RUSIA. ARTE Y ESTILOS EN LAS CALLES DE MOSCú
Quizá como en ninguna otra capital europea, hay por las calles de Moscú grandiosas esculturas que homenajean a famosos artistas, políticos y astronautas, pero también a gente común. Arte realista soviético, constructivismo ruso y clasicismo grecorromano en plazas, subterráneos e iglesias crean un aura bohemia de ciudad de las artes.
› Por Julián Varsavsky
En los últimos 200 años, los rusos han desarrollado una particular predilección por el mármol y el bronce. A lo largo de toda la Federación Rusa proliferan esculturas de poetas, músicos, bailarines, astronautas, santos, políticos, deportistas y zares. Y fue en la capital, Moscú, donde esa fiebre cinceladora alcanzó su máximo esplendor, con centenares de esculturas levantadas en calles, parques, iglesias, fuentes, subterráneos e incluso coronando edificios: las hay de gran factura y otras muy discutidas.
Los homenajeados son incontables, pero hay uno que prevalece sobre los demás y todavía hoy se lo ve repetido por millares a todo lo largo del país más extenso del mundo: es la estatua de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin para los amigos. Por algún razón, el líder bolchevique sigue siendo casi un intocable, ya que gran parte de las estatuas en su honor permanecen en sus pedestales, dejando en claro que, durante la época soviética, el arte de cincelar o moldear su imagen debe haber sido un género escultórico en sí mismo, donde el talento artístico estaba en lograr algo original, partiendo siempre del mismo motivo. Pero por las calles se homenajea también a personalidades como Maiakovski, Pushkin, Dostoievski, Gogol, Gagarin, Marx, Tchaikovski, Pedro el Grande y el Soldado Desconocido muerto en la Segunda Guerra Mundial.
A los personajes esculpidos en el siglo XIX se los cincelaba con un clasicismo realista que pretendía ser réplica fiel de la imagen original. El monumentalismo soviético –con influencia del constructivismo, una estética surgida en Rusia a comienzos del siglo XX– abrazó en cambio ciertas cuotas de abstracción moderna, proclive a las imágenes gigantes con una función decorativa que, al mismo tiempo, tenía fines de propaganda política. Esta corriente, reflejada en edificios, afiches y esculturas, nunca abandonó del todo el arte figurativo, ya que había siempre un mensaje claro que transmitir.
El rasgo más característico de estas obras moscovitas del siglo XX es un aire de apoteósico triunfalismo. Allí están todavía por las calles de Moscú –como en los tiempos de esplendor del comunismo– numerosos obreros, campesinos, astronautas y los Lenin de todo tipo, avanzando contra la tempestad con estandartes al viento, antorchas, espigas de trigo y hoces, imparables rumbo a la victoria con los brazos y puños en alto. Es evidente, entonces, la relectura que se hizo del clasicismo grecorromano en clave comunista.
Al margen de las subjetividades, el arte desarrollado en los espacios públicos durante el zarismo y a lo largo del siglo XX decoró la ciudad acaso como ninguna otra capital europea, con una cantidad de esculturas que asombra y convierte a Moscú en la gran ciudad monumental del continente.
REALISMO SOVIETICO La escultura El obrero y la koljosiana (campesina de los campos colectivizados) es la obra cumbre del realismo soviético en su género. Pertenece a la gran artista Vera Mukhina, a quien se le encargó coronar el pabellón ruso de la Exposición Internacional de París en 1937. Se trata de una campesina y un obrero que levantan la hoz y el martillo, formando el símbolo del comunismo. La plateada pareja de acero cromo–niquelado mide 25 metros (sin el pedestal) y fue producida en una fábrica de aviones. Para inspirarse, la artista estudió con atención las formas clásicas de la Victoria de Samotracia, los Tiranicidas de Atenas y el relieve de la Marsellesa en el Arco del Triunfo.
La escultura fue inaugurada en la famosa feria parisina instalada en el Trocadero, separada por una calle peatonal del pabellón alemán. Durante los preparativos, Albert Speer –el arquitecto de Hitler– se las ingenió para conseguir un bosquejo del pabellón ruso y quedó impresionado por la contundencia de aquella pareja comunista que se dirigía arrolladora hacia el edificio alemán. Entonces rediseñó sus planes e hizo una obra más alta que la rusa, con la forma de un sólido edificio de cemento, uniforme y perfectamente simétrico, que transmitía una idea de fortaleza inamovible decidida a frenar a la poderosa pareja. En la cornisa del edificio se posaba una enorme águila de bronce, en posición de despegue, que parecía a punto de atacar.
Stalin y Hitler en persona supervisaron las obras –en la foto histórica se ve la Torre Eiffel apartada unos metros, pero entre los dos pabellones, separando como un árbitro– en las que se perfilaba ya la horrenda batalla de Moscú que ocurriría cuatro años después. La obra rusa fue reinstalada en Moscú dos años más tarde, y en 1942 las tropas de Hitler llegaron a estar a 50 kilómetros de la estatua antes de sucumbir derrotadas.
El obrero y la koljosiana, que inspiraron el logo de las famosas películas de Mosfilm, está hoy a metros del Centro de Exhibiciones de Toda Rusia, sobre un pedestal de 60 metros, donde fue reubicada en 2009 luego de seis años en restauración. Para la reinauguración se hizo una gran fiesta con fuegos artificiales y la obra fue bienvenida por la mayoría de los moscovitas que, aun sin sentimientos políticos hacia ella, la recordaban con cierta nostalgia como un icono genial de toda una época.
LA MAS FEA Cuando se cruza el puente sobre el río Moscú desde la Catedral del Salvador, aparece a la derecha, en la lejanía, una colosal estatua que brota de las aguas mismas del río, ejerciendo un innegable magnetismo. Se trata de un homenaje a Pedro el Grande que se eleva hasta los 98 metros de altura, uno de los monumentos más enormes del mundo y ciertamente mayor que la Estatua de la Libertad. Pero según una votación organizada por el sitio virtualtourism.com, la imagen de Pedro el Grande quedó décima en la lista de las más feas del mundo. La obra pertenece al artista georgiano Zurab Tsereteli, favorito y amigo del ex alcalde Luzhkov –elegido en su puesto por Boris Yeltsin–, quien estuvo al frente de la capital por 18 años y la decoró a su gusto grandilocuente, con obras de su escultor de cabecera. Los detractores del artista lo llaman “famoso por lo infame” y le critican obras como una escultura de Putin con kimono de judo, otra de Luzhkov jugando al tenis y hasta una de Lady Di.
A medida que el visitante se acerca, la mole va cobrando forma y se agiganta sobre una isla artificial. Se compone de una especie de edificio de barcos superpuestos que sostienen otro mayor, sobre el cual va parado el creador de la Armada rusa, vestido con una toga y enarbolando un pergamino dorado. Se dice que Pedro el Grande odiaba Moscú y por eso designó a San Petersburgo como capital de su imperio. Y ahora parece que los moscovitas no lo quieren a él, o al menos a su escultura. El veredicto de los habitantes y la prensa locales es casi unánime. Los comentarios en la calle y en los medios incluyen adjetivos que van desde extraño, único e inusual... hasta bizarro, espantoso y fuera de lugar. Incluso algunas señoras declararon que el gigante asusta a sus perritos.
Cuando Luzhkov fue echado por Dmitri Medvedev, el nuevo alcalde Vladimir Resin planteó remover la obra de lugar. Y generosamente se la ofreció a su colega de San Petersburgo, ya que esa ciudad edificada por Pedro el Grande era “por derecho histórico” merecedora de tamaño armatoste. El jefe de la asamblea legislativa de la bella San Petersburgo le respondió “gracias”, pero que lo mejor sería “desmantelar ese feo monumento y hacer chatarra con él”. A todo esto Victor Pavlenko, alcalde de la pequeña y desconocida ciudad de Arkhangelsk, se ofreció gustoso a darle asilo al vilipendiado Pedro. El problema es que no hay quien pague la cuenta del flete, que ascendería a 10 millones de dólares.
El incomprendido artista –declarado “Héroe del trabajo socialista” en los ’80– se defendió con una arenga nacionalista: “Aquellos que no aman al zar no son verdaderos patriotas”. Y agregó: “Hay demasiada gente loca en Moscú y no se puede conformar a todos... son unos esquizofrénicos”. Y quizá tan equivocado no estaba, porque un grupo ultraleninista rodeó una noche de 1997 el monumento con explosivos –en verdad protestaba por el posible traslado del cadáver de Lenin–, aunque no activó la carga de dinamita “para no generar víctimas”.
A la hora de buscar semejanzas, hay quienes ven en el oscuro Pedro la imagen de King Kong, Darth Vader o Gulliver. Pero dicen las malas lenguas que en verdad esta estatua fue concebida originalmente como un Cristóbal Colón, que fue rechazado en numerosas ciudades americanas hasta que finalmente el artista le reemplazó una cabeza por otra. Este cronista, por su parte, observó y fotografió la obra por los cuatro costados, y estuvo convencido por varios días de que se trataba del gran almirante genovés, hasta que un colega lo sacó de su grueso error.
EN LA CATEDRAL En diciembre de 1931, Stalin hizo demoler la Catedral del Salvador, la principal iglesia ortodoxa de Moscú, para levantar en su lugar el Gran Palacio de los Soviets, una obra megalómana que iba ser el edificio más alto del mundo. Aquella sede del poder soviético iba a medir 415 metros de alto, 250 de ancho y 500 de largo, haciendo palidecer al Empire State. Y se la coronaría con un Lenin colosal de 100 metros y 6 mil toneladas. El edificio ya tenía sus estructuras de acero colocadas cuando Hitler invadió Rusia y debieron desarmarlo para reforzar las defensas de la ciudad. Además, el agua del vecino río Moscú se filtraba por los cimientos. Stalin perdió finalmente interés en la obra, y décadas después se construyó en su lugar la piscina más grande del mundo. Hasta que en 1997 entró en escena el alcalde Luzhkov, quien desarmó la piscina e hizo levantar una réplica de la original catedral. ¿Y a quién llamó para decorarla? Otra vez a Zurab Tsereteli, quien a esta altura ya era conocido en Rusia como “el rey del kitsch”.
El artista georgiano, al frente de un equipo, hizo instalar en las paredes exteriores de la majestuosa catedral arcángeles de bronce que, provocativamente, están sentados sobre los arcos de las tres puertas principales, suplantando a los relieves originales cincelados en mármol que aún se conservan en un museo de Moscú. El resultado es que la Catedral del Salvador, que sigue el modelo casi unánime de los templos ortodoxos en toda Rusia, se sale claramente del molde. Y, como era de esperar, muchísimos fieles pusieron el grito en el cielo.
HASTA EN EL SUBTE Quizás el rasgo más singular de la capital rusa sea el arte decorativo de su intrincada red de Metro, que incluye frisos, mosaicos, sofisticadas arañas, frescos, vitrales y más de un centenar de esculturas. Cada estación es diferente de todas las otras –hay 180–, tanto en términos arquitectónicos como decorativos. Y su forma convierte a muchas en galerías de arte subterráneas. ¿Cuál sería la mejor lograda en términos artísticos? Es tema de debate, pero hay consenso en que las mejores esculturas son las de la estación Ploshad Revolutsi o Plaza de la Revolución, inaugurada en 1938 con diseño del arquitecto Alexey Dushkin. La galería central tiene una sucesión de arcos recubiertos de mármol rojo, cada uno flanqueado por dos esculturas de bronce (son 76 obras en total) diseñadas por Matvey Manizer con imágenes de gente común, un homenaje al pueblo llano de la URSS: soldados, campesinos, atletas, obreros, escritores, aviadores y chicos de colegio.
La otra gran escultura de Moscú, en el sentido del tamaño, es el Monumento a los Conquistadores del Espacio, a metros de El obrero y la koljosiana. Su génesis se remonta a 1958, cuando se convocó a un concurso para hacer un monumento que conmemorara el primer aniversario del lanzamiento del Sputnik I, el primer satélite artificial de la Tierra. Los ganadores fueron tres arquitectos que trabajaron bajo la supervisión de Sergei Korolev, jefe de diseño de cohetes para la industria espacial rusa. La gran estela plateada de este monumento que parece subir al cielo está cubierta con placas de titanio y alcanza los 110 metros de altura, con una inclinación de 77 grados, una verdadera proeza. Coronando la obra hay un cohete de 11 metros. Y en la base hay dos relieves laterales de bronce que muestran a los ingenieros, científicos y trabajadores que hicieron posible la hazaña, además de una imagen de Yuri Gagarin subiendo a la nave de su histórico primer vuelo al espacio exterior.
NOSTALGIA COMUNISTA El Centro de Exhibiciones de Toda Rusia –justo detrás del Monumento a los Conquistadores del Espacio– es algo así como el remanente de los “días de gloria” del comunismo soviético de la posguerra, cuando la URSS le sacaba ventaja a Estados Unidos en la carrera espacial, creaba su bomba atómica y varias revoluciones socialistas triunfaban por todo el globo. Este gran parque en leve decadencia es un compendio de las vertientes arquitectónicas y artística rusas de los ’40, los ’50 y los ’60.
El conjunto mide 2.375.000 metros cuadrados –más que el Principado de Mónaco– y tiene incontables pabellones que pertenecían a las 15 repúblicas de la URSS, algunas ya independientes como Bielorrusia, Georgia, Ucrania, Kirguistán, Uzbekistán y Turkmenistán.
Con su imponente columnata blanca, el pabellón central de Rusia es el prototipo de la arquitectura “imperial stalinista”, coronado por un obelisco y estatuas de obreros en posición heroica. Si bien la primera etapa de este centro data de 1939, a fines de los ’50 alcanzó su mayor esplendor con nuevos edificios para exponer los avances tecnológicos del país. Así surgieron, siempre con esa mezcla de templos griegos con firmeza soviética, el pabellón de la energía atómica, el de la tecnología aeroespacial, el de ingeniería y el de radioelectrónica, que atraían a 11 millones de personas por año. Hay por supuesto jardines con rosedales y una gran avenida central flanqueada por dos hileras de faroles decorados con espigas. Y al recorrerla entre pórticos, murales, mayólicas y esculturas que celebran la revolución, no hace falta hacer un esfuerzo muy grande de abstracción para sentir que se va caminando por lo que parece haber sido –a juzgar por este pequeño recorte de la realidad– el paraíso comunista en la Tierra
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