Domingo, 16 de enero de 2011 | Hoy
ITALIA.ñ GRADARA Y RAVENNA, ESCENARIOS DE DANTE
Arrastrados por una “tormenta infernal que nunca cesa”, Paolo Malatesta y Francesca da Rimini cruzaron sus caminos con Dante Alighieri en el quinto círculo del Infierno. Los desdichados amantes existieron realmente: habían nacido en la región de Ravenna y hallaron trágica muerte en la fortaleza de Gradara, hoy parte del itinerario dantesco.
Por Graciela Cutuli
Probablemente la bella Ravenna no está entre los destinos de un primer viaje a Italia: cuando los tiempos son ajustados, no es nada fácil competir con vecinas más o menos cercanas y tan ilustres como Florencia o Venecia. Aunque Ravenna haya sido uno de los primeros amores de Oscar Wilde, que le dedicó un célebre poema, y haya fascinado a Lord Byron, que se enamoró y escribió aquí parte de su obra. Sin embargo, la ciudad merece un sitio destacado en el mapa turístico italiano y no debería ser desdeñada por el viajero interesado en la historia y la literatura: no sólo porque se levanta en la Emilia Romaña, una región famosa por la buena mesa en un país de por sí exquisito a la hora de comer, sino sobre todo porque es una pequeña gran joya de arte, historia y cultura, dueña de un pasado glorioso que la vio tres veces capital (del Imperio Romano de Occidente, del Teodorico rey de los godos y del Imperio de Bizancio en Italia).
Ocho de sus principales monumentos, entre iglesias y sitios históricos, forman parte del patrimonio mundial de la Unesco, y aún resuenan en sus callejuelas los pasos del exiliado Dante Alighieri. El autor de La Divina Comedia fue víctima de las luchas políticas de Florencia, su ciudad natal, y terminó sus días aquí, al borde del Adriático, donde concluyó el “Paraíso” y murió finalmente en 1321. Su tumba es uno de los lugares que todos visitan, y podría decirse que es la auténtica, ya que el otro mausoleo dantesco, levantado en Florencia para “honrar al altísimo poeta” siglos después de su muerte, está definitivamente vacío.
FRANCESCA, ENTRE RIMINI Y RAVENNA Sepulcro de Dante, Ravenna fue al mismo tiempo la cuna de Francesca da Rimini, una joven noble de la poderosa familia medieval de los Polenta (a cuyo nombre se añadió el de la hoy famosísima ciudad balnearia sobre la costa del Adriático por el matrimonio con Gianciotto Malatesta).
Poco se sabe sobre ella: hija de Guido da Polenta, nació en torno de 1250 y a los 15 años fue casada por poder con Malatesta (algunos aseguran que por engaño) como consecuencia de una alianza política regional. Quisieron los caprichos del destino que fuera su cuñado, Paolo Malatesta, el encargado de sellar el matrimonio, y que de él se enamorara la joven Francesca, iniciando un amor tan trágico como secreto.
La propia Francesca lo cuenta a Dante, durante su encuentro con el poeta en el círculo del Infierno reservado a los lujuriosos: “Leímos un día, por recreo, / cómo el amor lo atrajo a Lanzarote; / solos estábamos sin sospecha alguna. / Varias veces los ojos se encontraron / en la lectura, palideció el rostro, / pero nos dominó sólo un pasaje. / Al leer cómo la sonrisa ansiada / fuera besada por un tal amante, / éste, de quien yo nunca he de apartarme, / la boca me besó toda temblante. / Galeoto el libro fue y quien lo hizo: / desde ese día nunca más leímos”.
El bacio tremante terminaría trágicamente, cuando los amantes fueron descubiertos por el marido de Francesca, que les dio muerte en el acto. Al menos así lo cuenta la leyenda, y así lo retomó Dante en uno de los cantos más bellos y conmovedores de su “Commedia”. El episodio del asesinato de los amantes –que se sitúa entre 1283 y 1285, cuando Francesca tenía menos de 30 años y Paolo unos diez más– se produjo en la Rocca de Gradara, una maciza fortaleza que se levanta en la región de las Marcas, entre un romántico paisaje de verdes colinas.
PASEO EN GRADARA Gradara está en el norte de las Marcas, casi en el límite con la Emilia Romaña, con la que comparte la deliciosa orilla del Mediterráneo. Lejos del bullicio de los balnearios que convocan a los jóvenes italianos durante el verano –sobre todo Rímini, la gran capital de la riviera adriatica–, este pueblo se extiende a los pies del castillo como un centinela silencioso de esas montañas que custodia, inmutable, desde hace siglos. Su posición era estratégica, ya que en tiempos medievales Gradara se encontraba en la encrucijada de un rompecabezas de intereses ducales y pontificiales que se disputaban Italia palmo a palmo.
Ocho siglos más tarde, la Rocca corona el paisaje protegida por dos cintas de murallas imponentes construidas por los Malatesta entre los siglos XIII y XIV: la exterior, la más larga, tiene una extensión de casi ochocientos metros y se ve como una hilera de luz durante la noche, cuando se realizan durante la temporada estival numerosos eventos artísticos y musicales, aprovechando el magnífico escenario. El almenado torreón principal alcanza unos 30 metros de altura, más que suficientes para dominar el valle vecino hasta el mar por el norte, o hacia el monte Carpegna por el oeste. Con el tiempo, el dominio de los Malatesta cedió ante otros poderosos como los Montefeltro, los Sforza, los Della Rovere, los Borgia y los Medici, pero la fortaleza permaneció siempre inmutable en su papel protagónico del convulsionado tablero político italiano hasta que en 1641 cayó bajo control directo del Estado de la Iglesia y comenzó su lenta pero inexorable decadencia.
Para el viajero de hoy, el sitio es particularmente mágico a mediados del mes de febrero, cuando Gradara se suma a los festejos de San Valentín –el patrono de los enamorados–, iluminando mágicamente la fortaleza y organizando bailes en trajes antiguos para recordar los amores prohibidos de Paolo y Francesca. Otra época ideal para la visita es en pleno verano boreal, ya que a mediados de julio se organiza un gigantesco espectáculo –con decenas de jinetes, artilleros, figurantes y efectos especiales– para recrear el asedio de Gradara en 1446, uno de los peores de su historia. La celebración sigue con una fiesta medieval que se contagia por todas las calles del pueblo con representaciones teatrales, réplicas de batallas y danzas.
Una visita a Gradara no termina, sin embargo, en la Rocca de Paolo y Francesca. Hay que visitar el Museo Histórico del pueblo, que conserva muchos objetos de la época medieval y permite acceder a una gruta oculta durante siglos; la Iglesia de San Giovanni del siglo XIX; y los antiquísimos olivares del Jardín de los Olivos, todavía hoy objeto de estudios científicos para descubrir los orígenes de la cepa.
VERUCCHIO Y LOS MALATESTA Después de Gradara y Ravenna, ciudad natal de Francesca, el itinerario dantesco por las regiones de la Emilia Romaña y las Marcas debería terminar en Verucchio, donde nació el malogrado Paolo Malatesta en torno de 1246. A 18 kilómetros de Rímini, la ciudad se levanta sobre el valle del Marecchia y tiene una rara particularidad: se extiende también sobre un “exclave”, una fracción separada del municipio por la República de San Marino.
Ocupada desde tiempos antiquísimos, probablemente antes de los etruscos, Verucchio se desarrolló gracias a su facilidad de acceso al mar: se dice incluso que su nombre deriva de vero occhio, es decir “ojo verdadero”, por su magnífica vista sobre los alrededores. Los Malatesta supieron aprovecharla y no tardaron en controlar todo el valle en tiempos medievales, asentándose en el castillo local en su permanente lucha contra el ducado de Urbino. Sus éxitos políticos, sin embargo, no sirvieron para atenuar los dramas pasionales que los sacudieron, como a tantas familias influyentes de la época, debatidas entre las obligaciones y los sentimientos. Así, Verucchio y los Malatesta pasaron a la literatura y a la historia, junto con Ravenna y Gradara, de la mano de la historia triste pero inmortal de Paolo y Francescaz
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