Domingo, 6 de mayo de 2012 | Hoy
ESTADOS UNIDOS. NUEVA VISITA A NUEVA YORK
La nueva torre en construcción de Nueva York, que reemplazará a las Torres Gemelas sobre la superficie devastada de Ground Zero, se presentó en estos días como la primera imagen de la Manhattan del futuro: pero es también un buen motivo para desandar la historia y visitar aquella ciudad antigua que la Gran Manzana fue alguna vez.
Por Graciela Cutuli
En el extremo sur de Manhattan, auténtica selva de cemento –buena metáfora de la city financiera que allí se asienta– Ground Zero era un claro abierto como una herida. Un claro que, sin embargo, ya está dejando de serlo: en estos días dio la vuelta al mundo la noticia de que la nueva torre que ocupará el antiguo emplazamiento de las Torres Gemelas ya es la más alta de Nueva York. Todavía en construcción, la nueva flecha de la ciudad vertical se llama One World Trade Center (un nombre más apropiado y comercial que el “Freedom Tower” anterior) y volverá a colocar a la Gran Manzana entre las ciudades más altas del planeta. Sus constructores ya pasaron los 387 metros de altura: son seis más que el techo del Empire State Building, que durante la última década había recobrado su viejo y glorioso pergamino de “techo de Nueva York”, con 381 metros (443 con su antena).
Esta nueva torre será sin duda el emblema de la ciudad para el resto del siglo XXI, como lo fue el Flat Iron a principios del siglo XX. Una suerte de revancha de la luminosa capital cultural estadounidense, que no quiere resignarse a ceder terreno frente a sus jóvenes y ambiciosas competidoras de Asia. Sólo dos torres serán más altas que el One World Trade Center: la Burj Khalifa de Dubai (739 metros) y el complejo Abraj Al Bait de La Meca (450 metros). En 2014, cuando hayan finalizado las obras, superará con sus 541 metros el World Financial Center de Shangai (492 metros) y la torre Taipei 101 en Taiwan (448 metros). Además será la más alta de Estados Unidos, un título que ostentan hasta el momento las Sears de Chicago (442 metros). Pero no quedará en el podio por mucho tiempo: porque hay obras y proyectos de rascacielos más altos todavía en Arabia Saudita, en China, en India y en los Emiratos. Es una guerra vertical de cifras y de alturas, para la cual hay que ir de la mano de un buen proveedor en ascensores...
NUEVA AMSTERDAM Sea o no la más alta, lo que sí es cierto es que se convirtió en una nueva atracción para Nueva York. Su gigantesca obra no deja de impactar a quienes visitan el Lower Manhattan, esa parte de la ciudad donde todavía es posible encontrar algunos recuerdos de los primerísimos tiempos de su creación. Bajo la sombra del One World Trade Center, el Nueva York antiguo aflora para quien se tome el tiempo de caminar y mirar con detenimiento lo que cuentan las piedras y el asfalto.
Referirse a Nueva York como Nueva Amsterdam es sin embargo más que recorrer hacia atrás las páginas de la historia: también es instalarse cómodamente en las capas más altas de la sociedad neoyorquina (Mad Men, la serie de culto de los publicitarios en Manhattan que arrasó con los Emmy en los últimos años, se encargó de subrayarlo en uno de sus capítulos). Esas dos palabritas encierran la clave hacia lo más genuino de la historia de la ciudad y su nacimiento: tiempos remotos, la época de Pierre Minuit, de Pieter Stuyvesant y los primeros colonos holandeses, cuando la isla de Manhattan era un denso bosque, un terreno de caza ocupado por bouweries, las granjas de algunos colonos más osados que no temían un contacto directo con los indios sin la protección de la colonia detrás de su empalizada.
Existe hoy todavía una calle que se llama Bowery, apenas una deformación inglesa de la palabra original, que pasa por Chinatown y Little Italy en el sur de la isla. No es más que el sendero que conducía desde el pueblo hasta la finca de Stuyvesant... De la misma manera Broadway sigue el trazado de una vieja pista india, que cruza la isla en diagonal de norte a sur y de este a oeste. Por eso precisamente es una de las pocas avenidas de toda Manhattan que no sigue el clásico plano de cruces rectilíneos. Este trazado poco convencional justamente dio origen también a algunos de los edificios de formas más curiosas, como Flat Iron, para volver a hablar de torres. Los indios lo conocían como la “senda Wickquasgeck”. Es como un wampum de abalorios escondido bajo la camisa de tela de los colonos europeos: un legado indio imborrable en el corazón más moderno y actual de una ciudad que jamás deja de construir y de crecer.
Broadway es hoy la avenida de las marquesinas, de los teatros, de los neones y leds que iluminan la noche como si fuera el día. No hace falta presentarla: es un paso obligado para toda visita a Nueva York. De la misma manera, Wall Street está hoy en las mentes de todos, con sus “indignados” a la cabeza. Y tiene sus orígenes también en los tiempos de la Nueva Amsterdam, cuando los colonos levantaron sucesivas “paredes” o murallas para defenderse de las incursiones de los habitantes originarios. Aquella primigenia pared estaba situada sobre la punta misma de la ciudad y su trazado se puede recorrer hoy todavía desde las veredas de la calle Wall Street. Esta calle misma se llamaba Waal Straat en los primeros tiempos de la colonia, cuando sus habitantes se contaban en centenares y no en millones, y cuando su edificio más alto era la pequeña iglesia de culto reformado.
SEÑORA VANDERBILT Varios lugares más en Nueva York recuerdan sus primeros tiempos como colonia europea. Por el contrario, nada queda de la vida que llevaron ahí los indios lenapes o delawares, aquellos que vendieron la isla de Manhattan por el equivalente de 24 dólares a Pierre Minuit. Eran nómades que apenas dejaron algunos senderos, como la actual Broadway, y por supuesto el nombre de la isla, que viene del algonquino y podría traducirse como la “isla de las colinas”. Su nombre apareció por primera vez en el diario de Robert Juet, un miembro de la expedición de Hudson en 1609.
Los holandeses dejaron también varios nombres: Coney Island (que se llamaba primitivamente Konijnen Eiland, “la isla de los conejos”), Brooklyn, Harlem (que viene de Nieuw Haarlem en referencia a una ciudad de los Países Bajos), Flushing (Vlissingen) o Staten Island. Por allí se encontrarán sin duda varios de los patronímicos holandeses a los que aún se remiten con orgullo ciertas familias neoyorquinas actuales, un pasaporte a la élite en esa América supuestamente sin fronteras de clase que atrajo con su prosperidad y geografía infinita a inmigrantes de todo el mundo. Nombres con oropeles, como el de Amy Vanderbilt, pariente de Cornelius Vanderbilt y miembro de una de las familias más poderosas de la ciudad gracias a sus lejanos orígenes en tiempos de la colonia holandesa. Amy Vanderbilt escribió el libro de etiqueta más famoso del siglo XX en América del Norte, y es la misma gentilmente desautorizada por Paul McCartney en una de sus canciones, justamente llamada “Mrs Vanderbilt” (leave me alone, Mrs Vanderbilt).
Volviendo sobre nuestros pasos en la punta sur de Manhattan, queda otro vestigio mudo de los primeros tiempos. Es un terreno en forma de triángulo para quien lo vea en un mapa o desde la altura vertiginosa de una torre: una forma que no cambió con el paso de los siglos, aunque sus funciones y sus entornos sí lo hicieron, y drásticamente. Hace siglos este solar era conocido como The Common, un lugar comunal donde todos podían acudir para hacer pastar sus caballos. Estaba entre las dos paredes, la holandesa original y la de 1776 que se levantó en la actual Tribeca en tiempos de las guerras de independencia: hoy día es el sitio donde se levanta el Ayuntamiento de Nueva York, la única plaza que queda en el sur de la isla.
Está a pasos del ex Ground Zero, el lugar donde máquinas y hombres trabajan día y noche para levantar el orgullo herido de la ciudad y completar lo que será su nuevo techo. El gobernador del estado de Nueva York declaró hace poco que “el nuevo World Trade Center es más que un rascacielos, es el símbolo del espíritu de resistencia de la ciudad y del estado de Nueva York, simbolizando nuestra promesa de reconstruir aún más alto que antes”. Una suerte de homenaje a los primeros colonos, que no se arredraron frente a las adversidades para crear un nuevo mundo, aunque nunca se hubieran imaginado que sus bucólicas fincas serían hoy la base de una selva de rascacielos, y sus senderos campestres la línea viva de un mundo vertiginoso, con una vieja muralla –hoy sólo virtual– que encierra el centro financiero del planeta.
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