Dom 11.05.2003
turismo

REPUBLICA CHECA PRAGA

Como encendida

Ya en la Edad Media se la consideraba una de las ciudades más hermosas de Europa. Romántica y melancólica, la capital checa amalgama tesoros de la arquitectura gótica, renacentista, barroca y art-nouveau.

Por Nancy Hoyer

Goethe la calificó como la gema más hermosa de la diadema del mundo. Ubicada en el centro mismo de Europa, Praga semeja un gran decorado donde se entremezclan puentes góticos con palacios barrocos, y basílicas de estilo románico con callejones medievales. A diferencia de Varsovia, Berlín o Budapest, la capital checa sobrevivió casi intacta a los destrozos de la Segunda Guerra Mundial, y desde entonces ha sido preservada con sumo cuidado por todos los gobiernos. En consecuencia, la ciudad es un todo monumental donde perduran antiquísimas sinagogas, románticos puentes de piedra sobre el río Moldava, castillos medievales y una infinidad de estatuas en las calles que la decoran como a ninguna otra en el resto de Europa.
Praga se extiende en un pintoresco valle con sus altas colinas coronadas por dos castillos. El río Moldava la divide en dos formando con su curso un gran signo de interrogación a través del casco urbano. De un lado está el Barrio Pequeño, con sus recargadas residencias barrocas y grandes jardines que pertenecieron a la nobleza local. Del otro, la Ciudad Vieja, antiguo centro gótico de la ciudad.
Lo que realmente importa de Praga está condensado en una pequeña geografía, a ambos lados del Moldava. Una serie de diecisiete puentes cruzan de un lado al otro del río, así que la consigna para el viajero es “caminar y caminar”. En lo alto de una colina, el Castillo de Praga es el punto máximo de atención en la ciudad. Se lo ve desde todos lados, y no casualmente ha sido el centro del poder político desde hace doce siglos. Allí residieron los legendarios reyes de Bohemia y los sucesivos jefes de gobierno hasta el actual presidente Havel. Su origen data del siglo IX, aunque fue reconstruido muchas veces. Su arquitectura representa los estilos que primaron en las diferentes épocas de Praga, incluyendo algunas paredes románicas que se remontan al año 870.
En 1618 ocurrió en el castillo la famosa “defenestración de Praga”, cuando los embajadores del emperador alemán fueron arrojados sin miramientos por una ventana. Afortunadamente para ellos, cayeron sobre una montaña de paja, pero la “efusividad” de la nobleza praguense con los diplomáticos alemanes dio inicio a la Guerra de los Treinta Años, que entre otras cosas les costó la cabeza a los nobles checos.
Al ingresar al castillo por un arco del año 1614 se descubren colosales salas reales que estaban diseñadas para que los caballeros entraran a caballo. El castillo es un verdadero complejo edilicio que se completó a lo largo de muchos años. En su interior se levanta la impresionante fachada gótica de la Catedral de San Vito, comenzada a construir en 1366 por orden del emperador Carlos IV. La sola visita del complejo del Castillo lleva un día entero.
En la misma colina del castillo –surcada por sinuosas callecitas– está la Calle del Oro, el centro de un pequeño barrio del siglo XVI con pequeñas casas medievales, que fue famoso por sus alquimistas. Bajando del castillo se llega a una de las zonas más románticas de Praga, el ya nombrado Barrio Pequeño. A pocos minutos de marcha aparece el melancólico Puente de Carlos IV, una de las maravillas de la ciudad. Su construcción es de mediados del siglo XIV y atraviesa al Moldava con su maciza estructura de piedra de más de 500 metros de largo. Al cruzarlo vamos descubriendo sus 30 grupos escultóricos con esculturas de santos cabizbajos y figuras históricas, mientras varios tríos de cuerdas barrocas musicalizan el paisaje.

LA CIUDAD VIEJA Y LOS JUDIOS Ingresar en la Ciudad Vieja es hacerlo en una caótica madeja de senderos, cortadas y pasadizos que se entrecruzan sin cesar. Pero también hay grandes avenidas al estilo parisino –que desembocan en una plazacentral– y antiguos palacetes de la nobleza desde el siglo XIV. Además hay edificios de estilo art-nouveau construidos a principios del siglo XX. Cerca están los restos del antiguo barrio judío, conocido como el Gueto de Praga, que fue devorado por las llamas en el siglo XVIII. Las primeras comunidades judías en habitar la Ciudad Vieja llegaron en el siglo X. En los siglos siguientes la población judía fue extendiéndose hasta que en el siglo XVII alcanzaron el número de 7000 personas viviendo encimadas en estrechos y lúgubres callejones. Ya mucho antes –en 1179–, un edicto los confinaba a vivir separados de los cristianos por una muralla. En el barrio judío quedan las sinagogas Klausen, Pinjas y Maisel. Pero la más importante de todas es la Staronova, una de las más antiguas de Europa, levantada en 1270 en un severo estilo gótico primitivo. Aún se siguen realizado oficios religiosos en ella.
El lugar más extraño y misterioso del barrio es el Cementerio Judío, ubicado en una reducida superficie con 12.000 tumbas y sus respectivas lápidas cinceladas con epitafios en hebreo. Las lápidas –algunas de ellas ya ilegibles– están acumuladas de manera caótica, ya que el pequeño cementerio rápidamente había quedado chico para una comunidad tan grande. Incluso hay doce niveles de tumbas superpuestas bajo tierra. La más antigua –perteneciente a Avigdor Karo– data de 1439 y la última de 1787. La más famosa pertenece al rabino Judá León, quien en el siglo XVI era célebre por dedicarse a la cábala, esa misteriosa práctica que consistía en permutar letras y números en los textos de las Sagradas Escrituras para hallar el verdadero nombre de Dios. Según la tradición, el rabino habría encontrado el nombre, y al repetirlo ante un muñeco, éste se convirtió en una criatura imperfecta a la que llamó Golem.
Además de hermosa, Praga es una ciudad que combina variadas estéticas conformando un todo armónico: el esplendor barroco de los palacios, la melancolía del Puente Carlos IV, la tristeza del Cementerio Judío, y el misterioso laberinto sin salida de la Ciudad Vieja, con su castillo en lo alto. Secreta y manifiestamente, muchos escritores suelen estar vinculados con un ámbito geográfico. Arlt a Buenos Aires, Henry Miller a Nueva York y Jorge Amado a Bahía. La desconcertante Praga –en cada una de sus letras– es la ciudad de Kafka.

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