petrificada para siempre en un instante cualquiera de su cotidianidad. La silueta del Vesubio, visible desde toda la bahía y los pueblos que la rodean, es un recordatorio permanente de esa tragedia.
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