PERU CUSCO, LA ANTESALA DE MACHU PICCHU
La ciudad de los dioses
A las puertas del misterioso sitio de Machu Picchu, Cusco fusiona dos historias: la del glorioso pasado inca con la conquista española. El mestizaje de esta ciudad bella y variopinta va desde las caras de su gente hasta los monumentos de su arquitectura colonial, que se erigieron sobre las piedras de templos y palacios de los incas.
Por Graciela Cutuli
Desde Sacsayhuamán, el imponente complejo militar que los incas construyeron con piedras gigantescas —algunas de más de 15.000 kilos— la vista se extiende sin barreras sobre la ciudad de Cusco. O “Qosqo”, el ombligo del mundo. Viendo hoy lo que queda de las construcciones indígenas, que han resistido más felizmente el paso del tiempo que muchas construcciones coloniales posteriores, no es de extrañar que sus habitantes hayan atribuido a Cusco un origen divino: algo emana de estas paredes, piedras asombrosamente pulidas y calles aún trazadas sobre el diseño indígena, que habla de una fuerza sobrenatural para imponerse a la geografía circundante. Sin duda, obligada por su historia, Cusco ha gozado de una fuerte capacidad de adaptación: sobre los templos incas se levantaron las iglesias españolas, y los homenajes a sus divinidades -como el Inti Raymi, o la Fiesta del Sol— fueron trasladados para hacerlos coincidir con celebraciones de santos católicos. En las calles circulan el quechua y el castellano. Las monjas viven en los recintos donde se refugiaban las “mujeres elegidas” del Inca... Esa fusión está arraigada para siempre en el alma de la ciudad, y es una de sus grandes riquezas.
La capital inca Cusco fue levantada sobre el diseño de un puma, y fue, hasta la conquista, la capital de un imperio glorioso. Se cree que cinco siglos atrás vivían allí unas 15.000 personas; hoy los habitantes rondan el millón, pero hay calles que conservan intacto el pavimento y los antiguos sistemas de canalización del agua. Es difícil para los ojos modernos imaginar a Cusco con todos los tesoros de los que fue despojada: las crónicas hablan de templos rebosantes de oro y plata que fueron saqueados sin piedad, exportando miles y miles de lingotes de metales preciosos hacia Europa. Fue cosa de pocos años: ya en 1535, saciada su ambición, los españoles trasladaron la capital a Lima, de más fácil acceso por su ubicación junto al mar. Cusco quedó para su gente, y para los testigos de generaciones posteriores.
La visita suele empezar en la Plaza de Armas, que hoy ocupa la mitad de la extensión que tenía antes de la conquista. La Plaza era el corazón justo del Tahuantinsuyo (las cuatro esquinas del mundo, el nombre con que los incas llamaban a su imperio), y estaba rodeada de palacios en cuyas paredes relucían —mezclados con arena y conchillas— fragmentos de oro, plata y corales. Hoy sólo quedan los brillos de las luces con que la plaza se ilumina al anochecer: cuando la silueta de la Catedral, la iglesia de Jesús María, la iglesia del Triunfo y la Compañía empiezan a recortarse contra el azul diáfano del cielo cusqueño, apenas encendidas las luces que las rodean, la imagen es de tanta belleza que se graba en la vista para siempre. El tren que va a Machu Picchu y vuelve a Cusco a la noche también suele avanzar un poco por las alturas que rodean la ciudad para que los viajeros puedan ver este espectáculo nocturno desde lo alto; luego retrocede y regresa a la estación.
Maravillas cusqueñas Cerca de la plaza, hay que ver la famosa Piedra de los Doce Angulos, finamente tallada y encajada en el resto de la pared sin ningún otro tipo de sustento más que los ángulos dibujados como un rompecabezas: basta seguir a otros turistas que van al mismo lugar, o preguntar dónde queda a cualquiera de los chicos y mujeres que a cambio de unos soles se prestan alegremente a posar con sus trajes festivos tradicionales. En los alrededores de la plaza es también el reino de las artesanías: desde anillos y adornos de plata y piedras hasta pulóveres y mantas de lana de alpaca, pasando por tapices, tallas en madera, sombreros cusqueños, retablos que imitan las pinturas de la Escuela de Cusco y objetos religiosos inspirados en el arte colonial. La lana es una historia aparte: hay que tener el tacto afinado para distinguir la alpaca de la baby alpaca y la costosísima vicuña; en todo caso conviene dirigirse a loslocales donde cada prenda tiene su certificación. Sólo que allí se perderá el placer del regateo, bien arraigado en los mercados indígenas.
Uno de los lugares más impactantes de Cusco está un poco hacia el sur de la Plaza de Armas: es el Templo del Sol, o Templo del Qoricancha, que es en la actualidad la iglesia de Santo Domingo. Tampoco aquí quedan las placas de oro con turquesas y esmeraldas que cubrían las paredes: cuentan que el templo había sido orientado de manera tal que el sol rebotaba en los metales y estos reflejos iluminaban el interior de los recintos. En el patio, había figuras en tamaño natural de animales, árboles y flores: eran de oro macizo... Aun sin sus ornamentos, Qoricancha es de extraordinaria belleza: sobre los muros incas, donde se puede admirar perfectamente la técnica de encastrado de las piedras, se levantaron las paredes del templo católico. Conviene hacer la visita con un guía, ya que los cusqueños saben transmitir como nadie el orgullo por su imperio perdido, y hacen notar cada pequeño detalle de la construcción resaltando su verdadero valor. Los antiguos salones incas dan hoy a un hermoso claustro florido, nuevo punto de contraste entre las dos culturas locales.
En el Valle Sagrado En torno a Cusco, el Valle Sagrado de los Incas sigue al serpenteante río Urubamba. La visita permite aproximarse más todavía a la cultura local, en pueblos prácticamente intactos, y conocer lugares como Yucay (es imperdible la Posada del Inca), Písac, famoso por su mercado, Ollantaytambo, que tiene una impresionante fortaleza con su propio Templo del Sol, o la cercana Sacsayhuamán. Este antiguo cuartel militar es, junto con Cusco, el centro de los festejos del Inti Raymi, o Fiesta del Sol (cuya fecha original fue trasladada al 24 de junio para hacerla coincidir con el día de San Juan). Miles de personas llegan a la antigua capital inca para estos días; por lo tanto hay que tener precaución con las reservas: pero la fiesta vale la pena. Una conmovedora procesión comienza en Qoricancha, sigue por la Plaza de Armas y desde allí se dirige a Sacsayhuamán, representando la llegada de la corte del Inca. Durante la celebración hay también un sacrificio al Sol, música —sobre todo con los tradicionales instrumentos de viento y percusión que forman la mayoría de la herencia musical indígena— y bailes con trajes tradicionales. Esta fiesta, que estuvo interrumpida durante siglos, fue retomada a mediados del siglo XX siguiendo las descripciones de los cronistas de la conquista. Pero cientos de años más tarde consigue todavía transmitir con viva emoción las creencias y costumbres de un pueblo que pudo sobreponerse e integrarse, con la sola fuerza de su cultura, a un modo de vida nuevo y todavía esencialmente ajeno.