turismo

Domingo, 23 de enero de 2011

RIO NEGRO. LAS GRUTAS Y SU BALNEARIO

Patagonia cálida

Las Grutas es la playa más concurrida de la Patagonia gracias a sus aguas cálidas y un paisaje excepcional a orillas del Golfo San Matías. Guía para conocer un balneario distante pero único, donde las mareas ponen el ritmo de cada día y los alrededores invitan a las expediciones de aventura, la exploración arqueológica y los deportes de playa.

 Por Graciela Cutuli

La costanera blanca que se extiende a lo largo de los balnearios céntricos de Las Grutas, a orillas del azulísimo Golfo San Matías, pone en la costa rionegrina un inconfundible aire mediterráneo. El resto lo hace el mar, gran protagonista del verano, que aquí es el gran convocante de la temporada. Lo demás es una postal que ya dejó de ser un secreto para hacerse bien conocida: cientos de sombrillas, de todos los colores, que dibujan un patchwork multicolor sobre la arena.

Curiosamente, la postal es bien movediza, ya que el marcado ritmo de las mareas –que “arrincona” a los bañistas contra las grutas cavadas en la roca del balneario por la erosión marina– obliga de tanto en tanto a desplazarse hacia atrás para permitir el avance del agua. Es casi como si fueran dos playas, con un desnivel, que se aprovechan a fondo cuando la marea baja y la gran plataforma rocosa habitualmente bañada por el mar queda al descubierto. Ahí está además el secreto de uno de los dones de Las Grutas: la temperatura del agua, que a pesar de las latitudes donde se levanta el pueblo es igual y hasta un poco más cálida que en la provincia de Buenos Aires, gracias a la influencia de corrientes marinas. No sólo eso: cuando la marea sube sobre la plataforma rocosa, llega casi caliente y así se mantiene hasta que cubre prácticamente hasta las rodillas. Un buen regalo de la naturaleza que hizo de este balneario rionegrino uno de los más concurridos, sobre todo por veraneantes de la Patagonia y del sur bonaerense, que lo prefieren por su cercanía, ambiente familiar y animación constante durante los meses estivales.

Afloraciones graníticas sobre el mar en Piedras Coloradas, cinco kilómetros al sur de Las Grutas.

EL MAR O LA PILETA Para llegar a Las Grutas hay que recorrer unos 1150 kilómetros desde Buenos Aires, los últimos por una ruta donde el tránsito disminuye notablemente. Y de pronto allí, después de varias decenas de kilómetros de nada, aparece el prometedor cartel que indica el desvío y lleva hacia las orillas del mar. Quien quiera seguir hacia el sur otros 280 kilómetros llegará a Puerto Madryn, ya en la provincia de Chubut: pero son muchos quienes privilegian la playa, se quedan en Las Grutas y emprenden la visita a la vecina chubutense sólo por el día. También se puede, a mitad de camino (unos 150 kilómetros al sur de Las Grutas) visitar otro balneario rionegrino en ascenso: Playas Doradas, en Sierra Grande, que cautiva con su aire agreste y arenas interminables.

Lo cierto es que Las Grutas parece haber resuelto un viejo dilema de los veraneantes sobre las ventajas del mar o la pileta. Y lo hizo de una forma original, excavando piletones en la superficie rocosa que periódicamente el mar cubre y descubre, de modo que al retirarse la marea, estos huecos artificiales quedan llenos de agua de mar (y con ella la sutil vida que la acompaña). Hay piletas de diferentes tamaños y profundidades: las más bajitas son las que logran calidez en el agua; las más profundas son las favoritas de los más grandes para jugar. La única precaución, imprescindible, es caminar con cuidado de una a otra o hacia la rompiente, ya que cuando el mar se va la superficie rocosa queda bien resbaladiza. Nada que un buen calzado antideslizante no pueda solucionar.

La costanera blanca de Las Grutas le da al balneario aires mediterráneos.

DESPUES DE LAS BAJADAS Las Grutas propiamente dicha tiene diez bajadas al mar, formando una suerte de arco frente a la parte céntrica de la ciudad. Aquí se concentran los servicios –balnearios, excursiones náuticas, caminatas, pesca deportiva desde la costa– y también la gente. Quien quiera entonces sentir el mayor aislamiento que puede ofrecer una playa patagónica debe dirigirse hacia el sur y recalar primero en Piedras Coloradas, a sólo cinco kilómetros del centro. El nombre se debe a un afloramiento granítico a orillas del mar, que forma masas rocosas de color rojizo ideales para jugar o sentarse a tomar sol en la propia isla desierta. También aquí manda el ritmo de las mareas, de modo que algunas horas del día las “piedras coloradas” quedan cubiertas por el agua. Es un buen momento para retroceder hasta los médanos y probar suerte en las tablas de sandboard, deslizándose con mayor o menor gracia ladera abajo. De todos modos, conviene recordar que el sol pega, y con intensidad: entonces hay que contar con protección, o lanzarse a la aventura más bien hacia el atardecer.

Algo más al sur se encuentra el sitio conocido como El Buque, otra formación rocosa que se ve durante la bajamar. Es el lugar perfecto para los cazadores de mejillones y pulpitos, que quedan atrapados en las grutas y lagunitas que se forman junto a la costa. Y avanzando un poco más, a 13 kilómetros de Las Grutas se llega a El Sótano, cuyos acantilados son los favoritos de muchos pescadores, mientras los chicos y grandes que buscan sentirse como Indiana Jones pueden descubrir las ostras fosilizadas del cercano Cañadón de las Ostras.

Piletas de distintas profundidades sobre la explanada rocosa en la que sube y baja la marea.

EL SABOR DE LA SAL Uno de los grandes atractivos de Las Grutas es que tiene mucho más que playa. Los amantes del avistaje de aves, por ejemplo, pueden emprender el camino hacia la zona de San Antonio Este –el puerto por donde se exporta la fruta del Alto Valle de Río Negro– y conocer sus desérticas pero imponentes playas de conchilla, que forman parte de una reserva natural destinada a proteger a las aves migratorias que cada año recorren miles de kilómetros entre Tierra del Fuego y el Polo Norte. Estas playas, totalmente agrestes y solitarias, son de una belleza increíble y sus aguas turquesas y cálidas las hacen dignas de un pequeño y desconocido Caribe rionegrino.

Otro sitio para descubrir sí o sí es la Salina del Gualicho, a 60 kilómetros de Las Grutas. Este desierto de sal se encuentra en el Bajo del Gualicho, a 72 metros bajo el nivel del mar, la segunda mayor depresión de nuestro país (la primera es el Bajo San Julián, en Santa Cruz, que con 107 metros bajo el nivel del mar es la mayor depresión del hemisferio occidental). Desert Tracks es la prestadora que organiza la visita: mucho más que una excursión, lo que se propone es una experiencia que resultará imposible de olvidar. Se sale al atardecer, en viejos camiones militares reacondicionados para el turismo, y se llega al oasis de sal alrededor de una hora después, para ingresar en los playones de trabajo rodeados de bloques blancos y gigantescos. Los guías se encargan de dar todos los detalles técnicos, empezando por el origen del salar, que se formó cuando se elevó la Cordillera de los Andes y esta zona sufrió una depresión que permitió el ingreso del mar. Pasaron los años y el mar se retiró, pero quedó una capa madre de sal de 23 metros de espesor: hoy, esta capa de sal es explotada con fines industriales pero se regenera todos los años, convirtiéndose en un recurso prácticamente inagotable. No queda sino agradecerlo, sobre todo cuando se llega hasta el corazón de la salina para ver la puesta del sol, que lentamente se hunde en el horizonte tiñéndolo de rosa y regala un toque romántico al brindis que se propone a los participantes. Más tarde se volverá a la zona donde quedó estacionado el camión para comer un pollo al disco recién preparado a la luz de las estrellas, y finalmente recostarse boca arriba para explorar con catalejos la magnificencia de la bóveda celeste del hemisferio austral.

La ciudad de Las Grutas a orillas de las cálidas aguas de su franja de mar.

DE PIEDRA Y PINGÜINOS La región de Las Grutas es el punto de partida para conocer otros lugares poco conocidos y de extraordinario valor natural. Desert Tracks propone un auténtico viaje de descubrimiento hacia Valcheta, donde se encuentra el bosque petrificado más importante del norte de la Patagonia, que empezó a formarse cuando las araucarias de la región –entonces fértil y floreciente– quedaron cubiertas por las cenizas de una erupción volcánica. Conocerlo y hacerlo conocer tal vez ayude a darle la relevancia que el sitio merece, sobre todo para lograr una mejor protección. Además, en Valcheta se visita un pequeño pero valioso museo levantado en la antigua usina local con objetos que recuerdan la ocupación indígena de la meseta patagónica, fósiles y huevos de dinosaurio petrificados. Durante la visita también se almuerza en una estancia y se visita la antigua estación de tren de Valcheta, inaugurada en 1910 por el presidente Figueroa Alcorta.

Otra opción imperdible es visitar la pingüinera de la Reserva Provincial Islote Lobos, 70 kilómetros al sur de Las Grutas (así no es necesario llegar hasta Punta Tombo, que requiere mucho más tiempo de viaje). Hace unos dos años se encontró aquí una colonia de 10.000 pingüinos, a la que se arriba transitando por la RN3 pasando previamente por Sierra Grande. Desde allí habrá que llegar al campo lindante con la reserva y acceder por una huella, con marea baja, hasta el islote La Pastosa, que alberga la colonia de pingüinos de Magallanes, acompañados por medio millar de lobos marinos. El lugar es único, y la ocasión ideal para terminar el día con un fogón para contar historias gauchescas de la Patagonia.

OLIVAS AUSTRALES El clima seco y el suelo pedregoso inspiraron a los promotores de la firma Olivos Patagónicos para establecer en Las Grutas las primeras plantaciones de aceitunas destinadas a la producción de aceite en la Patagonia. Las aceitunas de la finca La Sofía son, entonces, las más australes y también las más cercanas al mar en el país: en total hay unos 11.000 olivos plantados sobre unas 30 hectáreas, dedicados a la producción de aceite extra virgen en una fábrica inaugurada con tecnología italiana. Desde la plantación hasta la comercialización, todo se realiza en las afueras del balneario siguiendo normas orgánicas para lograr un aceite de alta calidad, elaborado en promedio menos de seis horas después de la recolección de los frutos, totalmente a mano. La mayoría de las aceitunas son de variedad Arbequina, y un pequeño porcentaje son Frantoio y Empeltre: el resultado se puede probar en las mesas de Las Grutas, acompañando los platos típicos del lugar, naturalmente a base de pescado y frutos de mar del Golfo San Matíasz

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Salina del Gualicho. A lo lejos, los camiones que trabajan en la extracción de sal.
Imagen: Graciela Cutuli
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