Domingo, 14 de agosto de 2011 | Hoy
DIARIO DE VIAJE. LAS COSTAS DEL RíO DE LA PLATA
Navegante, militar y explorador, Louis Antoine de Bougainville –el primer francés en circunnavegar el globo– publicó en 1772 su Viaje alrededor del mundo, evocando la larga travesía que lo llevó, entre otros parajes, a las costas del Río de la Plata. Sus impresiones de una tierra en formación, casi salvaje y despoblada, pero con una promesa de eterna abundancia.
Por Louis Antoine de Bougainville *
Buenos Aires está situada a los 34 35’ de latitud austral; su longitud de 65 5’ al oeste de París fue determinada por las observaciones astronómicas del P. Feuillée. Esta ciudad, de construcción regular, es mucho más grande de lo que debería ser dado el número de habitantes, que no pasa de 20 mil, blancos, negros y mestizos. Es la forma de las casas lo que le da tanta extensión. Salvo los conventos, los edificios públicos y cinco o seis casas particulares, todas las demás son muy bajas y de una sola planta. Por otra parte, tienen grandes patios y casi todas cuentan con jardín. La ciudadela que protege al gobierno está situada al borde del río y forma uno de los lados de la plaza principal; el lado opuesto es ocupado por la municipalidad. La catedral y el obispado están igualmente sobre esta misma plaza, donde cada día se realiza un mercado público.
En Buenos Aires no hay puerto, ni siquiera un muelle para facilitar el abordaje de los barcos. Las embarcaciones no pueden acercarse más que a tres leguas de la ciudad: allí descargan sus mercaderías en goletas que ingresan en un pequeño río llamado Río Chuelo, desde donde la carga es llevada en carretas hasta la ciudad, a un cuarto de legua. Los barcos que deben carenar o tomar una carga en Buenos Aires se dirigen a la Ensenada de Baragan, una especie de puerto situado a nueve o diez leguas en el sudeste de la ciudad. (...)
BUENOS AIRES Y ALREDEDORES Los alrededores de Buenos Aires están bien cultivados. Casi todos los habitantes de la ciudad tienen casas de campo a las que llaman “quintas”, y cuyas zonas aledañas proporcionan con abundancia todos los bienes necesarios para la vida. Hago excepción del vino, que hacen venir de España o que consiguen en Mendoza, un viñedo situado a 200 leguas de Buenos Aires.
Estos alrededores cultivados no se extienden demasiado: si nos alejamos sólo dos o tres leguas de la ciudad, encontramos campos inmensos, abandonados a una multitud incontable de caballos y vacas que son sus únicos habitantes. Recorriendo esta vasta comarca apenas si encontramos algunas cabañas dispersas, construidas no tanto para hacer habitable la región como para asegurar a los diversos particulares la propiedad del terreno, o más bien la de los animales que lo ocupan. Los viajeros que lo recorren no tienen refugio alguno y se ven obligados a acostarse en las mismas carretas que los transportan, y que son los únicos vehículos que se utilizan aquí para los recorridos largos. Los que viajan a caballo, lo que llamamos “ir a la ligera”, están expuestos a menudo a acostarse al vivac en el medio de los campos.
Todo el país está unido, sin montañas ni bosques más que los de los árboles frutales. Situado bajo el clima de la más feliz temperatura, sería uno de los más abundantes del universo en toda clase de productos si fuera cultivado. El poco trigo y maíz que se siembran da mucho más que nuestras mejores tierras en Francia; pero, a pesar de este regalo de la naturaleza, casi todo está inculto, tanto los alrededores de los poblados como las tierras más alejadas. O, si el azar permite encontrar algunos agricultores, son casi todos negros esclavos. Por otra parte, los caballos y animales abundan tanto en estas campiñas que quienes roban las vacas toman lo que pueden comer y abandonan el resto a los perros salvajes y los tigres: son los únicos animales peligrosos de este país.
Los perros fueron traídos de Europa; la facilidad de alimentarse en pleno campo les hizo abandonar las casas, y se multiplicaron hasta el infinito. A menudo se reúnen en jaurías para atacar a un toro, o incluso a un hombre a caballo si los apremia el hambre. No hay tigres en gran cantidad, excepto en los lugares boscosos, y sólo lo son los bordes de los pequeños ríos. Sabemos de la habilidad de los habitantes de estas comarcas para servirse del lazo, y es cierto que algunos españoles no temen enlazar tigres: también lo es que varios terminan como presa de estos temibles animales. Vi en Montevideo una especie de gato-tigre, de pelo bastante largo blanco-grisáceo. El animal es bajo y puede tener cinco pies de largo; es peligroso, pero muy raro. (...)
NATURALES DE AMERICA Los naturales que habitan esta parte de América, al norte y al sur del Río de la Plata, están entre los que todavía no pudieron ser dominados por los españoles, y a quienes llaman indios bravos. Son de talla mediana, muy feos y casi todos sarnosos. Su color es muy moreno y la grasa con la que se frotan continuamente los vuelve todavía más negros. No tienen más vestimenta que un gran manto de piel de ciervo, que les baja hasta los talones y con el cual se envuelven. Los cueros que lo componen están bien trabajados: ponen el pelo del lado de adentro, y la parte de afuera está pintada de distintos colores. La marca distintiva de los caciques es una vincha de cuero con la que se ciñen la frente; está cortada en forma de corona y decorada con placas de cobre. Sus armas son el arco y la flecha: también utilizan el lazo y las boleadoras. Estos indios pasan su vida a caballo y no tienen casas fijas, por lo menos cerca de los asentamientos españoles. A veces vienen con sus mujeres para comprar aguardiente, y no dejan de beber hasta que la ebriedad los deja totalmente inmóviles. Para conseguir licores fuertes venden armas, pieles, caballos; y cuando agotaron sus recursos, se apoderan de los primeros caballos que encuentran cerca de las casas y se alejan. Algunos se agrupan en tropas de 200 o 300 para venir a llevarse el ganado de las tierras de los españoles, o para atacar las caravanas de viajeros. Pillan, masacran y se llevan esclavos. Es un mal sin remedio: ¿cómo domar a una nación errante, en un país inmenso e inculto, donde sería difícil incluso encontrarla? Por otra parte, estos indios son valientes, aguerridos, y ya pasaron los tiempos en que un español hacía huir a mil americanos. (...)
LA ADMINISTRACION El gobernador general de la provincia de La Plata reside, como dijimos, en Buenos Aires. En todo lo que concierne el mar se supone que depende del virrey del Perú, pero la distancia hace esta dependencia casi nula, y no existe en realidad más que para la plata que está obligado de sacar de las minas de Potosí, plata que ya no vendrá en monedas conocidas desde que se estableció este mismo año en Potosí una casa de la moneda. Los gobiernos particulares de Tucumán y el Paraguay dependen, así como las famosas misiones de los jesuitas, del gobernador general de Buenos Aires. Esta vasta provincia comprende, en una palabra, todas las posesiones españolas al este de la Cordillera, desde el río Amazonas hasta el estrecho de Magallanes. Es cierto que al sur de Buenos Aires ya no hay asentamiento alguno, sólo la necesidad de aprovisionarse de sal hace entrar a los españoles en estas comarcas. En efecto, todos los años parte de Buenos Aires un convoy de 200 carretas, escoltadas por 300 hombres, para cargar sal en los lagos vecinos al mar, donde se forma naturalmente.
El comercio de la provincia de La Plata es el menos rico de la América española; esta provincia no produce oro ni plata, y sus habitantes son demasiado escasos como para que puedan sacar del suelo muchas otras riquezas que encierra en su seno. El comercio mismo de Buenos Aires no es hoy lo que era hace diez años: decayó considerablemente desde que lo que se llama “internación de mercaderías” no está más permitido: es decir, desde que está prohibido hacer pasar las mercaderías de Europa por tierra desde Buenos Aires a Perú o Chile, de modo que los únicos objetos de comercio con estas dos provincias son ahora el algodón, las mulas y el mate o la hierba de Paraguay. El dinero y el crédito de los negociantes de Lima hicieron surgir esta ordenanza, contra la cual reclaman los de Buenos Aires. Pero el proceso está en Madrid, donde no sé cuándo ni cómo será juzgado. (...)
MONTEVIDEO La ciudad de Montevideo, establecida desde hace 40 años, está situada en la orilla septentrional del río, treinta leguas por encima de su desembocadura, y construida sobre una península que defiende de los vientos del este una bahía de alrededor de dos ligas de profundidad por una de ancho en su entrada. En la punta occidental de esta bahía hay un monte aislado, bastante elevado, que sirve para reconocimiento y le dio nombre a la ciudad. (...)
Montevideo tiene un gobernador particular, bajo las órdenes inmediatas del gobernador general de la provincia. Los alrededores de esta ciudad son casi incultos y no proporcionan trigo ni maíz; hay que hacer venir de Buenos Aires harina, galletas y las demás provisiones necesarias para los barcos. En los jardines, sean en la ciudad o en las casas vecinas, no se cultiva casi ninguna legumbre; sólo se encuentran melones, zapallos, higos, duraznos, manzanas y membrillos en gran cantidad. Hay animales con igual abundancia que en el resto de este país, lo cual, sumado a la salubridad del aire, hace la parada en Montevideo excelente para las tripulaciones; sólo debemos tomar medidas contra la deserción. Todo invita al marinero, en un país donde la primera reflexión que lo atrapa al poner un pie en tierra es que se vive casi sin trabajar. En efecto, ¿cómo resistir la comparación de dejarse llevar por la ociosidad de los días tranquilos bajo un clima benéfico, o languidecer bajo el peso de una vida constantemente laboriosa y acelerar con los trabajos del mar los dolores de una vejez indigente?z
* Autor de Voyage autour du monde, París, 1772.
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