TIERRA DEL FUEGO OTOñO EN EL PARQUE DEL FIN DEL MUNDO
Lengas al rojo vivo
El Parque Nacional Tierra del Fuego se puede visitar en auto por la Ruta 3, o de manera más íntima gracias a una red de nueve senderos, tanto para caminantes expertos como para paseadores debutantes que quieran aprovechar los colores y los paisajes del otoño más intenso del país.
Por Graciela Cutuli
De todos los Parques Nacionales de la Argentina, tal vez el de Tierra del Fuego no sea tan visitado como los de Iguazú o Bariloche, pero sin duda es el más mítico de todos, sobre todo en el exterior, donde la isla austral es sinónimo de aventuras, de tierras vírgenes y de una autenticidad perdida en otros rincones del planeta. En un mundo que globalizó hasta el turismo, un destino así es el sueño de muchos, el viaje de una vida para otros tantos. Llegar a estas latitudes, frías y ventosas, de paisajes románticos y trágicos a la vez, donde se pueden sentir las brisas de la última tierra occidentalizada del planeta, no es un viaje cualquiera: es un sueño que se sueña despierto, un libro de aventuras que se lee en los ríos, el mar y las montañas, una epopeya que se vive tras las huellas de los primitivos yámanas, del infernal presidio y de los aventureros que debieron cruzar la mitad del globo para llegar hasta este rincón remoto. A doce kilómetros del centro de Ushuaia, la ruta 3 pasa debajo de un simple arco de leños: Bienvenidos al Parque Nacional Tierra del Fuego.
Donde termina la ruta El Parque Nacional Tierra del Fuego fue creado en el año 1960, sobre una extensión de 63.000 hectáreas que protegen bosques de lengas sobre las faldas de cerros, costas de lagos y de la bahía Lapataia, sierras montañosas que culminan a más de 1400 metros de altura, ríos y turbales. Se visita casi exclusivamente la franja costera del Parque —recorrida por la ruta 3— y los entornos de la bahía, desde el lago Roca hasta el cerro Guanaco. Los dos tercios norte del Parque son de acceso muy difícil, de permanencia y tránsito restringidos, como la península del Cordón Pirámide, al sur de la bahía Lapataia.
Hay en general dos maneras de ingresar al Parque Nacional Tierra del Fuego. Por la Ruta 3 o a bordo del Ferrocarril Austral Fueguino, que recorre unos kilómetros por dentro de los bosques, bordeando una extensa turbera que sigue el cauce del fotogénico río Pipo, para llegar a la Estación del Parque (apenas un andén solitario en medio de los lengas, donde se baja del tren por unos minutos antes de emprender el camino de regreso).
En esta época del año, si el buen tiempo decide acompañar al convoy, se tiene una hermosa vista sobre las faldas de los cerros enrojecidos por las lengas, matizados por los amarillos y los verdes de otras especies. El paisaje es idílico, una postal ideal del otoño austral que hace soñar en otras latitudes.
Rieles en el parque Por la ruta 3 —esa misma que nace después de haber sido las avenidas Independencia y Alberdi en Capital Federal— se accede a los mayores puntos de interés que se pueden visitar dentro del Parque. Pasada la Estación de los Guardabosques, que está en plena obra y que permitirá un pago más rápido y un ingreso más ágil dentro de unos meses, se pueden ver de repente las vías, cerca de la Estación del Parque. Con un poco de suerte, su excursión o su visita se sincronizan con la llegada del tren, tres o cuatro veces al día (según las temporadas), para conseguir lindas fotos de la locomotora escupiendo sus nubes de vapor al abrirse paso en medio del bosque. Muy cerca de la estación, un primer cruce permite enfilar una ruta de ripio que lleva hasta el sendero desde donde se ven las cascadas sobre el río Pipo. Si la opción sigue siendo el transporte automotor, se retoma el mismo camino hacia la ruta 3: los caminantes pueden combinar con uno de los cuatro circuitos de trekking habilitados en el Parque.
La ruta 3 cruza el arroyo Piloto y un poco más lejos se encuentra con un pequeño sendero de maderas que se adentra en el bosque. Vale la pena parar y recorrer sus pocos metros para llegar hasta un lugar desde donde hay una hermosa vista panorámica sobre la isla Redonda, que ocupa el lugar donde la bahía se une con el canal de Beagle. La ruta bordea luego un pequeño turbal hasta llegar —luego de cruzar el arroyo Lapataia— al puesto de Guardaparques que está en el centro recreativo del Parque. En el lugardonde el lago Roca se transforma en río Lapataia, se concentran todas las infraestructuras del Parque: una confitería, un terreno de camping, baños, una parada de transporte colectivo. El lago Roca, que parece abrirse paso con la fuerza de sus olas entre las montañas, está autorizado para la pesca de salmónidos (sacando un permiso obligatorio previamente).
La obra de los ingenieros castores La ruta sigue y cruza los dos brazos del río Lapataia que encierran una isla, y a poca distancia, en el lugar donde hay unos refugios al borde del camino para dejar los autos, se puede caminar hasta una castorera, en las cercanías de la laguna Negra. Los castores realizaron allí una obra impresionante. La represa principal está formada por una pared de ramas y barro de varias decenas de metros de longitud, que forma un pequeño lago artificial. Más arriba y río abajo, otras represas de menor importancia completan esta increíble obra de ingeniería. Los castores, sin embargo, no se ven. Hay que esperar la caída del sol para que se decidan a salir de sus refugios, cuando los turistas ya abandonaron el lugar.
Por fin la ruta llega hasta su último tramo. Un solitario cartel indica las distancias hasta Buenos Aires y hasta Alaska, el otro confín del continente, en tanto el sendero lleva hasta un embarcadero y un lugar que ofrece una vista incomparable sobre la bahía. Sus caprichosas curvas, los relieves de sus costas, la isla en medio del agua, el viento y una escasa vegetación conforman el clima entre desolado y romántico que es esperable encontrar en un lugar semejante. Si uno dudaba todavía de haber llegado hasta el último límite, donde todo termina, se convence sin pensarlo más al abrazar con la mirada este espectacular paisaje.
Paso a paso por los senderos Más íntimamente aún se puede visitar el Parque Nacional Tierra del Fuego si se elige la opción de sus senderos de trekking, que son en general de mediana dificultad y no demandan más de medio día de caminata. El primero se puede emprender desde bahía Ensenada, donde se llega con auto. Hay un muelle del que parten excursiones a la isla Redonda y al embarcadero de bahía Lapataia en verano (consultar por este servicio en otoño), y una pequeña cabaña que sirve a la vez de punto de información, oficina de correos, negocio de recuerdos y lugar para compartir un buen mate con una charla sobre la isla y el Parque. Este circuito se conoce como sendero de Pampa Alta, y demanda una hora para caminantes con experiencia. Son 5 kilómetros de mediana dificultad.
De bahía Ensenada sale la segunda opción: un camino de 6,5 kilómetros, el circuito de la costa, que bordea toda la orilla de la bahía Ensenada y luego de la bahía Lapataia, hasta llegar a la ruta 3 a la altura del puesto de guardaparques, cerca del terreno de camping del lago Roca. El tercer camino sale del terreno de camping y bordea el lago Roca para llegar hasta el Hito XXIV, que marca la frontera entre la Argentina y Chile. Es el más fácil de todos estos caminos, y se necesita un poco más de tres horas para cubrir los 8 kilómetros de ida y regreso.
El cuarto recorrido es el más difícil de todos. Se trata de ascender hasta la cumbre del cerro Guanaco, bordeando el arroyo del mismo nombre, hasta unos 970 metros de altura. Son 4 kilómetros, y los guardaparques calculanque se necesitan 4 horas de ascenso para personas entrenadas. El esfuerzo es recompensado por una vista espléndida sobre toda la cordillera fueguina, la costa de ambos lados del Beagle, las islas chilenas, el lago Roca y los valles con turbales.
Con un poco de suerte, el sol del otoño habrá hecho el viaje también. La luz de esta época del año es muy especial en esta latitud, y da más volumen a las montañas y las selvas. Los rojos de las lengas ponen fuego a los paisajes de todo el parque, y la afluencia —menor que durante el verano— permite disfrutar de este lugar como corresponde, en silencio, con respeto delante de las fuerzas gigantescas de una de las naturalezas más preservadas del mundo. Allí donde terminan la Argentina y el planeta todo, pero también donde empiezan.