Dom 05.06.2011
turismo

JUJUY.TILCARA, CAMINO AL CIELO

Corazón de la Quebrada

Tilcara recibe al visitante con un abanico de alternativas bajo un cielo siempre diáfano. Paseos con llamas que rememoran las antiguas caravanas incaicas, caminatas hacia cascadas ocultas, un pedazo de historia en el Pucará, noches de peñas y fiestas religiosas para celebrar entre cerros multicolores y pobladores amables que pugnan por conservar sus raíces en medio del aluvión turístico.

› Por Guido Piotrkowski

Tilcara es una fiesta. Eventos como el carnaval y el enero tilcareño desbordan el pueblo verano tras verano. La procesión a la Virgen del Abra de Punta Corral atrae a miles de peregrinos cada lunes santo, días antes del famoso Vía Crucis tilcareño de Semana Santa, donde relucen las trabajadas ermitas. Tiempo atrás, Soda Stereo eligió las ruinas del Pucará para grabar uno de sus videos más recordados, “Cuando pase el temblor”, icono de los ’80, cuando aún se estaba muy lejos de la declaración de la Quebrada de Humahuaca como Patrimonio de la Humanidad. Otra banda de rock, Divididos, eligió este mágico rincón para brindar dos conciertos memorables: el último fue el año pasado, para la presentación de su nuevo disco Amapola del ’66. También Intoxicados grabó el video Niña de Tilcara, compuesto por su líder Pity Alvarez durante una larga estadía tilcareña. En tierras donde el folklore es rey, el rock también encontró un lugar para sus masas.

Pero el encanto tilcareño no termina aquí. Más allá de los festejos multitudinarios, este bellísimo pueblo quebradeño resulta un lugar ideal para lanzarse a la aventura, paladear la cultura local y desenchufarse a poco más de 80 kilómetros de San Salvador de Jujuy.

Una de las apacibles callecitas de la ciudad de Tilcara.

LAS RUINAS Y LA GARGANTA Llegando a Tilcara por la Ruta 9 se distinguen, en lo alto del cerro, las ruinas del Pucará, que significa “fortaleza”. Este conjunto arquitectónico, de unos 900 años de antigüedad, fue construido por los tilcaras, pertenecientes a la cultura omaguaca, en un lugar estratégico para defenderse de posibles invasores: a un lado el río Grande y al otro los grandes y escarpados cerros.

El sitio fue descubierto por el etnógrafo Juan Bautista Ambrosetti en 1908, quien limpió el lugar y comenzó una reconstrucción que retomaría en 1948 el arqueólogo Eduardo Casanova, por aquel entonces a cargo de la cátedra de Arqueología Americana de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Los trabajos fueron finalizados recién en 1966.

El conjunto, que albergaba viviendas, corrales y santuarios, hoy forma parte de un paseo obligado para todo aquel que visite estos pagos. Desde el centro del pueblo se puede acceder fácilmente a pie en una caminata de unos veinte minutos, atravesando el puente sobre el río Grande. Al pie de las ruinas hay una pequeña feria de artesanías y un agradable barcito para sentarse a disfrutar de un buen té de coca y paliar los efectos de la altura.

Quienes gusten de las bellezas naturales no pueden dejar de visitar la Garganta del Diablo. Al volver de las ruinas, cruzando nuevamente el puente pero sin retornar al centro, hay que tomar la calle de la Usina hasta el final y andar por un camino de cornisa unos cinco kilómetros. También es posible acceder en vehículo hasta la entrada a la Garganta, donde unos pobladores cobran unos pocos pesos por el acceso. Desde ahí se desciende por este hermoso cañón ubicado en el cauce superior del río Huasamayo, que esconde una solitaria cascada natural donde, en tiempos de lluvias generosas, el agua cae con fuerza demoledora.

Un corral de llamas domesticadas para paseos turísticos por los alrededores.

EL CORRAL DE LLAMAS Perderse entre las apacibles callecitas de Tilcara tiene su encanto. Y andando por ahí es posible además toparse con un corral repleto de simpáticas llamas. Se trata de un emprendimiento que comenzó Santos Manfredi, porteño de nacimiento y tilcareño por adopción, hace unos diez años.

Santos viene desarrollando una técnica de domesticación para llevar a las llamas en diferentes excursiones que realiza con turistas en los alrededores de Tilcara. Y también mucho más lejos, como la travesía de varias jornadas que organiza cada tanto hasta Calilegua, pasando así de la quebrada a las yungas, la selva de altura.

“Las llamas son domesticables desde su nacimiento hasta que entran en la madurez”, explica Juan Pablo Maldonado, el guía que trabaja junto a Manfredi. “A la gente le encanta el contacto con la llama. Es un animal que ya no se ve en libertad”, enfatiza. El guía asegura que cualquiera puede tocarlos. “Pero hay una técnica –aclara–. El camélido tiene una reticencia natural al contacto. Al principio desconfía. Son animales que viven a 3 mil metros de altura, dentro de las nubes, y el único canal que tienen para saber quién está en el grupo es el auditivo, que es muy sensible. Entonces recomendamos hablarle mucho en el primer contacto y que reconozca tu voz. También hacerles caricias y repetir el nombre varias veces. Luego, en el camino, hay que ser tolerante.”

Juan Pablo cuenta que el corral era sólo un espacio para tener las llamas. Pero la gente comenzó a acercarse para verlas y entonces surgió la idea de utilizar el lugar como espacio temático y de encuentro. “Tenemos visitas constantemente. Queremos posicionar el corral como un punto de interés más en Tilcara. Que la gente diga ‘voy al Pucará, a la Garganta del Diablo y a ver las llamas’”.

Son varias las excursiones que se pueden hacer en la Caravana de Llamas. De todas, Juan Pablo destaca tres: Salinas Grandes, Maimará y Zanjas. Para acceder hasta las salinas, donde se visita la comunidad de Pozo Colorado, se viaja en vehículo. Luego son dos horas de caminata con las llamas, en las que se resume la existencia del camélido en la Puna y la historia de esta comunidad salinera que sobrevive hace 70 años. La travesía dura unas siete horas en total.

La salida a Maimará lleva en cambio unas cinco horas de caminata de mediana dificultad acarreando las llamas, hasta llegar al punto más alto –a 2550 metros– desde donde se domina el paisaje hacia el sur. Luego se desciende entre las zonas de cultivo hasta la bodega Fernando Dupont, para degustar algunos vinos.

Por último, la excursión a Zanjas consiste en una visita al antiguo poblado del Valle de Alfarcito. Allí vive una familia que subsiste al lado del río Zanjas, “una especie de oasis en un lugar semidesértico”, según palabras del propio Maldonado. Producen queso de cabra, cultivos de maíz, papa, quinoa. Se visita su hogar, y se puede optar por volver a la tarde o pernoctar e ir al día siguiente hasta un sitio conocido como Casa Vieja, un lugar desde donde se pueden ver las 1200 hectáreas de terrazas de cultivo del Valle del Alfarcito. “Un espacio arqueológico que justifica la existencia del Pucará”, como asegura Maldonado, que tienta a visitar el lugar: “Zanjas es como un reservorio cultural muy cerca de Tilcara, con unos paisajes espectaculares”.

Llegando a Tilcara por la Ruta 9, se distinguen en lo alto las ruinas del famoso Pucará.

NOCHES EN PEÑAS Atendida por sus dueños, La Peña de Carlitos es una de las más concurridas de Tilcara. Con el folklore a flor de piel, el mismo Carlos Cabrera –“Carlitos”, como es conocido por aquí– se sube noche tras noche al escenario para ofrecer un amplio repertorio musical, precedido por leyendas, relatos costumbristas y de las fiestas religiosas de la zona. Carlitos acompañó por muchos años a destacados músicos de la región, como Zamba Quipildor y Ricardo Vilca.

En este mismo local de atmósfera familiar, ubicado en una esquina frente a la plaza principal, funcionó durante muchos años el comedor El Pucará, de sus padres Rosa y Juan Cabrera, quienes le revelaron los secretos de una exquisita comida regional que hoy se puede degustar al ritmo del espectáculo: locro, guiso de quinoa, tamales, humitas, carne de llamas, empanadas, dulce de cayote.

Punto Norte, también frente a la plaza, es un local de dos plantas recientemente inaugurado. En el piso superior, a partir de las 23 hay música en vivo todas las noches, con actuaciones de renombrados y exquisitos músicos como Tukuta Gordillo. En el piso inferior, muy bien ambientado con artesanías y tejidos del lugar, se sirven los más sabrosos platos autóctonos. Este piso funciona como peña hasta la medianoche. Por su parte, Kuntur (“cóndor” en quechua) es el local del músico Gustavo Patiño, quien luego de vivir varios años en Europa, y a pesar de ser bonaerense, en 2007 decidió venir a este precioso paraje del Noroeste y montar su propio lugar. Un tanto más alejado del centro, aquí también se realizan ciclos de cine documental y obras de teatro. Y como no podía ser de otra manera, el sitio tiene una variada carta de gastronomía regional, en la que se destacan el locro, el pan casero con las salsas saborizadas y el flan casero de cayote. Tilcara es una fiesta. Para todos los sentidos

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