Dom 27.05.2012
turismo

COLOMBIA. LA HEROICA CARTAGENA

La historia amurallada

Histórica y pintoresca, Cartagena de Indias es hija del Caribe colombiano y de la humanidad entera. Postales de un pasado colonial que se revelan tras una muralla centenaria, hoteles boutique y playas de ensueño tropical, en la ciudad famosa también por el verde de sus esmeraldas.

› Por Guido Piotrkowski

“Cartagena es una ciudad exuberante para vivir. Está llena de encanto y alegría, de sabores y mil colores. Es maravillosa para divertirse, explorar y tocar con la mano la cultura Caribe”, afirma Gloria Mendiola, promotora cultural criada en Cartagena. “Es una de las ciudades con el centro histórico más hermoso de toda Colombia; en un solo sitio encuentras historia, tradición, arquitectura colonial y republicana con casas de una belleza increíble, que narran la historia de una de las más importantes ciudades de la colonia española en América”, agrega Gloria, hoy residente en Italia, donde trabaja en la asociación Colombia es Cultura.

Corría el año 1815 cuando el entonces rey de España Fernando VII resolvió enviar al militar Pablo Morillo a reconquistar las ciudades independizadas de Nueva Granada, que comprendía la actual Colombia, Panamá, Venezuela y Ecuador. Entre ellas se encontraba Cartagena, que se había declarado independiente de la corona el 11 de noviembre de 1811. Dicen que Morillo era un hombre sanguinario, de ahí su mote de “El pacificador”. Cuando llegó a Cartagena, el 15 de agosto de 1815, la población se había encerrado en la ciudad amurallada. Pasaron así tres meses hasta que empezaron a morir de hambre. En diciembre finalmente se rindieron. “Ese ejemplo de valor animó a los colombianos a luchar por la independencia. Por eso, esas murallas construidas con cal y canto mezclado con la sangre de los esclavos, esas calles regadas por la sangre de los patriotas, son tan queridas por nosotros”, dice la periodista Mabel Gasca, de la vecina ciudad de Barranquilla.

Fundada por Pedro de Heredia en 1533, Cartagena se constituyó en un enclave estratégico. Puerta de entrada a un inmenso y rico territorio, representaba uno de los puertos más importantes para la flota española. Aquí desembarcaban los esclavos negros traídos desde Africa, “aporte cultural que signó por siempre a su pueblo, su música y sus tradiciones”, como bien señala Gloria. Hasta aquí llegaban también viajeros y mercaderes de todas las regiones de la actual Colombia para comprar en la Feria de los Galeones. Asimismo, fue el primer mercado de productos españoles en Sudamérica: todas estas circunstancias la constituyeron en uno de los sitios más importantes del Caribe colonial, favoreciendo la prosperidad del lugar, reflejada en su bellísima arquitectura de época rodeada por una fortaleza construida para protegerla de los piratas y corsarios que asediaban permanentemente.

“A mi ciudad hay que visitarla por varias razones, culturales e históricas –afirma Ariadna Padrón, periodista local–. Pero lo que indiscutiblemente nos hace especiales es el sabor de nuestra gente. Somos cercanos, amables, generosos y con un corazón limpio.”

“Cada casa, patio, rincón, balcón, las torres de las iglesias, el reloj, la ciudad vieja, el Castillo, los fuertes, las playas, las islas, La Popa, hablan de un pueblo que se resiste a dejarse vencer por la adversidad y que aun en los tiempos malos se la sabe gozar –agrega Mabel Gasca–. Por eso el reinado de la belleza, las fiestas de la Candelaria, el Festival de Cine, el Hay Festival (Festival de Literatura), las corridas de toros, el Festival de Música del Caribe, la rumba, las islas, el amor, las mujeres.”

Una de las más lindas plazas del casco histórico es la de San Pedro Claver.

LA HEROICA Es viernes por la noche. Hace calor, pero en la ciudad de los treinta grados permanentes está agradable para pasear. Es que Cartagena parece haber sido concebida para caminar. Aroldo Dias Gomes, un negro de ojos líquidos, está sentado en un banco de la Plaza Trinidad, en el antiguo barrio de Getsemaní, frente a la iglesia de la Santa Trinidad. Este arrabal tiene mucho que ver con la independencia de esta preciosa ciudad a la que el propio libertador Simón Bolívar bautizó “La Heroica” tras el asedio de 1815. “En Getsemaní vivían los negros y aquí, en esta plaza, fue donde se dio el primer grito de Libertad”, cuenta Aroldo, y su mirada se enciende sobre su piel curtida. Si bien Getsemaní pertenece al centro histórico, muchos creen que el casco antiguo termina en la Torre del Reloj, pero cruzando la Avenida del Mercado, al otro lado del Parque Centenario, se encuentra uno con este barrio encantador. Es que hay un pedazo de la fortaleza, como bien señala Arturo, que hoy en día no existe. “A Cartagena le quitaron más de treinta kilómetros de muralla”, asegura con su acento tan colombiano, endulzado aún más por la tonada caribeña de los cartageneros.

“Getsemaní era el lugar donde vivían los artesanos, los raizales, aquellos que ganaron la independencia. Por eso es tan importante. Su población estaba compuesta de los nacidos y criados aquí, mientras que de este lado, en estas casonas, vivían los españoles”, me explicaría luego María Claudia Tovar, gerente del Hotel Alfiz, un caserón restaurado en el centro histórico.

Por aquí hay muchos menos turistas caminando, y sus calles no se ven tan impecables y prolijas como sus vecinas muralla dentro. Pero irse de Cartagena sin pasear por Getsemaní, un sitio que la vuelve aún más auténtica, es una suerte de pecado. “Getsemaní es mi barrio favorito. Conserva su tradición popular. La gente se viste especialmente los domingos para ir a la Plaza de la Trinidad, y ésa es una imagen que llevo guardada en mi retina”, dice Ariadna Padrón, quien recomienda escuchar la canción “Soy getsemanisense”. “Lo describe sin perder detalle alguno”, asegura esta simpática morena.

En Getsemaní hay que perderse en las callecitas donde los vecinos charlan en el umbral de sus coloridos hogares, mientras los niños patean una pelota de fútbol, batean una de béisbol o juegan a las carreras de caballos con un palo de escoba. “Sus habitantes son alegres, ‘descomplicados’, viven orgullosos de sus raíces, de sus tradiciones ancestrales, y no es raro encontrarse en alguna plaza, en alguna casa de Getsemaní, con un grupo de bailarines, de tambores, de gaitas o de artistas populares que nos regalan algo de su arte, o simplemente practican al aire libre, para algún nuevo espectáculo”, agrega Gloria, siempre atenta a la movida cultural.

La Plaza de la Trinidad cobra vida propia los fines de semana. Por las noches, a su alrededor se montan puestos de comidas callejera, que ofrecen sobre todo las típicas arepas (tortillas de harina de maíz) rellenas con queso, pollo, o carne, y también las butifarras. Hay un almacén que hace las veces de bar y donde un puñado de parroquianos se acodan en la barra a tomar cerveza, y un restaurante simple pero tentador. Vecinos amistosos y tan charlatanes como Arturo, niños que corretean y mochileros del mundo sentados en la escalinata de la iglesia. Getsemaní no tiene un atractivo en particular, los “atractivos turísticos” están dentro de las murallas, pero bien vale la pena atravesar la puerta del reloj en dirección a Getsemaní.

Paseo a todo color y música a bordo de una típica “chiva”. Atrás, el Teatro Heredia.

MURALLA ADENTRO La mejor forma de recorrer Cartagena es a pie. No importa si uno se pierde por ahí, quizás hasta resulta una buena idea dejarse sorprender por la cantidad de casas históricas, monumentos, palacios reales, museos, vendedores de frutas y dulces típicos, plazas y locales de artesanías. En Cartagena hay siempre un atractivo a la vuelta de la esquina, como un simple y bello balcón de madera colmado de flores, donde quizá se asome Gabriel García Márquez, quien eligió esta ciudad para vivir y como fuente de inspiración para ambientar historias como El amor en los tiempos del cólera. Poco importa desorientarse, siempre habrá algún vecino amable que entusiasmado le indicará al forastero perdido cómo llegar al sitio buscado.

Las calles tienen nombres llamativos y, como todo por aquí, remiten a hechos históricos. Así se pasa de la Calle de la Amargura a la Calle de las Damas, del Callejón de los Estribos a la Calle de la Soledad, de la Calle de la Inquisición a la Calle de las Carretas. Y las plazas, que también son muchas y bellas. Entonces, de la Plaza de la Paz, donde está la Torre del Reloj –símbolo de la ciudad– a la Plaza de Armas, situada entre las plazas de la Aduana y la Plaza de San Pedro Claver, o de la Plaza de los Coches a la Plaza de la Proclamación.

La Plaza de la Paz precede el ingreso a la ciudad antigua a través de la Torre del Reloj, llamada también Boca del Puente, porque aquí hubo en otros tiempos un puente levadizo. La Plaza de los Coches tuvo muchos otros nombres, entre ellos Plaza del Esclavo, ya que fue el sitio donde se hacían los remates y ventas de esclavos. A comienzos del siglo XX solían estacionarse los coches de caballos para alquiler. Aquí se encuentra el monumento a Pedro Heredia, fundador de la ciudad. El portal de los dulces es uno de los sitos característicos cartageneros: es aquí donde se venden los dulces típicos de la ciudad, pasteles, bizcochos, chocolates, caramelos.

En la Plaza de la Proclamación se declaró la independencia de Cartagena y aquí está situado el Palacio de la Gobernación, en la misma casa donde se alojó Francis Drake, el corsario inglés que tomó la ciudad en 1586. Cerca de allí, se encuentra la Plaza Bolívar, con árboles centenarios y una estatua del libertador montado sobre su caballo en el centro. Bolívar partió desde esta ciudad hacia la reconquista de Venezuela. “Cartageneros, si Caracas me dio vida, vosotros me disteis gloria. Salve Cartagena redentora”, es la frase estampada en el pedestal del monumento. Al frente, se erige la Catedral. En 1586, cuando aún estaba en construcción y la ciudad fue atacada por Drake, los cañones de la artillería pirata dañaron el santuario, que sólo pudo ser concluido en 1612.

La Plaza de la Aduana también acuñó nombres diversos, entre ellos Plaza de la Mar y Plaza Real. En 1894 se erigió el monumento a Cristóbal Colón y fue rebautizada con su nombre. Luego se la denominó Rafael Núñez, nombre que lleva hasta el día de hoy en honor a este hijo pródigo de Cartagena, cuatro veces presidente de la República, aunque todo el mundo sigue llamándola Plaza de la Aduana.

Una de las mas lindas de todas es la Plaza de San Pedro Claver, nombrada en honor a la labor de este sacerdote jesuita, que trabajó para proteger y evangelizar a los esclavos. “La labor que hizo fue extraordinaria –asegura una monja a la puerta del santuario–. Atendió a los esclavos enfermos de todas formas. Aprendió medicina naturista con los propios africanos y así los ayudaba física y espiritualmente.” En este rincón de la ciudad se encuentran la iglesia y monasterio de San Pedro Claver, un santuario de mediados del siglo XVII donde el jesuita vivió hasta su muerte.

En Cartagena existen dos estilos arquitectónicos bien marcados: las casas coloniales originales y las que se construyeron o reformaron luego de la independencia, de estilo republicano, cuando ya nadie quería vestigios de la colonia. Un claro detalle de este nuevo estilo se puede ver en los balcones, donde la madera fue reemplazada por concreto. Asimismo, se reconoce este cambio en los frentes con más arcadas y columnas. Cartagena es Patrimonio de la Humanidad y no se permite construir ni tocar una sola fachada sin el debido permiso: si se quiere restaurar algo, hay que hacerlo tal como figuran en los libros de historia.

No hay que partir de Cartagena sin visitar el Teatro Heredia, el Museo de las Fortificaciones y el Museo Naval del Caribe. Hay que subirse a una “chiva”, unos ómnibus típicos coloridos en los que se recorre la ciudad con una banda que toca en vivo. Y por supuesto hay que caminar por la extensa muralla, con sus once kilómetros entre los que se cuentan veintiún baluartes y once fuertes. Desde ahí se puede ver cómo el sol se sumerge en las aguas del Caribe. Al anochecer, el plan es montarse en un carruaje antiguo y pasear para apreciar la magia de esta ciudad iluminada. Y para terminar el día hay que irse “de rumba”, como dicen por aquí, en alguno de los tantos bares que pueblan la vieja ciudad.

Un mercado en las recovas coloniales de la bellísima ciudad de Cartagena.

PLAYAS CELESTIALES Luego de tanto trajinar, vale la pena una playa bien caribeña. Una visita al archipiélago Islas del Rosario, que abarca 23 islas con playas de arena blanca y aguas cristalinas, es entonces la mejor opción para coronar una estadía cartagenera. Sus lagunas costeras, manglares, bosques secos, praderas de pastos marinos y arrecifes de coral se destacan por su diversidad, tamaño y color. Estas islas son el escenario perfecto para practicar deportes acuáticos como el buceo, el windsurf o kayak, o simplemente para relajarse en el Parque Nacional Natural Rosario Coral.

Para llegar hasta Barú, una de las tantas islas, hay que tomar una lancha temprano en la mañana en el muelle de los Pegasos, frente a la muralla, y navegar por la Bahía de las Animas. La excursión al paraíso sale temprano en la mañana y vuelve antes del atardecer, ya que la marina no permite a los barcos navegar después del ocaso. Hay otra opción, que es ir a bordo de unas embarcaciones mayores, pero no es recomendable, ya que demoran más de dos horas.

El trayecto clásico que realizan las lanchas pasa por los manglares, característicos de la región. Una vez en Barú, se puede optar por descender directamente o continuar con la excursión que recorre las islas con tiempo para el snorkel, y luego se detiene en un acuario. Esta isla de arenas blancas y aguas tibias y cristalinas es un sitio especial para practicar buceo, ya que en esta región se encuentra uno de los ecosistemas más ricos del Caribe.

En Barú vive una amable comunidad de pescadores y artesanos nativos. Otros han encontrado en el turismo una buena alternativa de vida. A lo largo de la playa hay varios chiringuitos que ofrecen variedad de pescados y también vendedores playeros que pasan vendiendo ostras frescas. Algunos locales también cuentan con hospedajes simples y familiares. También existe la posibilidad de alquilar una hamaca y pasar la noche bajo las estrellas. Y soñar con esta ciudad heroica, romántica, idílica. Una ciudad de novela.

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