Dom 29.04.2012
turismo

LA PAMPA. PARQUE NACIONAL LIHUé CALEL

Recreo pampeano

La Pampa, provincia turísticamente discreta, encierra varias sorpresas que motivan la visita, entre ellas el Parque Nacional Lihué Calel. Curiosamente elevado en los llanos pampeanos, el parque preserva la flora y fauna nativas y un notable yacimiento arqueológico.

› Por Pablo Donadio

A ritmos de chacarera surera, un video institucional del Parque Nacional Lihué Calel lo presenta como un “oasis en medio de la pampa seca”. Y efectivamente lo es: hay verde en medio de la aridez, tiene fauna y flora típica, y fértiles arroyos estacionales donde la vida renace cada año. Pero lo que se destaca sobre todo es el singular recuerdo de los pobladores que lo habitaron, ya que la zona atesora pinturas rupestres y restos fósiles en excelente estado. Ubicado en el centro-sur de La Pampa, donde el horizonte deja de ser infinito, Lihué Calel es toda una respuesta a la idea aparente de “nada interesante” con que suele asociarse a la provincia. Su geografía incluye hasta formaciones serranas, que elevan y enriquecen el paisaje unos 600 metros sobre el nivel del mar. Toda una curiosidad, si se piensa en los largos llanos que visten La Pampa hacia sus cuatro puntos cardinales, pero nada de qué asombrarse si se entienden los límites políticos como algo posterior a los designios de la naturaleza. De hecho, algunos investigadores consideran que estas sierras son una prolongación de las de Córdoba y San Luis, mientras otros las presentan como el tramo final del arco que llega desde la precordillera de San Juan y Mendoza, sumergido en la llanura pampeana. “¿Lo que destaca el lugar? Sin dudas son los restos de culturas preexistentes a la colonia española. Acá está el cementerio más importante de Patagonia Norte, donde hay vestigios de pueblos cazadores y recolectores que habitaron la zona hace más de 1000 años. Se han encontrado, incluso, restos fósiles de un perro junto a los de un niño, y según el carbono 14 son anteriores a la llegada de los españoles, lo que desestimaría aquella teoría de que el perro llegó desde Europa”, afirma Miguel Romero, guardaparque del Lihué, como lo llaman quienes conviven a diario en la zona junto al Centro de Interpretación. “Además, nada como disfrutar de los ruidos de la naturaleza”, completa antes de salir a recorrer la región, su labor diaria. La suya es una buena manera de vender el lugar.

Las siluetas de dos ejemplares de la avifauna en el cielo del atardecer.

MUCHO EN POCO

A unas ocho horas de Buenos Aires, por una ruta que suele tener otros destinos australes o cordilleranos como punto final, el Lihué se hace presente entre sierras, salinas y espejos de agua. A su alrededor se levantan humildes pueblitos repletos de historias gauchas, malones y polvaredas, donde el hilado es un arte y la lana de cabra se tiñe con plantas de la región, como antes. Aguayos, ruanas y tapices se cuelgan de alambres que son vidrieras y exhiben solemnes sus texturas, sus llamativas tonalidades y su historia, como el propio parque: vieja zona de tehuelches y ranqueles, y más atrás sus antepasados, hoy es uno de los lugares donde más claro puede entenderse el paso de esos antiguos pobladores. Y es que aquí se resguardan pinturas rupestres en magnífico estado y, a diferencia de otras áreas protegidas más extensas (las 600 mil hectáreas del Parque Nacional Lanín, por ejemplo), Lihué Calel aporta un gran atractivo en apenas 32 mil hectáreas. Desde 1977 la reserva protege además un sistema serrano singular, con una amplia gama de recursos naturales que fueron la razón del anclaje de comunidades que vivieron y se relacionaron con el ambiente en distintas épocas. En medio de esa pampa seca, caracterizada por un clima semiárido de poca lluvia (450 milímetros anuales) y marcada amplitud térmica, los pliegues que se levantaron hace 200 millones de años logran retener el agua de las precipitaciones, moderando las temperaturas y creando un microclima auspicioso. La escarpada columna ofició de reparo en medio de la nada, y en ella se hicieron cuevas y pircas que delimitaban los territorios. En las rocas yacen aún conanas y morteros que atestiguan la producción de alimentos y herramientas, así como el uso de pigmentos minerales para pintar los paredones donde los pobladores expresaban sus vivencias. Al acumular agua, las rocas generaron vida vegetal y animal que se desarrolló sin trabas, permitiendo asimismo la expansión del hombre en la región. Estos alrededores y sus cactus plateados, chañares, jarillales, piquillines, alpatacos y molles eran los que proveían semillas y frutos para moler, en tanto la carne de guanacos, choiques y piches completaba la alimentación. Todo un mundo relacionado e interconectado entre la tierra y sus frutos, donde la vida no sólo asomó sino que perduró. Al subir y bajar de ese cordón, entre arroyitos, helechos y líquenes, la curiosa margarita pampeana –flor provincial y endémica del Lihué Calel– no pasa desapercibida. Abriendo camino allí, pero también en las uniones de las piedras donde no hay ni tierra, su radiante amarillo es todo un símbolo de la fuerza de la vida en estos lares.

Arte ancestral. Un lagarto perfecto en rojo y negro sobre la roca.

CIRCUITOS

Lo dicho: el Lihué es diverso y rico en naturaleza y cultura, pero también en actividades. Una de ellas consiste en el avistaje o safari fotográfico de la fauna típica. El halconcito gris, los loros barranqueros y jotes de cabeza negra y colorada se llevan la atención en las alturas, sobre las rocas y algunos árboles de importancia. A los piques, entre matas y arbustos, se desplazan gallitos copetones y martinetas, que eluden reparos y cuevas de tuco-tucos, vizcachas, maras, armadillos, lagartijas verdes y tortugas, más ariscos al humano, que suele meterlos en una olla. Sabiamente, estos y otros animales más grandes como ñandúes, gatos del pajonal, guanacos, pumas y zorros grises preparan sus hogares para la llegada del frío y es posible pasar muy cerca de ellos sin siquiera notarlo.

En ese trajín, Romero nos recuerda un dato importante, y es el de los servicios gratuitos de camping (luz, agua caliente, baños, mesas y fogones) que hay aquí, además del placer de andar sin sentido alguno, sólo para descansar y oxigenarse. Nos propone además tres salidas como gran atractivo: “En general se recorren la vieja casona, las pinturas y el nuevo chenque”. El primero se trata del viejo casco que perteneció a una familia de la provincia, antes de que el gobierno tomara posesión. Llamada Estancia Santa María de Lihué Calel, la casa recuerda tiempos de la Campaña del Desierto y la afición por matar a indios de algunos hacendados que sustentaron económicamente aquella tarea. La casa perteneció a los Gallardo hasta 1964, cuando se la expropió y luego transfirió a la Administración de Parques Nacionales. El sendero que le sigue y menciona el guardaparque requiere de unos 10 kilómetros por huella de auto, para llegar pronto a un yacimiento arqueológico de unos 600 metros. Llamado Sendero Valle de las Pinturas, el lugar es toda una sorpresa, un verdadero museo a cielo abierto donde se puede pasear entre perfectos animales y hombres dibujados junto a figuras geométricas en color rojo y negro. Un alero y sus rocas graníticas muestran a la perfección el arte rupestre hecho testimonio de vida. Finalmente el Sendero del Valle Namuncurá, llamado así en honor al legendario cacique que habitó la zona, recorre la quebrada y el valle principal del área, donde también hay pinturas. A él se llega saliendo del campamento hacia el cerro de la Sociedad Científica Argentina, mirador también del salitral Levalle.

Las características del monte, sus animales y plantas, y el imponente espejo del agua de la laguna Urre-Lauquen dominan la cima. Pero no todo es calma y belleza por aquí: Romero, como el resto de los responsables del parque, trata de lidiar con las arremetidas de algunos cazadores furtivos, así como el ingreso de ganado particular. Cuentan también que la presencia de especies exóticas como el jabalí, el ciervo colorado y la liebre europea compite con las especies autóctonas y modifica el normal desarrollo de la fauna, impacto que se está estudiando en detalle para planificar un mejor control. Hay que aclarar que al llegar es obligatorio tomar contacto con el guardaparque y que, si bien el parque posee senderos autoguiados, es conveniente realizar con guías el ascenso a la sierra y distintos senderos interpretativos. Ellos brindan todas las instrucciones necesarias acerca del manejo y preservación de este importante ambiente natural, ideal para sentir el placer del ecoturismo.

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