turismo

Domingo, 5 de septiembre de 2010

SAN JUAN. UNA VUELTA POR LOS VALLES CUYANOS

Tierra de vino y olivos

Una semana en la soleada San Juan permite explorar sus montañosos y coloridos valles. Agroturismo, estrellas, dinosaurios y montañas de alturas vertiginosas: postales de una provincia que también tiene historia y una larga tradición en el cultivo de los frutos de la tierra.

 Por Mariana Lafont

Moderna y de arquitectura baja. Son las dos características que primero saltan a la vista al pisar San Juan de la Frontera, pero no sorprenden porque, a pesar de su antigüedad, la ciudad fue íntegramente reconstruida después del terremoto de 1944. Lo que sí sorprende en esta activa ciudad–oasis, fundada en 1562, es el contraste entre las calles arboladas –todo un milagro del riego– con los desérticos alrededores.

La capital sanjuanina ofrece varios sitios para recorrer, que van de lo histórico a lo arraigadamente artesanal. En primer lugar el ineludible Museo Sarmiento, para explorar fragmentos de la infancia del prócer argentino junto a la mítica higuera. A unos pasos de allí está el Museo Viviente del Aceite de Oliva Don Julio, cuyo nombre conmemora al enólogo Don Julio Marún, que en 1949 comenzó a elaborar el conocido aceite Tupelí (por el nombre de un cacique huarpe). Luego, sus hijos empezaron a fabricar aceite de oliva virgen fino, tipo antiguo, y al tiempo levantaron el Museo Don Julio. Este producto artesanal, de exquisito aroma y suave sabor, se elabora siguiendo el antiguo método de prensado en frío que es, justamente, el que se ve en el museo. Entre las piezas exhibidas hay un viejo trapiche, es decir el molino de piedra para “exprimir” las aceitunas, y al final de la visita se hace una degustación.

Entretanto, para adentrarse en la historia del vino hay que conocer el impecable y didáctico Museo de la Bodega Santiago Graffigna, que surgió en 1870 y marcó el nacimiento de la industria vitivinícola sanjuanina. Y en las afueras se puede ir a la quebrada del río San Juan y al Dique Ullum, las dos razones por las cuales el desierto logra convertirse en vergel. Cerca de allí, en la Quebrada del Zonda, hay un sitio único en América: la Bodega Cavas de Zonda, una peculiar champañera situada en el corazón de la montaña, en un gran túnel excavado en 1932 por inmigrantes yugoslavos. La cava tiene una temperatura promedio de 16ºC y, por la ausencia de luz y de ruidos, es el ambiente ideal para estibar el champagne.

Imponente Mercedario: la montaña más alta de los Andes, después del Aconcagua.

MILLONES DE AÑOS ATRAS Una vuelta a la provincia suele hacerse en una semana como mínimo, y se puede empezar por Valle Fértil, al este de San Juan. Este departamento se diferencia mucho de los otros gracias a unos milímetros extra de lluvia que recibe al año. Además de ser más verde que el resto de la provincia, sólo aquí prospera el quebracho colorado y abundan los cardones.

Saliendo de la capital se toma la RN 141 y a 60 kilómetros se puede conocer el gigantesco Santuario de la Difunta Correa. Entre peregrinos que llegan de todo el país, llama la atención la infinidad de maquetas de viviendas que invaden el lugar: se debe a que la gente pide casa a la Difunta, y cuando el deseo se cumple vuelve con un modelo de su hogar en miniatura. La siguiente parada es Astica (“las flores”, en lengua huarpe), uno de los tantos pequeños oasis serranos que abundan en Valle Fértil. Aquí los huertos familiares producen muchos cítricos: limas, toronjas, naranjas, pomelos, mandarinas y cidras, que parecen limones gigantes y sólo sirven para dulce. Pero también vienen bien las aromáticas, la tradicional alcayota y hasta conservas extravagantes, como aceitunas negras en almíbar.

Sesenta kilómetros más adelante se empalma la RP 510 y al cabo de 114 kilómetros el destino final del día es San Agustín del Valle Fértil, villa cabecera con infraestructura turística por su cercanía con el famoso Parque Provincial Ischigualasto o Valle de la Luna. Esta reserva paleontológica, situada a 70 kilómetros y única en el mundo, es Patrimonio Natural de la Humanidad de la Unesco desde el año 2000. Aquí se evidencia lo que ocurrió hace 230 millones de años, al final del período Triásico en la era Mesozoica, cuando los dinosaurios eran los dueños de la Tierra. Sus geoformas, producto de la erosión eólica, le valieron el apodo de “lunar”, y cada una fue bautizada según su apariencia: el “Submarino”, el “Hongo”, la “Cancha de Bochas”. Sin embargo, lo maravilloso del Valle de la Luna es disfrutar su silencio, tan profundo que por momentos agobia, cerrar los ojos e imaginar esta vasta extensión llena de animales prehistóricos. En el parque hay un centro de interpretación y varios circuitos: de auto, de trekking y de mountain bike, con guía incluido. Si bien todos van a pasar el día, lo ideal es acampar y disfrutar los increíbles atardeceres que tiñen todo el entorno. Los noctámbulos pueden empacharse de estrellas y, si hay luna llena, recorrer el parque de noche.

El “Submarino”, una de las tantas geoformas del Valle de la Luna talladas por la naturaleza.

MUCHO MAS QUE VIENTO Para ir de Valle Fértil al Valle de Iglesia hay que bordear la Precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza. Es el tramo más largo, ya que se debe tomar la RP 510 durante 80 kilómetros y luego empalmar la RP 26, recorriendo 130 kilómetros por La Rioja hasta Villa Unión. Allí se toma la RN 40 para hacer los últimos 184 kilómetros. El amplio Valle de Iglesia, una riquísima reserva minera en el noroeste de San Juan, está cercado por los Andes y la Precordillera. Este cordón es una barrera climática y, por lo tanto, a ambos lados de la Precordillera el tiempo es totalmente distinto. Entre mates y “semitas”, ese sabroso pan con chicharrón infaltable en la mañana sanjuanina, se puede admirar el paisaje aunque el cielo esté nublado, porque apenas se pasa al otro lado el día se ilumina con un sol radiante.

Entre curva y contracurva aparece el Jáchal que, junto con el San Juan, es el río más importante de la provincia. A lo lejos se ven los picos de los Andes, imponentes, rondando los 6 mil metros de altura. Allí está Agua Negra, paso del Corredor Bioceánico que llega a Coquimbo, en Chile, pero que por su altura está cerrado varios meses al año.

En medio del desierto, surge un gran lago que toma por sorpresa a los visitantes: Cuesta del Viento. El gran embalse sobre el río Jáchal generó un paisaje surrealista que combina la desértica belleza lunar con el intenso turquesa del lago artificial. Como su nombre lo indica, aquí hay viento, con ráfagas de 80 kilómetros por hora. Lejos de ser una molestia, el viento convirtió a este sitio en meca del windsurf, y no es raro ver paradores playeros y surfistas con rastas inmersos en el árido paisaje. El verano es la época ventosa, aunque hay corriente todo el año y sobre todo de tarde: por eso es ideal navegar y pescar a la mañana, cuando el lago está planchado. La localidad principal es Rodeo, un oasis de acequias devenido centro turístico de la mano del dique. Una arboleda centenaria e inclinada en la dirección del viento enmarca la entrada a la villa, punto de partida para cabalgatas, mountain bike, trekking, pesca y rafting.

El clima seco sanjuanino ha preservado durante siglos a la pequeña capilla de Achango, en Iglesia.

En la misma entrada está El Martillo, linda y prolija finca pionera en el agroturismo sanjuanino. Lo primero es almorzar en su restaurante y degustar platos a base de productos de la huerta. La picada de entrada es un clásico (los ajos en aceite, imperdibles), lo mismo que algunos postres típicos, como los zapallitos en almíbar o la tradicional alcayota. La finca nació hace más de treinta años como chacra de fin de semana hasta que su dueño, Enrique Meglioli, se mudó con su familia. Este activo ingeniero químico jubilado se dedicó a múltiples actividades: ovejas, truchas, conejos y cría experimental de llamas y guanacos para lana. En la huerta hay hortalizas y aromáticas, además de zapallos y alcayotas para dulce. Duraznos, ciruelos, zapallitos y choclos de colores, membrillos y hasta frambuesas y frutillas adaptadas al clima seco. Como si fuera poco, cuenta con colmenas, pasturas, nogales y un bosque de álamos para madera.

A 25 kilómetros están las Termas de Pismanta, vertientes volcánicas con propiedades curativas ya conocidas por los huarpes. Su nombre honra a un cacique que, ante el avance español, se refugió en una cueva a esperar la muerte con su familia. Según la leyenda hubo un estruendo, se hizo una grieta de donde manaba agua caliente, y nacieron las termas. Allí está el Hotel Termas de Pismanta, que existe desde los años ‘50 y desde hace seis funciona como cooperativa. Y no muy lejos está el minúsculo caserío de Achango, emplazado en lo alto de una loma protegida por álamos. La antiquísima capilla del lugar fue construida por los jesuitas alrededor de 1630, y sus campanas son originales de la época. Declarada Monumento Histórico Nacional, el cuidador –un hombre solitario y de piel curtida– cuenta que el templo se hizo con adobe, palos, cañas y tientos de cuero. Las paredes, de treinta centímetros de espesor, están revocadas con abono de cabra y tierra, en tanto el techo es de paja y madera. Gracias al clima seco, la capilla se mantiene tan intacta como las antiguas alfombras que cubren el piso de tierra, tejidas en telar hace doscientos años por las mujeres del lugar.

En el valle de Calingasta, observación astronómica en el Parque Nacional El Leoncito.

TECHO DE ESTRELLAS La vuelta a la provincia se cierra en Barreal, en el departamento de Calingasta, en el sudoeste de San Juan. Trescientos setenta kilómetros separan Rodeo de Barreal, tomando primero la RN 40 y empalmando luego en San Juan la RP 12 y finalmente la RP 412. Poco antes de llegar, en la localidad de Calingasta se encuentra el cerro El Alcázar, una caprichosa formación rocosa que recuerda al famoso Alcázar español. Barreal, al igual que todo San Juan, goza de un clima seco, soleado y envidiable. A Calingasta la llaman “el techo de San Juan”, ya que aquí los Andes rondan los 6 mil metros de altura y ofrecen vistas privilegiadas del Cordón Ansilta (el más alto de la Cordillera) y el cerro Mercedario (6720 msnm, la montaña más alta de los Andes después del Aconcagua). Por estas altas cumbres cruzó a Chile el Ejército del general San Martín en su campaña libertadora.

Desde Barreal el paseo obligado es el Parque Nacional El Leoncito, formidable centro de observación astronómica. La reserva protege un ambiente típico de precordillera y resguarda la diafanidad y transparencia atmosférica de uno de los mejores sitios del mundo para ver astros. Los amantes de las estrellas pueden dormir aquí y disfrutar de una observación al aire libre con telescopios. Muy cerca de allí se encuentra la Pampa del Leoncito, una extensísima superficie de doce por cuatro kilómetros que, gracias a la ausencia de obstáculos, soporta ráfagas de hasta 100 kilómetros por hora y es el sitio ideal para hacer carrovelismo y dejarse llevar por los aires sanjuaninosz

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El impresionante Santuario a la Difunta Correa está a sólo 60 km de la capital sanjuanina.
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