Dom 11.03.2012
turismo

CATAMARCA PAISAJES DE LA PROVINCIA

Un camino largo que baja y se pierde...

› Por Julián Varsavsky

Catamarca es una provincia para descubrir en periplos con algo de exploratorios, por paisajes de inmensa soledad y dolorosa belleza, como la colorida Ruta de los Seismiles, un accesible camino asfaltado de apenas 197 kilómetros que depara algunos de los paisajes más deslumbrantes de la Cordillera de los Andes. Luego está la desolada Puna, que se recorre hasta el pueblo de Antofagasta, incluyendo en el camino las ruinas incas de El Shincal, uno de los sitios arqueológicos más significativos de nuestro país. Y para completar un viaje que merece dedicarle al menos una semana está la Ruta del Adobe entre Tinogasta y Fiambalá, un submundo que encierra una cultura viva y muy actual surgida hace siglos alrededor de una arquitectura de adobe.

Picos nevados en la Puna solitaria, dolorosamente bella y abismal.

A LA RUTA Ingresamos a la provincia desde La Rioja por la RN38 y la RP9 para empalmar con la RN60 ya en Catamarca, hasta el pueblo de Tinogasta. El día siguiente lo dedicamos a recorrer la Ruta de los Seismiles, que atraviesa la Cordillera de los Andes hasta el límite con Chile. El auto se desliza con suavidad por una recta de asfalto que rasga al medio una árida altiplanicie de pastos ralos, dibujando dos rayas paralelas que parecen encontrarse en un punto lejano. Y al fondo, un misterioso espejismo dibuja un charco rojo que es el reflejo de una montaña con sus minerales al desnudo, en este caso cobre oxidado.

Vamos rumbo a los Seismiles, el ilustrativo nombre de este circuito del noroeste de Catamarca que avanza entre descomunales volcanes de más de seis mil metros y culmina en el Paso San Francisco. Recorriendo este tramo de 197 kilómetros asfaltados de la RN60 se atraviesa la parte baja de un valle con 19 volcanes que se suceden, uno tras otro, con su forma cónica de bonete trunco. Y a sus pies se distinguen las coladas basálticas con las que vaciaron por completo su contenido, derramándolo por el valle como ríos de lava convertidos en negruzcos escoriales.

Hace algún tiempo –unos 80 millones de años– este pacífico lugar era un infierno de volcanes en erupción, mientras surgía desde el fondo del océano la Cordillera de los Andes. Sin embargo, hoy una nutrida fauna le otorga inusitada vida a la zona: como el medio centenar de flamencos que parecen petrificados, con las patas sumergidas en un espejo de agua, pero al acercarnos remontan vuelo para desaparecer aleteando tras una serranía como una nube rosada.

El paseo por los Seismiles es una relajada excursión que se puede hacer con vehículo común desde los pueblos de Fiambalá o Tinogasta. Un día entero sobra para ir y volver disfrutando del paisaje sin premura, e incluso darse un chapuzón en una terma que hay junto a la ruta, si no se quieren probar las más tradicionales termas de Fiambalá.

El circuito comienza 50 kilómetros al oeste de Fiambalá por la ruta que lleva a Chile, partiendo desde los 1550 hasta los 4726 metros de altura. A pesar de la altura considerable, la pendiente es muy suave y los autos no son exigidos en lo más mínimo.

Las ruinas incas de El Shincal, uno de los restos arqueológicos más importantes del país.

Al norte se divisa el volcán Inca Huasi (6640 metros), el primero de los Seismiles, que no se pierde de vista en todo el viaje. A mitad del recorrido aparece la Cordillera de San Buenaventura, el límite austral de la Puna: aquí el paisaje se hace cada vez más desértico, matizado por lagunas pobladas de gallaretas, patos cordilleranos y flamencos. En el horizonte observamos el Ojos del Salado, que con sus 6879 metros (aunque algunas mediciones le dan algunos más) es el volcán más alto del mundo. Y desperdigados en la lejanía se yerguen los volcanes Penk, Nacimiento y Aguas Calientes.

En el paraje La Gruta, a 4100 metros, hay un campamento de Vialidad Nacional con las oficinas de Migraciones donde se tramita el cruce a Chile y desde donde hay 21 kilómetros hasta el Paso San Francisco. El hito fronterizo está a 4726 metros y, pasado ese límite, se puede seguir unos kilómetros hasta la Laguna Verde chilena y pegar la vuelta o seguir 280 kilómetros no pavimentados hasta la ciudad chilena de Copiapó –famosa por sus playas– para continuar hacia el Desierto de Atacama. Pero ése ya es otro viaje.

El viaje a los Seismiles termina con sensaciones encontradas. Por momentos hay un ambiente con reminiscencias del paraíso, especialmente cuando nos topamos con las lagunas color turquesa llenas de coloridas aves. Y en otros lugares parece que atravesamos los restos de un remoto Apocalipsis de fuego, de cuando la tierra era una gran bola de magma burbujeante. De aquel tiempo quedan enormes cráteres calcinados, cerros de basalto, arenales negros y coladas de lava, todo sobrevolado por una contrastante y profunda calma.

El BARRO DE LA HISTORIA Desde Tinogasta dedicamos otro día a recorrer una serie de construcciones de adobe que comenzaron a levantarse en el siglo XVII –cuando la región aún era tierra diaguita– y siguió desarrollándose durante la colonia hasta nuestros días. Es la Ruta del Adobe, que abarca 55 kilómetros entre Tinogasta y Fiambalá, donde hay iglesias y oratorios de comienzos del siglo XVIII y están los restos de una ciudad diaguita hecha también en adobe. Pero lo más significativo es que esa “cultura del adobe” prefigurada por los diaguitas sigue vigente hasta hoy en pueblitos donde casi todas las casas son de ese material. Y no son sólo las casas viejas, de hasta 200 años, sino también a veces las nuevas, que se siguen construyendo con variantes de aquellas técnicas.

En el pueblo de Tinogasta, que tiene 6000 habitantes, el 70 por ciento de las casas son de adobe, muchas de ellas incluso con piso de tierra y techo de caña. Pero esto no necesariamente es señal de pobreza, sino una tradición que consiste en vivir en casas que mantienen el calorcito en invierno y el frescor en los calcinantes veranos de Catamarca, casas construidas con los materiales que están más a mano y mejor resisten las condiciones del lugar.

Las extrañas geoformas del Campo de Piedra Pómez cercano a Antofagasta.

Saliendo de Tinogasta por la RN60, 15 kilómetros hacia el norte se llega a El Puesto, un pueblito de 500 habitantes que parece detenido en el tiempo, con casi todas sus casas de adobe. Allí está el Oratorio de los Orquera, una exquisita pieza arquitectónica de adobe resuelta con magistral sencillez en 1740. Unos kilómetros más adelante aparece cerca de la ruta una iglesia en medio de la nada. A simple vista resulta inexplicable que semejante iglesia, con un elegante portal neoclásico, haya surgido sin una sola casa alrededor. Pero en verdad es la iglesia del pueblo de La Falda, que fue llevado por el río en 1930: por eso el pueblo está ahora a unos kilómetros de allí. La iglesia, que había quedado en ruinas, fue restaurada en 2001.

Desde El Puesto, la RN60 sigue con rumbo norte hacia Anillaco –no confundirlo con el pueblito riojano– en paralelo a las Sierras de Fiambalá. A los cinco kilómetros un camino de tierra que sale de la ruta conduce hasta la solitaria iglesia de Anillaco, levantada en 1712, la más antigua de las que permanecen en pie en la provincia. La Ruta del Adobe termina en las afueras del pueblo de Fiambalá, en el Templo de San Pedro, levantado en 1770. Su exquisita factura de adobe encalado tiene influencias del estilo colonial boliviano, con un pequeño muro perimetral y un alto campanario.

ALLA EN LA PUNA Aunque la Puna argentina se visita generalmente desde Salta y Jujuy, una de sus caras más interesantes es la catamarqueña, que permite incluso internarse en el cráter del volcán Galán, cuyos 40 kilómetros de diámetro lo convierten en el más grande de la Tierra. Para ir desde Tinogasta hacia la Puna por rutas asfaltadas –al menos en la primera parte del recorrido– hay que bajar hacia el sur por la RN60 para empalmar con la RN40 hacia el norte, visitando en el camino las ruinas de la ciudad inca de El Shincal.

Llegamos primero a Londres, un pueblito fundado en 1558 por los españoles, que lo bautizaron así en homenaje a los Tudor de Inglaterra. A pesar de ser la segunda villa colonial más antigua de la Argentina después de Santiago del Estero, Londres ha cambiado muy poco en los últimos 450 años, ya que casi todas sus casas siguen siendo de adobe. Sus 2600 habitantes viven en su mayoría del tejido de ponchos, mantas y ruanas, de la alfarería artesanal y la producción de nuez. De las dos iglesias del pueblo, la más antigua es la de la Inmaculada Concepción, construida hace 215 años.

Antiguas iglesias de la Ruta del Adobe entre Tinogasta y Fiambalá.

A quince kilómetros de Londres está la ciudad de Belén, equidistante unos 300 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca y de Antofagasta de la Sierra. En Belén pasamos la noche y visitamos a unas tejedoras especializadas en ponchos. Y a la mañana siguiente seguimos viaje hacia Antofagasta de la Sierra por un camino de ripio, primero la RP36 y luego la 43. Algunos tramos son de asfalto y otros de ripio. El ascenso es constante hasta el paraje Pasto Ventura, de 4200 metros de altura, donde comienza el descenso hacia Antofagasta (3400 m.s.n.m).

Antofagasta de la Sierra está en medio de una gran planicie rodeada de volcanes, campos de lava, salares y geoformas de todo tipo. Cerca del pueblo ya se ven sobresalir dos temibles custodios de piedra con la punta nevada: los volcanes La Alumbrera y Antofagasta. El pueblo, como todos en la Puna, es somnoliento y silencioso y mide tres cuadras de largo con apenas tres calles. Para dormir se puede elegir entre la Hostería Municipal, un hostal y varias casas de familia.

Al siguiente día visitamos la reserva de flamencos Laguna Antofagasta y un sitio arqueológico llamado Peñas Coloradas, con curiosos petroglifos. Hasta aquí el viaje se puede hacer sin guía y con auto común, siempre y cuando no llueva, porque los arroyos cruzan la ruta. Pero quienes viajen con una camioneta 4x4 podrán visitar el Salar de Antofalla, el Salar del Hombre Muerto y otros destinos inaccesibles sin un guía local.

AL VOLCAN El recorrido por el cráter del volcán Galán es la excursión más impactante de toda la zona, que se debe hacer con una camioneta 4x4 y un guía especializado. Es un paseo largo y cansador, con un recorrido circular de 340 kilómetros por una huella a veces en mal estado, en una traqueteada jornada de doce horas. Desde Antofagasta, guías locales con vehículo cobran 1600 pesos la excursión en camioneta para cuatro personas.

No es una planicie. Es el cráter del Volcán Galán, que mide 40 kilómetros.

La excursión al Galán pasa por el poblado de El Peñón, donde se abandona la ruta para continuar por una huella que se dirige al volcán. En el camino se ven los flamencos que pueblan la Laguna Grande, mientras se va ascendiendo por la ladera sur hasta el borde mismo del cráter, a 5000 metros de altura (el fondo del cráter está a 4000 metros). Desde lo alto se ve el cráter de 40 kilómetros de extensión y la laguna Diamante, con su llamativo color turquesa. Al descender al interior del cráter aparecen unos extraños “hervideros de lodo” que dan la sensación de que las entrañas del volcán todavía bullen.

Los vehículos atraviesan de punta a punta los 40 kilómetros de este cráter de 2,5 millones de años, catalogado como tal por los geógrafos en 1970, cuando una foto satelital mostró su explosivo origen. En el trayecto de salida se bordea una altísima chimenea volcánica, mientras a lo lejos se divisa el radiante Salar del Hombre Muerto. Así termina el viaje a la Puna catamarqueña, uno de los lugares más deshabitados de la Argentina, con apenas 1200 residentes en 28.000 kilómetros cuadrados

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