Domingo, 26 de junio de 2011 | Hoy
MINITURISMO. ESCAPADA A MARTíN GARCíA
La isla Martín García, en la confluencia de los ríos Uruguay y De la Plata, es un verde remanso a tres horas de navegación desde el embarcadero de Tigre. Crónica de una excursión de ida y vuelta en el día para un recorrido a paso tranquilo por estampas de nuestra historia.
Por Mariana Lafont
La isla con pasado de prisión me llamó la atención desde niña. Mis compañeros de primaria fueron de viaje de egresados, pero yo no pude ir. Años después estaba paseando por el Tigre cuando vi un cartel que decía “Viajes a Martín García”. Entré y compré un pasaje sin pensarlo dos veces. Al día siguiente regresé, me embarqué y me enamoré de la isla y de la sensación de sentirme tan lejos estando tan cerca. Fui y volví en el día, en el clásico tour que para ver todo en detalle requiere acelerar el paso. Pero me bastó para querer volver. Así lo hice y me quedé cinco días acampando. Quizás es demasiado tiempo para esta pequeña isla de 3 kilómetros de largo por 1,5 de ancho y que con dos días se recorre tranquilamente. Pero si el plan es descansar y alejarse de la jungla de cemento, Martín García es un excelente plan. Con unos libros y repelente para mosquitos alcanza y sobra para desenchufarse de todo.
NAVEGANDO POR EL DELTA El sol comenzaba a entibiar una fresca mañana de otoño en el Tigre. Mientras los pasajeros iban llegando al puerto, las clásicas lanchas de madera interisleñas iban y venían. Cargaron algo de mercadería y el catamarán zarpó en punto. Tenía sueño pero fui a cubierta a apreciar el delta desde el agua. Faltaban tres horas de navegación y ya tendría tiempo para dormir. De pronto un biguá pescó su desayuno y un pez hizo una pirueta en el aire mientras la embarcación avanzaba hacia el Luján. El recorrido seguiría por el canal Vinculación, el río Urión, el canal Honda y el Paraná de las Palmas hasta llegar al Río de la Plata. Después de un rato me ubiqué en una de las mesas junto al cartero que organizaba la correspondencia para los isleños.
Allí también estaban la directora del jardín de infantes de Martín García y su hija. Gabriela llegó a la isla porque su mamá fue enfermera entre 1995 y 2002 y le gustó el lugar. Viaja los martes y vuelve los sábados porque la escuela es de martes a la tarde (por el horario de la embarcación) a sábado. Domingo y lunes no hay clases. Siendo docente de la isla tiene vivienda para quedarse; en cambio, los profesores que sólo dan una o dos materias van y vuelven en el día. A Gabriela le gustan la paz y el ritmo tranquilo de Martín García: “Aquí los niños son diferentes y menos agresivos que los de la ciudad”.
PEQUEÑO GRAN JARDIN Lo primero que explicó Carolina, nuestra guía, fue que Martín García tiene casi 200 hectáreas de superficie y que, a diferencia de las islas del delta, es mayormente de roca. Sin embargo, su tamaño no es fijo y cambia con el tiempo y la acumulación de sedimentos. De hecho y por la sedimentación, se ha unido a la uruguaya isla Timoteo Domínguez, frente a la cual se encuentra la pequeña localidad oriental de Martín Chico, a quince minutos de Carmelo. Martín García es prácticamente plana excepto en el centro, donde hay una pequeña lomada que trepa hasta los 27 metros y donde está el faro, hoy en desuso. En este verde y compacto trozo de tierra están representados nueve ambientes ecológicos como el espinal, la selva en galería y el talar. También dunas y médanos interiores aunque hoy sólo quedan unos manchones, ya que la arena se usó para fabricar ladrillos.
Cinco son los guardaparques que protegen este vergel rioplatense. Una de ellas, María Eugenia, viajaba conmigo ese día. Mientras sus cuatro hijos hacían los deberes, la guardaparque me contaba que hay 800 especies vegetales como el ceibo, el laurel criollo, el espinillo, los cardones, el lapachillo, el higuerón, el juncal en las playas, entre otras. Y las especies nativas conviven con muchas exóticas invasoras (como el ligustro y la acacia negra) ya que, desde sus inicios, la isla fue muy manipulada por el hombre. Sin embargo, poco a poco se está reforestando con nativas. La fauna está compuesta mayormente por aves y entre las más de 250 especies hay colibríes, gavilanes, teros, horneros, biguás, garzas, cotorras, cardenales, jilgueros y lechuzas. Pero también se ven lagartos overos (sobre todo en verano), lagartijas, coipos (mamíferos similares a las nutrias) y tortugas acuáticas que habitan la laguna de la cantera.
María Eugenia también ama la isla. Su padre trabajaba en la colonia penitenciaria que funcionó entre 1986 y 2006 (hoy no hay reclusos y sólo habitan la isla empleados de la provincia y concesionarios). Allí pasó una linda infancia, al aire libre y no encerrada entre cuatro paredes. Y rememora: “Teníamos televisión blanco y negro pero no le dábamos bolilla con todo lo que había afuera. En cambio ahora, con computadoras e Internet, mis hijos salen menos que yo, pero igual están bastante tiempo afuera”. María Eugenia fue y vino de la isla en diversos momentos de su vida y desde 2005 es guardaparque de Martín García.
TIERRA FIRME Minutos después del mediodía la embarcación atracó sin problemas en el muelle que está sobre el Canal Buenos Aires. Algunos martinenses esperaban nuestra llegada mientras una avioneta despegaba del fondo de la isla. Una vez en tierra firme la guía nos reunió al final del muelle para dar indicaciones y hacer una breve introducción. Nos contó que, geológicamente hablando, Martín García tiene 1800 millones de años de antigüedad. Se trata de un afloramiento rocoso del macizo de Brasilia –de la Era Precámbrica– al igual que Cabo Corrientes en Mar del Plata y las Sierras de Tandil. Y para comprobarlo basta dar una vuelta por la laguna de la cantera (cerca del muelle) y ver, en medio de la frondosa vegetación, una gran pared de roca. Como su nombre lo indica, aquí había una cantera de donde salió la materia prima para hacer los adoquines de la ciudad de Buenos Aires a comienzos del siglo XX. Al quedar abandonada, se llenó de agua y hoy es un hermoso refugio de aves.
Bajo la sombra de una enredadera llena de gorriones, tomamos un aperitivo en el Comedor Hércules antes de hacer el tour por el casco histórico. Carolina relató la intensa y agitada historia de este lugar al que llegó Juan Díaz de Solís en 1516, buscando un paso interoceánico. Casualmente en ese momento falleció el despensero de la expedición, Martín García, a quien enterraron aquí y en su honor así bautizaron al terruño. Desde ese momento la estratégica isla –ubicada en medio del cauce principal del Río de la Plata y con acceso a los ríos Paraná y Uruguay– fue permanentemente disputada por España y Portugal.
Si bien Martín García está más cerca de Uruguay y está rodeada de aguas uruguayas, paradójicamente está bajo jurisdicción argentina según lo establecido por el Tratado del Río de la Plata de 1973. En 1985 la Armada transfirió a la provincia de Buenos Aires la propiedad de edificios e instalaciones y Martín García quedó bajo el control de la Dirección de Islas del Ministerio de Gobierno provincial.
AGITADA HISTORIA Mientras caminábamos por las calles desiertas nos costaba imaginar Martín García con una población de 4 mil habitantes ya que, en la actualidad, sólo viven 140 personas. Carolina seguía relatando la historia de la isla. Luego de la Revolución de Mayo aún quedaban realistas aquí. Fue el almirante Guillermo Brown quien con su flota los derrotó en 1814 quedando Martín García en manos de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las aguas siguieron revueltas y hubo varios combates más durante el proceso de independencia argentina, la Guerra del Brasil y durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. A fines del siglo XIX Sarmiento había propuesto fundar aquí Argirópolis, la capital de los Estados de América del Sur (compuesto por Argentina, Uruguay y Paraguay). El proyecto nunca se concretó y, en cambio, fueron traídos a la isla muchos de los caciques capturados durante la Conquista del Desierto.
Pasamos frente al viejo teatro y su llamativa fachada recién pintada hasta llegar a la casa con prolijo jardín donde funciona la Comisión Administradora del Río de la Plata (encargada de hacer cumplir el tratado de 1973). Allí estuvo preso casi un año el ex presidente Arturo Frondizi cuando fue derrocado por los militares en 1962. La isla ya era famosa por haber sido lugar de reclusión, en la primera parte del siglo XX, de presidentes e importantes personalidades políticas. Hipólito Yrigoyen estuvo preso dos años en las cartucherías junto con Marcelo T. de Alvear luego del golpe de Estado de 1930. Al poco tiempo volverían a encarcelarlo pero, como ya era mayor, lo alojaron en la casa del jefe militar hasta 1933. Finalmente, Juan Domingo Perón también estuvo en la isla en 1945 encarcelado por la cúpula militar pero, ante la presión popular, fue liberado antes del mítico 17 de octubre.
Frente a las paredes rosadas de lo que fue la cárcel está Rocío, la panadería donde se hace el famoso pan dulce, instalada en una vieja casa de 1913 al lado de la parroquia. Otro de los lugares para conocer es la antigua casa de médicos del lazareto que funcionó de 1870 a 1927. Aquí hubo mucha actividad durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y con la llegada de inmigrantes que eran revisados antes de ingresar a Buenos Aires. En esta misma vivienda el poeta Rubén Darío pasó una temporada en 1890 y se inspiró para escribir su “Marcha Triunfal”. Hoy el edificio alberga un centro de interpretación ecológica.
A lo largo del recorrido también hubo tiempo para conocer el Barrio Chino, donde hay muchas construcciones abandonadas e invadidas por higuerones que le dan un encanto particular y misterioso. Su nombre viene del término usado para designar a las mujeres mestizas en los tiempos de la colonia: “las chinas”. Muy cerca de allí se accede a una frondosa selva en galería con multitud de aves. El paseo continúa hasta el Parque y Monumento a los Héroes comunes de ambos países que rememora el pacto firmado entre Argentina y Uruguay. A metros de allí se accede al cementerio que se inauguró en 1899. Es el cuarto de la isla y de los otros tres no quedan rastros.
A las 17 en punto zarpamos y mientras nos alejábamos de la isla río y cielo se iban tiñendo de dorado en un atardecer especial, el último regalo de un gran día
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