ESPAÑA. RECORRIENDO TIERRAS ANDALUZAS
Tierra de naranjos, olivos, flamenco y sol eterno, el sur de España –y el Algarve en Portugal– ofrecen bonitas playas, linda gente, excelente gastronomía y un rico pasado con herencia musulmana. Un paseo que comienza en las costas portuguesas y termina frente a la imponencia de la Alhambra.
› Por Mariana Lafont
Fotos de Mariana Lafont
Cuando los árabes dominaron Andalucía, alejados de sus raíces, la amaron y la embellecieron durante ocho siglos. El sur de la Península Ibérica parece un mundo aparte, cuyo sello árabe aún perdura en cada rincón de Granada, Córdoba, Sevilla y el Algarve portugués. Para una visita rápida alcanza una semana, aunque seguramente el encanto de esta tierra lo invite a quedarse más tiempo. Además el litoral andaluz tiene playas sobre el Mediterráneo y el Atlántico; las hay para todos los gustos en Huelva, la Costa del Sol, Cádiz, Almería. Por su parte, la gastronomía andaluza también tiene una fuerte herencia árabe y judía. Y si bien el tapeo es una costumbre generalizada en España, nos sorprendimos en Granada, donde es todo un arte: el tapeo es en verdad una de las mejores formas de conocer la ciudad, yendo de bar en bar y tomándose unas cañitas con todo tipo de tapas deliciosas. Cada bar tiene sus especialidades, y con cada bebida viene una tapa tan generosa que, al fin de la noche, ni hace falta cenar.
DE PORTUGAL A SEVILLA Nuestro viaje comenzó en el Algarve, la zona del sur de Portugal que vio pasar, como Andalucía, varias civilizaciones: íberos, fenicios, romanos y árabes. En 1292 esta región fue la última reconquistada por Portugal, aunque la presencia mora se prolongó mucho más tiempo, como prueban la arquitectura, la ornamentación de las calles y las fortalezas del bello litoral. Además, la historia del Algarve está marcada por el devenir de su puerto, puerta de Europa en el siglo XVI y parada obligada para las primeras expediciones que cruzaban el Atlántico hacia América. Los cientos de playas del Algarve se distinguen por sus aguas transparentes, su arena dorada y su agradable temperatura. Una de las que vale la pena conocer es la concurrida Punta de Piedade, en Lagos, con un enorme peñasco que le da un bello tono salvaje. Además está la Isla de Tavira, dentro del Parque Nacional de la Ría Formosa, una isla arenosa a tres minutos en barco de Tavira, ideal para descansar. Por último, la playa de Marinha es una de las más bonitas de Portugal y está considerada como una de las cien mejores playas del mundo.
SEVILLA El siguiente destino fue Sevilla, a 200 kilómetros, un lugar que encanta desde el primer momento e invita a quedarse más días de los planeados. Históricamente esta pintoresca ciudad a orillas del Guadalquivir despertó la fascinación de artistas europeos. Ya a primera vista impresiona con la Giralda, los Reales Alcázares, los bellos jardines, la Plaza de Toros de la Maestranza, la Catedral y el Archivo de Indias, un edificio del siglo XVI que guarda documentos españoles sobre las Américas desde 1492. Como nos gusta caminar fue un placer ir al barrio de Santa Cruz, merodear sin prisa por sus calles angostas y ver sus coloridos negocios, sus pequeños bares y sus balcones floridos. Este antiguo barrio de la judería medieval es uno de los más emblemáticos y bellos, con sus blancas casas de estilo sevillano y sus patios señoriales.
Saliendo de Santa Cruz nos dirigimos a La Giralda, la torre de la catedral que antiguamente era el minarete de la mezquita principal. Demolida la mezquita, en su lugar se levantó la catedral gótica cristiana más grande del mundo, donde descansan los restos de Cristóbal Colón. La Giralda debe su nombre del Giraldillo, una veleta y estatua de bronce ubicada en lo alto del campanario, que representa la Fe. A pocos pasos de allí llegamos al Real Alcázar, cuyos salones recorrimos durante más de medio día. Esta residencia real aún en uso fue construida dentro de los palacios árabes por Pedro I de Castilla. El recinto es muy grande y tiene salones plenamente árabes: el de los Embajadores, el Patio de las Muñecas, el Patio del Yeso o el de las Doncellas. Las fuentes de sus jardines son un verdadero oasis en la ciudad y junto a ellos están los salones de Carlos V, con una muestra de azulejos, un arte bien andaluz.
Yendo hacia el río cruzamos uno de sus puentes y contemplamos la Torre del Oro, maciza construcción defensiva de los almohades que se conectaba antiguamente con el Alcázar. Desde allí nos dirigimos a Plaza España y sus jardines para ver los murales de azulejos que representan cada una de las regiones españolas. Un sitio ideal para sentarse a descansar y gozar del cálido sol sevillano.
ENTRE CORDOBA Y GRANADA De Sevilla a Córdoba nos separaban 120 kilómetros, que se pueden hacer en auto o en bus. Como sólo teníamos un día, apenas llegamos dimos un paseo por los típicos patios cordobeses con balcones de hierro forjado, llenos de flores, naranjos y faroles. El casco antiguo de la ciudad, alrededor de la famosa mezquita, es el mejor lugar para verlos. Muchos edificios muestran elementos arquitectónicos de cuando Córdoba fue capital romana y del califato de la época musulmana. Según testimonios arqueológicos, llegó a tener casi un millón de habitantes en el siglo X y fue la ciudad más grande, culta y opulenta del mundo. Prueba de ello es la célebre mezquita, una bella pieza arquitectónica cuya grandeza ni siquiera pudo ser opacada por la catedral construida en su centro en el siglo XVI. Desde aquí solamente 130 kilómetros nos separaban de Granada. En el último reducto musulmán de la Península Ibérica los Reyes Católicos levantaron la Capilla Real, junto a la catedral, donde hoy descansan sus restos y los de Juana la Loca y Felipe el Hermoso (hija y yerno de los monarcas).
En Granada está la Alhambra, joya de la arquitectura árabe del siglo XIII ubicada frente al Albaicín. Este antiguo y blanquísimo barrio árabe llegó a tener hasta 30 mezquitas, y hoy es un laberinto de callejuelas donde hay tablaos para ver shows de flamenco. El estilo de música y danza nació en Andalucía del mestizaje cultural de musulmanes, cristianos, judíos y gitanos. Luego de perdernos un par de horas en sus mágicos rincones llegamos al Mirador de San Nicolás para ver el atardecer frente a la Alhambra: no éramos los únicos, turistas y locales parecen reunirse allí a contemplar uno de los mejores momentos del día. Cerca de allí y en otra colina está Sacromonte, antiguo barrio de gitanos y uno de los más pintorescos, con cuevas donde suenan cantes, guitarras y quejíos.
La Alhambra es un castillo amurallado que alberga infinitos tesoros, mitos y leyendas que atrajeron al escritor Washington Irving, quien pasó una temporada recopilando fábulas maravillosas que luego publicó en sus Cuentos de la Alhambra. La Alhambra –“la roja”, del árabe “al hamra”– está situada en lo alto de la colina de Al Sabika, en la margen izquierda del río Darro y frente a los barrios del Albaicín y la Alcazaba. Muchos sostienen que la fortaleza era blanca y que el tono rojizo se debía a que, mientras la construían de noche, la iluminaban con antorchas que, vistas a la distancia, le daban esa tonalidad. Dada su posición estratégica, domina toda la ciudad y la fértil vega granadina. Al pasar al poder cristiano la Alhambra siguió siendo patrimonio real y se convirtió en residencia de numerosos monarcas castellanos hasta principios del siglo XVIII.
Se puede pasar todo el día visitando el lugar y descansando en bellos rincones. Sólo hay que estar atento al horario de entrada que le corresponde a cada turista para ir a los Palacios Nazaríes, donde la visita dura sólo una hora. Luego se tiene tiempo suficiente para merodear por todo el complejo y ver, entre otras cosas, la Torre de Comares, la mayor de las torres existentes, donde se dice que se acordó la entrega de Granada a los Reyes Católicos. Aquí Colón los convenció de la expedición que culminó con el descubrimiento de América. También se halla el palacio de Carlos V, un enorme palacio renacentista –nunca habitado– construido por el emperador como residencia real. Muchos, sin embargo, lo consideran una intrusión que quiebra la armonía de la Alhambra.
Dentro de los Palacios Nazaríes se destacan sitios como el Palacio de Leones, máximo esplendor del arte nazarí, y la Sala de Abencerrajes, donde según la leyenda fueron degollados los caballeros abencerrajes por ser uno de ellos amante de la sultana. En la cúpula se filtra una tenue luz que ilumina mágicamente los mocárabes. Luego se visita la Sala de las Dos Hermanas, así llamadas por las grandes losas gemelas de mármol en el piso del recinto, que conducía a las habitaciones de la sultana y su familia. Infaltables también el Patio y la Fuente de los Leones, los lugares más conocidos de la Alhambra. Doce leones surtidores sostienen la fuente de mármol blanco que se encuentra en el centro del patio. Le siguen la Sala de los Reyes y la de los Embajadores, el majestuoso salón del trono también utilizado para las recepciones oficiales.
Pegado a la Alhambra está el Generalife, residencia de verano del siglo XIII y lugar de descanso de los sultanes. Caminar por sus idílicos jardines es un placer, ya que el suave aroma de azahares y jazmines acompaña el delicado sonido del agua. Para los árabes este elemento era símbolo de lujo y prosperidad, de modo que buscaron recrear aquí los oasis del de-sierto. Una obra maestra del diseño es la escalera de agua, una escalinata dividida en tres tramos y flanqueada por canales que forman las barandillas por donde baja el agua, generando un suave murmullo. Un lugar ideal para finalizar el idílico paseo por Andalucía.
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