Dom 07.08.2011
turismo

INDIA. DE VARANASI A RAJASTáN

Masala hindú

Crónica de una travesía en tren por el segundo país más poblado y la democracia más grande del mundo. De Varanasi al Rajastán, la mítica tierra de los marajás, pasando por el entrañable Taj Mahal, el delicado templo blanco que se considera una de las Siete Maravillas del mundo moderno.

› Por Mariana Lafont

Cuatro de las religiones más importantes del mundo –el hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo– se concentran en la India, uno de los países más creyentes del planeta. Entonces, ¿qué mejor lugar para empezar un viaje místico que el corazón de este extenso y pobladísimo territorio? Varanasi, la ciudad sagrada del Ganges –fundada por Shiva hace más de tres mil años–, es meca de devotos e hinduistas. Para los seguidores de esta religión, morir aquí libera de las reencarnaciones y bañarse en las aguas sagradas del río (pese a la contaminación) purifica todos los pecados. Por ello muchos enfermos y ancianos deciden pasar en Varanasi sus últimos días en residencias ubicadas a lo largo del Ganges.

Nuestra llegada fue por tierra, desde Nepal. Habíamos viajado diez horas para hacer 260 kilómetros de Katmandú a Bairahawa, una pequeña localidad a tres kilómetros de la frontera entre la India y Nepal. Al otro día llovía, tomamos un jeep y, entre camiones, barro y animales, pisamos finalmente la India. El entorno era caótico, pero el oficial de migraciones lo primero que dijo al ver mi pasaporte fue: “Nice picture” (linda foto). Hecho el trámite, tomamos un bus y en tres horas estábamos en Gorakpur mientras nos íbamos acostumbrando a las penetrantes y curiosas miradas hindúes. Allí, entre más barro y animales, tomamos el último bus que nos llevó a Varanasi. Eramos los únicos forasteros y el micro iba llenísimo con gente de pie. Las ocho horas de viaje se hicieron largas, no por la distancia sino por los obstáculos típicos de las rutas de la India: animales, carros, gente y bicicletas por todos lados.

En Varanasi, una luz única baña la costa del Ganges, el río más sagrado de los hinduistas.

EL CORAZON DE LA INDIA Varanasi fue un shock. La calle nos recibió con un zoológico de autos, rickshaws (taxis-bicicleta), autorickshaw (moto-taxi), camiones, carros a caballo, vacas sagradas, monos, cerdos, perros, gente y excrementos de todo tipo. Con paciencia y constancia, nos abrimos paso hacia el río para ver las siluetas de los templos al atardecer, mientras las golondrinas iban y venían.

Pero el momento clave es al alba. Hombres y mujeres se congregan en los más de cien ghats –escaleras que bajan al río– para purificarse. Cada ghat tiene una función específica, como los destinados a los crematorios de Mani Karnika y Harischandra. Lo mejor es levantarse a las 5 de la mañana, ir al Ganges aún en sombra y ver llegar a la gente mientras asoma el sol y tiñe todo de rosa con una luz única. Pese a la impresión que causa la suciedad del agua, el clima que se vive es muy especial y uno entiende por qué Varanasi es “el corazón de la India”.

Todo transcurre en silencio. Mientras algunos se purifican (siempre vestidos), un hombre se enjabona, uno medita, otro se lava los dientes y otros más extienden sábanas a secar. Y entretanto, en los botes vemos locales y turistas asombrados observando todo. Lo más impresionante son los crematorios, en funcionamiento las 24 horas desde hace miles de años, donde varios cuerpos arden al mismo tiempo. Por respeto aquí nadie saca fotos. Detrás del ghat, por estrechas callejuelas, se cruzan procesiones en las que sólo van hombres llevando el cuerpo envuelto en telas. Luego lo colocan sobre una pila de troncos, rezan y lo prenden fuego.

Cerca del río están el barrio antiguo, los bazares y las tiendas de seda, famosas en Varanasi por su excelente calidad. Ir a una sedería es toda una experiencia; vuelan las horas entre telas y chai (té hindú con leche y azúcar). Al entrar uno se descalza y se sienta con el vendedor en un suelo acolchado. Enseguida ofrecen chai y empiezan a sacar tela tras tela mientras se conversa y se regatea el precio, todo un arte en la India. Además de chales y pashminas vimos saris, la tradicional prenda femenina que se usa a partir del casamiento. Este trozo de fina tela de seis metros se coloca de manera especial y semejando un elegante vestido. La medida es estándar y se acorta según la estatura de cada mujer.

Recién amanecido el día, el Taj Mahal se ilumina tenuemente en tonos pastel.

AGRA Y EL TAJ MAHAL De Varanasi fuimos en tren nocturno –un viaje de doce horas– a Agra, infaltable destino para ver el Taj Mahal. La antigua capital del Imperio Mogol (lo fue entre 1556 y 1658) está 200 kilómetros al sur de Delhi, a orillas del Yamuna. Este río de 1370 kilómetros es uno de los principales del norte del país; nace en el Himalaya y es uno de los mayores afluentes del Ganges.

Agra aún conserva grandes edificios del imperio islámico que dominó la India desde principios del siglo XVI hasta mediados del XIX. Durante su reinado el sobrio estilo islámico se unió con el decorado hindú, resultando fascinantes construcciones como el Taj Mahal, visto por millones de visitantes al año. Si bien la gente ve Agra en un día, vale la pena ir dos para ver el Fuerte de Agra, la fortaleza más importante de la India, desde donde gobernaban los grandes emperadores mogoles. Este palacio amurallado de arenisca roja, rodeado de un profundo foso, fue construido por el emperador Akbar entre 1565 y 1573. Adentro hay antiguos aposentos de mármol blanco delicadamente decorados con minúsculas incrustaciones de coloridas piedras.

Muy cerca está el mausoleo de Itimad-Ud-Daulah o “pequeño Taj”, porque se lo considera un boceto del Taj Mahal. Construido en 1628, representa la transición entre la arquitectura mogol primitiva (de arcilla roja) y un nuevo período (con mármol blanco como material principal). Allí está el abuelo de Mumtaz Mahal, la esposa favorita del emperador musulmán Shah Jahan, quien murió al dar a luz a su decimocuarta hija: como homenaje de su esposo se levantó el Taj Mahal, entre 1631 y 1654. Por ello se lo considera un “monumento al amor”, además de ser el más bello ejemplo de arquitectura mogul, que combina elementos islámicos, persas, indios y turcos. Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, se lo considera una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno. El complejo de edificios tiene el famoso mausoleo de mármol blanco en el medio y dos mezquitas a los costados. El mejor momento es la apertura, a las 6.30 de la mañana. A medida que pasan las horas se ve cómo la luz colorea la magnífica tumba y el tono del mármol va cambiando como por arte de magia.

El encantador de serpientes hace ondular a una cobra con el sonido de su flauta.

NUEVA DELHI De Agra tomamos otro tren a Nueva Delhi, nombrada capital por los ingleses cuando dejaron Calcuta en 1911. La planificación de la urbe estuvo a cargo del arquitecto Edwin Lutyens y la mayoría de las instituciones del gobierno están aquí. Delhi es una de las capitales del mundo con más historia y ofrece interesantes sitios como el Fuerte Rojo. Si bien es menos espectacular que el de Agra, es un buen lugar para escapar del frenesí de la ciudad. La rojiza tumba de Humayun tiene estructura octogonal y sus techos están profusamente decorados con pinturas. Todas sus fachadas son simétricas, así como el conjunto total del edificio. Aunque antes se habían hecho algunas tumbas en medio de un jardín, la de Humayun es la primera que se considera como una verdadera tumba-jardín, precursora en estilo del Taj Mahal.

Vale la pena explorar la zona de mercados de Chandni Chow, en la parte antigua de Nueva Delhi, donde van los locales a comprar. Cuesta moverse, hay de todo y todo junto: telas, pistachos, nueces, almendras, especias, chiles y granos de todo tipo prolijamente expuestos. Para salir del bullicio pase por Connaught Place (el corazón de Nueva Delhi) y vaya hacia la Puerta de la India, que recuerda a los 90 mil soldados indios muertos bajo las órdenes del Raj británico en diversas guerras. Desde allí puede llegar a la zona residencial llena de parques, sin asedio de vendedores y donde están los memoriales de Indira y Mahatma Gandhi. El primero está en la casa que Indira habitó mientras fue primera ministra y donde fue asesinada en 1984 por sus guardaespaldas sikh. El museo es gratuito y guarda muchos objetos personales y de la familia, cuya historia es bastante trágica. Poco antes de la muerte de Indira, su hijo menor se mató en un accidente; luego del asesinato de su madre, su hijo mayor, Rajiv, siguió adelante con la política, pero también murió en un atentado. Finalmente quedó su viuda, Sonia Gandhi, que hoy es la presidenta del Partido del Congreso. A pocas cuadras de allí se encuentra el memorial de Mahatma Gandhi, ubicado en la casa donde fue asesinado en pleno momento de oración.

Los rickshaws son un medio de transporte muy popular en Jaipur y en toda India.

TIERRA DE MARAJAS El siguiente destino fue Jaipur, a 260 kilómetros de Delhi, en pleno desierto, tierra de marajás y encantadores de serpientes. A la capital del Rajastán le dicen “la ciudad rosa” por el tono de su casco antiguo. Fue fundada por el marajá Sawai Jai Singh, gran astrónomo aficionado que hizo un observatorio al lado del palacio real, ambos abiertos al público. Jaipur está rodeada por una gran muralla con varias entradas. El viaje en tren fue rápido. En la estación había una excelente oficina de informes donde nos recomendaron una casa de familia que alquilaba habitaciones y estaba dentro de la muralla, cerca del palacio real y de un mercado de verduras. En Jaipur el asedio de vendedores es mayor (a veces agobiante), ya que es uno de los destinos turísticos más visitados de Rajastán.

Tras la abolición del principado por Indira Gandhi, los príncipes conservaron funciones honoríficas y el actual marajá –Bhawani Singh– vive en un sitio privado del palacio. Basta verlo para captar la riqueza de otra época en salones, trajes y carruajes. Uno de los sitios más lindos es un patio con cuatro puertas diferentes pintadas delicadamente con flores de loto y pavos reales, símbolo de realeza. La nota de color la dan los guardias que custodian el palacio, ataviados con llamativos turbantes rojos, siempre sonrientes y listos para una foto a cambio de una propina. Pero lo mejor apareció a la salida: un simpático encantador de serpientes tocaba su flauta y dominaba a unas cobras que asomaban de una cesta. Fuera del palacio, las calles de India nos seguían sorprendiendo. ¡Además de los medios de transporte habituales había carros tirados por camellos!

Luego vimos el bellísimo Hawa Mahal o Palacio de los Vientos. Su nombre viene de las 953 ventanitas de la fachada, que facilitan la ventilación del noble recinto destinado al harén. Además, por esta particular fachada las mujeres de la corte podían mirar a la calle sin ser vistas.

En Pushkar, el camello y su cuidador están listos para ofrecer un paseo por el desierto.

LA CIUDAD DEL DIOS BRAHMA De Jaipur tomamos un bus a Ajmer y otro a Pushkar, en el pequeñísimo lago homónimo. Con un ambiente más relajado y frecuentado por viajeros, esta localidad es ideal para quedarse unos días alejado de las bulliciosas ciudades indias. También es un buen lugar para comprar ropa en alguno de los cientos de negocios que hay en las calles. Su casco histórico es compacto, peatonal y lo más lindo es caminar por sus callecitas con chicos jugando mientras los monos saltan por las azoteas. Y si va para víspera del Diwali, el año nuevo hindú, los chiquilines no paran de tirar petardos.

Pushkar es una de las ciudades más antiguas y sagradas del hinduismo. Según la leyenda, los dioses soltaron un cisne con un loto en el pico y, allí donde el cisne dejara caer la flor, el dios Brahma haría un gran sacrificio. Y ese sitio se llamó Pushkar, hoy meca de peregrinos al igual que Varanasi. Como aquélla, tiene unos 50 ghats donde la gente lava sus pecados desde el alba. Pero el ocaso es hermoso para ver los templos reflejados mientras la gente deja ofrendas y, a lo lejos, se escucha el sonido de los tambores. Aquí el templo más famoso e importante es el de Brahma, ya que hay muy pocos templos de este dios en el mundo. Pushkar es un muy buen lugar para hacer un paseo en camello, ya que el desierto está en las afueras y a pocos minutos. Una vez acordado el precio con el cuidador sólo hay que montarse al camélido y agarrarse bien de la montura cuando el animal se levanta. Da un poco de impresión al principio, pero luego uno se acostumbra al movimiento. Y si tiene la suerte de estar aquí entre noviembre y diciembre verá la Feria del Camello, “el” evento anual de Pushkar, al que llega especialmente la gente del desierto a vender sus productos. La feria es una explosión de color, con camellos, elefantes y algunas sorpresas más como las que siempre depara la fascinante India

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