Domingo, 15 de mayo de 2011 | Hoy
TUCUMAN. TAFí DEL VALLE
Como aquellas sagas cinematográficas en donde la Parte III es tan imprescindible como la I, la II y la que vendrá, Tafí del Valle es parte de la gran saga del Noroeste argentino. Un circuito que ofrece aventura y acción, buena mesa con tinte regional, paseos de altura y la plácida, tranquila vida entre los cerros.
Por Ana Valentina Benjamin
Muchos viajeros parten desde San Miguel de Tucumán en una ruta que los lleva hasta Salta y Jujuy; otros escogerán un camino alternativo. Pero todos pasarán por Tafí, última escala urbana antes de internarse en el Tucumán más silvestre, o destino único que demandará quedarse todo lo que la agenda vacacional permita; primera parte que presenta personajes y aventuras por vivir o final de saga en que todo se resuelve, hallando el tan esperado sentido cúlmine. Pero todos pasarán por Tafí; el leitmotiv será el mismo: disfrutar una mezcla original de pequeña ciudad con nutrida oferta de actividades y sin embargo allí mismo, a la vuelta de la esquina, naturaleza salvaje.
RUTA HACIA TAFI Tafí del Valle se encuentra en la Sierra de Aconquija, a 1976 metros sobre el nivel del mar. Tiene un clima apetecible, sobre todo para quienes gustan estar en paños ligeros durante el día y hacer uso de frazadita por la noche. Y la baja humedad es un deleite para el visitante que viene de húmedos puertos de origen. En invierno suele nevar, y en verano las temperaturas no superan los 28ºC.
El camino hacia Tafí desde la capital tucumana es una ruta en ascenso de 107 kilómetros, que incluye un momento magistral: introducirse en una nube. No es retórica de cronista trotamundos sino riguroso fenómeno meteorológico. Ello ocurre a la altura de El Infiernillo, a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. Esta localidad es a su vez paso entre dos pueblos, un cerro de 4650 metros de altura separa uno del otro. Del lado de Amaicha lo llaman “El morado” y del lado de Tafí, “El negrito”. Dígase con respetuosa familiaridad, y para honrar a ambos, que el negrito morado del infierno representa una de las escaladas favoritas de los amantes de lo alto y lo picante: muchos grupos se autoconvocan por Internet para encontrarse en Tafí como punto de partida para vivir una aventura de ascenso grupal.
A poco de llegar a Tafí, desde una distancia que pueden aprecian expertos binoculares o nuestros propios nervios ópticos, se ve –frente a la ciudad de destino– El Mollar. El nombre del pueblo honra al molle, un tipo de árbol que reina en la zona. El lago y dique La Angostura también interrumpen con sus méritos el camino. No es suficiente pasar; hay que parar. Foto, mate, queso y lo poco que falta para arribar a destino.
La llegada a Tafí del Valle es geográficamente irrebatible si se ha leído lo suficiente. Aunque otras circunstancias también la evidencian: la ruta comienza a poblarse de jóvenes haciendo dedo, costumbre que muchos creían obsoleta y sin embargo allí está, tan bien parada como siempre. La ciudad per se también abunda en jóvenes, pero de cierto marcado perfil: aventurero-cultural, con notable conocimiento del terreno, buen equipamiento y dedos pedigüeños, claro. Además de los mochileros, el Cerro Pelado sabe dar la bienvenida; su calvicie carece de flora pero no de atractivo. De hecho, su encanto inspira un tour: una vuelta de dos horas que abraza al Valle y permite conocerlo de cuerpo y alma.
Tafí es temporada todo el año y por ello tiene una amplia oferta de hospedaje, tanto para el mochilero necesitado de arbolito como para el viajero que exige un colchón king size que masajee sus nalgas poscabalgata. El mejor hotel para el turista de alto perfil es la estancia Las Carreras. Entre otras curiosidades VIP, en el mismo predio de lujosas habitaciones trabaja día y noche una fábrica de quesos. “Detener el tiempo y respirar profundo”, sugiere la dirección del hotel, uno de cuyos mayores lujos es el entorno; el otro es confesado por ellos mismos cuando dicen que “nuestro mayor orgullo es el queso”. Para el mismo perfil, el Hotel Boutique de Piedra, a 800 metros de las Ruinas Jesuíticas y a menos de dos kilómetros de Tafí. Y La Guadalupe, más que esplendor inmobiliario, lujo de tipo bohemio-paisajístico.
Cabalgatas hay muchas entre las actividades que pueden realizarse en Tafí y sus alrededores. Algunos se montan en un equino por pura pasión deportiva o porque las rutas, que también se realizan a pie o en vehículos especializados, les resultan más llevaderas en tracción a sangre (de otro). Lo lleve el caballo, un guía en jeep o la propia fortaleza física (autóctona o adquirida en tenaces gimnasios), hay excursiones que se imponen por su beldad accesible.
CASCADAS Y VALLES A 13 kilómetros de Tafí, la Cascada Los Alisos luce una ruidosa cabellera de 20 metros que algunos optan por investigar haciendo rappel; para los no angloparlantes, simple y llanamente un descenso en soga por algún tipo de vacío asegurado (por el guía experto y por la soga, no por Dios). Puede el más valiente llegar a la cascada en una caminata de aproximadamente tres horas, que suele aconsejarse emprender con buen calzado y buen guía; o bien en autobús. Si se va en verano, la toalla no es imprescindible; el calor, como si fuese 100% algodón, seca hasta lo que se sumerge.
Otra opción es el Valle de la Ciénaga. Para conocer las ruinas arqueológicas que allí yacen, a 2500 metros arriba de la ya de por sí alta ciudad de Tafí, hay que caminar un promedio de tres horas. Merece la pena por lo que se gana de cultura y lo que se captura en la retina: paisajes y amazing landscapes, como describen superlativamente las guías turísticas de bolsillo. Fascinantes paisajes. Eso es Tafí.
Pero además, a seis kilómetros de Tafí –hora y media a pie, aproximadamente–, el Museo Casa Duende está dedicado a mitos y leyendas de la región. Recomendado para historiadores, místicos, curiosos y viajeros que adoren coleccionar anécdotas además de artesanías locales.
El turista que no es adicto a las excursiones organizadas puede dejarse llevar por la brújula del tiempo libre, aunque llevar un teléfono celular no esta de más, por si pierde el norte. Si además de hacer camino al andar no le importa una pequeña dosis de planificación en su ruta, pues hay mucha oferta de lo sesudamente llamado “turismo de aventura”. El entorno de Tafí –dicen los expertos y deberíamos creerle– es generoso y sobre todo fuerte como para admitir un tráfico medianamente intenso de toda clase de deportes con sus respectivos tipos de pisadas: hiking, trekking, cabalgatas, caminatas, rappel, mountain bike, rock climbing y paseos en 4x4. Los estudios locales de impacto ambiental aseguran que el tráfico de cierta cantidad de estos vehículos ha sido diseñado y parido para terreno escabroso. Menos pregunta Dios y perdona...
El buen viajero siempre añade a los ojos un poco de turismo gastronómico: comida local, sabor del lugar. Estrictamente hablando, la comida de Tafí es la comida tradicional criolla del Noroeste argentino, con influencia indígena y alguna pincelada española. El queso de Tafí del Valle tiene reconocimiento internacional. En la estancia Los Cuartos existe el único queso que se sigue fabricando con la receta original que dejaron los jesuitas en el siglo XVIII luego de su paso por el Valle. Lo típico e imperdible: el locro, el tamal, la humita, la chanfaina, el charqui, el charquicillo, el puchero criollo, el estofado con pelones, los huevos quimbos, la cuajada, los bizcochos criollos, el dulce de leche, el arroz con leche, los gaznates, el quesillo. Y porque viejas costumbres o costumbre de viejas nunca está de más, se puede tomar el té en el histórico El Banquito.
Una prestigiosa antropóloga que decidió hace tiempo dejar la urbe porteña para instalarse bien lejos de ella resume la vida en esos páramos. “Estar en Tafí del Valle me cambió la cabeza: aire libre, buena calidad de vida, tranquilidad, seguridad, buen paisaje, una manera de hacer las cosas con otro ritmo. Desde la periferia de la periferia, las cosas son distintas. Acá aprendí que Dios existe pero atiende en Buenos Aires. Pero aun así no lo cambio por nada.”
Turistas y ciudadanos en busca de bienestar piensan en Tafí como estilo de vida. Y como sucursal divina
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