Domingo, 9 de octubre de 2011 | Hoy
CHUBUT. TRES MOTIVOS PARA VISITAR LA COMARCA DE LOS ALERCES
Mientras La Hoya disfruta las últimas semanas de esquí, la comarca andina de Chubut propone también el histórico paseo a bordo de La Trochita y una navegación por el lago Menéndez, en el corazón del Parque Nacional Los Alerces. Tres grandes razones para visitar Esquel en esta primavera.
Por Guido Piotrkowski
La Hoya es el último centro de esquí en cerrar sus pistas, con la primavera ya bien instalada. El bellísimo cerro, con forma de anfiteatro, se encuentra a solo 12 kilómetros de Esquel, sobre la cordillera de Chubut: aquí, gracias a su orientación sur, las 24 pistas para todos los niveles permanecen protegidas de los rayos solares y la acción del viento, conservando así la nieve por más tiempo que en la mayoría de los centros de esquí del país.
El cierre de la temporada 2011 está pronosticado para mañana 10 de octubre. Como broche de oro La Hoya será sede, por octavo año consecutivo, de las ya clásicas free sessions (sesiones libres), uno de los eventos más relevantes en el mundo del free style (estilo libre), una disciplina en la que los más arriesgados esquiadores y snowboarders practican todo tipo de saltos, piruetas y trucos por los aires.
“La Hoya es muy buscada por la calidad de su nieve, por lo entretenido y dinámico que es el cerro”, apunta Diego Alonso, gerente del centro de esquí, sentado a la mesa del parador Abracadabra, a 1850 metros de altura. Frente a un potente guiso de mondongo, ideal para recuperar energías luego de una agotadora mañana a puro esquí, se explaya: “El esquiador experto disfruta muchísimo de los fuera de pista, y el principiante e intermedio encuentra una buena progresión para aprender como se debe y con seguridad”.
Alonso lo dice con la camiseta bien puesta, pero también con conocimiento de causa. Nativo de Esquel –su bisabuelo fue uno de los primeros colonos del lugar– esquía desde los cuatro años, compitió para el Club Andino y se formó como instructor desde muy joven. Enseñó en el cerro Catedral de Bariloche; luego partió a trabajar en Europa, en las pistas de Andorra y La Molina de los Pirineos; y antes del retorno a su tierra natal fue también director del cerro Caviahue, en Neuquén.
La Hoya tiene una escuela de esquí a la que acuden principiantes y avanzados, para tomar clases grupales o exclusivas. Para los más pequeños, hay una guardería y escuela infantil de 1 a 12 años. “Algunos chicos empiezan a los cuatro, pero el aprendizaje depende de la psicomotricidad de cada uno –explica Alonso–. Cuando éramos chicos nos hacían subir a pata y llegábamos casa todos mojados.” También hace hincapié en el equipamiento y recuerda que la ropa era diferente: “Hoy la metodología, el material y la indumentaria cambiaron muchísimo, y eso ayuda a que los niños arranquen más temprano y cualquiera pueda aprender. No hay límite de edad, ni para el esquí ni para el snowboard”.
EL VIEJO EXPRESO Es la mañana de un sábado a pleno sol en Esquel. Como cada sábado de otoño, invierno y primavera, La Trochita se apresta a recorrer –lentamente pero a todo vapor– los 20 kilómetros que separan esta ciudad con aires pueblerinos de Nahuel Pan, un pequeño paraje en medio de la estepa patagónica. Allí un puñado de habitantes recibe a los visitantes con sabrosas tortas fritas en la puerta de su hogar, en las mismas casas habitadas antaño por los trabajadores del ferrocarril. Mientras la vieja locomotora descansa, antes de traquetear de regreso a Esquel, los viajeros curiosean en el museo y compran recuerdos en la Casa de las Artesanas local.
Este mismo trayecto también se realiza diariamente –en ocasiones tres veces al día y hasta de noche– durante los meses de verano, cuando hay mayor afluencia de público y los días patagónicos son más largos. Asimismo existe otro paseo en otro de los tramos del total de los 402 kilómetros del tendido total de esta red que originalmente iba desde Ingeniero Jacobacci, en Río Negro, hasta Esquel: es el recorrido que va desde El Maitén hasta Desvío Bruno Thomae, ida y vuelta.
Este antiguo trencito, que le debe el nombre a su trocha de 75 centímetros y que tanto cariño despierta por su pintoresca locomotora a vapor y sus vagones de madera, conocido internacionalmente gracias la novela El Viejo Expreso Patagónico de Paul Theroux, fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1999. Su historia comenzó en Jacobacci en 1922; finalmente en 1942 llegó a El Maitén y en 1945 a Esquel. Los primeros años funcionó como tren de carga y partir de 1950 como transporte de pasajeros. El auge duró hasta fines de los ’60, cuando la industria automotriz comenzó a crecer. En diciembre de 1993 se cerró por decreto, como la mayoría de los ramales del país. “El tren cumplía una función social muy importante. Fue un golpe muy duro, sobre todo para las estaciones intermedias, muchos pueblos desaparecieron”, explica Daniela, la guía que acompaña en el trayecto. En febrero de 1994 se reabrió el tramo de Esquel a El Maitén, y en mayo desde El Maitén a Jacobacci (luego cerrado por el gobierno de Río Negro). En 1995 se convirtió en un tren exclusivamente turístico.
La Trochita surca lentamente el valle, atraviesa la Ruta 159 –donde una camioneta se adelanta para cortar el paso, ya que no hay barreras– y se anuncia con un silbato. Los automovilistas bajan de sus coches, saludan y sacan fotos. Más adelante, se ve un mallín o humedal, y dos flamencos rosados. Luego llega la famosa “vuelta del huevo”, una curva donde se puede ver la locomotora desde los vagones y en la que todos aprovechan para hacer la foto ideal.
Mientras tanto, Daniela alimenta la salamandra del vagón y sus relatos: “Las salamandras se adaptaron cuando los vagones llegaron aquí. Se demoraba 15 horas desde Esquel hasta Jacobacci, y se tejían muchas historias a su alrededor. La salamandra era un punto de reunión: cocinaban y calentaban la pava, había guitarreadas y truco. Y en algunos lugares, cuando el tren iba a paso de hombre, la gente se bajaba e iba corriendo al lado”.
EL HOGAR DEL ARBOL ABUELO En la lengua de los tehuelches, habitantes originarios del lugar, Esquel significa “abrojo” o “abrojal”. Un nombre derivado del tipo de vegetación de la región, compuesta en su mayoría de arbustos bajos como el coirón, el neneo y el calafate. Pero aquí también habitan grandes y longevos árboles, típicos de la Patagonia, como el coihue, la lenga o el alerce, este último en peligro de extinción. El Parque Nacional los Alerces, de 263 mil hectáreas, fue creado en 1937 precisamente para proteger esta especie, típica de la flora andino-patagónica. El alerce, además, no crece en cualquier lugar, sino en un sector particular de este bosque, un sitio donde las precipitaciones son más abundantes, conocido como “selva valdiviana”.
La mayoría de estos ejemplares, que representan la segunda especie más longeva del mundo y pueden llegar hasta los 4000 años de antigüedad, se encuentran en un área inaccesible para el visitante. Sin embargo en Puerto Sagrario se puede visitar el Alerzal Milenario, un bosque que alberga un ejemplar de más de 2600 años y al que se puede llegar mediante una excursión por el enorme lago Menéndez, el más grande de los nueve que hay en el Parque, con más de 5500 hectáreas de superficie y 200 metros de profundidad.
La excursión parte desde Puerto Chucao. Para llegar allí, atravesamos gran parte del parque en vehículo y cruzamos a pie la pasarela sobre el río Arrayanes para internarnos en un sendero con algunos alerces, uno de ellos muy curioso: su tronco está enredado, casi desde la raíz, con un arrayán. Abordamos el catamarán para navegar alrededor de una hora. Por suerte, el día acompaña una vez más y se puede disfrutar de las fantásticas panorámicas en la cubierta, sobre todo la privilegiada vista del glaciar Torrecillas. Una vez en el Alerzal, solo resta internarse en esta selva fría y andar. Existen dos circuitos: el largo, de 1900 metros aproximadamente, y el corto, un sendero autoguiado con dos modalidades. En una de ellas, sin dificultad, en escasos metros se encuentra el gran alerce; la otra es más extensa y después de 650 metros permite llegar a la cascada del río Cisne. Tomamos el largo y ascendemos unos 50 metros, entre coihues y enredaderas, hasta un punto panorámico en el que se ve el lago Cisne: luego, el sendero desciende abruptamente hasta un punto donde el río Cisne forma una cascada hermosa, y poco después llegamos al impresionante alerce que los pobladores bautizaron como Lahuán, que quiere decir justamente “abuelo”. Con 57 metros de alto, dos de diámetro y 2600 años de historia, es uno de los habitantes más antiguos de nuestro planeta y sin duda uno de los grandes atractivos del Parque Nacional
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