Dom 11.09.2011
turismo

FRANCIA. MUSEO D’ORSAY

Esplendor impresionista

El gran reloj que domina la galería central del Museo d’Orsay recuerda que fue antaño una estación de tren. Ubicado a orillas del Sena, río por medio con el imponente Museo del Louvre, el D’Orsay es un imperdible de París que recibe cada año a tres millones de visitantes. Un recorrido por sus salas que abarca arquitectura, arte impresionista e historia.

› Por Graciela Cutuli

Un gran reloj preside la galería central del Museo d’Orsay, de vidrio y hierro forjado al estilo de los pabellones de las antiguas Exposiciones Universales, como marcando las paradojas del tiempo y el arte. Si los visitantes lo tienen como referente para medir el tiempo que pasan dentro de este imponente edificio que domina una de las orillas del Sena –la rive gauche, en tanto la otra la domina el gigantesco Museo del Louvre, su “hermano mayor”– es probable que pronto lo olviden por completo, mareados por la sucesión impresionante de obras de Van Gogh, Gauguin, Delacroix, Degas, Renoir, Cézanne, Toulouse-Lautrec y muchos otros maestros del siglo XIX que conforman la vasta y a la vez especializada colección del museo. Sin embargo, el reloj está allí como recordatorio de la intrincada historia del lugar, que fue palacio y luego estación de tren, hasta convertirse en una de las obras emblemáticas de la presidencia de François Mitterrand, junto con la antaño polémica Pirámide del Louvre, el Gran Arco de la Defensa o la Biblioteca Nacional de Francia.

EL JARDIN DE LA REINA Antiguamente, la rue de Lille era el eje principal del jardín de Margarita de Valois, hija de la temible Catalina de Médicis, hermana de tres reyes de Francia y esposa de otro, Enrique IV. Sobre sus tierras, fraccionadas después de su muerte, se construyeron varios edificios y un puerto, que se convertiría en el Quai d’Orsay, comenzado en 1708 y terminado en tiempos del Imperio. Allí se levantó en el siglo XIX el Palais d’Orsay, que tuvo destinos varios: Ministerio de Exteriores (cuya sede actual sigue sobre este lado del Sena, no muy lejos del museo), Tribunal y Consejo de Estado. Hasta que llegó la Comuna y sólo quedaron sus paredes calcinadas como testimonio de las violentas agitaciones que sacudieron París durante aquellas revueltas.

El destino del lugar empezó a perfilarse definitivamente cuando, poco antes de la Exposición Universal de 1900, los terrenos fueron cedidos para la construcción de la Gare d’Orsay: se trataba de un auténtico desafío, dada la inserción de la estación ferroviaria en una zona elegante de París, pero completado con éxito el 14 de julio de 1900 gracias a un proyecto de Victor Laloux. Durante muchos años, hasta el umbral de la Segunda Guerra Mundial, fue la cabecera de la línea que unía París con el sudoeste de Francia. Un hotel contiguo se encargaba de recibir viajeros, pero también de organizar los banquetes de banqueros y partidos políticos habitués del barrio.

Con el tiempo, la guerra que todo lo cambia volvió a torcer el destino de la Gare d’Orsay: se convirtió en centro de envío de encomiendas a los prisioneros durante el conflicto, y más tarde en centro de acogida para prisioneros en tiempos de la Liberación de París. El hotel funcionó a su vez hasta 1973, y se lo recuerda como escenario de la conferencia de prensa en que el general Charles de Gaulle anunció su regreso al poder: por entonces, ya se pensaba en la antigua estación como un futuro museo que permitiría exponer las artes de la segunda mitad del siglo XIX.

Protegida como monumento histórico en 1978, la estación devenida oficialmente en Museo d’Orsay abrió sus puertas en diciembre de 1986 y se convirtió desde entonces en la meca ininterrumpida de millones de turistas capturados por la fascinación del arte impresionista y las vanguardias que, todavía en ciernes, se disponían a desembarcar con fuerza arrolladora en los primeros años del nuevo siglo.

LA ESTACION MUSEO Célebre por la colección de pintura impresionista, el Museo d’Orsay también tiene obras –siempre del período que va de 1848 a 1914– de fotografía, escultura y artes decorativas, en el magnífico marco interior diseñado por la arquitecta italiana Gae Aulenti, una brillante excepción en un mundo dominado por hombres. Sus obras fueron reunidas a partir de las colecciones nacionales procedentes, sobre todo, de tres museos: el Museo del Louvre, en el caso de las obras de artistas nacidos a partir de 1820; el Museo del Jeu de Paume, que era el tradicional museo impresionista de París; y el Museo Nacional de Arte Moderno, que sólo conservó las obras de artistas nacidos después de 1870 cuando se trasladó a su revolucionario y emblemático edificio del Centro Pompidou.

En constante renovación, hace algo más de un año el Museo d’Orsay comenzó un proceso de renovación museográfica de las salas impresionistas y post impresionistas del primer piso, con el objetivo de resaltar mejor las obras expuestas, lograr una circulación más fluida y mayor seguridad (vale recordar que en una de las “Noches Blancas” que organiza París, en 2007, un grupo entró en el museo y dañó una obra de Monet). De este modo, también será reorganizado el circuito de visitas, para darle nueva coherencia y lograr una mejor distribución de los visitantes.

Como un libro que puede leerse a partir de cualquier página, para ir armando así una historia diferente con cada lectura, también el Museo d’Orsay se puede recorrer sin un rumbo fijo: es posible visitarlo simplemente dejándose llevar por las galerías y pasillos, o caminar expresamente en busca de las obras y artistas más conocidos. La ventaja, en relación por ejemplo con el gigantismo del Louvre, es que tiene una talla más humana y permite un recorrido completo en el día (si hay tiempo, vale la pena también aprovechar la combinación que ofrece un precio reducido para visitar en la misma jornada el Museo de la Orangerie –con su obra estrella, las Nymphéas de Monet– o el Rodin, otros dos museos relativamente pequeños pero imperdibles de París).

El otro alto que el museo merece, sí o sí, es un desayuno, almuerzo o té en el comedor que fue antiguamente el restaurante del hotel situado junto a la estación. Ubicado en la primera planta y dueño de todo el esplendor de principios del siglo XX, invita a descubrir la cocina tradicional francesa pero en realidad es toda una experiencia (que además es accesible) bajo las brillantes arañas, los frescos del techo y las columnas doradas propias de la Belle Epoque.

DE MONET EN ADELANTE Las obras maestras del d’Orsay parecen infinitas y se van descubriendo, o redescubriendo, paso a paso. Allí están el Angelus y Las espigadoras de Millet; la solitaria mujer en un café de Edgar Degas (o L’absinthe, una obra que vuelve a estar en el candelero con el regreso de la famosa bebida prohibida durante décadas); las escenas de ballet y etéreas bailarinas que fascinaban al pintor y escultor parisino; el Desayuno sobre la hierba y la célebre Olympia de Manet, dos pinturas hoy clásicas que causaron escándalo en su tiempo y fueron rechazados con espanto por el establishment artístico que dominaba los Salones de pintura franceses en la segunda mitad del siglo XIX. Allí están también las coloridas flores de Henri Fantin-Latour, el impactante Origen del mundo, de Gustave Courbet, el sol de Tahití captado por los pinceles de Paul Gauguin, los gruesos trazos cargados de óleo y desesperación de Vincent van Gogh, los renovadores paisajes de Paul Cézanne, las delicadas tonalidades reveladas a los ojos de Monet, las vívidas escenas parisienses de Henri de Toulouse-Lautrec. Y todo contenido en una obra de valor arquitectónico propio, levantada con el doble de toneladas de hierro que la Torre Eiffel, y tan modélica que sirvió de inspiración incluso a la Central Terminal de Nueva York. Por la noche, cuando se iluminan todas sus fachadas –incluyendo la que da sobre el Sena– la magia que irradia se multiplica en los destellos de su reflejo sobre el río y recuerda que la difusa luz de París fue también la luz de los impresionistas

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