Domingo, 15 de agosto de 2010 | Hoy
CHUBUT. TEMPORADA DE AVISTAJES
Cientos de cetáceos nadan en las aguas de Puerto Madryn y también los elefantes marinos están apostados en las playas de la Península Valdés, mientras las toninas overas aguardan, en Rawson, la llegada de los visitantes: la fauna del invierno ya está lista para brindar un extraordinario espectáculo natural en las azules aguas del Atlántico sur.
Por Graciela Cutuli
Desde cerro Avanzado, 16 kilómetros hacia el sur del centro de Puerto Madryn, se divisa perfecta la redondez de la tierra sobre el horizonte marino. Sólo el ir y venir de algunas ballenas, allá a lo lejos, interrumpe la total quietud de la superficie del mar. En El Doradillo, una playa situada 17 kilómetros hacia el norte desde el centro de la ciudad, el espectáculo se repite, aunque cada vez sea único, como todo lo que tiene vida. Y desde el muelle céntrico de Madryn, una vez más, las ballenas vuelven a ser protagonistas. También las vemos desde los ventanales de Vesta, el restaurante que se levanta sobre Punta Cuevas, casi en las afueras de Madryn, exactamente el lugar al que arribaron los colonos galeses en 1865 a bordo del “Mimosa”. Y en las aguas de la Península Valdés, examinando el mar con binoculares y a simple vista desde el mirador del sendero Arenal... Es que las ballenas, en pleno invierno, están por todas partes. No hay que salir a buscarlas, basta con querer verlas, y si es de noche –hay quienes caminan por el muelle al anochecer, o simplemente desde el bulevar costero– no se las ve, pero se las oye, con el bramido sordo que las caracteriza el expulsar su chorro de vapor en forma de V. Aquel que las distingue de cualquier otra ballena, como las distinguen sus callosidades, ese engrosamiento de la piel situado en la zona donde las personas tendrían cejas y barba, y que es la seña de identidad propia de cada ejemplar, la que permite el reconocimiento de parte de los biólogos y especialistas. Para las ballenas, no hay temporadas bajas y altas: desde que llegan, a fines de mayo, hasta que se van, a mediados de diciembre, son las reinas del Atlántico sur. Pero para los visitantes la ventaja de esta época es la menor afluencia turística, que facilita los avistajes embarcados y permite sentirse como un auténtico pionero en las desérticas tierras de la Península Valdés.
CERRO AVANZADO En las afueras de Madryn, cerro Avanzado es una de las mayores elevaciones de la región, con unos 100 metros sobre el nivel del mar. Lo suficiente como para brindar una vista magnífica sobre todos los alrededores, desde las playas del norte hasta Punta Ninfas, el lugar donde el Golfo Nuevo se comunica sobre el Atlántico. “Desde aquí arriba –explica Juani Domínguez, al volante de un 4x4 que permite internarse por el terreno en fuerte desnivel de cerro Avanzado– vemos toda la superficie del Golfo Nuevo, que se extiende sobre unos 2500 kilómetros cuadrados. Tiene unos 17 kilómetros de ancho, con unos 45 metros de profundidad promedio: hay que pensarlo como una gran pileta estancada, ya que sólo entre el tres y el cuatro por ciento anual del agua del golfo se renueva... Y a unos 80 kilómetros de aquí, en línea recta, se encuentra Puerto Pirámides.”
El recorrido pasa por playa Kaiser, sobre una zona de médanos vivos que cada año se van desplazando por la fuerza del viento; sigue con un pequeño paseo sobre la restinga –una gran “plataforma de abrasión” donde la marea sube y baja constantemente, permitiendo un peculiar modo de vida anfibio y el desarrollo de pequeños bivalvos, lapas y caracoles “diente de perro”– y se detiene un rato en playa Paraná, uno de los sitios preferidos de la gente de Madryn para pescar distintas especies desde la costa. Más adelante, ya en la zona de cerro Avanzado propiamente dicho, llega el momento de comenzar una fascinante caminata interpretativa: paso a paso, se aprende a distinguir las diferentes especies entre la vegetación achaparrada y espinosa que a primera vista parece toda igual; se descubren simbiosis naturales como la de las avispas con una planta llamada “agalla”; se escucha que las plantas de jarilla no necesitan espinas para defenderse de los animales, porque su propia resina las vuelve demasiado amargas (y por eso mismo se echan las ramas de jarilla al fuego del asado, ya que genera un humo espeso que le da a la carne un sabor peculiar). “En las bardas –explica Juani– se ven dos colores muy marcados, que son la señal de dos ingresiones marinas en la Patagonia, hace millones de años. No se sabe si el continente se fue hundiendo o si subió el nivel del agua, pero la región estuvo cubierta por un mar durante 35-30 millones de años; fue lo que se llamó el ‘mar patagoniense’, que dejó pocos rastros fósiles. La parte que estuvo cubierta es la que se ve más sombreada, en tanto la parte blanca son los sedimentos que se fueron acumulando en el fondo durante millones de años. Luego hubo otra ingresión marina, que abarcó desde Península Valdés hasta la provincia de Entre Ríos; la segunda franja superior más oscura es donde se acumularon los sedimentos de esta segunda invasión del agua. De este período es la mayor cantidad de fósiles que se pueden encontrar aquí.” Le basta hundir apenas la mano en el suelo para sacar una ostra fosilizada, y luego otra, y otra más... También hay otros bivalvos petrificados, “dientes de perro”, dientes de tiburón y dientes de raya que han sobrevivido el paso de millones de años: el cañadón que horada cerro Avanzado es un verdadero tesoro paleontológico, un viaje a la prehistoria de la prehistoria donde también aparecen perdidos testimonios de los pueblos aborígenes que vivieron en la región, y dejaron sus puntas de flecha, sus boleadoras, y hasta sus hachas ceremoniales.
El paseo por cerro Avanzado se puede combinar con la visita a la lobería de Punta Loma, a pocos kilómetros del centro de Madryn, un apostadero permanente de lobos marinos donde en los últimos tiempos se está realizando en forma experimental el buceo y snorkelling con estos animales. “Los lobos son animales sociables y curiosos; les gusta interactuar. Y como desde hace tres años se realiza el buceo, ya hay tres generaciones de lobos marinos que saben que las embarcaciones no representan un peligro, de modo que están cada vez más atrevidos. Se acercan sin miedo y a veces hasta tocan o mordisquean el brazo del buceador como perritos”, cuenta nuestro guía, a medida que atardece y nos acercamos de nuevo al centro de la ciudad, cuyas luces ya brillan formando una amplia medialuna fosforescente sobre el golfo.
BALLENAS, BALLENAS Al día siguiente, llega el esperado momento del avistaje de ballenas embarcado. Después de recorrer unos 110 kilómetros hasta Puerto Pirámides, y de haber visitado el nuevo centro de interpretación por donde se accede a la Península Valdés, exactamente frente a la famosa Isla de los Pájaros, se hace la hora de acercarse a la playa, subirse al semirrígido y adentrarse en el mar. Aunque es pleno invierno, el cielo está totalmente despejado y el Atlántico luce azul y brillante. “Estamos en una muy buena época para el avistaje: todo agosto, septiembre, parte de octubre. Han llegado todas las ballenas que tienen que llegar, y no se ha ido ninguna. A fines de octubre se empiezan a ir, hasta mediados de diciembre cuando se retiran los últimos ejemplares”, comenta Jorge Schmid, uno de los pioneros de las salidas embarcadas en Puerto Pirámides. “Me vine con un amigo en el año ’70 para 15 días de vacaciones, y ya hace casi 40 años que estoy aquí en Puerto Madryn”, agrega. En esos casi 40 años, los visitantes pasaron de siete a 115.000 anuales... “Hay gente que hace casi 14.000 kilómetros para venir a ver las ballenas”, subraya Schmid, y borra de un plumazo cualquier duda para recorrer los 1400 kilómetros que separan Buenos Aires de la Península Valdés.
Una vez en el agua, las ballenas cumplen: aunque cada avistaje es diferente –a veces se ven colas, a veces apareamientos, a veces saltos, y a veces simplemente “berenjenas flotando”, como definió con humor un turista español– tenemos la suerte de verlas como si estuvieran posando. A pocos metros de las embarcaciones, aceptan la presencia de la gente, se mantienen cerca de la superficie y se las puede ver junto a los ballenatos en escenas conmovedoras de cariño maternal. Además no están solas: un puñado de pingüinos algo desorientados nadan cerca de ellas, separados del grueso de aves que llegará a la reserva de Punta Tombo recién a fines de septiembre.
El mismo espectáculo, sorprendente también por su cercanía, se disfruta en las playas de El Doradillo, consideradas las mejores para hacer avistaje costero. Para Patricia, que es guía de turismo en Madryn desde hace años, es un lugar mágico: basta pararse al borde del mar para ver a simple vista las enormes ballenas a pocos metros de la orilla y escuchar el sordo bramido con el que se comunican. Desde Punta Flecha, unos metros por encima de la playa, se las puede ver y oír gracias al hidrófono instalado en un refugio de la Fundación Patagonia Natural: dueñas y señoras del océano, aunque ahora en creciente lucha con las abundantes gaviotas que las acosan sin cesar, emociona verlas en su hábitat como embajadoras de ese mundo marino cuya supervivencia depende de la acción responsable del hombre. No se puede sino recordar las palabras que se oyen en el Ecocentro de Puerto Madryn: “En el extremo sur, el Mar Patagónico es un mar vivo, enigmático, que baña las costas de la Argentina y parece interminable. Un volumen en movimiento, que sostiene la vida en la Tierra y nos afecta a todos”
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