Dom 26.02.2012
turismo

ESPAÑA. FIESTA POPULAR EN VALENCIA

Fallas, ninots y Mascletà

En Valencia, marzo es mes de Fallas. Una fiesta de orígenes antiguos y presente bien animado, donde se vuelcan las ironías, los saberes artesanales y las ganas de empezar a recibir la primavera boreal: es tiempo de muñecos, de pirotecnia, de bailes populares y de desfiles que mezclan lo profano y lo religioso.

› Por Javier Piedra

Marzo, mes de Fallas. Ni queriendo el visitante que llega a Valencia puede quedarse al margen de la fiesta. Los ninots –impresionantes monumentos de cartón piedra– acaparan plazas y esquinas, un ocre olor a pólvora impregna la atmósfera y un millón de personas transitan las calles frenéticamente al ritmo de pasodobles. No existe nada igual, porque las Fallas no son una simple fiesta: es toda una ciudad que se engalana y se adorna para zambullirse en un ritual al que todos están invitados.

Las Fiestas Josefinas –así llamadas porque nacieron en homenaje a San José– se celebran del 15 al 19 de marzo. Sin embargo, los festejos comienzan días antes, con presentaciones, proclamaciones y demás actos falleros. El último domingo de febrero, la crida (llamada) da el pistoletazo inicial. Desde las Torres de Serranos, una de las antiguas puertas de la ciudad, la Fallera Mayor –una especie de reina de la fiesta– invita formalmente a visitar Valencia y a participar plenamente de las Fallas. Desde el 1º de marzo, los casales (centros que organizan y planifican la construcción de cada falla) instalan enormes carpas, colapsando todas las calles. A partir de ese momento, una manía ambulatoria ahonda en el gentío que se pierde por vetustas e inevitables calles, como un viaje en el tiempo, vivenciando la Valencia aldeana del siglo XIX.

Cartel oficial de las Fallas 2012.

NINOTS La fiesta tiene su origen en la celebración pagana del equinoccio de primavera, común a todos los pueblos mediterráneos, en los que la quema de lo viejo y lo malo supone una especie de sortilegio para dar la bienvenida a lo nuevo. La leyenda cuenta que durante el invierno, para aprovechar mejor la luz, los carpinteros y ebanistas utilizaban unos candiles que se sostenían gracias a un artefacto denominado “parot”, muy parecido a un candelabro de varios brazos de madera. En los albores del invierno, víspera de San José, se los quemaba en la puerta de los talleres. Con el paso del tiempo, el parot fue abandonado por estructuras prismáticas sustentadas por un armazón de madera, que ocultaban materiales combustibles amontonados a su base, surgiendo así el ninot (muñeco), elemento fundamental de las Fallas. A diferencia de una simple hoguera, las Fallas concentraban un tema concreto y respondían a una intención crítica o cuanto menos burlesca.

La prohibición por el Ayuntamiento de los festejos populares durante el siglo XIX generó como reacción un movimiento en defensa de las tradiciones típicas, despertando un espíritu competitivo entre los vecinos. Bajo la presión de los premios se produjo una decantación esteticista, dando lugar al artista fallero, que le proporcionó al ninot diseño, monumentalidad y barroquismo. El contenido ya no está inscripto en una sola escena sino que está latente en todo el conjunto escultórico y debe ser descifrado rodeando la Falla con la mirada de arriba hacia abajo. Visibles desde la lejanía, son sugestivas, fastuosas e imponentes.

LA DESPERTA Cuando la noche aún no abandona al Mediterráneo, con puntualidad suiza se apagan las luces del alumbrado público e inmediatamente una marea de 2 mil falleros inician los “tro de bac” (miles de petardos que explotan sobre el suelo) para arrancar del sueño a valencianos y visitantes, anunciando que la ciudad ya está en Fallas.

Nadie está dispuesto a malgastar un petardo. Pertrechados bajo pañuelos, bufandas y cuellos levantados, todo sirve para guarecerse de la espesa humareda que asciende hasta las ramas de las melias y acacias. Y cuando parece que ya no queda ni una bocanada de oxígeno, en medio de un sulfuroso silencio los “tro de bac” retornan con más fuerza, alcanzando un sonido ensordecedor.

Ya clareando, la Despertà desemboca en la Plaza del Ayuntamiento, donde la Fallera Mayor y su corte esperan a los madrugadores en medio de una doméstica y tempranera verbena. Después, un vaso caliente de chocolate acompañado de churros o buñuelos sirve para entonar el cuerpo ante una jornada que va ser extensa.

Los ninots. Sugestivos, fastuosos e imponentes monumentos de cartón piedra.

LA MASCLETA Desde el 1º de marzo, puntualmente a las dos de la tarde, el visitante tiene cada día una cita en la Plaza del Ayuntamiento para presenciar la Mascletà. La alcaldesa, acompañada por las Cortes Falleras, preside desde el balcón la primera gran detonación de la fiesta. Es la Fallera Mayor quien da la orden de rigor que el público congregado espera: “Senyor pirotècnic, pot començar la Mascletà” (“Señor pirotécnico, puede comenzar la Mascletà”).

El espectáculo comienza de inmediato con un fuego aéreo, que arremolina barrocas nubes grises por encima de la mirada. A un ritmo creciente, se descargan cinco líneas de fuego terrestre que culminan con un espectacular terremoto desarrollado en tres fases. La última es un final a latigazos de sonido causante de detonaciones sobrehumanas.

Siete mil efectos pirotécnicos, con un peso de 260 kilos de masa reglamentada –58 de masa explosiva y 202 de masa pirotécnica–, 2400 metros de cableado eléctrico, más de 2700 inflamadores, cuatro ordenadores y 140 módulos con más de 2800 órdenes de disparo para cinco minutos frenéticos: sin embargo, la Mascletá no es una aleatoria sucesión de bombazos, ni un monumento al estrépito. El pirotécnico juega con los silencios y propone ritmos creando un relato de adrenalina y humo que va desde un inicio pausado hasta a un final apoteósico. Y no es el fragor de la pólvora lo que hace llorar los ojos del visitante; es la sinfonía de cañones que le embarga cada uno de los sentidos.

LA PLANTA El 15 de marzo tiene lugar la Plantà, acto que abre la competencia oficial y marca el inicio de la semana fallera. El constante ir y venir de camiones y grúas, abarrotados con fracciones de muñecos, evidencia el trabajo a contrarreloj de los artistas para terminar todos los detalles. Es que el tiempo apremia, ya que a las ocho de la mañana del día siguiente 600 monumentos deben estar literalmente plantados en su sitio a la espera de que los jurados de la Junta Central Fallera recorran todo para dictar su veredicto. Desde temprano, la sentencia polariza la atención de los medios, que especulan sobre el ganador. Existen varias categorías a la hora de elegir: desde la Sección Primera A hasta la Séptima C. La principal es la que abarca todas las Fallas de mayor presupuesto (son las más grandes y espectaculares, de 25 a 30 metros), que esperan la gran consagración, mientras las más pequeñas sueñan con el batacazo. La noche de la Plantà es un momento idóneo para recorrer las Fallas, puesto que no hay tanta gente y se evitan las colas de cuando ya es conocido el veredicto final.

En el barrio de Ruzafa. La fantástica escenografía de un millón de foquitos encendidos.

RUZAFA Después de un día prolongado por la intensidad de los actos llega la noche y, como regla natural, los ríos de gente desembocan en el pintoresco barrio de Ruzafa. En las cercanías, la muchedumbre se apelotona para llegar a la calle Sueca, donde un compendio voluminoso de bombillas apagadas arropa la inmensa falla Sueca-Literato Azorín. En la intersección con la calle Buenos Aires, como a la espera de una señal venturosa, la gente detiene su paso y eleva la mirada prediciendo que algo fantástico va a acontecer. A las nueve en punto, una sinfonía empieza a revelar el misterio: a base de tiempos y estructuras musicales, el tramado de bombillas se va encendiendo paulatinamente, componiendo un infinito collage temático-visual, donde el vibrato de los violines embellece los oídos, mientras una diadema de luces impacta en las retinas, haciendo de Ruzafa una de las Fallas más espectaculares de Valencia. En simultáneo se encienden las luces de las calles circundantes: Cuba-Literato Azorín y Cuba-Puerto Rico, convirtiendo al barrio en una antorcha a atravesar.

LA NIT DEL FOC En el cauce del río Turia, unas 500 mil personas aguardan impacientes una producción artística celestial que convoca a la noche más fascinante de las Fallas: la “Nit del Foc”, o Noche del Fuego. Puntualmente a la 1.30 se extinguen todas las luces de la ciudad e inmediatamente, empujados por bocanadas de fuego, querubines zigzaguean perforando el cielo y provocando un resplandor espectral. Bajo un cielo destellante, la sinfonía etérea continúa con figuras geométricas que descuelgan espigas y sauces de cambiante forma y color. Después de media hora de pirotecnia cósmica, una combinación de truenos y descargas de titanio marca el final.

Para la Nit de Foc son utilizados más de 20 mil efectos pirotécnicos, con un peso total de 2500 kilos, 9 ordenadores y 280 módulos con más de 4600 órdenes de disparo. Quizá la devoción por la pólvora del pueblo valenciano responde a la evocación de su pasado árabe. Los moriscos supieron mantener viva la herencia de la alquimia china nacida en el siglo IX, dándole a la ciudad su identidad actual.

Una experiencia única: caminar bajo un techo de luces de deslumbrante diseño.

LA CREMA En las últimas horas del día de San José ya no hay actos programados: sólo se espera la llegada de los pirotécnicos encargados de convertir a la ciudad en un obituario de muñecos. La muchedumbre recorre a pasos vertiginosos las figuras, tomando fotografías, y cerca de la medianoche misteriosas partículas recalan en los cabellos de los transeúntes, mientras las lenguas de fuego se acrecientan en esquinas, calles y plazas. Sin contemplación, el fuego noquea a cada uno de los ninots que se desploman indefensos desde lo alto de su pedestal hasta ser brasas y rescoldos.

¿Cómo es posible avalar un holocausto de inmensa creatividad plástica? La Cremà es sacrificio. Los valencianos lo destruyen como parte de un rito aceptado, que obliga a una futura superación. El arte efímero destinado al fuego es el secreto. Sobre el asfalto, mordiscos de fuego renuevan cicatrices. La ciudad amanece bajo una tenue luz primaveral, y la vorágine de las Fallas deja paso a la Valencia tradicional.

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