ALEMANIA. BERLíN PARA TODAS LAS EDADES
Un paseo por el costado más multiétnico y familiar de la capital alemana: el Prenzlauer Berg, el barrio líder europeo en natalidad... y en calidad de vida, con mucho verde y juegos para chicos. Pero también hay espacio para los restos del Muro y algo de la historia berlinesa.
› Por Ana Valentina Benjamin
Según Giselle Valman, profesora del Instituto Goethe de Buenos Aires, para pronunciar bien la palabra “Berlín” en alemán hay que sonreír. Tiene razón, pero no sólo porque la apertura de boca que implica la sonrisa mejora el sonido de la “i”, sino porque la ciudad genera alegría. Su oxigenado diseño dispone verde por doquier: intercalando sitios históricos, escoltando edificios modernos o frondoso centro de manzana. El 70 por ciento de la ciudad está arbolada: 2500 espacios públicos y casi medio millón de árboles la han convertido en la urbe con más verde de la comunidad europea. Sus lagos, el Grosser Wannsee, el Schlachtensee, el Tegeler See, el Müggelsee y sus ríos Havel y Spree completan el cuadro con una pincelada hídrica magistral.
El color esperanza berlinés se debe en buena parte a la planificación, que desde los ’80 –con la entrada en vigor de la Ley de Protección de la Naturaleza e incluso con mayor empeño tras la caída del Muro– puso en marcha programas de desarrollo urbano sostenible y estrategias ecológicas de reorganización geomorfológicas. Gracias a ello, hasta los amantes de la vorágine del asfalto encuentran hoy irresistible el imperio arbóreo de Berlín.
Por otra parte, es conmovedor el respeto con que la ciudad ha preservado sus rincones elocuentes. Nada que haya sido oscuro escenario del pasado es maquillado; por el contrario, se inmortaliza. Y no solo en locaciones monumentales como fragmentos del histórico Muro, ex campos de concentración o magníficos edificios, sino en los rincones de la simple cotidianidad. En muchos portales, en la acera misma, sobrias placas encastradas en el suelo atestiguan el nombre de la persona que habitó esa casa antes de ser arrancada hacia su póstumo domicilio...
BARRIO MULTIETNICO Y FAMILIAR En este contexto, y como si se tratase de otro acto de laudable regeneración, en Berlín se ha ido gestando Prenzlauer Berg, un barrio con dos características muy significativas: multiétnico y casi exclusivamente dedicado a la vida familiar. Hay un promedio de 2,1 hijos por familia, estadísticamente, un dato pintoresco: Alemania está última en tasa de natalidad europea, pero su prolífico barrio berlinés ¡lidera la tasa de nacimientos de todo el continente!
Prenzlauer Berg (o “Pregnancy Berg” como muchos le llaman con neonato humor) parece haber sido trazado por un equipo de psicopedagogos: múltiples espacios abiertos que amenizan la vida de cada miembro familiar, no sólo del más pequeño. Por ejemplo el Friedrich Ludwing Jahn Sportpark, un club que no es privado sino de acceso libre y gratuito. Todo está allí para el vecino que quiera hacer deporte solo o acompañado por el vástago en su siesta.
A pocas cuadras se encuentra el Mauer Park, punto de reunión favorito en verano. Tiene un anfiteatro que da para todo, como la propia cronista certificó: alguna tarde, al mismo tiempo, un concierto de jazz y una convocatoria ecologista en contra de la edificación en la zona.
En el corazón de Prenzlauer Berg, la Kollwitzplatz es la diva de la recreación. Los jueves y sábados ofrece una feria de productos orgánicos. El berlinés tiene una sabia afición por la comida orgánica (no procesada con elementos químicos), y en este distrito pletórico de familias jóvenes con bio-estilo la afinidad se duplica.
La Helmholtzplatz constituye otro punto de interés. Una vez al mes se monta un mercadillo de pulgas para chicos. Vecinos convertidos en informales comerciantes venden por un euro las cosillas que en casa no se precisan más, ropa, libros, juguetes. No se palpita una intención lucrativa sino más bien de reciclaje; la reutilización favorece al planeta y a la madre por la misma razón: ya no hay sitio en casa para más desechos. En el centro de la Helmholtzplatz, el “Eltern-Kind Café”, como su nombre lo indica, es una cafetería para padres y niños. En la calle Paul-Robeson está abierto todos los días el “Milchbart”, otro de los tantos bares para chicos que permite el ingreso de padres.
La Kulturbrauerei o Fábrica de Cultura, antigua fábrica de cerveza convertida en centro cultural, es antro de esparcimiento para la familia toda o padres sin Kinder (porque hasta el mejor tutor necesita distraerse y lo cortés no quita lo valiente).
Los restos del Muro pisan fuerte en Prenzlauer Berg. Artistas internacionales han convertido en galería de arte urbano mil trescientos quince metros de hormigón en la Mühlenstrasse. Las imágenes plasmadas recuerdan que aquello significó trágica división antes de unión familiar. Algo muy berlinés, como ya se ha dicho: nada se maquilla.
DE LIBROS Y CAMBIOS Peter Alterkrueger, director de la Biblioteca Iberoamericana de Berlín, afirma que “el alemán promedio compra mucho libro”. Prenzlauer Berg considera dicha premisa desde el primer ABC: “Mundo Azul” es una de las tantas librerías infantiles dedicadas al lector de menos de un metro (para arriba). Y porque no siempre puede la parentela instruir a su vástago todo el día, existen jardines de infantes de sobra. El paisaje familiar lo completa la industria de la bicicleta, que ofrece modelos equipados para casi todo lo previsible en materia de transporte en grupo.
Prenzlauer Berg goza (o padece, según cómo se lo mire) de un esplendor que tiene una curiosa historia. En tiempos del Muro la población estaba mayoritariamente compuesta por artistas, obreros y disidentes del régimen. Con la caída del Muro sufrió una profunda transformación: fue mutando de joven bohemia a pudiente de alto poder adquisitivo; los precios, desde el kilo de tomate hasta el m2 del inmueble, sobrepasaron la altura crucero. Este proceso, con sus obvios matices, es la réplica de lo ocurrido en el antiguo Palermo Viejo devenido, gracias a las picardías inmobiliarias, en Palermo Hollywood. Tanto en la versión porteña como en la berlinesa, conviven en el mismo mini mundo el trabajador de sobrias costumbres con el yupi que un día decidió, para bien propio y desgracia de muchos, trasladar su estilo VIP a las antípodas de lo VIP. Poco a poco en ambos barrios lo bohemio se transformó en cool y las pintorescas imperfecciones mutaron hacia lo perfectly designed by.
En el caso porteño, muchos lamentan el reemplazo de antiguas casas por edificios con swimming pool, security y demás delicias del american dream importado al Old Palermo. En el caso berlinés, hay circunstancias político-sociales puntuales. Andreas tiene hace diez años un puesto de comida en la Feria de la Kollwitzplatz. Vende sopas con bockwurst (embutido típico) y sazona platos y comentarios con la misma ironía. “Antes esto tenía un perfil muy mezclado, todos los niveles económicos, profesores universitarios conviviendo con músicos y con obreros, gente trabajadora que necesitaba comer al paso; ahora de golpe te cae un niñito bien y en vez de darle un buen tarascón al bockwurst, te demanda que se lo cortes en trocitos.” Andreas aclara que lo suyo no es impaciencia sino diatriba contra los cambios que no respetan los códigos de un espacio.
Tobias Schirmer, alemán, músico, vive en Prenzlauer Berg desde antes del boom. Coincide en que el auge no ha sido auge para todos, pero no se queja. Quizá porque Taiko, su bella mujer japonesa, sintetiza, con admirable humor, que allí se está bastante mejor que en la ciudad literalmente boom que habitan sus hermanos, a pocos kilómetros de la central atómica Fukushima. Tobias y Taiko son, quieran o no, la distintiva postal de Prenzlauer Berg: familia multiétnica-artística y, por supuesto, en bicicleta.
Diego y Karen, directivos del Kindergarden Los 30 lobitos, también dan testimonio. A puro pulmón y con mucho olfato lobezno fundaron –en tiempos en que alquilar en la Kollwitzstrasse era accesible– un Jardín de Infantes bilingüe español-alemán. Por sobre la corriente snob que en muchas ocasiones presuntuosamente hace llamarse “progre” o “alternativa” subsiste en este jardín un auténtico espíritu bohemio de paspartú de etnias y de festiva convivencia.
Más allá de las respetables polémicas, el café a precio petróleo, la renta a precio palacete y el punto yupi que pueda muy a su pesar tener, Prenzlauer Berg no pierde encanto. Más aun si ese encanto burbujea en Berlín, ex capital de la Alemania nazi que es hoy ciudad de coexistencia multicultural.
Quien conozca profundamente los íntimos e inquietantes movimientos del ajedrez europeo, seguramente deseará que toda la Comunidad siga el ejemplo de la capital alemana: modelo de ciudad que pudo reconstruir tanto sus edificios como su alma. Y convertirse en afable nido de llegada
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