CHASCOMUS LAS ESTANCIAS LA HORQUETA Y LA FE
A poco más de una hora desde Buenos Aires, en las afueras de Chascomús, las estancias La Horqueta y La Fe ofrecen dos opciones de turismo rural que combinan confort y buena comida en la tranquilidad del campo bonaerense.
El turismo rural es una de las opciones turísticas que más ha crecido en los últimos meses en comparación con años anteriores. La mayoría de las estancias bonaerenses trabajó con un lleno casi total durante los fines de semana de verano, y con un alto nivel de ocupación de lunes a jueves, algo inusual hasta ahora, ya que la temporada alta de las estancias comienza después del verano. Como se aproxima el feriado largo de Semana Santa, una buena alternativa para disfrutarlo es pasar unos días de campo en alguno de estos establecimientos. Para ir conociendo las opciones, Turismo 12 visitó dos estancias en Chascomús, donde al tradicional confort en medio de la pampa bonaerense se le suma la posibilidad de pescar en pródigos arroyos y lagunas.
ESTANCIA
LA HORQUETA A 6 kilómetros de Chascomús, un camino
de tierra conduce hasta la tranquera de La Horqueta, una estancia ubicada a
orillas de la laguna Vitel. Uno mismo debe bajarse del auto, abrir la tranquera,
pasar y volver a cerrarla, cumpliendo con una especie de ritual que nos hace
tomar conciencia de que estamos realmente en medio del campo.
Avanzamos entre unos sembradíos de soja hacia un tupido monte de árboles
altísimos que protegen el casco de la estancia de los vientos. Cuando
estamos cerca se vislumbra una antigua casa de campo de estilo Tudor inglés,
semitapada por las flores del jardín. Unos 50 metros a la izquierda hay
un segundo casco con un estilo más criollo, que al igual que el anterior
data de 1928. Alrededor hay un parque diseñado hace 74 años por
un paisajista con árboles florales como el jacarandá, el palo
borracho y el ceibo.
Los dueños de casa –Enrique Pierri y Patricia Sánchez–
reciben personalmente a los huéspedes, los acompañan también
en la gran mesa del comedor durante la cena y el almuerzo, y cuando llega el
momento de la partida, los despiden con amable hospitalidad. El bisabuelo del
señor Pierri –que no es pariente del político bonaerense–
compró La Horqueta hace exactamente 100 años. La estancia fue
subdividiéndose hasta quedar las actuales 200 hectáreas, donde
se crían algunas vacas y cuya actividad principal desde 1996 es el turismo.
Lo que distingue particularmente a La Horqueta es que su casco está a
sólo 100 metros de la laguna Vitel, que mide 1150 hectáreas y
es una de las mejores de la provincia para la pesca. Los huéspedes pueden
tomar libremente los botes a remo o las canoas de kayac y lanzarse a navegar
libremente por las tranquilas aguas de la laguna, o dedicarse a la pesca embarcada,
remando hasta el centro de la laguna. Durante una tarde de pesca, un buen pescador
puede llegar a sacar dos o tres tarariras y otros tantos bagres de tamaño
medio. En el invierno proliferan el pejerrey y la carpa. Además, dentro
de La Horqueta hay dos arroyos para la pesca desde la costa. Lo ideal es que
el huésped traiga su propia caña, aunque en la estancia también
hay algunas disponibles.
Durante los atardeceres en la laguna, el cielo se abarrota de aves como garzas,
patos de diversas especies, benteveos y palomas torcazas que surcan los aires
en bandada. Entre las actividades disponibles –todas incluidas en la tarifa–
se cuentan las cabalgatas, los paseos en bicicleta y los partidos de vóley,
ping-pong y fútbol. Además, a pocos kilómetros se encuentra
el Club de Golf de Chascomús (no incluido en el precio).
La gastronomía incluye los asados al aire libre bajo las arboledas, pastas
con salsa de hongos o cuatro quesos, milanesas para los chicos y flan y panqueques
para los postres. La merienda viene con las criollas tortas fritas, buñuelos
de membrillo, scones o tortas caseras.
ESTANCIA
LA FE A
27 kilómetros de Chascomús, campo adentro, aparecen tras una arboleda
las líneas de estilo colonial del casco de la estancia La Fe. Su dueña,
Marcela Tuccio, vive con su hijo en la estancia de manerapermanente, desde que
la compró en 1998, luego de vender su casa en Buenos Aires. Marcela no
solamente adora el campo sino también la vida de campo –aun con
sus bemoles– y transmite a sus huéspedes el placer de vivir cada
día rodeada de cuatro horizontes verdes que se pierden en el infinito.
Una virtud de la estancia La Fe es la amplitud de sus espacios interiores. En
el casco hay una agradable recepción con grandes ventanales que, sumado
el comedor, abarca 160 metros cuadrados. Lo mismo sucede con los cuartos, los
baños y hasta con las grandes camas señoriales y los antiguos
armarios de madera. En invierno se duerme al calor de una salamandra o un hogar
a leña, según el cuarto. Al abrir los ventanales por la mañana,
el trinar de las aves inunda el cuarto. El “toc-toc” de un pájaro
carpintero se repite indefinidamente hasta que lo incorporamos a los sonidos
de campo y una cigüeña se aleja con su vuelo suave remarcando la
línea del horizonte. Junto al casco, sobre el césped, ya está
servida la mesa con el desayuno.
La jornada que nos espera puede ser tan simple como pasarse la tarde tumbados
en las hamacas paraguayas leyendo a la sombra de los árboles, o realizar
diversas actividades. Por un lado, se alquilan arcos y flechas deportivas para
practicar tiro al blanco. Los paseos a caballo o bicicleta a la vera del río
durante el atardecer son uno de los servicios impagables que están incluidos
en el precio. Un día de suerte nos cruzaremos a los flamencos rosados.
Y quienes no se animen al caballo pueden optar por el alquiler de un cuatriciclo
a motor.
La pesca en el río Samborombón, que caracolea por la pampa a 200
metros del casco de La Fe, es otro atractivo propio de la estancia. Se trata
de un río pequeño, pero durante una buena tarde pueden salir hasta
5 tarariras de un kilo, o también algunas lisas, bagres o carpas. El
alquiler de una caña con su correspondiente caja de elementos y la carnada
cuesta $ 10. Junto al río se forman pequeñas barrancas donde se
ven las cuevas de las nutrias que aparecen cada tanto a curiosear, nadando con
el hocico sobre la superficie. Al caminar por el campo al atardecer, salen volando
ruidosamente las perdices de los matorrales.
En La Fe, los almuerzos transcurren al aire libre sobre una gran mesa con todos
los huéspedes compartiendo el desfile de bandejas con achuras crepitantes,
chorizos de cerdo y vacío. Durante la noche se puede jugar un partido
de pool, tocar la guitarra para honrar el pago con una milonga campera, mirar
una película en video traída de casa o elegir alguna por DirecTV.
Al margen del confort y los servicios, en las estancias de Chascomús
hay dos bienes no materiales por los cuales muchos porteños pagarían
cualquier cosa a su alcance por obtenerlos: el silencio profundo de la noche
y un aire húmedo de rocío que empaña los ventanales al
amanecer.
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