Domingo, 31 de julio de 2011 | Hoy
MISIONES. LA PROVINCIA A TRAVéS DE SUS LODGES
Para conocer a fondo la provincia y sus entrañas selváticas, un recorrido de punta a punta con estadías en lodges, refugios y campings que permiten compenetrarse con la riqueza cultural misionera y descubrir arroyos virginales en circuitos alternativos como Puerto Libertad, los Saltos de Moconá y la localidad fronteriza de Andresito.
Por Julián Varsavsky
La tierra misionera ofrece una variedad de recorridos interiores que vale la pena explorar a fondo, con alma de viajero, para descubrir los secretos de la selva. Para ello, hay que salirse de los circuitos tradicionales de Puerto Iguazú y hospedarse en alguno de los lodges y refugios desde donde se hacen excursiones y caminatas a rincones de exótica belleza.
Una aproximación a Misiones con esta modalidad de viaje tiene un sentido muy singular. Al visitar las Cataratas del Iguazú en paquetes de fines de semana largos, el turista centra su atención en los monumentales saltos sin que, generalmente, pueda tomar un mayor contacto con la selva que tiene detrás. Por eso, la estadía en lo profundo de la exuberante vegetación misionera es una experiencia impactante que perdurará en la memoria de todo viajero.
LA PRIMERA POSADA A comienzos del siglo XX, un viaje desde Buenos Aires a la zona de Puerto Iguazú implicaba no menos de un mes de navegación, con trasbordos en las ciudades de Rosario y Posadas. La provincia, por aquel entonces, se fue colonizando con inmigración centroeuropea y con la apertura de diversos puertos a la vera del Río Paraná, que a la larga se convertirían en pueblos. El más alejado fue Puerto Libertad, surgido en 1925 en medio de la selva más agreste y virginal, donde estuvo emplazado el establecimiento yerbatero de la familia Bemberg. Allí se inauguró, en 1940, el primer albergue hotelero de toda la zona de Cataratas del Iguazú, el mismo que ahora, refaccionado, abrió nuevamente sus puertas hace dos años.
A la posada Puerto Bemberg se llega por un típico camino de tierra roja misionera. A los huéspedes se los recibe con un trago llamado Yasí, una mezcla de jugo de naranja con albahaca, ron y limón. Y lo primero que llama la atención al dirigirse a los cuartos es una pileta rodeada de exuberancia tropical y un confort que sorprende en un lugar tan apartado de la civilización y rodeado por el río y la selva. Uno de sus idílicos rincones es un gran deck de madera sobre una barranca con vista al río, ideal para pasar la tarde tomando tereré bien frío, preparado con yerba, menta, limón y cedrón, mientras se ve bajar de manera continua, centímetro a centímetro sobre la línea del horizonte, el disco incandescente de un sol que parece hundirse en la selva.
Una de las originalidades de la posada es La Matera, una reproducción exacta de una casa tradicional de las que habitaban los mensúes y los originales colonos, de las cuales quedan solo cuatro en toda Misiones. A un costado de La Matera están el correspondiente tatacuá –el horno de barro que parece el nido de un hornero gigante– y un carro polaco de los que aun hoy se ven en los caminos de tierra roja tirados por bueyes.
Desde la posada, una caminata de 20 minutos por un cerrado sendero selvático lleva a uno de los rincones escondidos más hermosos de toda Misiones: el salto del Arroyo Guatambú, un pequeño claro en la selva en galería ocupado totalmente por un piletón, alimentado por una hermosa cascada de 4 metros de alto.
Por lo general, los huéspedes se quedan varios días en la posada, uno al menos para visitar las Cataratas del Iguazú y varios para descansar y hacer otras excursiones. Entre ellas, no hay que perderse la navegación a la Cascada Yasí por el Paraná entre dos barrancas selváticas.
EN EL CORREDOR VERDE Partiendo desde la capital de Misiones por la Ruta Nacional 12 –y empalmando con la Ruta Provincial 7 en Jardín América–, se llega a la localidad de Aristóbulo del Valle, casi en el centro exacto de la provincia, a 160 kilómetros de Posadas. Cerca de Aristóbulo de Valle está uno de los mejores lodges selváticos de Misiones, llamado Tacuapí. Ubicado dentro del llamado Corredor Verde –un área protegida que busca evitar la desconexión de la selva misionera– el complejo ocupa 50 hectáreas que terminan justo donde comienza el Parque Provincial Salto Encantado. La zona está rodeada por algunos cerros y numerosas cascadas. El lodge tiene tres cabañas construidas con madera recuperada de la selva y una pileta. Y entre las visitas que se realizan hay una aldea guaraní, un secadero de yerba mate, además de excursiones con rappel, mountain-bike y cabalgatas.
El siguiente destino del recorrido son los Saltos de Moconá, ubicados en el centro-este de Misiones, donde el río Uruguay separa la Argentina de Brasil. Estos saltos son muy distintos a los de Iguazú, y al mismo tiempo están rodeados por una naturaleza más virginal, donde conviven en un territorio común los colonos de origen centroeuropeo con los indios guaraníes.
Camino a Moconá, por la Ruta Provincial Nº 2, el pasto crece hasta el borde del asfalto y parece a punto de invadirlo. El fragante verdor de los pastizales impregna el aire y pareciera que se cumple una orden suprema de arborizar cada centímetro del terreno sin dejar claros. Aunque en verdad cada vez más aparecen manchones de la hermosa tierra colorada misionera, que hace apenas cincuenta años eran imposibles de ver por estar cubiertos de selva. A la altura del poblado de El Soberbio ya se ven las primeras casas de madera con techo a dos aguas y frente inglés, pintadas con vivos colores por los colonos europeos. Y en la ruta se cruzan numerosos carros polacos de madera tirados por dos bueyes que van a paso de tortuga, llevando lugareños de pelo rubio y piel extremadamente blanca y roja.
Para visitar los Saltos de Moconá existen varias alternativas de alojamiento. Además del Tacuapi Lodge, está el Refugio Moconá, una opción más económica, que tiene dos pisos de madera rodeados por una selva cuya densidad es lo único que se ve por las ventanas de las habitaciones.
Muchas personas se instalan aquí por varios días a descansar y caminar por los alrededores observando con prismáticos la avifauna. El servicio incluye duchas con agua caliente y amplios baños compartidos con muy pocas personas.
Los Saltos de Moconá también se pueden visitar desde el Lodge Don Enrique, que tiene cuatro bungalows de madera y unos agradables decks. Ubicado junto al arroyo Paraíso, es ideal para hacer observación de avifauna. En uno de estos paseos se llega hasta la Reserva de Biosfera Yabotí, que se puede recorrer con guías de origen guaraní. Entre sus sorpresas, el sendero selvático depara un gran Ivirá Pitá –árbol cañafístula– de 400 años y 50 metros de altura, con su tronco surcado casi hasta la copa por una liana tan gruesa y poderosa que sostiene una enorme rama desprendida del tronco.
EN ANDRESITO El siguiente destino de este periplo misionero es Andresito, un alejado pueblo de frontera ubicado en el extremo noreste de la provincia, a una hora de Puerto Iguazú. Fundado en los confines de la Argentina, surgió de un plan de “colonización” impulsado en 1980 para “contrarrestar” la influencia brasileña en nuestro territorio. Pero el plan de ceder tierras fiscales resultó a medias, ya que Andresito y sus alrededores conforman una de esas extrañas zonas de transición ubicadas a 20 kilómetros de Brasil y 90 del Paraguay, donde las fronteras culturales son más difusas que las arbitrarias líneas de los mapas políticos. Si bien es innegable que estamos en Argentina, la influencia brasileña gaúcha se refleja en las costumbres culinarias, en el estilo de las viviendas de madera, en el modo de cultivar y hasta en el lenguaje. El hecho es que muchos de los argentinos y descendientes de europeos invitados a colonizar estas tierras terminaron siendo “abrasilerados”, utilizando incluso algunos de ellos el portugués como lengua más habitual.
El Establecimiento San Sebastián está ubicado selva adentro, a 23 kilómetros de Andresito por un camino de tierra. Su dueño es Don Camilo, quien decidió agregar la actividad turística a sus tareas de cuidar ganado. El viaje desde Andresito a San Sebastián se hace en un precario colectivo que sumerge al viajero en un mundo extraño. Un polvoriento camino de tierra misionera abre un tajo rojo en la selva mientras el micro avanza con pasajeros de muy pocas palabras que miran algo sorprendidos al que recorre por placer la zona. Sin embargo, se vuelven muy amistosos cuando uno les busca conversación. La mitad habla en portugués y el resto en español. Y casi todos son chacareros que descienden del colectivo en medio de la nada y se pierden por un sendero en la selva. Cuando los viajeros llegan al establecimiento San Sebastián, don Camilo los espera sonriente junto a la ruta en su jeep modelo 1944.
Una de las cabañas de San Sebastián está en una islita en medio de un pequeño lago artificial. El romántico medio de transporte para cruzar los siete metros que separan la cabaña de la costa es una balsa de madera impulsada por el propio navegante, quien tira suavemente de un alambre atado entre las dos costas. En el edificio central del establecimiento hay 10 espaciosas habitaciones dobles y cuádruples
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