NOROESTE VALLES CON HISTORIA Y TRADICIONES
Una provincia bella y diversa, con una larga historia a sus espaldas, que atesora cordillera y verdes quebradas. Reservorio mundial de pinturas rupestres, cruzada por tradiciones y leyendas, y la devoción a la Virgen Morena, invita a recorrer rincones donde se vive a pleno el orgullo de ser catamarqueño.
› Por Pablo Donadio
Ya comienzan a revolear las pilchas en Catamarca, como para chuschear los fríos. Su Fiesta Nacional del Poncho bien sabe de tradición, pero sobre todo de la forma en que debe vivirse una celebración musiquera, un festejo religioso o un simple paseo por las verdes sierras de Ancasti. Esa intensidad, que no es velocidad, es todo un sacudón al avispero del turismo nacional, casi un “¡Ey!, aquí estamos, somos un gran destino también”. El ambiente que genera su fiesta mayor es una condensación de la energía que baja de las montañas, que emerge de un suelo histórico y se palpa en cada expresión popular. Mientras tanto, el paisaje circundante, con sus caminos de cornisa y permanentes curvas, invita a internarse en las cuestas de las Sierras Pampeanas, por un lado, y la muralla de piedra llamada Los Nades, por el otro. Allí habitan volcanes, picos nevados, abismos que meten miedo, salinas, lagunas y la cara curtida de las gentes de montaña. La Puna (sí, también la Puna llega aquí) se devora kilómetros y kilómetros de una planicie de altura, que acopla lo muy viejo a la modernidad, como ocurre también en San Fernando del Valle de Catamarca.
LA INDIA “Virgen morenita, Virgen milagrosa/Virgen Morenita, te elevo mi cantar / Son todos en el valle devotos de tus ruegos / son todos peregrinos, señora del lugar...”, reza el tema que se escucha tanto en misas como en los escenarios donde canta la Sole Pastorutti. Patrona Nacional del Turismo, la Virgen del Valle, La Morenita o la Virgen India, como se la quiera llamar, convoca con su rostro moreno a los visitantes, que se trasladan a siete kilómetros desde la capital para trepar la sierra de Fariñango hasta su gruta.
Dicen aquí que esta “historia de fe” nació a los ojos regionales a comienzos del siglo XVII, cuando don Manuel de Zalazar, administrador español del actual Valle, escuchó que al este, en las cercanías de Choya, un nicho de piedra en la montaña albergaba una imagen honrada por los indios. Se llegó hasta allí y comprobó que ahí había una Virgen y no una imagen pagana, pero no cualquier Virgen: era morena. La leyenda dice que Zalazar ordenó llevarla, pero para su asombro la imagen regresaba, siempre volvía a estar allí. Aceptando aquel desafío misterioso, la Morenita triunfó finalmente en su altar y, poco a poco, su grandeza corrió los valles hasta hacerse más popular.
La devoción catamarqueña muestra su máxima expresión tras la Pascua y para el 8 de diciembre, cuando convoca a los creyentes a una peregrinación hasta la Catedral Basílica Nuestra Señora del Valle, donde la Virgen India tiene una imagen en un camarín de acceso público. Construida entre 1859 y 1878 por el arquitecto Luis Caravati –autor de los mejores edificios de la ciudad–, ha sido declarada Monumento Nacional, y su iluminación nocturna es para destacar. De paso resulta imperdible hacerse una escapada temática a la iglesia de San Francisco, de 1905, que lleva en su atrio la estatua de Fray Mamerto Esquiú, impulsor de la Constitución Nacional de 1853. La Plaza del Aborigen, con la “Piedra que ata al sol”, muestra la fuente central en honor a la Diosa del Agua, mientras el museo Arqueológico Adán Quiroga –que conserva una amplia colección de objetos aborígenes, con piezas de los períodos Temprano, Medio y Tardío– es otra de las muestras de la cultura preexistente fusionada con las posteriores enseñanzas coloniales y religiosas.
AIRES CAPITALES Los cambios de aire definen muchas veces límites más creíbles que los fijados políticamente. Generalmente, el visitante llega a Catamarca desde el sur y por la RN 60, que hace las veces de eje a los caminos que parten hacia el norte de la provincia y desembocan, por ejemplo, en San Fernando del Valle de Catamarca. La plaza 25 de Mayo suele ser un remanso veraniego por su frondosa y refrescante arboleda, que permite gozar de las sombras proyectadas por los palos borrachos, palmeras y tipas en torno a la estatua ecuestre del general San Martín.
El centro de la ciudad no es grande ni ostentoso, y convive en paz con edificios coloniales y modernos de distintas corrientes, mientras se degustan los sabores de la chanfaina (vieja receta con menuditos de cordero o chivito), el mote y la torta borracha. Cerca se encuentra el mercado de artesanías, que exhibe orgulloso la famosa fábrica de alfombras de origen siriolibanés. Apartado de su valle hacia el oeste, donde la sierra comienza a elevarse, la laguna Jumeal y el dique se transforman en un mirador panorámico del hoyón donde se fue construyendo la ciudad. Tomando la RP 4 se llega a El Rodeo, en plena sierra de Ambato, por un camino pavimentado que atraviesa la Quebrada del Tala y permite acceder al Pueblo Perdido de la Quebrada, un yacimiento arqueológico en proceso de recuperación.
El Rodeo es una villa ubicada a la vera del río Tala, excusa perfecta para la escapada desde la capital, con un microclima que ha favorecido la construcción de casas de descanso y la proliferación de propuestas de turismo aventura, incluyendo caminatas al Cristo Redentor, salidas en bici y la pesca de truchas. Más adelante, la hilera de pueblitos sigue con Las Juntas, desde donde se advierte la presencia de antiquísimas terrazas de cultivo indígena. Le siguen Los Varela, La Puerta y Las Pirquitas, con otro espejo de agua embalsado. La alternativa es seguir la ruta serrana rumbo a Andalgalá, pasando por Singuil. Desde aquí el trazo obliga a trepar innumerables cuestas hasta la de Narváez, de máxima altura y vista privilegiada a los Nevados del Aconquija.
En el cruce de la RP 48 hay que doblar hacia la izquierda para llegar a Andalgalá, luego de descender por la Cuesta de Las Chilcas, a casi 2000 msnm. De esto se trata: subir y bajar, todo el tiempo. Tomando la RP 46 se llega a Belén, a través de su cuesta homónima. Aquí está el Museo Cóndor Huasi, que atesora miles de piezas arqueológicas que pertenecieron a los diaguitas, y a 15 kilómetros se encuentra Londres, cuyos principales atractivos son las Iglesias de la Inmaculada Concepción y de San Juan Bautista, de mediados del siglo XVIII, y el Pucará de Shinkal.
El destino siguiente es Tinogasta, reino de bodegas de vinos regionales. Aún más al norte aguarda Fiambalá, con un pueblo pequeño que también se especializa en producción de vinos y tejidos confeccionados en telar, pero con el rasgo distintivo de sus bellísimas termas. Ubicadas a unos 15 kilómetros y a 2300 msnm, se distinguen por su paisaje de quebradas, manantiales y rústicos piletones que enfrían un poco el agua, surgida a 80ºC de temperatura.
AL PORTEZUELO Unos 20 kilómetros al nordeste de la ciudad comienza el camino que comunica el valle con los departamentos de Ancasti, El Alto y la provincia santiagueña, adonde suelen realizarse caminatas y cabalgatas. La Cuesta del Portezuelo se destaca aquí, con un largo camino que sube por la ladera de la montaña en forma zigzagueante, bordeando la montaña a un lado, y profundos precipicios al otro. En el trayecto hay pequeños balcones que hacen de miradores de su cañadón fabuloso, repleto de flores de lapacho, palos borrachos y asentamientos históricos; en el otro extremo, se divisa el valle de Catamarca y la sierra de Ambato. El Alto, el dique Collagasta (especial para pescar pejerreyes), Las Cañas y los Bañados de Ovanta continúan la seguidilla de pueblos anclados en los verdes. La cuesta culmina a unos 1200 metros de altura, frente al valle del río Paclín, curso que lleva de regreso a Catamarca, entre las sierras de Graciana y el Alto Ancasti.
Dentro del Departamento de Ancasti surgen también otros misterios, como para no pasarlo por alto así nomás: reservorio mundial de pinturas rupestres, hay allí importantes yacimientos arqueológicos, reflejo de la Cultura de la Aguada. Esta zona tuvo importantes asentamientos indígenas como La Tunita y La Candelaria, que hoy se destacan entre los demás por la cantidad, calidad y tamaño de las muestras artísticas que se mantienen intactas, y que son parte de un circuito turístico del valle central por demás atractivo. Cerquita está el Hotel de Montaña La Aguada, que no sólo recepciona visitantes cómodamente, sino que también organiza trekkings y cabalgatas para conocer ambos semilleros de historia. A La Tunita, en particular, se llega tras recorrer un largo sendero de hojitas doradas, que se abren camino en galerías, cuevas y aleros producto de la erosión. En ese clima natural, resguardado y encontrado casi por casualidad, sorprende la calidad de las pinturas ubicadas en techos y paredes, con imágenes únicas como El Danzarín, algunas de hasta un metro, que ubican al yacimiento entre los más destacados del arte rupestre americano. Otro ejemplo de una tierra histórica, llena de fe y probablemente, aún con sitios por descubrir en sus valles
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