Domingo, 6 de marzo de 2011 | Hoy
PATAGONIA. SIGUE LA TEMPORADA DE TRUCHAS
Crónica de una incursión en el submundo de la pesca con mosca para conocer algunos de los secretos mejor guardados de un deporte que requiere saber sobre los insectos acuáticos que comen las truchas, así como también sobre biología y climatología. Los mejores lugares de Neuquén, Tierra del Fuego y Santa Cruz para practicar fly fishing.
Por Julián Varsavsky
La pesca con mosca es algo así como el arte de la imitación. Por ejemplo, cuando en un lago patagónico un insecto de seis patas, llamado mosca de mayo, muda su exoesqueleto dentro del agua, las truchas se comen esa coraza vacía. Por eso los pescadores colocan en el anzuelo una mosca “trucha” que simula ese exoesqueleto. Esta falsa mosca con dos pares de alas hacia arriba como una vela –que alguna vez un fanático diseñó por primera vez–, se prepara con pelo de rata almizclera, suave y flexible, imitando las características del original.
Los expertos en fly fishing saben de biología, entomología y climatología, y por supuesto de pesca con mosca, la “ciencia” que tanto los apasiona y los obliga a estudiar con libros y enciclopedias, a experimentar e incluso teorizar con un rigor lógico tan sofisticado que daría la impresión de que este deporte –equiparable al ajedrez en tanto juego-ciencia– tiene un componente apenas mínimo de azar.
Gustavo Pucci –un guía profesional de pesca– vive en la ciudad neuquina de Villa La Angostura y con su esposa bióloga se han dedicado a estudiar el comportamiento de los insectos para aplicarlo a la pesca. “La clave es saber qué está comiendo la trucha.” Si las ve subir a la superficie con suavidad es porque están comiendo los insectos que vienen a la deriva, que son específicamente las ninfas en eclosión, transformándose de un insecto acuático en uno volador. La metamorfosis se da en los pocos minutos en que el insecto navega parado en la superficie del agua hasta que se le secan las alas para poder volar. Ahí es cuando llega la trucha y se los zampa sin piedad y sin apuro, porque los insectos están indefensos y muy a la vista, privados de reflejos. La estrategia del pescador –a esta altura una obviedad que, sin embargo, pocos suelen captar– es colocar una ninfa “trucha” –o mayfly– en el anzuelo.
Pero, ¿qué pasa si las truchas suben violentamente? Algo que solamente un fino estudioso puede saber: “Se están alimentando de los emergentes de tricópteros”, explica Pucci. Los tricópteros pasan de huevo a estado larvario permaneciendo bajo las piedras, a salvo de las truchas. Luego se convierten en una ninfa y cuando se dan determinadas condiciones atmosféricas, todas al unísono se transforman en adultos y atraviesan la “columna” de agua antes de salir volando. Cuando esto ocurre, las truchas se alborotan cebándose con el festín y se lanzan desaforadas hacia todo lo que se mueva.
Si el guía no está atento a descubrir esos 15 minutos de gloria, el pescador podría llegar a perderse la única posibilidad en el día de sacar una buena pieza, siempre que se haya elegido la mosca correcta para la fugaz ocasión. Pero las cosas son más complejas todavía, ya que además de descubrir el momento de la eclosión de la mosca de mayo hay que saber algo de física: la atmósfera ejerce cierta presión sobre la superficie del agua que no le permite a la ninfa salir de la dimensión acuática si no logra romper ese techo transparente que la aprisiona. En esos casos mueren. La estrategia de supervivencia consiste en buscar las olitas que forman las correderas sobre un pozón, que rompen esa tensión permitiéndoles salir y desaparecer del mundo de las truchas. Pero las truchas saben todo esto, así que se colocan al acecho en esos pozones que sólo un buen guía conoce. Por eso el pescador que sepa de insectos y de truchas a la vez tendrá seguramente entre las manos un premio de brillos plateados con el cual tendrá que conformarse por efímeros dos minutos, tiempo en que tendrá que sacarle el anzuelo sin lastimar demasiado al pez y devolverlo al agua.
Ni bien logran salir del agua, los adultos de tricópteros se agrupan en el aire y copulan en masa. Los insectos macho no vuelven nunca más al agua y mueren pronto, mientras que las hembras regresan al día siguiente con un color más brillante y apetecible. Algunas bucean y otras largan sus racimos de huevos en la superficie para morir a las pocas horas en el agua, donde quedan flotando en estado de spinner con las alas extendidas, un buen bocado para las truchas. La ciencia del fly fishing creó, por lo tanto, la mosca spinner. Y cuando las truchas están comiendo insectos muertos, difícilmente van a picar con una mosca que simule uno vivo.
“El río cambia cada cinco minutos”, dice Gustavo Pucci como quien enuncia una tesis, remarcando la necesidad de contratar siempre un guía experimentado si uno quiere tener éxito con la pesca. Y agrega: “Una vez me pasó que en un año de mucho frío veíamos a las truchas comer por todos lados y no había forma de que picara alguna. Les tiramos en vano la caja de moscas completa, y te aseguro que no hay nada más desesperante para un pescador que ver las truchas y no poderlas pescar. Entonces saqué un tricóptero con la red y me di cuenta de que habían cambiado de color, hacia un tono algo anaranjado. ¡Por eso no picaban! Porque nuestras moscas no eran del color de las que comían en ese momento. Entonces le saqué unos hilitos del suéter naranja de mi cliente y modifiqué la mosca. Y así logramos pescar”.
–¿Cómo puedo saber yo que las truchas están comiendo ninfas, si de tan chiquitas casi no las puedo distinguir más allá de un metro? –pregunté al eminente pescador, aprovechando su generosidad.
–Una forma es mirar qué están haciendo las golondrinas. Si hay muchas comiendo sobre el agua, es porque hay una eclosión. Si las golondrinas comen en la superficie, abajo ocurre lo mismo con las truchas –me instruyó con lógica elemental.
A esta altura queda muy claro que si uno va a la Patagonia a pescar, tiene dos alternativas. Una es tirar la caña, sentarse a esperar y que Dios lo ayude. La otra es encomendarse a la ciencia del fly fishing con la ayuda de un sabio, riguroso y racional pescador.
EN NEUQUEN Los alrededores de Villa La Angostura son una zona ideal para la pesca embarcada en lagos. El principal de ellos es el Nahuel Huapi, alimentado por numerosos ríos y arroyos que desembocan en el gran cuerpo de agua, lugares de muy buen pique. En el Nahuel Huapi hay buena pesca toda la temporada y salen las cuatro especies de trucha: arco iris, marrón, fontinalis y salmón del Atlántico. Al ser un lago que incluso en verano se mantiene frío, las truchas no se van. Y entre sus virtudes se cuenta una variedad de ambientes que incluye juncales, pedreros, paredones, piedras en costa con crustáceos y espacios abiertos de playa que permiten el ingreso de la luz y el desarrollo de la vegetación en la costa. El resultado de todo esto es mucho alimento para los peces.
La trucha que predomina en el Nahuel Huapi es la arco iris, que pica con un promedio de 2,5 kilos, aunque han salido piezas de hasta 6 kilos. En segundo lugar está la marrón, con portes similares a la arco iris, aunque el record en los últimos años fue una de 9 kilos. La trucha marrón es difícil de capturar porque es un pez fotofóbico y no sale mucho de día. Por eso es muy buscado.
El lago Espejo Grande –a 20 minutos en auto desde Villa La Angostura– se caracteriza por sus juncales que atraen a las libélulas. Aquí pican muchas arco iris y fontinalis (15 en un buen día), que a veces saltan hasta un metro fuera del agua para atrapar a las libélulas. Por eso se usa la mosca dragon-fly atada con pelo de ciervo, que es hueco y flota. A veces la trucha ve venir el anzuelo y salta atrapándolo en el aire, si uno sabe elegir bien dónde tirar.
La localidad de Junín de los Andes es otra de las mecas patagónicas de la pesca con mosca, que se practica en los ríos Chimehuín, Epulafquen y Huachulafquen.
TRUCHAS DEL FIN DEL MUNDO Los ríos y lagos de Tierra del Fuego han ganado una fama mundial que cada año atrae a numerosos pescadores extranjeros dispuestos a viajar hasta el fin del mundo en busca de unas llamativas truchas que llegan a pesar hasta 12 kilogramos. En general se dirigen a los lodges de pesca con tarifas dolarizadas que proliferan a la vera del río Grande. En cambio, los argentinos amantes de la pesca suelen realizar excursiones en el día desde la ciudad de Ushuaia, que ofrecen agencias especializadas. El precio de una excursión varía según la distancia a recorrer desde Ushuaia. La más económica se realiza al lago Escondido –ubicado a 50 kilómetros de la ciudad–, ideal para quienes sean simples aficionados o inexpertos en la pesca. Esta opción permite pasear un rato, navegar y además pescar con el sistema tradicional del spinning. Aunque también se puede practicar la pesca con mosca. Aquí sólo salen truchas de entre dos y cinco kilos.
La excursión preferida por los expertos pescadores con mosca se realiza en el río Ewans –125 kilómetros al norte de Ushuaia–, en medio de una geografía plana con bosques de lengas. Se llega cruzando la cordillera y la complejidad del camino requiere de una poderosa camioneta Defender, que atraviesa sectores anegados.
La pesca con mosca se realiza aquí desde la vera del río. El uniforme para la ocasión –proveído por las empresas de excursiones– es un Wader, una especie de enterito de neoprene que permite entrar en las frías aguas sin mojarse y cruzar el río caminando de lado a lado. El premio mayor que puede prodigar este río es una trucha de 12 kilogramos, un porte muy por encima de la media de esta especie.
El tamaño y cantidad de truchas en el río Ewans es tal que se las puede ver a simple vista, e incluso apuntarles durante el lanzamiento (se debe actuar con sigilo, ya que ellas también nos ven a nosotros y escapan). Durante un muy buen día de pesca pueden salir alrededor de doce truchas marrones, con un porte medio de 2,5 kilos. Entre las piezas más grandes pueden pescarse una o dos de siete kilos. Los guías le sugieren al pescador que devuelvan la piezas al agua –la mayoría acepta–, y lo máximo que está permitido por ley es llevarse una por persona por día.
EN EL CALAFATE Quienes viajen a El Calafate para conocer los glaciares tienen una buena razón para extender su estadía en la zona si son amantes de la pesca. La excursión de este tipo que más se realiza desde la ciudad es al lago Roca, ubicado en el Parque Nacional Los Glaciares. El paisaje que rodea la zona no es estepario sino boscoso, con una densa profusión de ñires y árboles de lenga. El lago tiene varias bahías que se van recorriendo a pie o en 4x4 en busca de los mejores piques de truchas arco iris, percas y truchas del lago. En las dos primeras especies, el porte oscila entre un kilo y kilo y medio, mientras que la mejor pieza que se ha encontrado hasta ahora de trucha del lago llegó a pesar ocho kilogramos. Un buen día de pesca en el lago Roca puede deparar alrededor de cuatro o cinco ejemplares por pescador. Las técnicas que se utilizan aquí son la pesca con mosca y el spinning (lanzamiento de señuelos con una caña tradicional).
El río Bote, a 50 kilómetros de El Calafate, ofrece una alternativa de pesca más sofisticada en el interior de una estancia. Queda en medio de la estepa patagónica, donde aparecen alegrando el paisaje las tropillas de guanacos y los grupos de choikes (pequeños ñandúes). La pesca es similar a la del lago Roca, pero en la estancia también hay varias lagunas de origen volcánico sembradas con peces. Allí los portes son menores, con truchas arco iris de 800 gramos de promedio. Además pueden aparecer en estos lagos ejemplares de trucha steelhead de 5 a 7 kilogramos. Esta singular clase de trucha es anadroma, es decir que nacen en el río y migran hacia el mar, donde encuentran mayor comida, y en la adultez vuelven al río una vez por año para desovarz
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