Domingo, 30 de enero de 2011 | Hoy
EUROPA. PEQUEñOS PAíSES CON GRAN HISTORIA
Un puñado de países europeos, casi escondidos en el mapa, tiene sin embargo extensas historias para contar. Historias de supervivencia frente a vecinos poderosos, de repúblicas pioneras y hasta de príncipes y princesas que quisieron a veces parecerse a los cuentos de hadas.
Por Graciela Cutuli
Rusia es el país más grande de Europa; está bien a la vista y no hacen falta complicadas superficies de cálculos para darse cuenta. Pero a la hora de buscar sus antípodas, es decir el país más pequeño, el cetro está bastante disputado: sólo con lupa Luxemburgo puede parecer grande, con sus 2586 kilómetros cuadrados, aunque sin duda lo es frente al escaso 0,44 de kilómetro cuadrado de la Ciudad del Vaticano, el Estado más diminuto del Viejo Continente. En el medio quedan Mónaco, un pañuelo de 2 km2 en las privilegiadas orillas del Mediterráneo, San Marino con 61 km2, Liechtenstein con 160 km2 y Andorra con 468 km2. Aunque las comparaciones son odiosas, aquí van algunas para situarse un poco en contexto: Luxemburgo es casi diez veces más pequeño que Tucumán, que con sus 22.525 km2 haría el papel de Gulliver en Liliput si estuviera enclavada en Europa. Y la Ciudad de Buenos Aires, con 202 km2, es 200 veces más grande que Mónaco, sólo para elegir algunas cifras fáciles. Entonces, la falta de tiempo no puede ser excusa para sortear la visita a algunos de estos países que, no por pequeños, dejan de tener historia y encantos para mostrar. Los gajes de la historia los hicieron pequeños; ellos mismos se encargaron –irreductibles a lo Astérix– de defender a capa y espada sus fronteras minúsculas frente a vecinos poderosos.
LUXEMBURGO Sin salida al mar, el Gran Ducado de Luxemburgo está rodeado por Francia, Alemania y Bélgica: en otras palabras, está en la frontera entre la Europa germánica y la romana, una condición que sabe aprovechar muy bien turísticamente. A pesar de su pequeña superficie montañosa, le alcanza para tener 12 cantones y varias ciudades, entre las cuales se destaca Luxemburgo, la capital, donde los francos establecieron en la Edad Media la fortaleza que sería el núcleo del futuro país.
Aquí todo parece infinitamente tranquilo y próspero: paraíso bancario y administrativo en el corazón de Europa, respira estabilidad, flema germánica y sin duda complacencia con su alta calidad de vida. Durante una visita hay que conocer el Gran Palacio Ducal, residencia oficial de la familia reinante, y sobre todo el casco viejo en la zona que va de la Plaza de Armas a la Grand Rue, la más comercial y la mejor para llevarse los recuerdos de rigor. En todo caso hay que estar preparado para subir, bajar y cruzar puentes, porque así lo exige el relieve de la ciudad. También vale la pena darse una vuelta por el Kirchberg, el “barrio europeo” que hace de Luxemburgo una mini-Bruselas con las sedes de varias instituciones europeas (vale recordar que la unión que fundó hace décadas con Holanda y Bélgica, el Benelux, fue precisamente la base de la Unión Europea). Finalmente son paseos clásicos la Abadía de Neumünster, la Catedral de Notre Dame, el Museo Nacional de Historia Natural y las Casamatas del Pétrusse, una serie de túneles subterráneos excavados en el siglo XVII que se usaban con fines defensivos.
ANDORRA Si Luxemburgo anida entre Francia y Alemania, el destino de Andorra es vivir (nada mal) a la sombra de Francia y España. Lo logra gracias al turismo –aquí, dada la altura promedio de 1900 metros, son populares los deportes de montaña y el esquí– y su esquema de paraíso bancario. A pesar de su larga historia, que vio la instalación sucesiva de un vecino u otro, Andorra es un principado muy joven: sólo en 1993 se aprobó la segunda Constitución, que prevé un sistema de lo más curioso. La nación tiene, en efecto, un jefe de gobierno y dos “co-príncipes” –uno español, otro francés–, cada uno con representante propio.
Andorra es uno de los lugares favoritos de los franceses y catalanes para practicar esquí en las cuatro estaciones del pequeño país: Pas de La Casa–Grau Roig y Soldeu-El Tarter (ambas reunidas bajo el nombre de Grand Valira) y Pal-Arinsal y Ordino-Arcalis (bajo el nombre Vallnord). Estas cuatro son del tradicional esquí alpino, mientras en La Rabassa se practica esquí de fondo. Nieve aparte, hay aquí también un rico patrimonio arquitectónico, sobre todo gracias a las numerosas iglesias románicas desparramadas por todo el territorio y que se pueden conocer a medida que se recorren las rutas rurales del país, pasando de una ciudad a otra, como Arinsal, Canillo, Anyos, Erts o Pal: sólo el tiempo disponible pone el límite al itinerario. En Andorra La Vella (o La Vieja), la capital, el recorrido es encantador por dimensiones y por historia: entre otros, hay que visitar la Casa de la Vall, un edificio del siglo XVI donde hoy sesiona el Parlamento local; las antiguas iglesias de Santa Coloma y San Esteban, el Castillo de Sant Vicenc –un complejo medieval construido sobre bases romanas– y el pintoresco puente románico de la Margineda, sobre el río Valira.
LIECHTENSTEIN Para los viajeros que coleccionan países aunque el tiempo no alcance, los mismos que los “pinchan” en el mapa virtual de Trip Advisor aunque solo hayan pisado el aeropuerto o la estación de tren, el siguiente debería ser Liechtenstein, un retazo de mapa europeo de 160 kilómetros cuadrados enclavado entre Suiza y Austria. Curiosamente no sólo no tiene salida al mar sino que tampoco la tienen sus vecinos. De terreno montañoso –el Grauspitz, de 2599 metros, es el pico más alto– y lindante con el Rin, Liechtenstein vive del turismo, pero sobre todo de los servicios financieros, que ahora sus vecinos europeos miran con una lupa cada vez de mayor aumento.
No tiene aeropuerto, pero llegar no es un problema: está cerca de Zurich y por sus estaciones ferroviarias pasan los trenes de media Europa. Quienes gusten de pedalear pueden recorrer Liechtenstein de punta a punta gracias a las ciclovías que cruzan todo el territorio: una linda manera de internarse en sus bellos paisajes sin la velocidad que un automóvil haría demasiado breve. Hay que esperar encontrarse con un país hiperprolijo, al estilo alemán de postal, pero también extremadamente conservador: si para muestra basta un botón, se puede recordar que las mujeres tuvieron derecho al voto en las elecciones nacionales recién en 1984.
Vaduz, la minúscula capital, tiene poco más de 5 mil habitantes y un castillo que data de la Edad Media: residencia de la familia reinante, sobre la construcción original se agregaron un ala renacentista y otra neoclásica. Pero todo hay que verlo desde afuera, ya que no se permiten las visitas. Lo que sí es imperdible es el Museo Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo, verdadera flor en el ojal de Vaduz a pesar de su contrastante arquitectura moderna –un auténtico cubo de cemento y basalto– diseñada por los suizos Morger, Degelo y Kerez. En el interior, las seis salas de exposición se organizan en torno de dos escaleras que permiten descubrir paulatinamente todo el edificio y sus obras de arte, que cubren los siglos XIX y XX.
SAN MARINO En el corazón de Italia, entre la Emilia Romaña y Las Marcas, San Marino se enorgullece de ser la república más antigua del mundo. Napoleón, el Papa y la fragmentada Italia preunitaria respetaron y reconocieron sus fronteras, que encierran 61 kilómetros cuadrados de montaña sobre el Monte Titano. De algún modo es como si hubiera sobrevivido a la tendencia unificadora de los siglos una de las antiguas ciudades-Estado propias de la Europa medieval. Eso no le impide estar acorde con los nuevos tiempos: no pertenece a la Unión Europea... pero igualmente adoptó el euro como moneda.
Esencialmente, la pequeña república está constituida por tres fortalezas que son sus principales atractivos turísticos: la más alta es la Cesta, que data del siglo XIII y hoy alberga un Museo de Armas Antiguas; también impresionan las murallas almenadas de la Rocca, del siglo XI, y el Montale, del siglo XIII. Asimismo se visita la iglesia de San Francisco, con una interesante Pinacoteca, y la Piazza della Libertà, que tiene una vista impresionante sobre el paisaje que rodea el territorio sanmarinense. Alguna vez, San Marino se hizo bien conocido por su Gran Premio de Fórmula Uno, que en realidad no se realizaba en su territorio sino en el Circuito de Imola, en la Emilia Romaña: 2006 vio la última edición, pero el circuito quedó en la historia por la muerte de Ayrton Senna en 1994.
MONACO Si no existiera, habría que inventarlo. Por su belleza, porque Mónaco tiene una de las ubicaciones más hermosas del mundo a orillas del Mediterráneo, pero también por su ya legendaria familia reinante, que sigue llenando decenas de páginas en las revistas nostálgicas de otros tiempos principescos. De Grace Kelly para acá, para el gran público, Mónaco es sinónimo de los Grimaldi. Este principado un poco de opereta vive de los casinos y del turismo (y de los exiliados famosos en busca de beneficios impositivos). Aquí también la Fórmula Uno hizo mucho por Mónaco, gracias al Gran Premio que se diputa en las calles de Montecarlo: este pequeño distrito de un país de por sí pequeñísimo es una de las mecas del jet-set internacional, donde nadie se da vuelta para mirar una Ferrari y John Lennon bien podría haber dicho su famosa frase de “sacudir las joyas” en lugar de aplaudir.
Aunque están el archifamoso Casino y los hoteles más lujosos, lo mejor que se puede hacer es simplemente dejarse llevar para disfrutar del minipaisaje urbano y su vista al mar. El casco antiguo es la llamada “ciudad de Mónaco” propiamente dicha, donde se levantan la sede episcopal y la Fortaleza que se construyó bajo el dominio genovés en la Edad Media. También vale la pena visitar el Museo Oceanográfico y el distrito de La Condamine, entre el casco viejo y Montecarlo, con terrazas sobre el puerto que traen el perfume de los azahares que hacen famoso al Mediterráneo. Quien tenga la oportunidad de visitar Mónaco en el mes de enero podrá asistir a un espectáculo inolvidable: los fuegos artificiales sobre el mar con los que se celebra la fiesta del patrono local, que suele coincidir con el Festival de Circo y el Rally Histórico de Montecarlo.
CIUDAD DEL VATICANO Menos de medio kilómetro cuadrado, pero una visibilidad mundial envidiable: 44 hectáreas y menos de mil habitantes se compensan con el icono religioso de la Basílica de San Pedro y hacen de la microscópica capital pontificia uno de los lugares más visitados del mundo. Una quinta parte del territorio lo ocupan la basílica y la plaza que la precede, abrazada por la impresionante columnata de Bernini: el resto es, sobre todo, los Museos Vaticanos y la Capilla Sixtina, verdaderos tesoros del arte mundial. Esto es al menos lo que se puede visitar, aunque la Ciudad del Vaticano reserva otras curiosidades, como otra iglesia, la de Santa Anna, a pocos metros de una de las principales puertas de acceso a la capital pontificia
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