Dom 30.10.2011
turismo

RIO NEGRO. PRIMAVERA EN BARILOCHE

Como el Ave Fénix

Bariloche encara la primavera con optimismo renovado: a pesar del volcán Puyehue, renace de las cenizas: la temporada de pesca y el resto de las actividades se aprestan a desarrollarse normalmente. Kayak en el lago Gutiérrez, arte y aventura en el cerro Otto y una visita a la isla Victoria: propuestas para toda la familia en la catedral de la Patagonia.

› Por Guido Piotrkowski

Lentamente, Bariloche resurge de las cenizas y se prepara para vivir una primavera y un verano a pleno, estaciones donde asoma la esperanza de recuperarse de una de las peores temporadas invernales de los últimos años. Como es bien sabido, todo es consecuencia de la erupción del volcán Puyehue, ubicado del otro lado de la cordillera de los Andes pero a solo 140 kilómetros del centro de la ciudad más visitada de la Patagonia. A medida que el gris ceniza y el blanco nieve van cediendo paso a los tonos primaverales, regresan entonces las energías de cara a una nueva temporada estival. A cinco meses de la erupción, TurismoI12 recorrió la ciudad que vuelve a florecer y propone un itinerario apto para todo público. Pesca para todos, travesías en kayak, una visita al cerro Otto y un paseo por la isla Victoria.

Paseos en catamarán desde Puerto Pañuelo a la Isla Victoria.

MANOS A LA PESCA “La temporada empieza el 1º de noviembre y no hay nada que indique que este año no vaya a desarrollarse normalmente, como cualquier otro”, anuncia tajante Luciano Bacci, de la Escuela Argentina de Pesca con Mosca, como para despejar cualquier tipo de dudas. “Se hicieron relevamientos en varios espejos de agua para ver cómo está la sanidad de los peces. Y es muy buena –asegura el guardaparques Ramiro Aráoz–. Fuimos con un biólogo y las truchas estaban saludables. Los guías estaban contentos por la fuerza que tenían los bichos cuando se los pescaba.”

Miembros de la Administración de Parques Nacionales, la Universidad Nacional del Comahue, el Instituto de Investigaciones y Diversidad en Medio Ambiente (Inibioma), la Asociación de Pesca y Caza y la Asociación de Guías de Pesca de Bariloche trabajaron en conjunto para estudiar las problemáticas y consecuencias que podría causar la ceniza volcánica en los peces de la región. Como resultado de los estudios, y para contrarrestar la información errada que estuvo circulando, elevaron el documento titulado “Mitos y realidades del efecto de las cenizas volcánicas sobre los peces en Patagonia norte”, en el que se exhiben las principales conclusiones de la investigación. “Se puso en evidencia la presencia de peces saludables en diversos estadios de reproducción en lagos y ríos de la zona (incluso en áreas muy afectadas)”, señala un extracto del documento.

Bacci afirma que se está queriendo promocionar la pesca en todas las modalidades. “No sólo para quienes vienen específicamente a pescar –precisa– sino también para las personas que llegan con el fin de desarrollar cualquier otra actividad. Todos pueden ir al lago a pescar. Tenemos 40 kilómetros de costa del Nahuel Huapi aprovechables”, señala, aclarando que no es necesario ir con un guía. “Diversas instituciones pueden brindar información para pescar sin necesidad de hacerlo con un guía especializado. Todos los lugares de pesca que pueda haber dentro del parque están habilitados, siempre y cuando esté en el reglamento”, agrega. Hay excursiones de medio día o día completo, con tarifas variables y todo incluido: equipos, alimentos y en algunos casos se incluye el permiso de pesca con el librito y el reglamento. “Lo más importante es tener entusiasmo y ganas para realizar la actividad”, concluye Bacci.

El placer de navegar en kayak por el lago Gutiérrez o el Nahuel Huapi.

A REMARLA Pablo es marplatense pero hace una década eligió Bariloche como su lugar en el mundo. Si en Mar del Plata surfeaba arriba del kayak, aquí al parecer se toma las cosas con más calma. Remar en el lago Gutiérrez o en el Nahuel Huapi es, definitivamente, mucho más sosegado que desafiar las olas marplatenses.

Rodeado de un paisaje único y encantador, Bariloche ofrece varias alternativas para pasar un buen rato practicando este deporte acuático que termina apasionando a la mayoría de quienes lo experimentan. El kayak es una actividad que se presta para hacer en soledad, en familia o en grupos de amigos. Los niños, a partir de los ocho años, ya están aptos para remarla.

Cuadrante Sur, además de realizar travesías, funciona como una escuela, y tanto los más chicos como los principiantes van acompañados de un instructor durante las remadas. Yanina es una de ellas, nacida y criada en Bariloche: amante de la aventura y la vida al aire libre, trabaja junto a Pablo en este emprendimiento que tiene base en el camping de Villa Los Coihues. Yanina timonea el bote que comanda Abril, que con sólo 11 años demuestra que los niños también pueden remarla. Timonear, claro, es la parte más complicada y lleva unas clases aprender a hacerlo correctamente, pero finalmente no resulta muy complicado.

La travesía, en este caso, fue por la tarde. Luego de una breve introducción, en la que los instructores brindaron una charla técnica necesaria para aprender a manejar los remos, partimos con viento a favor. Pasada una hora nos detuvimos a descansar en la playa, con amargos y facturas frescas de por medio, para retornar poco antes del atardecer. Nos acompañó Diego, un físico que sale a remar con sus amigos cada vez que tiene un rato libre.

Cuadrante Sur ofrece varias alternativas de paseos. Hay remadas de medio día como la que va hasta las islas Gallinas y Huemul; excursiones de una jornada completa por el lago Mascardi o hasta la Isla Victoria; y hasta travesías de dos días, partiendo de Bahía López hacia el Brazo Tristeza. Allí se acampa en la playa ubicada en la desembocadura de la laguna Frey, para realizar un minitrekking al lago Frey y regresar, cansados pero satisfechos, al día siguiente.

Cerro Otto. El teleférico asciende en un paseo “aéreo” sobre el perfecto paisaje.

UN CERRO MUY ESPECIAL A cinco kilómetros del Centro Cívico se eleva el cerro Otto, la bellísima montaña que don Boris Furman, todo un visionario, transformó en un sorprendente atractivo turístico. Al hombre, tozudo, se le ocurrió que en lo alto podría montar la primera confitería giratoria de Sudamérica, y también hacer allí una galería de arte con reproducciones originales de obras monumentales como el David, el Moisés y La Piedad de Miguel Angel.

La aventura comienza en la mismísima base. Para subir hasta los 1400 metros, donde se encuentra la confitería, hay que tomar un confortable teleférico que asciende de espaldas al Nahuel Huapi. El trayecto es lento y muy ameno, con una vista espectacular del gran lago. Una vez arriba, se pueden realizar caminatas guiadas o deslizarse por la ladera en el entretenido Otto Kart (unos gomones inflables para sentarse y descender a toda velocidad por la pista de 300 metros). Luego, para no subir andando, se asciende en el funicular (no confundir con el teleférico), una especie de trencito que circula por vías tirado por un cable tractor, un proyecto íntegramente diseñado en Bariloche.

Para aprender un poco sobre la naturaleza del lugar, nada mejor que realizar alguna de las caminatas, donde el amable guía de montaña Martín González hace gala de sus conocimientos. “Tenemos un bosque milenario con plantas de setecientos a mil años”, explica Martín, al tiempo que revela un dato curioso acerca de las “barbas del diablo”, un liquen verde que crece en las ramas de las lengas, el árbol autóctono. “Los aborígenes las usaban de formas particulares. Como no tenían dentista ni cepillo de dientes, hacían infusiones con la barba. Cuando estaba semitibia, se enjuagaban la boca y así desprendían el sarro de los dientes.”

Pero quizá lo más sorprendente del cerro no sea su naturaleza o su confitería giratoria, sino su particular galería de arte, que alberga calcos exactos en tamaño natural –tomados de las originales y certificados por el gobierno italiano– de las obras más importantes de Miguel Angel Buonarroti: el David, el Moisés y La Piedad, esculpidas en 80% de polvo de mármol de Carrara y 20% de resina acrílica, junto a bocetos y réplicas de las herramientas que el artista supo utilizar para sus obras. Para coronar el ascenso, vale la pena disfrutar de un buen chocolate caliente, mientras se gira imperceptiblemente 360 grados sobre la geografía barilochense.

LA ISLA Y EL BOSQUE Las gaviotas revolotean en cubierta y acompañan durante gran parte del trayecto en el catamarán que parte desde Puerto Pañuelo, en el kilómetro 25 de la Avenida Bustillo, hasta la isla Victoria. “No nos llevamos absolutamente nada”, advierte la guía a los visitantes una vez en tierra, absortos por la belleza del lugar. Durante una de las tantas caminatas que se pueden realizar por senderos demarcados entre largas hileras de árboles, Andrea Pargade narra la historia de esta isla tan especial. Lo hace con conocimiento de causa: su abuelo y bisabuelo fueron los primeros guardaparques del lugar. Al igual que Julio Baliño, actual guardaparques, quien cuenta a TurismoI12 que las cenizas le dieron mucho trabajo, aunque no sufrieron mayores percances. “Nos dio arduo trabajo limpiar los techos y alrededores de las casas. Ahora la isla está empezando a tener algo de verde, el pastito que ves ahora no estaba. Era todo ceniza”, recuerda este hombre que trabajó a destajo luego de la erupción volcánica.

En tanto, Andrea desmenuza la historia isleña y recuerda que en torno a 1900, cuando Arón Anchorena llegó de vacaciones, quedó cautivado por el lugar e intentó comprar la isla. El gobierno se la otorgó en concesión, con la condición de que siempre hubiera alguien habitándola: corrían tiempos de conflictos limítrofes con Chile, y había que afianzar la soberanía. Anchorena construyó un aserradero, un astillero, muelles, viviendas y llevó caballos y vacas. En 1912, sin embargo, la devolvió y en 1925 el gobierno decidió recuperarla. Se introdujeron entonces especies exóticas de Estados Unidos o Europa, como las sequoias, pinos, cipreses o abedules, que crecen mucho más rápido que los nativos arrayanes, coihues o lengas. La intención era la de hacer un vivero y aprovechar la madera. Hoy en día, señala Baliño, se está realizando el camino inverso: es decir, se están reemplazando de a poco las especias introducidas por las nativas.

Durante los paseos más extensos se pueden ver algunas pinturas rupestres y, si el clima acompaña, almorzar en una de las playitas resulta una agradable experiencia. Quien no llegue a ver las verdaderas pinturas rupestres tiene la posibilidad de apreciar un puñado de reproducciones en el Centro de Interpretación, donde alguna vez funcionó la Escuela de Guardaparques, el mismo lugar donde Baliño aprendió el oficio hace más de 20 años.

Luego del almuerzo, la excursión continúa rumbo al Parque Nacional Arrayanes, en la península de Quetrihué, un bosque único poblado por los bellísimos árboles color canela. Y es único en el mundo porque solamente aquí se los puede encontrar en este grado de concentración. Los arrayanes pertenecen a la familia de los eucaliptos, y su color característico es producto del tanino que aglutinan. El bosque se recorre por una pasarela de madera construida para proteger a estos magníficos ejemplares de unos 250 años, que se elevan pegaditos unos a otros hasta unos 15 metros de altura. Al final del sendero está la famosa y cálida cabaña de madera construida en la década del ’30 por la familia Lynch, en aquellos tiempos propietarios de estas tierras. En 1971 donaron a Parque Nacionales doce hectáreas con la cabaña incluida, para que todo el mundo pudiera disfrutar de este bosque único.

Unico como Bariloche, que se recupera de la lluvia de cenizas y espera con los brazos abiertos que los visitantes se acerquen a disfrutar sus atractivos naturales durante los meses más cálidos del año

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