Dom 30.10.2011
turismo

CHUBUT. DE PUERTO PIRáMIDES A PUNTA TOMBO

Gran show de fauna marina

La fauna de las costas chubutenses está dando el mejor espectáculo del año: lobos marinos a un paso de Puerto Madryn, cientos de ballenas en el Golfo Nuevo y pingüinos de Punta Tombo viven una primavera excepcional. Claves para aprovechar los últimos meses de la temporada de ballenas y prepararse para el verano 2012.

› Por Graciela Cutuli

Noviembre es uno de los mejores meses del año para visitar Puerto Madryn, Península Valdés y la pingüinera de Punta Tombo: lo dice el “calendario de fauna”, ese dato que siempre hay que tener a mano a la hora de emprender el viaje hacia la costa patagónica chubutense, ya que todas las especies se dan cita al mismo tiempo. En las aguas del Golfo Nuevo están las ballenas, que este año llegaron masivamente –se estima que hay unos 1500 ejemplares– y se quedan hasta mediados de diciembre; en los nidos de Punta Tombo las parejas de pingüinos de Magallanes están empollando sus huevos; en la lobería de Punta Loma se apiñan los lobos marinos y por las rutas de la Península Valdés es común cruzarse con guanacos, choiques, cuises y liebres.

Es cierto que éste fue un año más que atípico, signado por la ola de cenizas del Puyehue que afectó en mayor o menor medida a toda la Patagonia. Es cierto también que llegamos, a mediados de octubre, en un día raro, con el sol todavía semioscurecido por el polvillo gris como no se veía desde hace semanas. Y no es menos cierto que al día siguiente, disipadas nuevamente las cenizas, el sol relucía con toda la fuerza de la primavera austral. Como contrapartida, el habitual viento de esta temporada amainó como nunca y se crearon las condiciones ideales para embarcarse rumbo al avistaje de ballenas.

En Punta Tombo, una pasarela elevada permite atravesar el hábitat de los pingüinos sin perturbarlos.

PASEO PUEBLERINO Puerto Pirámides es el punto de partida –el único autorizado– para el avistaje embarcado de ballenas: se trata de una actividad rigurosamente controlada, tanto en cantidad de operadores como en número de lanchas o catamaranes que salen a diario, para evitar superposiciones o una sobrepresencia turística que podría resultar molesta para los animales.

El fin de semana largo de octubre, con una altísima ocupación, la precaución fue necesaria: una semana más tarde, sin embargo, la influencia de los vuelos erráticos –siempre las cenizas– se hará sentir y son muchos menos los grupos previstos para embarcar. Con el cielo despejado, las previsiones vuelven a mejorar para el próximo fin de semana largo, a fines de noviembre, cuando todavía habrá numerosos ejemplares en las aguas del golfo: es una de las últimas oportunidades para aprovechar completo el calendario de fauna, e incluso irse a dar la “vuelta a la península” en busca de elefantes marinos.

Esta vez, sin embargo, las ballenas son el objetivo. Por supuesto hacemos la parada previa en el ingreso a la península y en el Centro de Interpretación que marca la entrada a la reserva: moderno e impecable, merece un alto para empezar a aprender un poco más sobre el espectáculo natural que estamos a punto de ver. Luego, una parada en el mirador que da hacia Puerto Pirámides, y finalmente llegamos a Punta Ballena, la compañía de avistajes fundada por el pionero Jorge Schmid, que ya tiene sus embarcaciones alistadas sobre la playa.

La hora señalada son las cuatro de la tarde; mientras tanto aprovechamos el tiempo para recorrer la minúscula aldea: aquí todo es pequeño, desde el cajero automático del banco hasta el Concejo Deliberante, tal vez para compensar la grandiosidad de una naturaleza que se impone desde todas las perspectivas. Rápidamente se puede comprobar que la afluencia turística de los últimos años contribuyó a incrementar la oferta de restaurantes y bares, ambientados con aire de mar y un diseño que busca la integración o mimetización con el paisaje. Al mismo tiempo, Puerto Pirámides mantiene sus calles de ripio, las bajadas que traen el viento del mar y un aire intacto de aldea natural donde campean por doquier los símbolos de ballenas en todas sus formas.

Asombro: un calamar gigante en las vitrinas del Museo del Hombre y el Mar.

SILENCIO, BALLENAS ALIMENTANDOSE Como Pirámides es pequeño y quienes la eligen para vivir tienen una vocación inamovible por la Patagonia, una vez más –como en avistajes anteriores– nos encontramos con Stephen Johnson al mando de la embarcación que sale, puntualmente, con un grupo de israelíes a bordo para incursionar en el hábitat de las ballenas. Stephen, nacido en California, dejó su país años atrás para instalarse en la Península Valdés: desde entonces se convirtió en un guía experto, capaz de avizorar un lomo de ballena a grandes distancias y de mantener bien ordenados los grupos turísticos que pugnan a bordo por la mejor foto y la esperada cola de la ballena.

Y aunque la convivencia con las ballenas podría resultarle una rutina, lo encontramos exultante: este año las aguas de Puerto Pirámides están regalando una experiencia única, algo “nunca visto en 15 años, muy poco común en la península”, explica. A medida que el guía del grupo israelí traduce, también los turistas sonríen encantados: todos quieren ser los primeros o los únicos en ver algo diferente, asegurándose un relato exclusivo para la vuelta. Ni ellos ni nosotros saldremos defraudados: después de unos 15 minutos de navegación, en un día ideal donde no se mueve ni una ola, la embarcación llega a una zona donde la concentración de ballenas impresiona. Y no sólo eso: aunque no podemos apreciarlo a simple vista, la abundancia de fitoplancton está impulsando a las ballenas a alimentarse, de modo que las vemos con la cabeza semisalida y la gigantesca boca abierta, nadando para avanzar y hacer ingresar agua en la boca. Agua que filtrarán para obtener alimento gracias a sus barbas, visibles como nunca con total claridad.

A la izquierda, a la derecha, adelante y atrás de la embarcación aparecen las cabezas de ballenas una y otra vez, bien distinguidas gracias a esas callosidades que las identifican, como si este año estuvieran dispuestas a posar sin timidez. Algunas juegan con las crías, otras se hacen desear un rato y finalmente sacan media cola afuera, posándola nuevamente con suavidad sobre el agua hasta que se hunden nuevamente. Curiosamente, por ahora no vemos demasiadas gaviotas; y sin embargo, Stephen recuerda que se convirtieron en un problema grave para la población de ballenas del Golfo Nuevo, porque la existencia de basurales a cielo abierto en Madryn favoreció su crecimiento descontrolado. Así, las gaviotas se acostumbraron a atacar a las ballenas a picotazos para alimentarse de su riquísima grasa subcutánea: en el Doradillo –aunque en esta época del año no hay tantas en ese sector de playa cercano a la ciudad– es común verlas abalanzándose sobre las crías, provocándoles graves heridas. ¿La solución? No hay mucho acuerdo todavía entre quienes proponen dejar la naturaleza librada a su propia regulación, y quienes prefieren intervenciones que apunten a remediar la situación. Que, mientras tanto, avanza.

Finalmente, con las memorias de las cámaras fotográficas llenas y las ballenas siempre rondando alrededor, la embarcación vuelve a poner proa hacia Pirámides. Todavía es bien de día –en esta época anochece cerca de las ocho– y hay tiempo para disfrutar del regreso a Puerto Madryn, cruzándose con varios animales por el camino hasta salir de la península.

Puerto Pirámides, la aldea marítima de donde parten los avistajes en la Península Valdés.

PASEOS URBANOS Aunque este año se siente la disminución turística, son numerosos los extranjeros que pasean por las calles de Puerto Madryn. Se escuchan españoles, norteamericanos, franceses, italianos, todos atraídos por la riqueza faunística de esta porción de la costa patagónica. Varios de ellos llegan también hasta el Ecocentro, que propone toda una experiencia sensorial vinculada con el mar, y el Museo del Hombre y el Mar, el antiguo Museo Oceanográfico de Puerto Madryn, totalmente renovado, con un planteo moderno que pone el acento en la interacción naturaleza-ser humano. Caracoles, calamares gigantes, esqueletos de ballenas y de lobos marinos van marcando el camino a medida que se asciende por la planta circular del bonito Chalet Pujol, una construcción característica de la ciudad cuyo mirador, en el último piso, permite asomarse a los techos multicolores de Madryn.

No hay que ir muy lejos tampoco para apreciar la fauna viviente: a pocos kilómetros del centro se puede visitar, hasta las ocho de la noche, la Reserva de Punta Loma, un apostadero permanente de lobos marinos. Desde el mirador, una suerte de plataforma que se eleva sobre el acantilado, se ven los lobos recostados o entrando en el mar, rodeados de los típicos cormoranes blancos y negros que a lo lejos la vista se empeña en confundir con improbables pingüinos colgados de la roca. En tierra queda todavía una precaria casita de madera, que fue el primer puesto de guardaparques en la provincia de Chubut. Y mientras en el agua se ven a lo lejos los chorros en V de algunas ballenas que nadan por la zona, entre los arbustos cercanos una numerosísima familia de cuises pasea y se cruza sin empacho frente a los visitantes, curioseándolos con sus vivos ojos negros.

Lobos marinos en Punta Loma, a pocos kilómetros del centro de Puerto Madryn.

HORA DE PINGÜINOS Entre septiembre y marzo, el viaje a Madryn siempre debe incluir un día para recorrer el tramo que separa la ciudad de Punta Tombo, esa extraordinaria punta que se adentra en el mar y que los pingüinos eligieron para construir sus nidos, formar pareja y empollar sus huevos. Desde el punto de vista geográfico, Punta Tombo está en el paraje Dos Pozos (cuya antigua estafeta postal aún se puede ver en el camino), a unos 170 kilómetros de Madryn. Sólo los últimos 20 kilómetros son de ripio, una gran ventaja a la hora de emprender el camino, aunque siempre conviene recordar las precauciones para conducir sobre este tipo de terreno: no superar los 50 kilómetros por hora, no efectuar maniobras bruscas que pueden llevar a perder el control del auto e inflar correctamente los neumáticos del vehículo para conseguir una marcha mejor.

Poco antes de llegar ya se vislumbra contra la estepa la franja azul del mar. Y a lo lejos la punta propiamente dicha, una franja pedregosa de unos 3,5 kilómetros totalmente colonizada por decenas de miles de pingüinos. A la ida o a la vuelta, antes de ingresar a la reserva se puede ingresar al Centro de Interpretación, estratégicamente construido detrás de una loma que lo hace invisible y no altera el paisaje: allí hay una exhibición sobre la especie y su hábitat, una historia de Punta Tombo y comparaciones con otros pingüinos del mundo. Luego, lo que queda es lo mejor: adentrarse en las pasarelas para acercarse a los pingüinos, que pasean y cruzan tranquilamente los senderos con su típico contoneo, siempre respetando la prohibición de tocarlos. Por eso hay que circular estrictamente por los senderos demarcados por piedras blancas –un límite que los guardaparques se encargan de hacer respetar– y por las pasarelas de madera sobreelevadas que cruzan algunos de sus caminos favoritos para ir al mar. Como en el caso de las ballenas, también aquí hay que recordar que los seres humanos son extraños a este hábitat y deben dejar la menor huella posible de su paso. Lo que no impide a algunos pingüinos extremadamente curiosos acercarse y hasta tirar un picotazo a los pantalones de algún visitante desprevenido... como para marcar bien quién manda en este lugar. Y con un poco de suerte, también los guanacos se cruzan a poca distancia, regalando a los visitantes la postal de estos camélidos a pocos centímetros de los graciosos pingüinos, torpes en tierra, pero maravillosamente hábiles en el mar

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