Sáb 31.12.2011
turismo

PATAGONIA. DEL PARQUE MARINO COSTERO A MONTE LEóN

Kilómetros de azul

Mirando al Atlántico, entre las provincias patagónicas de Chubut y Santa Cruz, la Ruta Azul enlaza paisajes naturales y permite avistar la más variada fauna marina. De Camarones al Parque Nacional Monte León, un recorrido que permite experimentar una vasta soledad y la infinita dimensión de la naturaleza del extremo sur del mundo.

› Por Mariana Lafont

La Ruta Azul, uno de los recorridos más jóvenes del sur argentino, nace en el Parque Marino Costero, un área protegida tan prístina como bella de la costa patagónica. El trayecto sigue el curso de la RN3 a lo largo de 500 kilómetros y, desde Chubut rumbo a la provincia de Santa Cruz, discurre entre la estepa y el mar hilvanando varios “parques marinos”. El primero es el Parque Marino Costero, ubicado en el sudeste de la provincia de Chubut, que preserva la biodiversidad del norte del golfo San Jorge. Toda una novedad, ya que hasta el año 2009 la Argentina sólo tenía dos parques nacionales con costa marina, pero sin jurisdicción en el mar: Monte León en Santa Cruz y el Parque Nacional Tierra del Fuego a orillas del canal de Beagle.

Un guanaco se acerca a la costa en la reserva Cabo Dos Bahías.

VOLANDO SOBRE LA COSTA El Parque Marino Costero tiene una superficie de 132.000 hectáreas que protegen costa, mar y 60 islas e islotes. Abarca cien kilómetros de costa con bahías, caletas, ensenadas, playas, restingas y arrecifes rocosos desde donde se observan ballenas francas australes, orcas, delfines cruzados y toninas overas. Pero también preserva una milla alrededor de cada una de las islas e islotes, una milla desde la línea de costa hacia el mar y una milla hacia el interior del continente: así se resguardan más de 38 especies de peces e invertebrados, diez mamíferos marinos y 40 especies de aves como petreles gigantes del sur, cormoranes, pingüinos de Magallanes y especies endémicas o amenazadas, como la gaviota de Orlog y el pato vapor.

Para acceder al parque hay dos cabeceras: Comodoro Rivadavia al sur (con más infraestructura turística) y la pequeña localidad de Camarones al norte. Y entre ellas hay bellos enclaves como Bahía Bustamante y la Reserva Provincial Cabo Dos Bahías.

Una de las mejores maneras de captar su belleza es sobrevolarlo y apreciar formas y dibujos que costa y mar han trazado a su antojo. Al despegar de Comodoro Rivadavia enseguida se ven el inconfundible Pico Salamanca y la Isla Quintano, donde comienza la reserva. Luego surge una perfecta bahía salpicada de viviendas: es el pueblo alguero de Bahía Bustamante, cuya historia está ligada a la del inmigrante español Lorenzo Soriano, que llegó hacia 1953 buscando algas para extraer coloide y fabricar un fijador de pelo. Hoy este “pueblo-hotel” recibe turistas por uno o varios días y para hacer excursiones náuticas.

Más al norte está Camarones, pequeña localidad a orillas de la bahía homónima, conocida como la “capital del salmón” y hogar del ex presidente Perón durante parte de su niñez (hoy existe allí un museo que le está dedicado). Sólo 28 kilómetros separan este pueblo pesquero, de casas bajas centenarias, de Cabo Dos Bahías. Esta reserva natural emplazada en un rojizo entorno rocoso es un gran reservorio de choiques, guanacos, zorros y maras que pasean junto al mar. Además, hay una importante colonia de pingüinos de Magallanes y una pequeña población de lobos marinos de dos pelos. Las aves de frac nadan desde el sur de Brasil y llegan aquí en septiembre para reproducirse, con un período de estadía que se extiende hasta marzo.

Cabo Blanco debe su nombre al guano de los cormoranes que así “pinta” los peñones.

BLANCO ES EL CABO El siguiente destino, al sur del golfo San Jorge, es Puerto Deseado, paraíso natural unido al mar por una magnífica ría. Casi toda la Patagonia costera es acantilada y cae a pique sobre el Atlántico, pero no en Puerto Deseado. Hace millones de años la naturaleza secó el curso de un río y dejó que el mar invadiera su cauce: así se formó la ría Deseado, única en Sudamérica ya que se interna en la meseta 42 kilómetros hacia el oeste.

Para llegar hay dos opciones. La convencional y asfaltada es la RN3 hasta el desvío y luego 126 kilómetros más; la atípica es con mucho ripio y pasando por Cabo Blanco mientras se atraviesan estancias ovejeras. Si se elige la segunda, luego de pasar una salina (explotada hasta 1930) se llega a un sitio mágico y solitario, donde se alza un faro de cuento en medio de una escenografía misteriosa de rocas y mar bravío, que incluye siluetas de un cementerio y construcción abandonada. El faro, con sus 67 metros de ladrillo, se inauguró en 1917 y es uno de los más lindos del litoral patagónico. Los fareros, únicos habitantes del cabo, cuentan muy tranquilos que allí merodea un fantasma. A fines de la década del ’50 un suboficial que escribía a máquina murió en el lugar y, desde entonces, la gente destinada al faro asegura que por las noches se puede oír el tecleo de la máquina de escribir.

Cabo Blanco es un peñón formado por un conjunto de tres masas rocosas unidas a la costa por un istmo bajo de arena y canto rodado. Así lo llamó Hernando de Magallanes en 1520 al ver los morros blancos (por el guano de los cormoranes), cuando navegaba por aquí en busca de un pasaje del océano Atlántico al Pacífico. Por aquí también pasaron otros célebres navegantes, piratas y exploradores como Francis Drake, Thomas Cavendish, Olivier Van Noort, Jacob Le Maire, John Byron (abuelo del poeta) y Charles Darwin. De hecho Thomas Cavendish fue quien bautizó a Puerto Deseado: este pirata inglés llegó en 1586 y llamó a la zona Port Desire (por su nave insignia Desire); luego el nombre se tradujo al castellano. En 1977 se creó la Reserva Natural Cabo Blanco, con uno de los mayores apostadores de lobos marinos de dos pelos, leones marinos y cormoranes.

Lobos marinos en el puerto de Comodoro Rivadavia.

RIA DE NATURALEZA Puerto Deseado combina naturaleza, fauna e historia. Hay muchas excursiones, pero la clásica es el paseo náutico por la ría que, en tres horas, permite ver varios ejemplares habitantes de este verdadero edén natural. La excursión comienza cerca de la zona de naufragio de la Corbeta Swift, hundida en 1770, y va hacia la isla Elena, llena de cormoranes grises, roqueros e imperiales. El bote se acerca tanto al islote que hasta es posible ver los llamativos ojos celestes del cormorán gris y el guano que, junto con el alga cachiyuyo, forman los nidos de estas aves marinas.

En otro islote hay lobos marinos de un pelo, gaviotas, palomas antárticas y gaviotines por doquier. Entre tanto, simpáticas toninas overas juegan con las olas que genera el bote hasta llegar a la Isla de los Pájaros, donde están los pingüinos de Magallanes. Finalmente, los pasajeros se internan por un cañadón en la ría, al que sólo se entra con marea alta, para ver más aves. El paseo se puede prolongar y llega al paraje La Mina para hacer un trekking a la cima del cerro Van Noort. A lo lejos se ve la isla Pingüino, adonde se llega luego de dos horas de navegación en mar abierto y donde habita el peculiar pingüino de penacho amarillo.

Por otro lado, el pasado de Puerto Deseado abunda en historias. Algunas están vinculadas con el tren y por eso entre los sitios que visitar no se pueden soslayar el Vagón Histórico y la vieja Estación. El primero se usó en la línea Puerto Deseado-Las Heras y fue testigo de la represión a las huelgas de 1920 y 1921 (retratadas en La Patagonia rebelde, de Osvaldo Bayer). La estación, gema arquitectónica de estilo inglés, fue hecha en 1912 por picapedreros yugoslavos. El ramal planeaba unir Puerto Deseado y el lago Nahuel Huapi en Bariloche, pero sólo hicieron 283 kilómetros, hasta Las Heras. El tren cargaba lana, cuero, cobre, plomo y zinc para abastecer a los ramos generales que a su vez proveían a las estancias. Desde 1949 llevó pasajeros, pero cerró en 1978: fue entonces cuando varios ex ferroviarios cuidaron la estación para que no la saquearan, hasta que en 2003 se convirtió en un merecido museo.

A quien le gusten los barcos hundidos no debería perderse el naufragio de la corbeta Swift, ocurrido en 1770 a sólo 50 metros de la costa y en pleno centro. Por dos siglos el barco estuvo en el fondo del mar sin que nadie lo supiera. Hasta que en 1975 llegó un descendiente del segundo oficial a bordo, sir Erasmus Gower, con la copia de un diario de época buscando datos: así fueron informadas las autoridades y así un profesor supo la historia y la contó a sus alumnos. Fue uno de ellos, Marcelo Rosas, quien investigó y formó un equipo de buzos que finalmente encontró la corbeta en 1982. Las piezas rescatadas estaban en gran estado de conservación gracias al limo y a las frías aguas del mar. Para protegerlas se creó el Museo Municipal Mario Brozoski y un laboratorio de conservación. Desde 1998 el programa de arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología investiga y sigue sacando piezas.

Un faro de novela, ubicado en un entorno mágico y misterioso.

COSTA LEONINA La zona de Monte León debe su nombre a un cerro bajo que, visto desde cierto ángulo, tiene la forma del gran felino. Si hay algo que llama la atención aquí es el contraste de ocres y amarillos de la estepa con el azul del mar, además de las formas y figuras dibujadas en la costa acantilada. Toda esta franja fue, hace millones de años, el fondo marino donde habitaban antiquísimas formas de vida que hoy son fósiles. Y lo mejor es la bajamar, cuando se ven grutas esculpidas por viento y mar (la más famosa era la Olla, hermosa formación derrumbada en 2006). Desde 2004, Monte León pasó a ser el primer parque nacional costero argentino.

Su superficie alberga varios senderos: uno de ellos va al mirador del apostadero reproductivo de lobos marinos de un pelo; otro pone rumbo hacia el mirador isla Monte León y la antigua guanera. También hay una senda que va a la cuarta colonia de pingüinos de Magallanes más importante del país, con 60.000 ejemplares. Y desde la zona de acampe (donde vale la pena quedarse al menos una noche), al bajar la marea se puede ir por la playa hasta la isla Monte León. Además de cormoranes abundan los gaviotines, los ostreros, las bandurrias, los cauquenes, los choiques y los flamencos. Y en el mar habitan la ballena franca, el cachalote, la orca, la ballena piloto, el delfín austral y la tonina overa. Por su parte, el Centro de Visitantes se encuentra en el viejo galpón de esquila que data de 1914 y pertenecía a la ex estancia Monte León. Aquel año The Southern Patagonia Sheep Farming Company Limited compró la estancia, que conservó hasta 1920. En la actualidad la antigua casa del administrador, de estilo y construcción inglesa, funciona como una elegante hostería. Así Monte León fue, durante mucho tiempo, una de las estancias ovejeras más grandes de la Patagonia: pero hoy es un parque nacional para cuidar, visitar y disfrutar de la inmensidad del sur

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