Domingo, 22 de enero de 2012 | Hoy
PARTIDO DE LA COSTA PLAYAS PARA TODOS
Casi cien kilómetros de playas, desde San Clemente hasta Costa Esmeralda, se multiplican las opciones para todos los gustos y bolsillos. Están los bosques plácidos de Costa del Este, las Termas Marinas de San Clemente, la carabela de Santa Teresita, las noches de San Bernardo y las arenas agrestes de Nueva Atlantis, entre las muchas localidades que comparten esta franja bonaerense de puro mar.
Por Graciela Cutuli
La “panza” de la provincia de Buenos Aires parece una gran manzana mordida, justo en la Bahía de Samborombón. Y exactamente donde termina el tentador mordisco empieza el Partido de la Costa, casi un centenar de kilómetros de puro balneario que tienen arenas para todos los gustos y presupuestos: están las familias con chicos que buscan la tranquilidad de Mar del Tuyú, los románticos que se sumergen en los pinos de Costa del Este, los adolescentes en busca de movimiento que eligen San Bernardo, y los tradicionalistas que no se mueven de Santa Teresita. Cada año se encontrará lo de siempre, pero también propuestas nuevas de gastronomía, salidas y recreación que hacen de estas playas –las más próximas a la Capital– una opción siempre vigente, para escapadas breves o largas estadías. Hace ya varias décadas que los pioneros de la región comenzaron a enfrentarse con la franja de médanos vivos que por entonces era el único paisaje que interrumpía el horizonte, y comenzaron el desarrollo de cada pueblo: a continuación, un itinerario que sigue sus huellas, de norte a sur, para armar el calendario de la costa este verano.
SAN CLEMENTE De ida o de vuelta, San Clemente es ineludible: por un lado es el balneario más cercano a Buenos Aires; por otro tiene el oceanario Mundo Marino, que nunca defrauda con sus espectáculos de delfines, orcas y lobos marinos. Aquí también hay un albergue de pingüinos, una gran pileta para ver los delfines bajo el agua, un safari terrestre y un recinto de hipopótamos. Al lado, las Termas Marinas son ideales para completar la visita disfrutando de un día en sus piletas: hay cubiertas y descubiertas, pasivas y recreativas, todas con agua termal dulce, como para alternar y temperar con las visitas a la playa de San Clemente. Además, a un puñado de kilómetros, Punta Rasa es un lugar para no perderse: lo saben bien los pescadores, que aquí se embarcan en busca de la corvina negra, pero también los observadores de aves, ya que en estas arenas solitarias se detienen numerosas aves migratorias en sus traslados desde el hemisferio norte. En Punta Rasa se encuentra también el Faro San Antonio, de 58 metros de altura, que indicaba a los navegantes la punta sur de la Bahía de Samborombón. Finalmente, los románticos no se perderán un atardecer junto al barco hundido Her Royal Highness, que naufragó a fines del siglo XIX al sur de San Clemente y cuyos restos hoy se pueden ver –después de una caminata por la playa de aproximadamente una hora– cuando hay marea baja.
El barco hundido es un atractivo compartido con la vecina localidad de Las Toninas, un pueblo de pocas manzanas donde se puede visitar un laberinto de 6400 metros cuadrados hecho con vegetación de la zona entre los médanos. Desde el mangrullo se aprecia la inmensidad de la costa y el cercano “cementerio de caracoles”; también hay quienes se detienen en el Monumento de los Caídos en Malvinas, que tiene tierra de las islas y un par de cañones históricos. Por lo demás, Las Toninas es una playa ancha y familiar, para disfrutar del mar desde temprano y hasta el atardecer: y basta cruzar una calle para “mudarse” a Costa Chica, que en verdad hace honor a su nombre si de movimiento se trata, pero tiene también playas anchas y despobladas que la hacen atractiva para los solitarios y los amantes de las arenas más vírgenes.
DE SANTA TERESITA A COSTA AZULSanta Teresita marca un cambio en el paisaje: aquí la vista aérea ya ofrece los típicos edificios costeros y playas más concurridas, mientras el centro se despliega en una peatonal con teatros, cines y confiterías abiertas hasta tarde. Quien quiera, no tendrá motivos para quedarse quieto: desde la visita a la Carabela Santa María –una réplica de la nave de Cristóbal Colón– hasta el muelle, corrió mucha agua bajo el puente desde que empezaron las primeras instalaciones en el paraje antiguamente llamado Jagüel del Medio, que hace un siglo algunos elegían como parada en el trabajoso camino hasta Dolores. Además del mar, Santa Teresita tiene una relación especial con el aire: en la primera semana de febrero se organiza en el aeródromo Jorge Newbery un festival de aeromodelismo, y desde aquí también se pueden hacer vuelos de bautismo. Por las dudas, los que prefieren mantener los pies en la tierra se quedan en el muelle de pesca, de 200 metros de extensión y alumbrado también para uso nocturno, o en el campo de golf, que se considera uno de los mejores de la Argentina. Aquí también funciona una escuela de equitación y salto.
Este año, Santa Teresita recuerda un aniversario: hace 80 años, en 1932, el Automóvil Club Argentino organizó un contingente de 300 automovilistas que colocó el primer mojón en el camino de las playas y por turnos fue señalizando un camino hasta entonces sólo delimitado por tranqueras.
Siguiendo camino hacia el sur se llega a Mar del Tuyú, de playas anchas y poco profundas, señalizadas para los navegantes gracias a un faro de unos 25 metros de altura. El diseño urbano se distingue por las manzanas en forma de óvalos, en tanto el antiguo Gran Hotel Tuyú que se inauguró a mediados del siglo XX se transformó –sin mayores modificaciones exteriores– en el actual Palacio Municipal. Los curiosos dedicarán un rato, después de la pesca en el muelle, al Museo Polifacético René Mermier, que atesora unas 4000 piezas reunidas por un personaje bohemio y viajero que pasó sus últimos años en Mar del Tuyú.
El Partido de la Costa sigue en Costa del Este, una de sus localidades más bonitas. Como un pequeño Cariló, pero sin el ruido que le impusieron las nuevas modas al otrora tranquilo balneario vecino de Pinamar, Costa del Este asegura tener “un millón de pinos”. No importa contarlos, sino disfrutar de su sombra, de sus calles de arena y del minipaseo céntrico –el Paseo de las Camelias– que a la hora de la siesta es todo paz, mientras los chicos juegan sin pausa al borde del mar. Aquí hay variadas casitas y dúplex, felizmente ningún edificio, y varios complejos de apart-hoteles que ocupan el frente de la línea de playa. Para probar otras actividades, hay que visitar Punta del Lago, donde un espejo de agua artificial ofrece practicar remo y kayak, además de los deportes de orilla como el fútbol, vóley y tejo. Siempre hacia el sur, Aguas Verdes –un balneario fundado en los años ’60 sobre tierras que pertenecían a la familia Duhau– compite con Costa del Este en tranquilidad y bosques, para quienes quieren disfrutar de un verano tan discreto como natural.
Esta porción de balnearios va llegando a su fin con La Lucila del Mar y Costa Azul, que en los últimos años conocieron un mayor desarrollo hotelero y de servicios, pero siguen teniendo vocación de arenas anchas y pueblos chicos, muy buscados por pescadores, familias y también amantes del surf, a quienes se ve salir tempranito para probar las mejores olas con el viento mañanero. Eso así: a medida que se llega a San Bernardo, se va volviendo a sentir la cercanía de la clásica vida veraniega que a la playa le suma una buena movida nocturna.
SAN BERNARDO, HASTA EL FINAL Hasta los años ’70, San Bernardo era el balneario de las playas infinitas y las no menos infinitas almejas. Los tiempos cambiaron, y no sólo para las almejas, cuya extracción está vedada: las anchas bandas de arena se fueron poblando a medida que el balneario crecía en construcciones y visitantes. Para mediados de los ’80 los médanos habían perdido protagonismo y ya San Bernardo tenía unperfil bien definido: se había vuelto la playa preferida de los más jóvenes, sin resignar ambiente familiar. Cada verano se repite el rito del paseo por Chiozza, de los atardeceres alargados sobre el mar, de la noche que se hace madrugada en alguna discoteca. Para recordar los viejos tiempos, hay que visitar el Museo de la Fundación, con fotografías que evocan la fundación del balneario, para después prolongar el paseo en la feria artesanal que se organiza durante la temporada en la Plaza de la Familia. Aquí mismo, un anfiteatro es la sede de espectáculos de circo y shows para grandes y chicos.
Si por la ruta tiene entrada propia, yendo por la playa el límite entre San Bernardo y Mar de Ajó se diluye. Un balneario sigue a otro, y apenas un claro en la arena indica el cambio, frente a un mar que es siempre igual: arenas finas y oleajes grandes, una garantía de diversión también para los que practican jet-ski o se suben a una “banana” para intentar sortear el desafío de caer al agua. En Mar de Ajó no falta nada: balnearios con juegos en la playa, camping, espectáculos, confiterías para tomar un té mirando el mar, restaurantes donde probar la pesca del día y hoteles para todos los gustos. Su muelle, de 270 metros, es el más largo del Partido de la Costa y son muchos los que desde aquí prueban suerte en busca de corvinas, brótolas y pejerreyes de mar. Otros prefieren, en cambio, salir a pasear a caballo o en four-trax por la zona de Punta Médanos. Para distraerse, en Mar de Ajó hay casino y autódromo, donde se disputan competencias del TC y TC Pista.
A esta altura, el Partido de la Costa se acerca al límite con Pinamar. Quedan tres localidades solamente, y las tres están todavía en formación: Nueva Atlantis, Pinar del Sol y Costa Esmeralda –esta última recientemente loteada bajo la forma de varios barrios privados– ponen el punto final a esta porción de playas bonaerenses. Pero es sólo un truco de la división política, porque el Atlántico no sabe de fronteras e invita a seguir recorriendo sus costas hasta mucho más al sur.
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