LA RIOJA. CAMINOS DEL SUR PROVINCIAL
Chamical, Olta, Tama, Patquía, Malanzán son algunos nombres de ciudades y pueblos riojanos casi desconocidos, paso hacia otros “grandes destinos” turísticos de la provincia, pero poseedores de recuerdos de caudillos y utopías que marcaron la región desde las luchas por la Independencia para siempre.
› Por Pablo Donadio
El viento fresco de la Quebrada de los Llanos trae silencio desde cada rincón de la sierra, enérgicamente verde. En nada se parece este lugar a ese norte calurosísimo del que tanto se habla. Apenas el chiflido del aire altera una paz sublime, en contraste con los recuerdos de luchas por la Independencia, que tuvieron en estos pagos a caudillos emblemáticos: héroes para muchos, contradictorios para otros. Como sea, estas serranías y sus llanos remiten, más que a paisajes, a los hombres que les dieron identidad por medio de sus luchas. Mirando allí abajo, hacia el otro lado, cabe imaginar que por esos senderos que hoy son paso hacia grandes atractivos como Talampaya, Chilecito o Famatina cabalgaban las montoneras de Juan Facundo Quiroga, Angel Peñaloza y Felipe Varela, envueltas en facones y utopías. Se trata de los caudillos que enfrentaron al gobierno centralista de Buenos Aires, soñando la participación de sus pueblos y la autonomía de las provincias por medio del federalismo.
POR LOS FILOS Desde los filos de la Quebrada, los pueblos de Chamical, Patquía, Tama y hasta la propia ciudad de La Rioja parecen un puñado de puntitos luminosos, apenas una foto de avión. Pero este no es un mirador cualquiera: es el hogar de los cóndores andinos, las aves más grandes del planeta, y las que más y mejor se ven aquí.
El lugar, bastante desconocido, recibe la visita de aves adultas y jóvenes, que toman el aire ascendente de las planicies para flotar hasta que se lanzan al vacío. La escena se repite casi todo el día, a lo largo de los 100 kilómetros de extensión de estas sierras. Para llegar a verlos hay que visitar la vega Santa Cruz, donde se asienta una posada escondida en un valle fértil, al que se llega sorteando parajes de montaña y caminos de ripio. El premio es la desconexión total del mundo, o mejor, la conexión con otro: caballos, cabras, conejos, gallinas y ovejas; hortalizas y restos de los 4000 frutales que supo tener la familia tiempo atrás; flores de todo tipo, especialmente dalias; y una casa de piedra, ladrillo y madera. Desde allí se oye el único sonido, el del río Santa Cruz, que cruza fresco y transparente con algunas cascaditas a no más de 30 metros. Es la Reserva Natural Quebrada de los Cóndores, donde esperan Juan de la Vega y su hermano Joyo, toda una excusa para conocer la zona, curiosa y cargada de relatos, como pocas.
La familia de los Vega heredó esta estancia a comienzos del 1800, y abuelos y padres de los actuales propietarios la sostuvieron cuando no había siquiera el camino de ripio actual, y todo se subía a mula y durante varios días. “¿Ves esos nogales? Son plantas de origen español, una de las tantas muestras del paso de la corriente colonizadora por estas altas tierras, a las que han venido seguramente en busca de agua y descanso. Es lógico: las sierras están bendecidas por un régimen de lluvias muy superior a la media provincial, y su microclima de altura las hace frescas y productivas. En los pueblitos que cruzás para ascender a la quebrada, hay muchos paisanos de ojos claros, como el mismo Chacho Peñaloza. Eso deja claro el cruce de razas que hubo en la región”, relata Juan, gran cebador de mate y un apasionado de las historias de su pueblo, mientras mira la pintura de Facundo Quiroga que hay en el comedor.
Del otro lado de la barra su hermano prepara el guiso, su especialidad, y cuenta que fue él quien descubrió el Mirador de los Cóndores, el filo donde los gigantes planean a metros de los visitantes. De bajo perfil, deja la logística turística a Jorge, un baqueano de Tama, y su energía se vuelca en los sabores riojanos: cazuela de gallina, cabrito al horno de barro, locro, empanadas, puchero de cabra... “Joyo y yo nacimos en esta casa –continúa Juan–. En el cuarto donde estás hospedado. Era una típica vivienda de campo sin energía ni comodidades, pero siempre estaba de fiesta: música, carneos, primos y amigos. Con el tiempo decidimos darle un impulso turístico y mejorarla, procurando la preservación del cóndor. Pero además hacemos caminatas y cabalgatas por la zona con los visitantes, porque está cargada de historia: la de los caudillos que pasaron por aquí y la de los pueblos originarios, que han dejado pinturas rupestres cerca.”
IDEALES Al regresar hacia la capital, los recuerdos de Peñaloza y Quiroga retornan desde el colectivo que realiza un tramo intermedio, con el apodo de uno de los caudillos en sus laterales. La curiosidad lleva a la consulta: “¿Por qué el nombre de Quiroga?”. “Porque el Bravo Tigre de los Llanos es el emblema de La Rioja, igual que el Chacho”, contesta el chofer. Más tarde relatará el interés de la Ruta de los Caudillos, que pasa por los departamentos Gral. Angel Vicente Peñaloza, Gral. Facundo Quiroga, Gral. Ortiz de Ocampo, Rosario Vera Peñaloza. Todos personajes recordados no sólo con monumentos o museos, sino con anécdotas que muchos conocen en mayor o menor medida.
El comienzo de esa ruta está en Patquía, la más norteña del recorrido, 70 kilómetros al sur de la capital y ciudad que en quechua significa “encrucijada”. De allí en más, un enlace de pueblitos solitarios y escénicos es consecuente con las aventuras que se cuentan de sus caudillos. La vida de campo, la cría de animales y la construcción de los hogares con piedra y adobe es cosa corriente, viendo llegar el “progreso” de manera lenta y no siempre agradable. Tuizón, Chila y Tama son ejemplos: el arte de antiguos pobladores sobre roca y la veneración a la Virgen del Rosario mezclan por igual orígenes locales con enseñanzas coloniales.
A pocas cuadras de Chila, cuatro pequeñas lagunas encadenadas –a las que se llega por un camino sembrado de algarrobos y quebrachos colorados– contienen el agua que vierte el río Colcoles. Esos pozones son el remanso de los pobladores, y un atractivo turístico en sí. Hacia Tama, en el camino a Colozacán, una formación de unos 1000 metros de largo y 25 de altura popularizada como Talampayita, incluso poseedora de una geoforma llamada Jarrita, hace que los vecinos alardeen de sus colores y grandeza sin necesidad de tener que llegar al Parque Nacional. Cerca aparece Huaja, donde Chacho Peñaloza nació y llegó a ser reconocido. Hoy su casa es una suerte de altar para muchos, y receptora del afecto y respeto de vecinos y visitantes. Ya como cabecera del Departamento de Quiroga, Malanzán es central en la Ruta de los Caudillos: el museo Runa Huasi (“casa del hombre”) lleva recuerdos del trío Peñaloza-Quiroga-Varela, máximos referentes de la lucha federal y del sur riojano, a los que Alberdi recordó junto a Artigas, López y Güemes como “obras del pueblo, personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ése, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos”.
El camino sigue al Este con El Portezuelo, donde está la casa donde nació Quiroga, y al Oeste con las altas sierras de Loma Blanca, que recuerdan el paraje donde Peñaloza fue asesinado, y su cabeza exhibida como trofeo en la plaza de Olta. A los 47 años, la suerte de Quiroga no sería distinta, al ser emboscado y posteriormente asesinado. En el Museo de Luján, en Buenos Aires, su emblemático poncho marrón claro aún deja ver la sangre seca de aquel episodio brutal de Barranca Yaco. Por su parte, Felipe Varela, protegido de Peñaloza, se refugiaría en Entre Ríos y luego en Chile tras el suceso de Olta, muriendo luego cerca de Copiapó. Aún más al Este, el Departamento Rosario Vera Peñaloza –la recordada “Maestra de la Patria”– es un paso obligado hacia la provincia de San Juan por las salinas de Macasín. Recorriendo la ruta 79 aparece Chepes, cuyo Museo de los Caudillos evoca las reuniones que tuvieron allí Quiroga y Peñaloza, y donde se habla de ellos como si aún estuvieran vivos, con la marcha triunfal de su memoria imbatible
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